Una sociedad dividida
Adolfo Rivero Caro
Estados Unidos es el país más rico, próspero y libre del mundo. Eso
lo debe, en gran medida, a que ha roto con la milenaria tradición de
la hegemonía del estado. Desde su misma fundación, la constitución
americana subrayó la importancia de la libertad individual, lo que
aparejó un énfasis en el respeto a la propiedad privada y al libre
mercado. Todo ayudó a producir una explosión de creatividad sin
precedentes. Antes de la guerra civil, EEUU era una sociedad
típicamente agrícola donde la mayoría de los bienes de consumo se
producía nacionalmente. No se diferenciaba excesivamente de nuestros
países. Sin embargo, en el período entre 1860 y 1890, tras la
apertura de un gran mercado nacional, se concedieron patentes para
más de 440,000 nuevos inventos. Las enormes distancias del país
fueron superadas gracias al desarrollo del transporte por
ferrocarril, de un correo rápido y regular y de la comunicación por
telégrafo. Esto hizo posible el surgimiento de los negocios
nacionales.
El espíritu de empresa alcanzó un impulso nunca visto. Había un afán
incontenible de construir, de formar y desarrollar nuevas empresas,
había la certidumbre de que EE.UU era el país de las oportunidades y
de que si un hombre trabajaba intensamente tenía buenas
posibilidades no sólo de mejorar su situación sino de enriquecerse.
Después de la guerra civil se produjo la aplicación en gran escala a
los procesos agrícolas e industriales de numerosas invenciones. No
fue hasta la construcción del sistema nacional de ferrocarriles y la
introducción de la turbina de vapor en 1882 que el vapor alcanzó el
máximo de sus posibilidades en Estados Unidos. En 1880, Edison,
Wiliam Stanley y Charles Bush revolucionaron la vida del país con la
invención del dinamo. Elias Howe había inventado la máquina de coser
en 1846 pero fue Isaac Singer el que la popularizó después de 1860.
Eli Whitney había adaptado el principio de la estandarización y la
intercambiabilidad de las partes a la fabricación de armas de fuego
en 1798
pero su difusión a la manufactura en general no se produjo hasta que
los descubrimientos de Kelley, Holley y Bessamer hicieron posible la
Edad del Acero.
Entre 1870 y 1880, Stephen Field y Edison así como la firma alemana
Siemens estaban perfeccionando el primer ferrocarril eléctrico. En
10 años se tendieron 769 millas en EEUU. Luego, en rápida sucesión,
se inventaron el tranvía y el ferrocarril subterráneo, todos basados
en la dinamo. Esto aceleró enormemente el proceso de urbanización
del país. Otras formas de comunicación como el telégrafo, el
teléfono y el telégrafo inalámbrico ayudaron a revolucionar la vida
moderna. En 1884, Morse trasmitió el primer mensaje de Washington a
Baltimore. En 1856 se organizaba la Western Union Company y pronto
todo el país estuvo vinculado por una gran red telegráfica. En 1867,
Christopher Sholes inventó la máquina de escribir; James Ritty la
máquina contadora y Burroughs la sumadora. Ottmar Megenthaler
inventó el linotipo y este fue usado por primera vez en 1886 para
imprimir el New York Tribune. Otros inventos permitieron hacer hasta
240,000 periódicos de ocho páginas en una hora. A fines de 1860, D.
W. Davis inventó el carro refrigerado y cambió la dieta del pueblo
americano. Y en 1889 Edison inventó el bombillo incandescente y
pocos años después millones de hogares disfrutaban del milagro de la
luz eléctrica.
En los primeros 25 años del siglo XX, Henry Ford creó la era del
automóvil y en EE. UU. se aprobaron 969,428 patentes. ¿Y el ímpetu
creador no se ha detenido ni mucho menos, como comprobamos con el
ejemplo de Microsoft, Y Estados Unidos se ha hecho rico explotando
América Latina? Por favor, es ridículo.
Ahora bien, inevitablemente, la libertad individual implica la
desigualdad. No hay forma de eludir esto. No hay forma de eludir la
realidad de que todos somos profundamente diferentes. Desde muy
jóvenes, todos lo comprobamos en el terreno deportivo: algunos son
más rápidos, más fuertes y más
hábiles que nosotros. Y lo mismo sucede, por supuesto, en el terreno
intelectual. No es de extrañar, por consiguiente, que una sociedad
que haga énfasis en la libertad se caracterice igualmente por
grandes diferencias sociales.
Es cierto que algunas diferencias sociales son moralmente ofensivas.
Atletas o intelectuales excepcionales pueden verse marginalizados
por la pobreza. Es justo tratar de resolver estas situaciones. Ahora
bien, un paradójico producto de nuestra opulencia es que todo un
sector de la sociedad se ha ido convenciendo de que la riqueza es
natural y que toda desigualdad es inaceptable. Estos igualitarios
constantemente encuentran nuevas "víctimas'' que proteger y se han
ido haciendo cada vez más hostiles a nuestra sistema económico-social.
No sólo eso sino que tratan de transformarlo. Estados Unidos se ha
convertido en un sociedad profundamente dividida. Esto es sumamente
peligroso porque las diferencias sociales sólo pueden erradicarse
aumentando el poder represivo del estado y limitando las libertades
individuales, las mismas libertades que son la fuente última de
nuestra riqueza general.
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Septiembre 18,
2009 |
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