En defensa del neoliberalismo
 

Mejores banderas

 

Adolfo Rivero Caro

En estos días se conmemora un aniversario más de la muerte de Martin Luther King. Los fundadores del movimiento de derechos humanos en Cuba, que iniciaron su labor mucho antes del derrumbe del campo socialista, tomaron a Luther King y a Mahatma Gandhi como sus figuras inspiradoras y emblemáticas. Pretendían con ello transmitir el mensaje de que el fracaso de la lucha armada contra la dictadura cubana no significaba que toda lucha fuera imposible. Formas de lucha no violenta habían conseguido notables éxitos políticos en otras partes del mundo. Martin Luther King y Mahatma Gahndi parecían entonces sus mejores ejemplos.

En el ambiente internacional de los años 60, en medio de lo que parecía ser el avance incontenible del anticapitalismo, la aniquilación de la oposición armada había dejado establecido en la mentalidad popular que oponerse a la dictadura castrista era una empresa suicida, sólo apta para definidas vocaciones de martirologio.

De aquí que los fundadores de la disidencia trataran de establecer otro modelo de lucha, básicamente pacífico e inclusive, en cierta medida, antiheroico. Uno podía jugar un papel destacado hoy, y retirarse mañana a una labor más discreta, o a ninguna. Hoy se podía estar en la primera trinchera del combate y mañana optar por el exilio. Era el indiscutible derecho de cada quien, y una forma de ampliar el espectro de los potenciales opositores. Los héroes, por otra parte, siempre están ahí.

Ese tema antiheroico, sin embargo, también tenía un objetivo más amplio. Los hábitos guerreros de la violencia, reforzados por la vieja cultura española de la arbitrariedad, habían demostrado ser un persistente obstáculo para la consolidación de nuestra vida republicana. En la vieja cultura española, sin embargo, también había una valiosa tradición de civilismo que era imperativo rescatar. Junto a la España de Weyler, insistía Ricardo Bofill, coexistía la España de Capdevila. Los estudiantes de medicina habían sido asesinados por turbas, pero declarados inocentes por los tribunales. Junto a la violencia, ese civilismo también recorre toda nuestra historia republicana.

Se trataba, por consiguiente, de alentar otro tipo de valor, el valor moral. Si existe el valor que desafía las balas, también existe el valor de decir que no. Esto puede parecer poco realista. No lo es tanto. El colapso de mundo comunista fue fundamentalmente interno. La existencia de una disidencia visible fue, para la nomenklatura, el testimonio de una formidable, aunque silenciosa, oposición de masas que el fracaso mundial de las ideas de izquierda había hecho súbitamente posible. La simple existencia de la disidencia fue un factor fundamental para que la nomenklatura tomara conciencia de la bancarrota de la ideología marxista y de su desoladora impopularidad. Esa convicción resultó profundamente desmoralizante. Cuando la disidencia pudo provocar un movimiento nacional de masas, la nomenklatura prefirió renunciar al poder antes de abatir a la oposición a sangre y fuego.

Ahora bien, tras el derrumbe del campo socialista, ¿son realmete Martin Luther King y Mahatma Gandhi los mejores modelos políticos para la oposición en Cuba? No lo creo. En primer lugar, desarrollaron sus respectivos movimientos porque estuvieron protegidos por viejas tradiciones democráticas. Ninguno de los dos les hubiera durado mucho a Stalin, Mao, Ho-Chi- Minh, Pol Pot u otros asesinos de masas. Por otra parte, el nombre y las ideas de Luther King han sido usurpados por izquierdistas resentidos, profundamente antiamericanos y simpatizantes de Fidel Castro. Luther King dijo soñar con una época en que los hombres fueran valorados por el contenido de su carácter y no por el color de su piel. Sus herederos nos quieren obligar a tomar en cuenta el color de la piel por encima de toda otra consideración. Son ellos los que toman nombres africanos, adoptan la religión musulmana o el invento del Kwanza y hasta se visten al estilo de Nigeria como formas de manifestar su antiamericanismo. Son ellos los que rechazan la integración de los negros en el pueblo americano y atizan constantemente los odios raciales. En esas condiciones, me parece un error levantar la figura de Martin Luther King como emblema de la disidencia cubana. Es, sin duda, una figura extraordinaria, pero desgraciadamente secuestrada por nuestros enemigos. Esto no significa que no debamos acercarnos a los negros conservadores y, más importante todavía, darles más ayuda a los nuestros, casi invisibles en nuestra comunidad. Los hechos valen más que las palabras.

Con Mahatma Gandhi sucede algo similar. Durante 40 años la India jugó un importante papel en el movimiento de los países no alineados, con obvias simpatías por la Unión Soviética. En la comisión de derechos humanos de Naciones Unidas ha votado, una y otra vez, en contra de Estados Unidos, y del pueblo cubano. ¿Por qué tenemos entonces que enarbolar la figura de Gandhi, un indio, como bandera de la disidencia cubana? ¿De qué nos ha servido? ¿Qué ayuda, aunque sea indirecta, hemos recibido nunca del gobierno de la India? ¿Es que acaso faltan figuras emblemáticas que nos resulten más afines? En el nuevo ambiente internacional que empezó a emerger a principio de los años 80, la oposición cubana ha podido contar con una solidaridad internacional cada vez más amplia. En estas nuevas circunstancias, me gustaría que se usara más el nombre de Andrei Sajárov, cuya anciana viuda, Elena Bonner, sigue luchando actualmente a favor nuestro. O los de Vaclav Havel, Lech Walesa o Anatoly Sharansky. El pueblo cubano tiene apasionados defensores entre los checos, los polacos, los judíos y los rusos. También los tiene, obviamente, entre los conservadores americanos. En este sentido, debiéramos levantar con orgullo el nombre de Harry Reeve, el Inglesito, aquel americano que fue una figura legendaria de nuestro mambisado. Estamos en una nueva época, la de la guerra mundial contra el terrorismo, y nos hacen falta ideas nuevas y banderas frescas.