En defensa del neoliberalismo
 

La provocación de Nostradamus

 

Adolfo Rivero Caro

Algunos amigos me quieren convencer de que el infortunado incidente de la embajada de México fue una provocación de Fidel Castro para desprestigiar a Jorge Castañeda. Es una hipótesis interesante, aunque a mí me parecería más probable que el incidente hubiera sido profetizado por Nostradamus. Después de todo, ¿por qué tiene que ser una provocación que algunos cubanos traten de escapar de Cuba entrando por la fuerza en una embajada? En las dictaduras comunistas, los incidentes en embajadas han sido relativamente frecuentes. El 29 de julio de 1989, por ejemplo, un centenar de turistas de la Alemania del este tomaba por asalto la embajada de la RFA en Budapest. Alguien hubiera podido suponer que allí había infiltrados de la Stasi. A lo mejor los había. No tiene mayor importancia. Cualquier intento de asilo en una embajada en La Habana representa una profunda verdad: la desesperación del pueblo cubano. Era verdad en 1980 cuando los sucesos de la embajada del Perú, y lo sigue siendo hoy, más de 20 años después. Por consiguiente, como cuestión de principio, el tratamiento de cualquier incidente de ese tipo debe partir de un espíritu de solidaridad y no de suspicacia.

Sin duda Fidel Castro tiene muchas capacidades, pero no es telépata. No creo que pueda haber previsto la lamentable reacción del ministro de Relaciones Exteriores de México. De ser cierto que organizó una provocación, no fue una genialidad, sino un disparate. Castañeda pudo haber aprovechado fácilmente el incidente a favor de la causa de la libertad, y del prestigio de México. Sólo hubiera tenido que decir que comprendía la desesperación de los cubanos por emigrar, pero que tenía que condenar un método inaceptable. Nadie tiene derecho a entrar en otro país por la fuerza. La generosidad es una virtud, no una obligación. Hubiera podido condenar el incidente y ser solidario con la realidad que refleja. Eso fue lo que hizo el Departamento de Estado. ¿Por qué no pudo hacerlo el ministro mexicano? Eso es lo que desconcierta a sus amigos y lo que constituye el centro de la cuestión.

Como saben mis lectores, nunca he sido un simpatizante del personaje. No me sorprende que Castañeda no haya sabido aprovechar esta brillante oportunidad. ¿Cómo podría haberlo hecho si nunca se ha desembarazado de su viejo antiamericanismo? En el colapso de la URSS y el campo socialista no vio una victoria, sino una derrota, que demandaba un cambio de estrategia. Ahora, en el intento de asilo de unos cubanos, no ve un rechazo a la dictadura comunista, sino un complot reaccionario. Considera parte de ese complot a Radio Martí sin tomar en cuenta que es una emisora oficial del gobierno americano (que sólo reprodujo sus propias declaraciones en su propia voz), o quizás tomándolo en cuenta, que es peor todavía. La desagradable estridencia de cierto anticastrismo miamense le parece equivalente a la intolerancia totalitaria. Es un hermano espiritual de los ''liberales'' americanos que no perciben diferencias entre las histerias verbales del senador McCarthy (que esencialmente tenía razón) y los millones de asesinatos cometidos por Stalin. Es de lo que abominan a Pinochet, pero creen que a Beria le interesaba la justicia social. En esas condiciones, ¿qué puede convertir a Jorge Castañeda en un archienemigo de Fidel Castro sino los caprichos seniles del dictador cubano? ¿No podría Fox encontrar en México a un ministro de Relaciones Exteriores más ideológicamente identificado con la guerra mundial contra el terrorismo? Por supuesto que sí. Estamos hablando de México, no de Corea del Norte. Pero entonces, ¿qué podría ganar Castro con su desprestigio y sustitución?

Y, por favor, que no me hablen de reuniones con los disidentes. Algunos gestos no definen una política. Una política significa continuidad y coherencia. Y la continuidad y la coherencia la da el funcionario encargado de aplicarla todos los días. Ahora bien, el funcionario encargado de aplicar la política de México en La Habana es Ricardo Pascoe, un estridente admirador de Fidel Castro. Sus primeras declaraciones fueron que las puertas de la embajada de México estaban cerradas para los disidentes cubanos. Inclusive después del 11 de septiembre, y de la nueva época que significaba la guerra mundial contra el terrorismo, México ha mantenido como su representante en La Habana a un fervoroso simpatizante de uno de los patriarcas del terrorismo mundial. Y que no me hablen de la independencia de México. Sobran las ocasiones para afirmar esa independencia y para discrepar, con razón, de la política estadounidense: de su falta de interés en América Latina y de su estrecho proteccionismo, pongamos por ejemplo.

Afines de este mes, el presidente americano se va a reunir con Fox en la reunión de Naciones Unidas en Monterrey. Bush, por supuesto, elogiará al presidente mexicano y le restará importancia a este último incidente. Pero ¿qué se conversará a puertas cerradas en los más altos niveles del gobierno americano? Después de todo, no puede haber habido un contraste público más tajante entre las declaraciones de Castañeda y las del Departamento de Estado. ¿Es así como México aspira a forjar una sólida alianza con Estados Unidos? ¿Es así como piensa convertirse en una decisiva fuerza regional? Lo lamento, pero no lo creo posible. Al menos no con esas ideas, y con esos hombres. En fin, yo, por mi parte, pienso dejar de consumir guacamole. Tequila no. El tequila no es de México, sino del mundo.