El paquete de
Obama
Adolfo Rivero Caro
No he querido hacer comentarios sobre la
presidencia de Obama porque me ha parecido necesario darle un mínimo
de tiempo para que organizara y definiera su gobierno. Aunque
sugerente y premonitorio, no he querido referirme a que tantas de
sus proposiciones para el gabinete fueran inaceptables para un
Congreso demócrata por ser obviamente corruptas. Algo ciertamente
poco habitual en nuevos gobiernos. En fin, ahora Obama ha definido
su política, ha sometido su presupuesto y ha puesto en acción a su
secretaria de Estado. Es hora de hacer algunas observaciones.
Que en mis críticas a la candidatura de Obama lo definiera como
socialista, provocó verdaderos arrebatos de cólera. Ahora hemos
visto, sin embargo, que nada menos que la portada de la revista
Newsweek proclamaba jubilosamente, ¡Ahora todos somos socialistas!
¿Fue ofensivo entonces que yo definiera a Obama como tal? ¿O lo
realmente ofensivo fue que algunos pretendieran coartar mis
opiniones?
Barack Obama no tenía ningún mérito para ser presidente de Estados
Unidos. Llegó al cargo porque la desesperación provocada por una
recesión impulsó a millones de personas a buscar una solución
mágica, y él supo presentarse precisamente como el mago que iba a
inaugurar una nueva época en la política americana. Fue por eso que
mientras más ambiciosas, y vagas, fueran sus promesas, más atractivo
resultaba. Se presentó como un Mesías y millones de personas lo
aceptaron como tal. Para grandes masas, la confianza en Obama no se
basa en un cálculo racional, sino en un acto de fe. Es por eso que
criticarlo es tan difícil. Cualquier crítica racional se estrella
contra la fe. Confío, sin embargo, en que Obama no es un líder
espiritual, sino un político, y en que, más tarde o más temprano, la
mayoría de sus seguidores terminarán juzgándolo por sus resultados
prácticos y no por sus promesas.
Ahora tenemos a un presidente, con un Congreso de su propio partido,
decidido a transformar nuestro país. No a ayudarlo a salir de una
recesión como otras muchas, sino a transformarlo radicalmente. A la
hora de las decisiones prácticas, no hay nada mágico. Es
simplemente, la vieja batalla entre los defensores del sistema de
libre empresa, que ha hecho de nuestro país el más libre y próspero
del mundo, y sus críticos, los que aprovechan las dificultades que
imponen los ciclos económicos para defender una economía estatizada,
como la que domina en Europa. Que Europa tenga un mínimo crecimiento
económico y que eso haya significado una masa siempre creciente de
inmigrantes de una cultura hostil, y una bomba de tiempo social, no
parece importarles a nuestros admiradores del estado de bienestar
social europeo.
Es cierto, como dice Fidel Castro, que una economía estatizada es
relativamente indiferente a las recesiones del mundo capitalista. Es
por eso que la nomenklatura cubana se jacta de no tenerle miedo a
ninguna recesión. ¿Por qué habrían de tenerlo? La depresión del
nivel de vida no significa nada para ellos. Es la situación normal
de las masas. El socialismo es la depresión permanente. Ahora, sin
embargo, un candidato de la extrema izquierda ha llegado a la
presidencia de EEUU. Es, sin duda, un enorme peligro para nuestro
país y para el mundo. Nunca hubiera sucedido sin una coyuntura
extraordinaria y sin un líder carismático que, además, es negro, por
lo que criticarlo puede interpretarse como un escondido racismo.
En la gran prensa americana ha habido una gran discusión sobre si es
patriótico desear el fracaso de Obama. La gran prensa liberal
americana quiere identificar a Obama con la lucha por salir de la
recesión. Eso es absurdo. Los que nos hemos opuesto a Obama, lo hemos
hecho porque estábamos seguros de que sus políticas económicas no
iban a ayudar, sino que, muy por el contrario, iban a dificultar
salir de la recesión y recuperar nuestro papel como el líder
económico del mundo occidental. No me alegro de que su política
fracase, simplemente encuentro lógico que lo haga. Su fracaso,
lamentablemente, sólo va a confirmar nuestras opiniones.
Obama quiere aprovechar la desesperación popular para realizar una
profunda reorganización de la sociedad americana, algo que ésta
nunca hubiera permitido de otra forma. Su jefe de despacho, Rahm
Emanuel, lo ha revelado al decir que ellos no debían de
desaprovechar una crisis, es decir, que no debían de desperdiciar
una oportunidad para hacer cosas que no hubieran podido hacer de
otra manera. Es por eso que tienen que actuar con semejante
apresuramiento y aprobar un proyecto de ley de mil páginas, el
supuesto paquete de estímulo económico, que ningún legislador pudo
leer y que está lleno de medidas que no tienen nada que ver con
ningún estímulo económico y que sólo benefician a un puñado de
legisladores demócratas.
La realidad es que el gobierno de Obama heredó una difícil situación
económico y que sus proposiciones sólo han conseguido agravarla. La
economía no ha sufrido ningún nuevo impacto en estos últimos meses.
Lo que ha impactado negativamente al mercado ha sido la política del
nuevo gobierno. La gran mayoría del paquete de estímulo no está
destinada a obras públicas, sino a programas sociales. El anuncio de
su presupuesto, por otra parte, ha deprimido severamente la bolsa de
valores. Muchas gente se deja engañar por la demagogia populista.
Cuando Obama anuncia, por ejemplo, que sólo les va a subir los
impuestos a los ''ricos'', a los que ganen más de $250,000
dólares al año, millones
de personas tienden a estar de acuerdo. No se dan cuenta de que esos
''ricos'' no son, sino los empresarios, los empleadores, incluyendo a
los pequeños empresarios.
Por otra parte, todos vamos a ser
recargados con nuevos impuestos, como explicaremos en otras
columnas. Esos nuevos impuestos y esas nuevas regulaciones no van a
ayudarnos a salir de la recesión, sino todo lo contrario. Millones
de accionistas lo comprenden. Infortunadamente, no hay ninguna razón
para el optimismo.
Marzo,
2009 |
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