Adolfo Rivero Caro Ronald Reagan ha muerto y la disidencia cubana despide al más fiel de sus amigos. El calibre de un dirigente se mide por la magnitud de los problemas que tiene que enfrentar. Es por eso que Woodrow Wilson y F.D. Roosevelt están junto con Abraham Lincoln, que tuvo que afrontar el más difícil de todos los retos: la guerra civil norteamericana. Ronald Reagan pertenece a ese grupo selecto. Reagan llegó a la presidencia en medio de un profunda recesión económica. En 1979-80, la inflación llegaba al 12% anual y la tasa de interés al 21%, la más alta desde la Guerra de Secesión. El crecimiento estaba estancado y la productividad, disminuyendo. Reagan impulsó una vigorosa expansión económica que básicamente se ha prolongado hasta nuestros días. No sólo eso. El comunismo parecía una fuerza incontenible. Tras el bochorno de los rehenes norteamericanos en Irán, el prestigio internacional de Estados Unidos estaba en su punto más bajo. Reagan cambió radicalmente esa situación al conseguir, tras duros combates y en medio de una feroz oposición interna, el triunfo de EEUU en la guerra fría. El presidente número 40 de la nación era considerado por los ''liberales'' americanos como una amable nulidad. Era, en realidad, un hombre de férreos principios burlonamente indiferente a las opiniones de la intelectualidad y la gran prensa de Estados Unidos. Profundamente religioso, creía que Dios había hecho libres a los hombres, y que nadie podía quitarles ese derecho. La libertad era un bien sagrado por el que merecía la pena luchar, y morir. De ahí su irreductible oposición a considerar la existencia del campo socialista como parte del orden natural de las cosas. La opresión del hombre no podía formar parte de ese orden. El campo socialista era un ''imperio del mal'' y, por consiguiente, existía el imperativo moral de combatirlo. Su gobierno empezó una enérgica contraofensiva que, entre otras medidas, dio apoyo militar y material a los movimientos que estaban luchando contra las dictaduras sostenidas por los soviéticos. Tal fue el caso de las guerrillas anticomunistas en Afganistán, Camboya, Angola y Nicaragua. En 1983, tropas norteamericanas liberaron Granada, derrocando al gobierno marxista y propiciando elecciones libres. Para los cubanos, la primera demostración práctica de la nueva política de EEUU fue la creación de Radio y TV Martí. Por primera vez, gracias a Reagan, la oposición cubana dentro de la isla adquiría voz y podía hacerse escuchar. A mediados de 1985, tras la creación de Radio Martí, que se había vuelto enormemente popular, Ricardo Bofill le escribió al presidente Reagan, a nombre del Comité Cubano pro Derechos Humanos (CCPDH), felicitándolo por esa iniciativa. En la carta le decíamos que la dictadura de Fidel Castro formaba parte de lo que él había calificado como ''el imperio del mal''. Bofill le pidió que Estados Unidos llevara las denuncias de las violaciones de derechos humanos en Cuba ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra. Hasta ese momento, las violaciones de los derechos humanos de la dictadura castrista nunca habían sido escuchadas en Ginebra. Para enorme sorpresa de todos, un funcionario de la Sección de Intereses en La Habana le hizo llegar una respuesta de Reagan. El Presidente de EEUU reafirmaba personalmente su solidaridad con todos los que sufrían los efectos de la opresión comunista. Bofill hizo pública la carta, llevándola a las embajadas y agencias de prensa extranjeras en La Habana. Bofill fue a visitar la embajada de Francia en 1986 para denunciar el recrudecimiento de la represión pero, al ver que la seguridad había rodeado la embajada, decidió solicitar asilo político. Casi inmediatamente, toda el movimiento disidente de la isla fue a dar a Villa Marista. Es decir, Elizardo Sánchez, Enrique Hernández, Samuel Martínez Lara, Eddy López Castillo y yo. Seis (largos) meses después, la intervención personal del presidente Mitterand hizo posible que Bofill pudiera salir de la embajada francesa sin ser detenido. Y, por supuesto, pocos días más tarde, los restantes miembros del CCPDH pudimos salir de las tapiadas de Villa. No lo sabíamos entonces, pero empezaba un impetuoso crecimiento de la disidencia cubana, que no se ha detenido hasta el día de hoy. Recuerdo que cuando llegué a Altamira, el modesto bar restaurante que había frente a mi casa, el mulato cantinero me puso un trago, gratis y sin comentarios. Al poco rato vi pasar a Carlos Jesús Menéndez, el primer rostro amigo en seis meses. Poco después, nervioso y sin saber qué esperar, me fui a ver a Adriana. Aproximadamente por aquella época, Maureen, la hija de Reagan, había leído Contra toda esperanza, la formidable denuncia de Armando Valladares, y le había hablado a su padre sobre el impacto que le había hecho el libro. El Presidente se interesó en conocer a Valladares. La reunión se produjo y en 1987 el Presidente decidió nombrarlo embajador de EEUU ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Es obvio que el azar jugó un papel pero sin su interés personal por el caso cubano, el comentario de su hija hubiera podido pasar inadvertido. No fue así. Y el nombramiento de Valladares puso a un apasionado luchador anticastrista en el centro mismo de la lucha por los derechos humanos. En 1988, Valladares, como embajador de EEUU y esgrimiendo las denuncias que mandábamos de Cuba, hizo una enérgica condena de la situación de los derechos humanos en la isla, consiguiendo que se le pidiera al gobierno cubano recibir a una comisión especial para investigar la situación. La comisión, entre cuyos miembros había un embajador de la Bulgaria comunista, llegó a Cuba en septiembre de 1988. Hospedada en el Hotel Comodoro, recibió a 1,500 testigos, increíblemente movilizados por el CCPDH, que dejaron constancia, por escrito, de las violaciones a los derechos humanos en la isla. El impacto sobre la comisión fue abrumador. Sus miembros redactaron un informe de 400 páginas que Valladares presentó al año siguiente en Ginebra. Su resultado fue la primera condena al gobierno cubano por violación a los derechos humanos. Esas condenas han continuado hasta el día de hoy. En noviembre de 1988, a su llegada al exilio, Bofill fue invitado a la Casa Blanca para entrevistarse con el presidente Reagan. ''Una reunión inolvidable'', comentó. Cómo no lo iba a ser. El presidente Reagan será siempre un personaje inolvidable en la historia de la disidencia cubana.
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