Primer aniversarioAdolfo Rivero Caro
Eran las nueve de la mañana e iba por un pasillo de los estudios de Radio y TV Martí. Quería discutir la situación de Venezuela en el programa de actualidad internacional, pero todavía no había visto a Pablo Alfonso, su moderador. El cordial puertorriqueño que me escoltaba comentó: ''Chocó un avión contra una de las torres del World Trade Center''. Inmediatamente recordé al joven americano que había aterrizado una avioneta en la Plaza Roja de Moscú. ''No me explico esto en Nueva York'', le dije. Acabábamos de entrar en el gran salón central y me detuve frente a uno de los monitores. Estaba centrado en las torres. Un americano estaba sentado al lado escribiendo en su computadora. ''It's odd, you know'', le comentaba a un amigo que estaba de pie, a su lado. Súbitamente, un avión apareció por una esquina del televisor. Trazó un lento semicírculo en el aire y desapareció en la otra torre. Un penacho de humo apareció en la pantalla. ''My God!'', dijo el americano, ''it's the other building!'' Ese es mi recuerdo personal del 11 de septiembre del 2001. Ahora nos acercamos al primer aniversario de aquel día terrible. Una vez más hemos podido comprobar que el país está profundamente dividido. Hay una mayoría que lo ama y está dispuesto a defenderlo y una (poderosa) minoría intelectual que lo odia y quisiera verlo desaparecer. Inmediatamente después del 11 de septiembre, Gore Vidal dijo que ''Estados Unidos es el sistema político más corrupto de la tierra'' y que Bin Laden simplemente estaba ''respondiendo a la política exterior norteamericana''. Noam Chomsky afirmó que ''los Estados Unidos han matado a miles de civiles inocentes en Somalia, Sudán y Nicaragua'' --acciones mucho más ''devastadoras'' que los ataques del 11 de septiembre-- y que ahora estaba tratando de ''destruir'' al famélico Afganistán. Oliver Stone calificó los ataques del 11 de septiembre de ''rebelión'' y comparó a los palestinos bailando en las calles al conocer la noticia del ataque con las manifestaciones de regocijo popular cuando la revolución francesa. Es bueno recordar todo esto porque es hora de tomar partido. En esta nueva época en la historia de Estados Unidos y del mundo, el gobierno de Bush ha conseguido varios éxitos importantes, el principal de los cuales probablemente sea haber podido impedir más ataques. Creo que nadie podrá afirmar que la amenaza de los terroristas era absurda o exagerada. Constantemente están reafirmando su voluntad de destruir a Estados Unidos. Aunque casi nadie lo reconoce, el mérito principal debe recaer sobre el máximo responsable de la seguridad nacional por debajo del presidente: el vilipendiado secretario de Justicia John Ashcroft. Su éxito, sin embargo, es menospreciado porque es invisible. Pero es bueno recordar que eso es exactamente lo que queremos: que no pase nada. Estados Unidos, como lo demostró el 11 de septiembre, es vulnerable. Pero el 11 de septiembre no fue un ataque nuclear ni químico ni bacteriológico. ¿Qué actitud tomar entonces ante países, llenos de odio a Estados Unidos, que están desarrollando esas armas de exterminio masivo? Es evidente que hay que impedir a toda costa un ataque de este tipo. Ahora bien, dada la capacidad de represalia de Estados Unidos, es prácticamente seguro que ningún estado lo va a hacer abierta y directamente. Lo más probable es que se limiten a servir de apoyo y refugio a los grupos encargados de ejecutar las acciones terroristas. Esos grupos son mucho más difíciles de localizar y destruir. Eso fue lo que sucedió el 11 de septiembre, y eso es lo que pudiera volver a suceder. Quizás Osama bin Laden esté vivo, pero ya no tiene ningún santuario en Afganistán. Y, pese a todas las amenazas, no ha habido ningún nuevo ataque terrorista. La guerra, por consiguiente, está teniendo éxito. Al calor de esta guerra singular, la administración ha ido adoptando un enfoque profundamente novedoso en relación con el Medio Oriente: considera imposible resolver el conflicto entre israelíes y palestinos a no ser que haya un cambio radical en la correlación de fuerzas en el área. En efecto, nunca podrá haber paz en la zona mientras Irak e Irán, países petroleros con vastos recursos financieros, estén dando protección y apoyo logístico a los terroristas dedicados a la destrucción de Israel. Siria, en menor escala, juega un papel similar. La guerra contra el terrorismo carece de sentido si se permite la existencia de estados que les sirvan de santuario a los terroristas. Afganistán ha sido un primer paso. Pero sólo eso. Es cierto que Arabia Saudita es un estado profundamente corrompido y reaccionario, pero Estados Unidos tuvo que hacerse aliado de la Unión Soviética en la guerra contra la Alemania nazi y el imperialismo japonés. En una guerra difícil, cualquier apoyo es mejor que ninguno. Un cambio democrático en Irak y/o Irán inevitablemente tendrá efectos liberadores sobre los demás países del área. El país está dividido, como lo demuestra la implacable campaña contra cualquier ataque a Irak. ¿Junto a quiénes vamos a estar? O estamos con Estados Unidos y su gobierno en la guerra contra el terrorismo, lo que implica apoyar la esencia de su política, o estamos en contra. Esto tiene una especial importancia para los latinoamericanos. Es la importancia del precedente. Mientras se permita que los terroristas controlen media Colombia y tengan un santuario en Cuba, nunca se podrá terminar con el terrorismo en el continente. Los cubanoamericanos somos firmes defensores de este país y de lo que representa. Ciertamente que está lejos de ser perfecto, pero es el baluarte de la libertad y el progreso en el mundo. Estamos tan orgullosos de él como de haber nacido en una isla infeliz a 90 millas de distancia.
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