Adolfo Rivero Caro El rechazo francés a la Constitución Europea ha suscitado excesivo espanto y alarma. No lo comprendo. Un duro revés para Chirac, Schroeder y Zapatero, tan ineptos y furiosamente antiamericanos, no puede ser una mala noticia. Al lamentar el rechazo francés, nuestro querido Mario Vargas Llosa cae en el tradicional error de considerar a la ilustración francesa como sinónimo de la Ilustración, olvidando, como nos lo recuerda Gertrude Himmelfarb en The Road to Modernity, the British, French and American Enlightenments, que hubo una ilustración británica --la de Adam Smith, el marqués de Shaftberry, John Wesley y tantos otros-- que fue mucho menos sangrienta y mucho más fecunda. Francia arrastra una herencia utopista, centralizadora y estatista que la ha hecho fácil víctima del virus socialista. El tema es importante para nosotros puesto que, lamentablemente, en nuestro crítico siglo XIX, la influencia francesa en América Latina fue mucho más importante que la británica. Los resultados están a la vista. Pedro Roig ha publicado un excelente ensayo sobre este tema en las páginas de opiniones de El Nuevo Herald [En nombre de la libertad, 20 de marzo de 2004]. Las elites europeas sienten un profundo desprecio por las opiniones de las masas. La verdadera fuerza dirigente de la UE es la Comisión Europea, que radica en Bruselas. Esa comisión, compuesta por burócratas de todos los países, es la que hace los tratados, redacta las leyes y orienta la política a seguir. ¡Esa comisión no es electa! Y, sin embargo, ¡puede imponer sus decisiones a todos los países de la UE! El Parlamento Europeo, que sí es electo (aunque sólo por el 23% de la población electoral en las últimas elecciones), no es ningún verdadero parlamento puesto que no legisla. Su papel es simplemente consultivo. La Unión Europea es el sueño de los socialistas hecho realidad. Un grupo de intelectuales y burócratas con capacidad para imponerle su pensamiento ''políticamente correcto'' a las masas. Es por eso, dicho sea de paso, que el problema de los jueces es tan importante para los liberales americanos. Los jueces les son absolutamente imprescindibles porque son funcionarios no electos e inamovibles cuyas arbitrarias interpretaciones les permiten imponerle al pueblo americano ideas y criterios que la mayoría del electorado rechaza y que, por consiguiente, el Congreso nunca trataría de convertir en leyes. El electorado controla a los funcionarios electos y es por eso que, en una democracia, el pueblo gobierna. Si queremos que los socialistas no nos impongan sus ideas y su estilo de vida tenemos que impedir que funcionarios no electos se arroguen potestades y poderes que el pueblo no les ha dado. Es preocupante que en el mundo occidental, organizaciones no gubernamentales que carecen de toda representación popular estén jugando un papel cada vez más importante a la hora de decidir cómo vive la gente. Todas ellas, por cierto comparten las mismas ideas socialistas. En Europa, ''ganancia'' y ''competencia'' y ''el modelo anglosajón'' se han convertido en malas palabras. Los resultados están a la vista. Las economías que no crecen son incapaces de absorber a los jóvenes que ingresan en la fuerza laboral. En Francia hay un desempleo de más del 10 por ciento. En Alemania, es del 12 por ciento. En estas condiciones económicas, los inmigrantes musulmanes no pueden asimilarse y se mantienen como un bloque alienado y hostil al resto de la sociedad. Sin embargo, cualquiera que cuestione la masiva inmigración musulmana es automáticamente acusado de ''racista''. ¿Cómo extrañarnos de que haya un enorme malestar y que los franceses hayan rechazado ese status quo? Aquí en Estados Unidos conocemos bien esas pretensiones a un igualitarismo dogmático. Y conocemos su método de chantajear con acusaciones de ''racista'', ''machista'' y ''homofobo''. Es toda una industria. Jesse Jackson se ha hecho millonario explotando a las corporaciones con el chantaje racista. La gran historia europea de éxito reciente se ha producido en Irlanda, donde una política enérgicamente liberal ha tenido un éxito espectacular, sacando al país de su tradicional pobreza. En Bruselas, sin embargo, hay gran irritación contra las naciones que pretendan bajar los impuestos para estimular la economía. Hasta ahora, la unidad europea ha sido socialista, empobrecedora y reaccionaria. No es de extrañar que franceses y holandeses la hayan rechazado. Han hecho bien, el sueño socialista siempre termina en pesadilla.
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