En defensa del neoliberalismo |
Castro y 'Nuremberg'Adolfo Rivero Recientemente vi una película, hecha para la televisión, sobre el famoso juicio de Nuremberg a los criminales de guerra nazis. Me impresionó su guión singularmente fresco y original. En Nuremberg se rompe el estereotipo de los nazis reducidos a una pandilla de facinerosos. Herman Goering, por ejemplo, es presentando como el hombre inteligente, carismático y de gran valor personal que realmente fue. Una personalidad imponente, capaz de seducir a los jóvenes oficiales norteamericanos que le sirven de carceleros. En el juicio, toma su propia defensa y habla de su apasionado amor por Alemania, de cómo el III Reich había acabado con el desempleo y revitalizado el orgullo nacional, lacerado por el Tratado de Versailles. Desafía a sus jueces y reitera su fidelidad de viejo soldado. Goering puede ser derrotado intelectualmente y lo es, en efecto, pero no es tarea fácil. Hay que poder rebatir todo el peso de sus argumentos y no una simple caricatura de los mismos. La película me hizo reflexionar sobre un fenómeno que me preocupa desde hace tiempo: la demonización del comunismo y de Fidel Castro. En nuestra comunidad cubanoamericana no hay espacio para la mal disimulada simpatía de los liberales americanos o de sus colegas socialistas en el mundo entero. Nuestro rechazo a Castro y al comunismo es tajante y ríspido. Se apoya, por supuesto, en una abrumadora experiencia histórica. Sin embargo, afirmar que el gobierno no ha hecho absolutamente nada por la poblacion sólo consigue presentar una caricatura de la realidad cubana. Esto no tiene mayor importancia cuando discutimos entre nosotros, pero se convierte en una debilidad cuando tenemos que tratar con un público que no tiene nuestras experiencias y cuyo alimento intelectual es la prensa liberal americana. Es fácil burlarse de Hitler o de Goering cuando éstos no pueden defenderse, pero cuando se les da esa posibilidad, aun derrotados, la cosa es bien distinta --como nos lo recuerda muy bien esta película. Y el problema, precisamente, es que nuestro Hitler no sólo está vivo, sino que está en el poder. Esto significa no sólo que puede defenderse a cabalidad, sino que, en muchos sentidos, tiene ventaja sobre sus opositores. Una declaración de Fidel Castro tiene una repercusión mundial inalcanzable para ninguna figura de la oposición. Tenemos que reflexionar sobre si nuestro rechazo al comunismo y a Castro no toma, con demasiada frecuencia, una forma maniquea que no apunta a convencer a un público mal informado, sino a desquitarse retóricamente de un enemigo que no hemos podido vencer. No puede negarse que Hitler terminó con el desempleo, hizo autopistas y levantó la moral del pueblo alemán antes de convertirse en una conquistador militar exitoso. Hitler y el nazismo fueron inmensamente populares. Basta con ver los viejos documentales y recordar lo insignificante de la oposición. No hay por qué negar esa popularidad ni las razones que la hicieron posible. Lo que hay que explicar es por qué, pese a cualquier éxito parcial, su programa conducía necesariamente a la dictadura, la represión, la guerra y la derrota. Sabemos que el comunismo no funciona, pero eso no basta. Tenemos que determinar por qué el comunismo trata de conquistar prosperidad, justicia social y una forma superior de democracia y sólo consigue miseria, represión y una forma superior de dictadura. Mis lectores estarán de acuerdo conmigo en que, en este terreno, nos queda mucho por hacer. Entre nosotros no hay una sola fundación destinada al estudio teórico del comunismo y su variante cubana. A lo más que llegamos es a decir que el comunismo ``es muy bonito en teoría''. Hace falta más. Es cierto que las llamadas ``conquistas sociales'' de la revolución cubana, por ejemplo, son las mismas que había en la URSS y demás países socialistas: servicios desgastados por la ineficiencia burocrática, la incuria y la corrupción, de un carácter más feudal que moderno, y que exigen a cambio la renuncia a esa libertad de producir y de elegir que constituye una democracia moderna. Esos servicios, sin embargo, constituyen importantes resguardos que protegen a las masas de las tensiones y zozobras de la vida. El anhelo popular de seguridad que propulsa todo el ideario socialista conduce a una progresiva pérdida de libertad. Y, en primer lugar, de la libertad de producir y de enriquecerse con el libre comercio. Porque todo servicio social cuesta, y alguien tiene que pagarlo. Y que esos recursos sólo pueden conseguirse quitándoles parte de sus ganancias a las empresas mediante impuestos. O quitándoselo todo, según la fórmula comunista, y que el estado sustituya a la libre empresa. Estos problemas siguen palpitantes entre nosotros. En nuestro preocupación por garantizar la mayor seguridad posible, muchas veces olvidamos que antes de distribuir la riqueza hay que crearla y que al mermar la libertad de las empresas estamos desestimulando su creación. Y reduciendo, por consiguiente, los recursos disponibles. Anhelamos la seguridad, pero sólo la libertad es productiva. Esa es la contradicción en que vivimos. Nos enfrentamos a problemas complejos. La lección de Nuremberg es
que hasta para poder condenar a los nazis hacen falta seriedad y rigor.
Y no podemos olvidar que Hitler se tuvo que suicidar y que el nazismo
tuvo su juicio de Nuremberg, pero que Castro está vivo y que el
comunismo no ha sido juzgado todavía. |