Adolfo Rivero Caro Ver Caracas es comprender muchas cosas. Es probable que la familiaridad con el paisaje embote en los caraqueños el impacto sensorial que la ciudad tiene en los que la visitan por primera vez. En medio de un valle rodeado de cerros es maravilloso ver como las nubes se deshilachan en sus cumbres y sobrecogedor ver sus laderas cubiertas de villas miseria. Ocasionalmente, por sobre las mismas, se levantan lujosos y espectaculares hoteles. Para los caraqueños, es natural. A mí me asustó. Como testigo del referendo, visitamos barrios de mayoría oposicionista y barrios de mayoría chavista. Lo primero que me impresionó fue lo masivo de la participación popular. La había donde dominaba el sí y donde dominaba el no. En el delicioso clima de Caracas, el proceso se desarrollo con una casi perfecta calma. En los centros de votación, los militares se comportaron eficientes y respetuosos. Con el pasar de las horas y la agobiante lentitud de la votación, también se hizo evidente una férrea determinación de votar. Donde dominaba el sí y donde dominaba el no. El entusiasmo de los que apoyaban la revocación de Chávez era palpable y contagioso. Estaban seguros de que iban a poder desembarazarse de un hombre que aspira a dictador de Venezuela y que ha empobrecido al país. Estaban seguros de que iban a ser una mayoría aplastante. Yo también lo creía. A pesar de los cerros que tenía delante, y del chavismo de los taxistas. Venezuela tiene una elite empresarial y una extensa y maravillosa clase media. Lo que justifica lo de maravilloso es la espectacular belleza de las mujeres, la varidad y riqueza de los medios de comunicación, lo extenso y cultivado de su intelectualidad. Como en todos los países, esta clase media le da a la nación su rostro visible, su perfil propio, su personalidad distintiva. La fotografía de sus personalidades son las que salen en los periódicos, sus opiniones son las que reflejan los medios de comunicación. Dentro de esta clase social, los que aspiraban a revocar a Chávez constituían una mayoría aplastante. Mi error como analista fue identificarme psicológicamente con esa maravillosa clase media. Es natural: es mi clase social y constituye mi universo. La mayoría de la gente de los cerros no lee periódicos porque no sabe leer. No se expresa bien, es intelectualmente simple y, en ocasiones, primitiva. Yo opino sobre ellos con afecto, pero desde lejos. El problema, el enorme problema, es que la clase media es sólo una parte de Venezuela. Y no es la mayoría. Esa mayoría no se ha empobrecido porque ya era miserable. Ahora hay un gobierno que le ha dado algunos servicios importantes, en salud pública, en educación. Más importante aún, ha conseguido hacerla sentir, por primera vez, parte importante de la sociedad. La oposición no ha conseguido ganarla todavía, pero, mientras haya democracia, es posible hacerlo. En la madrugada del 16 de agosto, tuve la absoluta convicción de que se había cometido un gigantesco fraude. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que esas cifras eran exactas, pero a la inversa. Ahora bien, ya en Caracas, ¿de dónde sacaba yo esa convicción? ¿De las encuestas a pie de urna (exit polls) en las que 40% de los encuestados no quiso responder y que cerraron a las 4 p.m.? Obviamente, eso no es suficiente, está muy lejos de ser suficiente. El Centro Carter ha supervisado unas 60 elecciones y sólo lo llaman para supervisar elecciones conflictivas. Sus cifras independientes coincidieron básicamente con las del CNE. No se puede acusar a Carter de fraude. Mis lectores conocen mis agrias opiniones sobre el ex presidente y sobre Gaviria, pero jamás podré estar de acuerdo en cuestionar su integridad moral. No lo creo y, por consiguiente, no lo puedo decir. La pasión es útil cuando defiende la verdad, pero destructiva y hasta suicida cuando defiende esquemas falsos. En respuesta a legítimas preocupaciones de la oposición, el Centro Carter ha estado de acuerdo en una auditoría. Ojalá surjan prueba de fraude. Me temo que va a confirmar los resultados, y que la oposición los va a rechazar. No cuesta trabajo comprender su angustia, pero es imprescindible mantener la serenidad. Chávez tiene una oposición que, hoy por hoy, es claramente masiva aunque todavía no sea mayoritaria. Esto se sabe en Venezuela y en el mundo entero. El esquema chavista de una enorme masa popular contra una minúscula oligarquía carece de credibilidad. Ahora bien, si Chávez ganó las elecciones como consideraron los observadores del Centro Carter y la OEA, ¿a dónde nos lleva afirmar que se trató de un gigantesco fraude? De entrada, la oposición venezolana va a perder credibilidad ante la opinión internacional. ¿Cómo es posible creer que se realizó un gigantesco fraude en un país de importancia estratégica mundial y en presencia de observadores internacionales? Cuando el gobierno americano convalida la decisión de Carter, ¿acaso es posible considerarlo también como cómplice del fraude? ¿Acaso no ha sido pública y notoria la simpatía del gobierno de Bush por la oposición? ¿Acaso no ha sido esto un caballo de batalla de Chávez? ¿Será acaso porque está protegiendo sus intereses petroleros? Considerar al gobierno americano como un títere de las grandes corporaciones ha sido una vieja y exitosa patraña comunista. Es muy poco serio sacarla a relucir. Chávez ha tenido la estupidez de amenazar a EEUU con interrumpirle el suministro petrolero? ¿No es lógico pensar que EEUU se sentiría mucho más seguro con la oposición en el poder? ¿Y que estaría más seguro con los expertos de PDVSA, que Chávez expulsó, a cargo de la producción petrolera? No, en aras un antiamericanismo aberrante y que en la oposición es sencillamente suicida ahora hay que pensar, contra toda evidencia, que Fidel Castro, George W. Bush y la mayor parte del mundo están conspirando para establecer una dictadura comunista en Venezuela. Esto sólo sirve como guión de una película de acción. Es absurdo. Es la mejor fórmula para desprestigiar y aislar a la oposición venezolana. Estamos en una situación sumamente desfavorable, pero muy lejos de estar perdida. Ahora bien, sólo podemos elaborar una estrategia correcta partiendo de la realidad. Por desagradable que sea. Me duele la posibilidad de perder amigos venezolanos, pero sólo puedo ayudarlos diciéndoles lo que pienso. Al precio que sea.
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