Adolfo Rivero Caro En el trasfondo de las discusiones sobre política exterior siempre podemos encontrar el choque de dos concepciones contrapuestas. Son las dos grandes corrientes de pensamiento en relación con la política internacional: la realista y la socialista. Su diferendo básico gira en torno a cuál debe ser la base fundamental de las relaciones internacionales, si el poder o los tratados. Los socialistas aspiran a un orden mundial que, al igual que la sociedad nacional, esté gobernado por leyes, por acuerdos entre los países. Un orden internacional que sea como una extensión del estado de derecho de cualquier país civilizado. De aquí que sean esencialmente multilateralistas. Los multilateralistas quieren un orden internacional que no esté basado en la soberanía y el poder, sino en la interdependencia y los acuerdos. A través del multilateralismo, el internacionalismo socialista busca trascender los estrechos intereses nacionales y, en última instancia, el estado nacional mismo. Después de todo, los socialistas siempre han considerado al estado nacional como el aparato represivo de una clase dominante explotadora (la burguesía) y su política exterior como la proyección internacional de su afán depredador. Este es el trasfondo teórico de la aversión socialista al estado nacional. Es por eso que acogen con regocijo la disminución de la soberanía como el camino idóneo hacia un sistema internacional regido por normas legales purificadas de egoísmos sectarios. Curiosamente, Europa practicó la multipolaridad durante siglos y la encontró inestable y sangrienta. Ahora ha renunciado a la multipolaridad para la región sólo para pretender establecerla a nivel mundial. La más poderosa de las soberanías nacionales, por supuesto, es la de la superpotencia americana. Es por eso que los internacionalistas socialistas se sienten tan terriblemente incómodos con el dominio americano. De aquí que sea imprescindible domesticar a Estados Unidos. Su proyecto es restringirlo mediante una vasta red de acuerdos, algo así como amarrar a Gulliver con miles de hilos que contengan su enorme poder. Esta visión del internacionalismo socialista, esta visión de un poder americano sólidamente amarrado y constreñido, es la visión dominante en Europa. También es la visión dominante dentro del Partido Demócrata y de gran parte de los diplomáticos profesionales de Estados Unidos. Hay que señalar, sin embargo, que esto es un fenómeno relativamente nuevo, posterior a la Guerra de Vietnam y lamentablemente desvinculado de las grandes tradiciones de Wilson, Roosevelt y Truman. En una época de peligros internacionales sin precedentes, el Partido Demócrata ha sido secuestrado por un ala izquierda ajena a los intereses nacionales, como han señalado con preocupación importantes dirigentes demócratas. Los realistas consideran esta visión socialista, internacionalista, como irremediablemente utópica. La historia de los tratados internacionales --desde los acuerdos de Oslo hasta los firmados con Corea del Norte en 1994, por sólo mencionar los más recientes-- constituyen una tóxica combinación de ingenuidad y cinismo. Los acuerdos entre amigos que puedan tener algún punto de desacuerdo son una cosa y los tratados entre enemigos irreconciliables son otra muy distinta. Estos últimos son peores que nada puesto que inspiran un falso sentimiento de seguridad. Baste recordar el Pacto de Munich. Para los realistas, el elemento básico de las relaciones internacionales --así como de la seguridad, la estabilidad y la paz-- es, y tiene que ser, el poder. Es el único lenguaje que entienden los bárbaros. Y los bárbaros, desgraciadamente, son la mayoría. Es por esto que es muy difícil que los realistas renuncien a la actual unipolaridad en aras de un supuesto globalismo. La retórica sobre el globalismo político pretende ocultar que en el mundo existen muy pocos estados de derecho. Es cierto que el desarrollo de la ciencia y las comunicaciones (un desarrollo que es producto exclusivo de la civilización occidental) ha estrechado mucho las relaciones comerciales entre los países, pero confundir este fenómeno con una mayor homogeneidad política entre los mismos es confundir deseos con realidades. Las diferencias entre Haití y la República Dominicana, pese a ser estados fronterizos, son simplemente abismales. Y ese tipo de diferencia es la regla, no la excepción. La joven estudiante americana que recorre el mundo con su lap top puede terminar como suculento almuerzo en muchas regiones de Africa o decapitada por infiel en el mundo árabe (por no hablar de otros destinos no menos siniestros) pese a estar convencida de que debe ser algún error porque ella sólo estaba recorriendo la aldea global. Estados Unidos no utiliza su poder para gobernar a otros pueblos. Estados Unidos ha estado 50 años en Europa y nunca ha pretendido gobernar a nadie. Estados Unidos no quiere ningún Reich de mil años, no quiere ningún hombre nuevo, no quiere rehacer ninguna naturaleza humana. Estados Unidos liberó a Kuwait y se marchó rápidamente (sólo se quedó una empresa para apagar los pozos petroleros incendiados por Saddam Hussein, no para quedarse con ellos). Eso no significa, por supuesto, que su historial sea perfecto. EEUU ha establecido alianzas con regímenes brutalmente autoritarios, pero esas alianzas han tenido, al menos, la justificación de haberse establecido para derrotar a un mal mayor (la amenaza mundial del comunismo) y de ser temporales (expiran con la emergencia). Tras la derrota de Hitler, se acabaron las buenas relaciones con Stalin; 40 años después, cuando la amenaza soviética retrocedió, EEUU le retiró el apoyo a esos dictadores. Lo hizo cuando desaparecieron las condiciones que habían justificado esas alianzas: la amenaza mundial del comunismo soviético y la aparición de alternativas democráticas a sus dictaduras. Estados Unidos no es ningún imperio, sino una república comercial. Quienes lo atacan y calumnian pretenden ignorar que es la democracia más antigua del mundo, con más de dos siglos de ininterrumpida transferencia pacífica del poder. Y una democracia no quiere colonias, sino vecinos prósperos. Es importante tomar conciencia de que en esta nueva época de infinito peligro, donde un maletín con una bomba nuclear pude vaporizar a Nueva York o Washington, el realismo de la política exterior americana es lo único que nos separa a todos de un Armagedón.
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