Definiendo la
justicia social
Michael Novak
Traducción: Adolfo Rivero
El año pasado fue el centenario del nacimiento de
Friederich Hayek, entre cuyas muchas contribuciones al siglo XX
estuvo una enérgica y sostenida crítica a la mayoría de los usos del
término "justicia social". Nunca he encontrado un escritor,
religioso o filosófico, que respondiera directamente a las críticas
de Hayek. Para tratar de comprender la justicia social en nuestro
tiempo, no hay mejor lugar para empezar que con el hombre que, en su
propia vida intelectual, fue ejemplo de esa virtud cuyo mal uso
tanto deploró.
El problema con la "justicia social'' empieza con el
significado mismo del término. Hayek señala que se han escrito
libros y tratados completos sobre la justicia social sin haberla
definido nunca. Se permite que el concepto flote en el aire como si
todo mundo fuera a reconocerlo cuando aparezca un ejemplo. Esa
vaguedad parece indispensable. En el mismo momento en que uno
empieza a definir la justicia social, choca con embarazosas
dificultades intelectuales. En la mayoría de los casos, se vuelve un
término práctico cuyo significado operativo es,
"Necesitamos una ley en contra de esto.'' En otras palabras, se
convierte en un instrumento de intimidación ideológica con el
objetivo de conseguir el poder de la coerción legal.
Hayek señala otro defecto de las teorías de la
justicia social del siglo XX. La mayoría de los autores afirman que
lo utilizan para designar una virtud (una virtud moral, según
ellos). Pero la mayoría de las definiciones que le adjudican
pertenecen a un estado de cosas impersonal - "alto desempleo"
"desigualdad de ingresos" o "carencia de un salario decente" se
citan como ejemplos de "injusticia social". Hayek va derecho al
centro del problema: la justicia social es o una virtud o no lo es.
Si lo es, sólo puede adscribirse a los actos deliberados de personas
individuales. La mayoría de los que usan el término, sin embargo, no
lo adscriben a individuos sino a sistemas sociales. Utilizan
"justicia social" para designar un principio regulador de orden. No
están centrados en la virtud sino en el poder.
El término "justicia social" fue utilizado por
primera vez en 1840 por el cura siciliano Luigi Taparelli d'Azeglio,
y recibió prominencia en La Constitutione Civile Secondo la
Giustizia Sociale, un folleto de Antonio Rosmini-Serbati
publicado en 1848. 13 años después, John Stuart Mill en su famoso
libro Utilitarismo le brindó un prestigio casi canónico
para los pensadores modernos:
"La
sociedad debería de tratar igualmente bien a los que se lo merecen,
es decir, a los que se merecen absolutamente ser tratados
igualmente. Este es el más elevado estándar abstracto de justicia
social y distributiva; hacia el que todas las instituciones, y los
esfuerzos de todos los ciudadanos virtuosos, deberían ser llevadas a
convergir en el mayor grado posible''.
Mill imagina que las sociedades pueden ser virtuosas
de la misma forma en que pueden serlo los individuos. Quizás en las
sociedades altamente personalizadas de tipo antiguo, semejante uso
pudiera tener sentido - bajo reyes, tiranos o jefes tribales, por
ejemplo, cuando una persona toma todas las decisiones sociales
cruciales. Curiosamente, sin embargo, la demanda por el término de
"justicia social" no surgió hasta los tiempos modernos, en que
sociedad más complejas están regidas por leyes impersonales
aplicadas con la misma fuerza a todos por igual gracias "al imperio
de la ley".
El nacimiento del concepto de justicia social
coincidió con otros desplazamientos en la consciencia humana: la
"muerte de Dios" y el ascenso de la idea de la economía dirigida.
Cuando Dios "murió", la gente comenzó a confiar en la arrogancia de
la razón (ver
La Arrogancia
Fatal) y en su inflada ambición de hacer
lo que el mismo Dios no había hecho: construir un orden social
justo. La divinización de la razón encontró su extensión en la
economía dirigida; la razón (es decir, la ciencia) dirigiría y la
humanidad seguiría colectivamente. La muerte de Dios, el ascenso de
la ciencia y de la economía dirigida nos trajeron " el socialismo
científico". Donde la razón fuera a dirigir, dirigirían los
intelectuales. (O eso pensaron algunos. En realidad, dirigirían los
obsesos por el poder.)
De este
tipo de razonamiento se desprende que la "justicia social" tendría
su fin natural en una economía dirigida.
En efecto, es ésta se le dice a los individuos qué hacer. La
"justicia social" presupone: (1) que la gente está guiada
por directivas externas específicas en vez de por reglas de conducta
interiorizadas sobre lo que es justo. Y (2), que ningún
individuo debe ser considerado responsable por
su posición en la sociedad. Afirmar que es responsable sería
"echarle la culpa a la víctima". En realidad, la función del
concepto de justicia social es echarle la culpa a otro, echarle la
culpa "al sistema", echarle la culpa a los que (míticamente)a "lo
controlan". Como ha escrito Leskek Kolakowski en su magistral
historia del comunismo, el paradigma fundamental de la ideología
comunista: usted sufre, su sufrimiento es causado por
personas poderosas; hay que destruir a esos opresores tiene
garantizado un inmenso atractivo.
Es cierto, acepta Hayek, que los efectos de las
opciones individuales y los procesos abiertos de una sociedad libre
no están distribuidos según un reconocible principio de justicia.
Algunas veces, los que tienen mérito son trágicamente infortunados;
la maldad prospera, las buenas ideas languidecen y, en ocasiones,
los que las respaldan, lo pierden todo. Pero un sistema que
valora tanto el ensayo y el error como la libertad de elegir no está
en posición de garantizar resultados. Por otra parte, ningún
individuo (y ciertamente ningún Buró Político ni comité ni partido)
puede designar reglas que tratarían a cada persona de acuerdo con
sus méritos e, inclusive, de sus necesidades. Nadie tiene
suficiente conocimiento de todos los detalles relevantes, y como ha
señalado Kant, ninguna regla general puede ser lo suficientemente
fina como para captarlos.
Hayek
hizo una tajante distinción, sin embargo, ente los fallos de la
justicia que implican la ruptura de normas generalmente acordadas de
equidad y las que consisten en resultados que nadie ha designado,
previsto ni ordenado. El primer tipo de
fallo merece su severa condena moral. Nadie debe de romper las
reglas establecidas; la libertad impone graves responsabilidades
morales.
El segundo tipo de fallo, sin embargo, puesto que no
se deriva de ningún acto voluntario ni deliberado de nadie, no le
parecía un problema moral sino una característica inevitable de
todas las sociedades y, en realidad, de la naturaleza misma.
Calificar resultados infortunados de "injusticias sociales"
conduce a un ataque a la sociedad libre con el objetivo de moverla
hacia una sociedad dirigida. Es por eso que Hayek se opone
enérgicamente al uso de ese término. El expediente histórico de
economías dirigidas como el nazismo y el comunismo justifican su
profunda repugnancia ante ese modo de pensar.
Hayek reconoció que a fines del siglo XIX, cuando el
término "justicia social" ganó prominencia, se usó al principio como
un llamamiento a las clases dirigentes para que atendieran las
necesidades de las nuevas masas de desarraigados campesinos que se
habían convertido en obreros urbanos. A eso, él no tenía objeción.
Lo que sí objetaba era al pensamiento chapucero. Los pensadores
descuidados olvidan que la justicia, por
definición, es social. Semejante descuido se
vuelve positivamente destructivo cuando el término de "social" ya no
describe el producto de las virtuosas acciones de muchos individuos
sino más bien el objetivo utópico hacia el que todas
las instituciones y todos los individuos "deberían ser
llevadas a convergir en el mayor grado posible''
mediante la coerción. En ese caso, el "social" de la "justicia
social" se refiere a algo que no emerge orgánica y espontáneamente
del comportamiento respetuoso de la ley de individuos libres sino
más bien de un ideal abstracto impuesto desde arriba. Y es bueno
subrayar que el mismo Hayek vio su vocación como pensador en una
vida de servicio al prójimo.
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