Adolfo Rivero Caro
Fidel Castro ha sufrido una terrible humillación en la Comisión de
Derechos Humanos de Naciones Unidas. Por primera vez, se aprueba una
resolución presentada directamente por Estados Unidos. De nada ha
servido el desesperado cabildeo que el inepto de Pérez Roque realizara
en Europa. De nada sirvieron las maniobras procastristas del gobierno
socialista español. La Unión Europea votó en bloque apoyando la
resolución americana. Según el gobierno de Zapatero, ellos sólo tratan
de afrontar de una manera diferente la dictadura cubana. ¿Será por eso
que el Rey de España se entrevistó, con inexplicable cordialidad, con el
canciller de la dictadura cubana? ¿Podemos esperar entonces que ahora se
reúna con los ex presos políticos cubanos? Me extrañaría mucho. Cuando
se habla de una forma diferente de enfrentar a la dictadura castrista,
está claro que esa diferencia se refiere a la política de EEUU. ¿Y cuál
ha sido esa política? Que los gobiernos americanos, pese a sus
diferencias, siempre han considerado a la dictadura de Castro como un
enemigo irreconciliable. ¿Diálogo? ¿Qué diálogo puede haber con quien
afirma que su objetivo fundamental es la destrucción de nuestro sistema
de vida? En cualquier país occidental, socialistas y conservadores
pueden dialogar porque, pese a sus profundas diferencias, ambos están de
acuerdo en la validez y legitimidad de su sistema social. Los comunistas,
sin embargo, no reconocen esa legitimidad. O, cuando fingen reconocerla,
es sólo para aprovechar las libertades democráticas con el objetivo de
socavarla. Pretender que es posible un diálogo real con semejantes
interlocutores y sugerir que no se ha logrado debido a la actitud ''crispada''
de los demócratas es una inversión orwelliana de la realidad. Es poca la
diferencia entre esto y afirmar que los disidentes agredieron con sus
cabezas los palos de los policías. Esos disidentes, por cierto, son los
grandes triunfadores en Ginebra. Son sus denuncias, sacadas desde la
isla desafiando la represión totalitaria, las que una vez más han puesto
a Castro en el banquillo de los acusados.
En contra de la resolución americana votaron conocidos paladines de la
democracia como Rusia, Sudán y China. Argentina y Brasil decidieron
abstenerse. Estaban indecisos sobre si ponerse junto a Chile, Costa
Rica, México, Estados Unidos y la Unión Europea o si junto a Rusia,
Sudán y China. Sin duda es un dilema angustioso. Dilema que sólo puede
explicar un antiamericanismo pueril. El mismo que ha llevado al nuevo
gobierno uruguayo a permitir una embajada cubana en Montevideo. ¿Es que
no saben que el principal trabajo de la embajada cubana va a consistir
en elaborar profusos expedientes de inteligencia sobre cada político,
periodista, intelectual y artista de Uruguay con el objetivo de poder
chantajearlos? ¿Que van a aprovechar su situación para, entre otras
cosas, alentar la desestabilización de Bolivia? ¿Es que no recuerdan que
Castro le grabó conversaciones telefónicas privadas a Vicente Fox y que
no vaciló en utilizarlas cuando le pareció conveniente?
En América Latina, el antiamericanismo es suicida porque lleva a tácitas
alianzas con Castro y con Chávez. Me refiero, por supuesto, al
antiamericanismo como actitud irracional y patología política, no como
la necesaria crítica a la política del gobierno americano. Ese tipo de
crítica cuando está dirigida contra el proteccionismo americano o contra
la desatención ideológica y cultural del continente, no sólo es justa
sino indispensable.
Castro dice que ''le importa un bledo'' las conclusiones de la ONU sobre
los derechos humanos en Cuba. Mentira. Si no le importara no hubiera
cubierto de groseros insultos a la Unión Europea. El sabe que estas
condenas han sido un triunfo histórico de la oposición interna y una
derrota igualmente histórica de su dictadura. Fue esa oposición la que,
por primera vez, en 1988, lo convirtió de furibundo acusador
internacional en apoplético acusado. También es, por supuesto, un gran
triunfo de nuestra comunidad cubana exiliada. Y la condena es importante
porque crea condiciones necesarias aunque no suficientes para el
derrocamiento del régimen. No hay alternativas. Es inmoral y suicida
pretender coexistir con una dictadura cuyo declarado objetivo es la
destrucción de todos nuestros valores
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