En 1723, a los doce años, ingresó en la Universidad de Edimburgo y desde su juventud se aficionó por los estudios filosóficos, trasladándose a París para completar su formación intelectual. Durante los tres años que permaneció en la capital francesa publicó su "Tratado sobre la naturaleza humana". A su regreso a Inglaterra inicia su carrera administrativa compaginada con viajes al continente. Continuó sus publicaciones destacando los "Ensayos morales y políticos" y la "Investigación sobre el conocimiento humano" donde resume su pensamiento. Intentó ser nombrado catedrático de la Universidad de Edimburgo pero no lo consiguió. Probablemente haya sido su escepticismo religioso la causa de esta negativa. Fue después tutor del marqués de Annandale y, debido a una incursión militar británica en Francia, recibió el cargo de auditor de guerra. En 1753, tras volver a intentar recibir una cátedra en la universidad, fue nombrado titular de la Biblioteca de la abogacía de Edimburgo, puesto que desempeñó durante doce años, publicando en este tiempo su "Historia de Inglaterra" en seis volúmenes. Entre 1762 y 1765 ocupó el cargo de secretario del embajador británico en París, frecuentando los círculos literarios parisinos, donde entablaría una estrecha amistad con el filósofo Jean-Jacques Rousseau. Hume regresó a Inglaterra acompañado de Rousseau, iniciándose entre ambos un enconado enfrentamiento que acabó con mutuos reproches y denuncias públicas por parte de ambos. Entre 1767-1768 fue subsecretario de Estado, abandonando la carrera administrativa para retirarse a Edimburgo, pasando allí el resto de su vida. Su "Autobiografía" aparecería publicada en 1777, póstumamente, al igual que sus "Diálogos sobre la religión natural" que habían sido escritos en 1750. La doctrina empirista de Hobbes y Locke alcanzará con Hume su plenitud, haciendo posible el pensamiento de Kant. Arranca de un escepticismo inicial relacionado con la autoridad de la razón, pero no se trata de un escepticismo radical ya que se guía por un instinto natural que nos hace seguir a la razón. No existen ideas innatas y nuestros conocimientos son subjetivos, siendo nuestras representaciones impresiones procedentes tanto del exterior como del interior. Estas impresiones serán el único material con el que cuenta nuestro conocimiento, relacionándolas de dos maneras: según la necesidad lógica y dependiendo de la necesidad psicológica. Las primeras relaciones serán las ciertas y verdaderas. Hume representa una época cargada de crítica y pragmatismo que abrirá el periodo de la Ilustración. Hume, uno de los representantes de la llamada Ilustración Escocesa, fue la primera gran figura del pensamiento económico que abrió el camino que había de llevar a establecer la economía política como una parte constitutiva de una ciencia social más amplia. Petty, Locke y Quesnay, entre otros llevaron a la economía las ideas preconcebidas y los puntos de vista de los hombres dedicados a las ciencias naturales. Los tres habían estudiado medicina, que en aquella época parecía ser el refugio de los intelectuales deseosos de romper las barreras de la ciencia establecida y buscar nuevas formas de pensamiento. Su primera. alianza fue con las ciencias naturales la física, la fisiología y las disciplinas relacionadas con ellas. Joven doctor, Petty había vuelto a la vida a una persona que había sido ahorcada y a la que se había dado por muerta. A Locke pudo vérsele cabalgando a la salida del sol, a fin de recoger, para sus investigaciones farmacéuticas, las raíces de las peonías macho producidas bajo una constelación favorable de los cuerpos celestes. Este desarrollo culminó con los fisiócratas que veían leyes físicas por todas partes. Todas estas actividades y teorías fueron ajenas a Hume que, siendo joven, se puso a construir una ciencia social, es decir, una «ciencia del hombre» como agente social y miembro de la sociedad, que debía estar basada en la «experiencia y la observación». Antes de cumplir los treinta años, había ya completado su principal escrito sobre filosofía, el Tratado de la naturaleza humana (1739-40) que lleva el significativo subtítulo de Intento de introducir el método de razonamiento experimental en los temas morales. El término experimental era entonces sinónimo de empírico. Tanto los fisiócratas como Hume estaban adheridos al individualismo y al liberalismo económicos aunque las filosofías en que basaban su respectiva adhesión a estos principios eran completamente diferentes. Los fisiócratas postulaban un orden del mundo providencial, armonioso, inmutable y beneficioso. Para Hume todo esto eran cosas que estaban más allá del conocimiento humano y su punto de partida, a diferencia del de los fisiócratas, era más bien la naturaleza del hombre que la naturaleza de mundo. Hay también una profunda diferencia entre los métodos de Hume y los de los fisiócratas. Los fisiócratas eran racionalistas que querían encontrar verdades evidentes, más a la luz de la razón, que con la ayuda de la experiencia. Hume, por el contrario, era un empírico que practicaba el método de la observación. Era consciente de que las oportunidades para realizar experimentos genuinos eran muy limitadas dentro del ámbito de las ciencias sociales y confió por esto en la introspección y en las lecciones de la historia. La investigación histórica podía poner de manifiesto ciertas regularidades en las que basar una ciencia de la política y de la economía. Sus hallazgos, que reflejan la variedad de las experiencias humanas, tenían por ello mucho más el carácter de tanteos que de verdades pretendidamente inmutables, como las que los fisiócratas aseguraban poseer. El método científico moderno, que considera que la verdad científica es más bien un proceso que un dogma inmutable, tiene en Hume su precursor. Hume fue también el primero que hizo una aguda distinción entre lo que es y lo que debería ser, es decir, entre las afirmaciones positivas y las normativas, distinción ésta que había de llegar a ser algo fundamental en las modernas ciencias sociales. Tanto los fisiócratas como Hume eran utilitarios, es decir, igualaban lo útil a lo bueno. Para Quesnay, la ley moral exige la adhesión a un orden natural que, «"forma evidente, es el más ventajoso para la humanidad". La justicia de este orden procede de su utilidad, y sus atributos inmutables son los derechos naturales a la libertad individual y a la propiedad privada. Hume, por el contrario, no creía en los derechos naturales y, en lugar del utilitarismo dogmático de los fisiócratas, era partidario de un utilitarismo empírico. La propiedad privada merece ser apoyada porque es socialmente útil bajo las condiciones existentes, es decir, cuando los bienes son escasos y los hombres ponen sus propios intereses por encima de los intereses de los demás. Si estas circunstancias fueran diferentes, por ejemplo, si se pudiera disponer libremente de todas las cosas en cantidades ilimitadas o si todos los hombres se preocuparan por los demás tanto como por sí mismos, la utilidad social, y con ella la justificación de la propiedad privada, desaparecerían y ésta se convertiría en un «vano ceremonial». Al igual que los fisiócratas, Hume apoya también la distribución desigual de la propiedad, aunque lo hace en el curso de una prolongada discusión en la que la utilidad es utilizada, una vez más, como criterio preponderante. La igualdad perfecta puede parecer algo "muy útil", ya que, cuando nos apartamos de ella, "quitamos al pobre más satisfacción de la que le damos al rico" Sin embargo, el coste social de la igualdad perfecta sería prohibitivo, ya que ello destruiría la laboriosidad y el ahorro y conduciría, por tanto, a un empobrecimiento general. Las consecuencias de la igualdad perfecta serían desastrosas, ya que de ello se seguiría la tiranía o la anarquía: la tiranía si el gobierno hubiera de mantenerla y la anarquía si la nivelación de la propiedad hubiera de demoler la base del poder político. Estos pensamientos van unidos, sin embargo, con un ruego a favor de la difusión de la riqueza. Cada persona debería disfrutar, si ello fuera posible, de los frutos de su propio trabajo. Tal igualdad «es más conveniente a la naturaleza humana y proporcionará mayor fuerza al estado, al permitir una amplia dispersión de la carga tributaria. Hume se interesó sobre las motivaciones psicológicas de las actividades económicas. Sin ser un hedonista que lo explicara todo en función del deseo de placer, describe a los hombres como seres que buscan una mezcla, proporcionada y personal, de acción, placer y ociosidad. Los frutos de su trabajo satisfacen su deseo de placer pero el trabajo en si mismo va también al encuentro de su deseo de acción. A diferencia de los escritores clásicos posteriores, Hume no define al trabajo como algo esencialmente doloroso e incómodo, sino que encuentra en él elementos de diversión y de espíritu deportivo. Como él mismo dice: «No hay en la mente humana ningún anhelo o deseo más constante e invariable que el de ejercicio u ocupación y es este deseo, según parece, la base de la mayoría de nuestras pasiones y proyectos». En otro momento afirma: «Todo se compra en el mundo mediante el trabajo y son nuestras pasiones las únicas causas de éste». La historia es, junto a la psicología, la estrella que guía las investigaciones económicas de Hume. La historia está repleta de infinitas variedades de la experiencia humana pero contiene también elementos de constancia y regularidad. Las sociedades económicas surgen como resultado de un proceso de evolución, que les da unas características únicas, junto a otras que son comunes a todas las sociedades. El pensamiento económico de Hume, al tener sus raíces en la historia, es esencialmente dinámico y hay cierta afinidad entre su economía política y la importancia que se da hoy en día al desarrollo y al crecimiento económicos. La historia es cambio y la observación de éste puede abrir perspectivas que estarían cerradas a el que observara sólo unas condiciones estáticas. No es, según esto, sorprendente que fuera un escritor de mente histórica como Hume uno de los primeros en desarrollar una forma convincente de la teoría de la circulación automática de efectivo. Si el país A gana dinero en efectivo como consecuencia de una balanza comercial favorable, su nivel de precios se elevará, mientras en el país B, que ha perdido numerario debido a su balanza comercial desfavorable, ocurrirá exactamente lo contrario. En A, los precios son ahora demasiado altos para permitir que el país mantenga inalteradas sus exportaciones. El alto nivel de precios de A atraerá las importaciones, al mismo tiempo que reducirá las exportaciones. En B ocurrirá lo contrario y habrá una inversión del movimiento de metal que volverá nuevamente a B. Hume, a diferencia de los mercantilistas, no consideraba que el comercio exterior fuera una invención estratégica para producir dinero; tampoco estaba de acuerdo con los fisiócratas en qué dicho comercio fuera un mal necesario. En su lugar, resaltó el papel representado por el comercio exterior como promotor del desarrollo económico de un país. Observando más los procesos evolutivos que los equilibrios momentáneos, pone de manifiesto la función educativa del comercio extranjero, que hace que los hombres conozcan «los placeres del lujo y las ganancias del comercio», llevándolos a «posteriores mejoras de todas las ramas del comercio, tanto exterior como interior». Ésta es quizá la principal ventaja del comercio exterior. Saca a los hombres de su indolencia y, al presentarles a esa parte más alegre y opulenta de la población que posee objetos de lujo, en los que ellos no habían podido ni soñar, hace surgir el deseo de una forma de vida más espléndida de la que disfrutaron sus antepasados. Al mismo tiempo, los pocos mercaderes que poseen el secreto de esta exportación e importación obtienen enormes ganancias y rivalizan en riqueza con la antigua nobleza, emprendiendo otras aventuras para convertirse en sus rivales en el comercio. La limitación difunde pronto todo ello; las manufacturas del país emulan a las extranjeras en sus perfeccionamientos y todas las mercancías se realizan con la máxima perfección, dentro de lo posible. Una vez que el comercio exterior haya cumplido su función educadora, se liberarán los recursos a él dedicados, desviándolos hacia la producción de mercancías para uso interior. Como indican todas estas observaciones, el análisis que hace Hume de la importancia del comercio exterior para el desarrollo económico asigna un peso considerable a factores del tipo del efecto demostración a la aparición de la clase media y a la consiguiente reducción del comercio exterior respecto al sector interior de la economía. El cuadro que Hume nos pinta no es, en forma alguna, irreal, sino que puede contemplarse en la historia de muchos países subdesarrollados. A diferencia de los mercantilistas, Hume no considera que el volumen comercial sea algo fijo. Para él, el comercio exterior no es tampoco una especie de guerra económica en la que sólo puede conseguirse la expansión de las exportaciones de un país a costa de la disminución de las exportaciones de otro. En vez de considerar que la ganancia de un país lleva consigo necesariamente el empobrecimiento de sus vecinos, sostiene el criterio contrario. Ni los individuos ni las naciones tienen por qué temer la prosperidad de sus vecinos, pues el pertenecer a una comunidad próspera no puede por menos de redundar en beneficio de todos. Las riquezas de los distintos miembros de la comunidad contribuyen a incrementar mis propias riquezas, sea cual fuere la profesión que yo ejerza. Ellos consumen los productos de mi trabajo permitiendo con ello que yo, a mi vez, pueda consumir sus productos como pago. Ningún estado debe tampoco mirar con recelo el que sus vecinos mejoren los oficios y manufacturas, ni temer que estos perfeccionamientos lleguen a un grado en que cese la demanda de sus propios productos. Con tal que un país se mantenga «laborioso y civilizado», dicha contingencia estará descartada debido a la diversidad de las fuentes de riqueza mundiales. Cuanto más rápido sea el crecimiento económico de un país, mayor será su demanda de productos de sus vecinos. Concluye Hume sus observaciones con estas famosas palabras: «Yo me aventuro a poner en conocimiento de todos que, no sólo como hombre, sino también como súbdito inglés, hago votos por el florecimiento del comercio de Alemania, España, Italia e incluso por el de la misma Francia». Bajo este punto de vista optimista y cosmopolita, los intereses económicos de los diferentes países son tan compatibles entre si como los intereses económicos de los individuos. La caída de la demanda extranjera de un determinado producto no tiene por qué ser algo fatal; si los recursos de un país son versátiles y si dicho país es eficaz y emprendedor, desviará «fácilmente» sus recursos hacia la producción de otros bienes que el comercio exterior pueda absorber con mayor facilidad. Por muy armonioso que pueda ser este criterio sobre el orden económico internacional, el realismo de Hume le impide cerrar los ojos completamente a la posibilidad de conflictos económicos producidos por incompatibilidades en los intereses económicos nacionales. En el largo acontecer de la historia, «una feliz concurrencia de causas» hace que sea muy poco probable el que una nación que mantiene una posición comercial preponderante pueda conservar para siempre dicha posición privilegiada. Para demostrarlo, Hume establece lo que podríamos llamar una ley de la migración de la oportunidad económica, según la cual el desarrollo de un país se detiene o modera al mismo tiempo que se abren oportunidades para el desarrollo de otros. Una vez que un país se ha hecho comercialmente próspero, su nivel de precios será desfavorable si se le compara con «el bajo precio del trabajo en otros países que no tienen un comercio de tal volumen y en los que no abunda tanto el oro y la plata». Esta disparidad hace posible una difusión de las oportunidades económicas, y es causa quizá de paralización en un país y de expansión en el otro. Como dice el mismo Hume, las manufacturas «se van desplazando gradualmente, abandonando aquellos países a los que ya han enriquecido y volando hacia otros, a los que son atraídos por los bajos precios de las provisiones y del trabajo; cuando hayan también enriquecido a estos países, serán deportados de nuevo y por las mismas causas». La teoría de Hume sobre el desplazamiento del centro del poder económico regional y global redondea sus contribuciones a la economía política internacional. Está atestiguada por la experiencia histórica, de Inglaterra y de la Nueva Inglaterra o por los movimientos de la industria nacional o internacional como, por ejemplo, en el caso de la industria textil. La teoría de Hume sobre el crecimiento y la decadencia relativa de las economías regionales y nacionales puede completarse mediante su punto de vista acerca de la importancia del efecto demostración en el plano internacional, o sea, la influencia de unas culturas sobre otras. En un círculo contínuo de crecimiento y decadencia surge, sobre los hombros de un pionero, un innovador que, según la posterior interpretación de Veblen, hace que el pionero pague «el castigo por haber sido arrojado a la primera fila, mostrando así el camino». El análisis de Veblen sobre este asunto es mucho más elaborado e incluye consideraciones a otros factores distintos a las diferencias de los precios internacionales. Sin embargo, incluso estos otros factores pueden reducirse a la postre a diferencias en costes y precios. La forma en que Veblen aborda el tema es también, como la de Hume, dinámica y demuestra la afinidad existente entre ambos pensadores, tanto en cuanto al tema escogido, como al método utilizado para su tratamiento. Entre las aportaciones de Hume a la economía interior, está su teoría del interés, su discusión sobre los empréstitos y su famosa teoría de la inflación beneficiosa. Si nos limitáramos a exponer los resultados finales de su pensamiento, no le haríamos plena justicia, ya que Hume no da respuestas terminantes a los problemas, sino que desarrolla unos argumentos ricos en implicaciones históricas, en los que el tema estudiado aparece más como una categoría histórica que como una entidad abstracta, no enclavada en un determinado tiempo y lugar. Este relativismo hace que algunas de sus proposiciones parezcan ambivalentes o incluso inconscientes y ello sería quizás el principal obstáculo para cualquier intento que quisiera hacerse de sistematizar su pensamiento. Tal intento estaría en realidad fuera de lugar, porque Hume no pretendió construir un sistema abstracto de principios económicos; su economía es, por el contrario, como una ampliación y un ejemplo de sus ideas del hombre como ente social y una aplicación complementaria de su método empírico, basado en la psicología y en la historia. La argumentación de Hume se presenta con frecuencia como si fuera una elaboración de la teoría cuantitativa del dinero; Hume se adhiere aparentemente a ello, pero la utiliza en realidad como pretexto para exponer sus ideas acerca de la importancia de las variaciones de las instituciones económicas. «La cantidad absoluta de metales preciosos -afirma-, es un asunto casi indiferente. Hay sólo dos circunstancias que tienen una cierta importancia y son su incremento gradual y su cabal difusión y circulación por todo el estado. » Es una falacia atribuir a los factores monetarios consecuencias que son realmente el resultado de «variaciones en las formas y costumbres de las gentes». La teoría monetaria del interés mantenida por los mercantilistas, que dice que el tipo de interés es inversamente proporcional a la oferta de dinero, es un ejemplo de dicho tipo de falacia. En lugar de ello, el tipo de interés reflejará la oferta y la demanda de capital real, factores éstos, a su vez, que dependen de los «hábitos y formas de vida de la gente». Así, en una nación agrícola, el tipo de interés será alto debido a que la demanda -ociosa, y buscadora de placer- de préstamos de los señores, encontrará sólo una débil oferta. No hay una clase ahorradora o capitalista y no hay fondos acumulados para ser prestados, porque todo el dinero que entra « es disipado por los pródigos señores con tanta rapidez como lo reciben y la mísera clase campesina no tiene ni medios ni perspectivas ni ambición para obtener algo más que su simple manutención». El tipo de interés bajará conforme vaya avanzando el desarrollo económico, debido a que surgirá una nueva clase de comerciantes e industriales que adquirirá «pasión» por los beneficios y practicará la frugalidad, haciendo que «el amor por las ganancias prevalezca sobre el amor por el placer». Al irse acumulando capital, su «abundancia hará disminuir el precio del mismo» y descenderán tanto los beneficios, como el interés. La relación entre el tipo de interés y el tanto por ciento de beneficio no es una relación causal en el sentido de que un bajo tipo de interés sea la causa de unos beneficios bajos o viceversa. Ambos reflejan el nivel de desarrollo económico y su relación es de mutua interdependencia, si bien ésta es más bien funcional que causal. Este aserto de Hume anuncia la mayor importancia que la ciencia económica iba a dar posteriormente a las relaciones funcionales, sobre las causales; esto había de verse en el siglo XIX en los escritos de Cournot pero no había de hacerse común hasta el siglo XX. Tanto en su Tratado como en sus ensayos, Hume presta atención a las dificultades que entraña la interpretación de una situación en la que «concurren una multitud de causas»; en el Tratado, va tan lejos como para afirmar que: «No hay en la filosofía nada más difícil que establecer cuál es la causa principal y predominante, cuando se presentan un cierto número de ellas como determinantes de un mismo fenómeno. Pocas veces, por no decir ninguna, encontraremos un argumento sólido en que basar nuestra elección». La teoría económica moderna, con su funcionalidad, bordea esta dificultad; los pensamientos de Hume sobre el interés y los beneficios muestran la forma de conseguirlo. El ensayo de Hume sobre el interés indica la importancia que adjudica a la aparición de una clase comercial e industrial. Conforme la agricultura se vaya complementando con las actividades comerciales e industriales, el efecto demostración hará que los campesinos se vayan convirtiendo en ricos agricultores, al mismo tiempo que la difusión de la propiedad entre las clases comerciales otorgará «autoridad y consideración a estos hombres de rango medio que son la base mejor y más firme de la libertad general». Las clases de Hume son categorías económicas que se distinguen principalmente por las características psicológicas de sus miembros. Los señores, propietarios de tierras, son indolentes y buscadores de placer, los campesinos son ignorantes y carecen de ambición y, entre los comerciantes, «uno de los más útiles tipos humanos», hay una «mayor cantidad de avaros que de pródigos". Las preferencias de Hume están indudablemente con la clase media, siempre que ésta sea una clase activa y no esté formada por rentistas. Ésta es una de las razones por las que condena con desacostumbrada acritud y firmeza la deuda pública, ya que ve que la mayor parte de ella está en manos de personas ociosas que llevan una vida inútil e inactiva. La práctica de contraer deudas invita al abuso y destacan tres formas posibles de muerte de las mismas: el repudio o «muerte natural» de la deuda, la «muerte violenta», cuando se atiende a la deuda a costa de descuidar funciones vitales del estado y la muerte a manos "del doctor", cuando se pretende atender a la deuda mediante la ayuda de una exacción de impuestos sobre el capital, con lo que se destruirá completamente lo que todavía quede del crédito público. El temor de que los efectos de esta destrucción dure para siempre es, sin embargo, un «espantajo innecesario» ya que «los hombres son generalmente tan incautos que, a pesar del violento golpe dado al crédito público (...) no pasará probablemente mucho tiempo sin que dicho crédito reviva en condiciones tan florecientes como antes (...). La humanidad se deja coger en todas las épocas en las mismas trampas y así puede engañársela una y otra vez, mediante las mismas tretas». La teoría de la inflación beneficiosa de Hume arranca de un incremento de la cantidad de dinero, producido, por ejemplo, por una balanza comercial favorable. Según la teoría cuantitativa del dinero, el incremento de la oferta monetaria tenderá a producir una elevación de los precios; Hume introduce aquí, sin embargo, una idea nueva: el período de tiempo existente entre el incremento de la cantidad de dinero y el alza posterior del nivel de los precios. En el primer momento, los precios no se elevarán; después lo harán en forma vacilante y en diferentes sectores de la economía. Es en este intervalo de tiempo cuando tienen lugar los efectos beneficiosos de la elevación de la oferta monetaria; dicho beneficio consiste precisamente en la expansión de los ingresos y del empleo producidas por las sucesivas rondas de gastos adicionales. Los exportadores, a los que va a parar el nuevo dinero emplearán en primer lugar brazos extra procedentes de una oferta de trabajo que inicialmente es perfectamente elástica; los trabajadores tendrán más dinero para gastar y de aquí se seguirán una segunda y una tercera ronda de gastos de bienes de consumo, que van elevando sus precios de una forma gradual. Hume se ocupa, por lo tanto, del tema que Keynes trata en su Tratado bajo el título de «la difusión de los niveles de precios» y al que también Cantillon dedica un cierto número de pasajes. La sorprendente conclusión de Hume de que el incremento de la oferta monetaria elevará la producción y no sólo los precios, se deduce con la ayuda de un análisis de la expansión que no difiere mucho del que ofrece la teoría del multiplicador. Había de pasar mucho tiempo, sin embargo, para que la idea de Hume encontrara una aceptación amplia. Malthus y Ricardo discutieron dicha idea y hablaron de un « efecto mágico sobre la industria», reconociendo que había sido Hume el primero que había hecho dicha observación. Pero, mientras Malthus estaba dispuesto a aceptar la idea, Ricardo se mostraba más dispuesto a criticarla y como la tradición ricardiana fue la predominante, ésta fue la actitud que prevaleció hasta que mucho tiempo después, y bajo la influencia de la Teoría general de Keynes, se extendieron unas ideas similares a las de Hume. El corto análisis de Hume de los beneficiosos efectos de la elevación de la oferta monetaria fue observado por Keynes con aprobación. Debido precisamente a que Hume resalta en esto, más el camino hacia el equilibrio que la posición de equilibrio en sí misma, Keynes aplaudió lo que él consideraba como un rasgo mercantilista del pensamiento de Hume y le alabó por tener sólo «un pie y medio dentro del mundo clásico». La defensa que hace Hume de los comerciantes estaba también dentro de la tradición mercantilista pero su devastadora crítica de las teorías mercantilistas sobre el dinero, el interés y la balanza comercial hicieron mucho para acabar de desacreditar la posición de aquélla. En cuanto a su relación con los fisiócratas, la filosofía básica de Hume y sus puntos de vista acerca del papel económico de la clase de los terratenientes, eran tan distintas de los expresados en los escritos de los fisiócratas, que no parece que las obras de Hume hicieran ningún impacto sobre las de éstos. Aunque los Discursos de Hume, publicados en 1752 y traducidos poco después al francés, son cronológicamente anteriores a los trabajos de los fisiócratas, Du Pon de Nemeurs, el primer historiador del pensamiento económico de éstos, no menciona a Hume entre los precursores de la nueva ciencia. Hume conocía personalmente a cierto número de fisiócratas y mantenía una cordial correspondencia con Turgot con el que tuvo un debate sobre las ventajas del impuesto único. Sin embargo, no ocultó la baja opinión que tenía de los fisiócratas y en una carta escrita en 1769 se refiere a ellos como al a grupo de hombres más quiméricos y arrogantes de cuantos ahora existen». Tenía en muy poco su metafísica, su racionalismo y su dogmatismo.
Hume fue íntimo amigo de Adam Smith y éste, también escocés, hizo de albacea literario de Hume, tras su muerte en 1776. Los dos mantuvieron una intensa correspondencia, pero ésta arroja poca luz en tomo a sus respectivas ideas sobre economía. Hume vivió lo bastante para felicitar a Smith por la publicación de La riqueza de las naciones, alabando su «profundidad, solidez y agudeza» pero encontrando defectos en el tratamiento que hace Smith de la renta. Anticipándose en cierta forma a la teoría de la renta de Ricardo, escribió: «No puedo pensar que la renta de las granjas agrícolas tenga nada que ver con el precio de los productos, sino más bien que el precio está determinado tanto por la cantidad como por la demanda».
En La riqueza de las naciones, Smith adopta algunos de los puntos de vista de Hume, pero no menciona, sin embargo, su teoría del movimiento automático de efectivo, omisión ésta que ha intrigado a muchos de los que han estudiado la historia del pensamiento económico. La filosofía utilitaria de Hume, su defensa del individualismo económico, su fe en la compatibilidad entre los intereses de los individuos y los de las naciones y su actitud crítica frente a las ideas mercantilistas y frente a las de los fisiócratas, fueron todas ellas compartidas por Smith. La principal diferencia existente entre ambos se encuentra en sus métodos respectivos. Hume había escogido el camino del empirismo, mientras en el pensamiento de Smith hay mucho de racionalismo abstracto y deductivo, si bien unido en cierta proporción a un empirismo casual. Aunque Smith utilizó las lecciones de la historia, lo hizo en forma más bien incidental y que no obstruyera su objetivo principal: la construcción de un gran sistema de pensamiento abstracto. Para la realización de este objetivo, el método dinámico de Hume no le hubiera servido. El historiador y el teórico siguen caminos distintos para llegar al conocimiento y el camino escogido por el historiador no conduce nunca a un sistema. Incluso aunque Hume no se hubiera visto desalentado a la realización de otros trabajos sistemáticos por la fría acogida que había recibido su Tratado, es dudoso que, siguiendo fiel a su método empírico hubiera podido construir una economía sistemática. Ningún economista que haya practicado el método empírico, ha construido nunca una economía sistemática. Algunos economistas históricos del siglo XIX, prometieron realizar una generalización inductiva del contenido de la ciencia económica basándose en estudios históricos, en cuanto pudieran conseguir que dichos estudios abarcasen las experiencias de toda la humanidad y en todo tiempo y lugar. Como puede comprenderse fácilmente, esta promesa no ha llegado nunca a realizarse plenamente. Como mucho, los economistas históricos han podido conseguir una dasificación de los sistemas, pero nunca un sistema propiamente dicho. No deberíamos subrayar demasiado la afinidad del método dinámico de Hume, es decir, la importancia que da a los « cambios en las maneras y costumbres de los pueblos» con la forma en que abordaron el tema otras escuelas posteriores de economistas históricos. Hume, un gigante desde el punto de vista intelectual, no se limitó a ser un simple coleccionista de datos y probablemente no le hubiera gustado que se le relacionara con las menos preclaras mentes de la escuela histórica que, en algunos casos, practicaron un ciego empirismo desprovisto de toda adhesión a los grandes principios. Algunos eran estrechos nacionalistas y pocos de ellos hubieran compartido el individualismo, el utilitarismo y el cosmopolitismo de Hume. Entre los economistas institucionales, Veblen se acerca mucho a Hume en estatura intelectual, en las raíces de su pensamiento filosófico y en sus perspectivas escépticas que bordean casi el cinismo. Lo que dijo Veblen de Hume -«estaba dotado de un escepticismo atento, aunque en cierto modo histriónico (teatral) , que impregnaba todo lo que admitía»- podría decirse también y con la misma justicia de Veblen.
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