La guerra cultural
en los Estados Unidos
La guerra invisible de la Nueva
Izquierda
Adolfo Rivero
Estados Unidos está en guerra. Es
una guerra extraña, furtiva, cultural. En ella se enfrentan, de una
parte, los liberales multiculturalistas que afirman que no existe un
pueblo ni una cultura nortamericana, que esta sociedad es
esencialmente racista, discriminadora, machista, sexista,
imperialista, represiva y que, por lo tanto, merece desaparecer. De
otra parte están los que, pese a sus infinitos defectos, la
consideran la sociedad más democrática y generosa del mundo, y
luchan por conservarla. La afirmación puede parecer extravagante
pero analistas tan importantes como George F. Will, Thomas Sowell,
Robert Novak, William Buckley, Samuel Francis, Cal Thomas, John Leo
y Suzanne Fields, entre muchos, utilizan constantemente el concepto
de guerra cultural. Y no es por gusto. En este país es muy
difícil analizar un solo problema importante, desde el viraje de la
política hacia Cuba hasta la delincuencia y desde la crisis del
binestar social hasta la inmigración si se desvicula del contexto de
este enfrentamiento.
El concepto de guerra cultural, al
que Samuel Francis dedicara un brillante ensayo en la revista
Chronicles (diciembre 1993), tuvo su origen en Antonio Gramsci, uno
de los fundadores del Partido Comunista Italiano. Curiosamente, el
comienzo de influencia coincide con el final de su carrera política
activa. Fue estando preso cuando redactó las "Cartas desde la
Cárcel", considerado como uno de los textos políticos más
influyentes del siglo XX.
Gramsci planteaba que la lucha
revolucionaria en países industrializados como los de Europa
Occidental o Estados Unidos, no podía plantearse directamente la
conquista del poder político, como pretendía Lenin. En esos países,
decía Gramsci, la burguesía ha conseguido lo que él llamaba "la
hegemonía ideológica" al controlar las instituciones culturales
de la sociedad: los centros de estudio, los medios de comunicación
de masas, los núcleos de producción artística, es decir, los centros
orientadores del pensamiento, el gusto y la sensibilidad.
El verdadero poder de una clase
dominante, decía Gramsci, se apoya en su hegemonía cultural, y si la
revolución ha de triunfar es imprescindible primero conquistar ese
liderazgo. De otra forma, el poder político sólo podrá mantenerse
mediante una vasta e implacable represión. Los revolucionarios, en
vez de apoyarse en un partido elitista y burocratizado, como el
"partido de nuevo tipo" de Lenin, debían construir lo que él llamaba
una "fuerza contra hegemónica", independiente de las instituciones
sociales y culturales que respondían a los valores de las clases
dominantes.
Esta fuerza paralela cuestionaría
la autoridad de las normas y valores tradicionales, mientras iba
construyendo su propia autoridad, acorde con los valores
colectivistas. Gramsci fue detenido por la policía política de
Mussolini en 1927, y murió en la cárcel. De esa forma, probablemente
eludió haber sido asesinado por Stalin.
En Estados Unidos, en los años 60,
cuando se desarrollaba la gran lucha contra la discriminación racial
encabezada por Martin Luther King, se produjo una coyuntura propicia
para emprender el asalto que propugnaba Gramsci aunque, por
supuesto, éste no respondiera a ningún plan deliberado. Luther King
no luchaba contra el sistema capitalista, todo lo contrario, luchaba
para que los negros pudieran integrarse plenamente en el mismo.
Quería que "los hombres fueran escogidos por el contenido de su
carácter y no por el color de su piel". Su ejemplo, ha servido de
inspiración a la lucha de la disidencia cubana y su asesinato fue un
golpe terrible para la sociedad norteamericana.
Por aquella época, Estados Unidos
comenzó su intervención en la guerra de Vietnam. Por razones obvias,
la guerra era particularmente impopular entre muchos jóvenes
universitarios sometidos al servicio militar obligatorio. La
coincidencia de la lucha contra la discriminación racial y la
oposición a la guerra de Vietnam fue aprovechada por los ideólogos
de la llamada Nueva Izquierda. La Nueva Izquierda nunca estuvo
vinculado al movimento obrero ni a las reivindicaciones sindicales.
Fue un movimento de intelectuales marxistoides que resultó muy
atractivo para los universitarios, hijos mimados de la sociedad
americana. No era para menos. Echando mano a la socorrida teoría
marxista de la superestructura, planteó que discriminación y guerra
eran manifestaciones de la naturaleza represiva del sistema
capitalista. No sólo eso. Teóricos tan influyentes como Marcuse,
entre otros, plantearon que toda represión era un efecto morboso de
la cultura capitalista.
La Nueva Izquierda acuñó entonces
el nombre de "contracultura" para identificar la guerra contra todos
los valores tradicionales de la sociedad americana. La sobriedad fue
considerada como un simple convencionalismo de burgueses, incapaces
de apreciar "las formas alternativas de consciencia" producidas por
los alucinógenos. Fue el inicio de la llamada "cultura de la droga".
La laboriosidad fue considerada como una manifestación de "la ética
protestante del trabajo" y convertida en objeto de burla. El buen
trabajador era un pobre imbécil incapaz de comprender que sus
esfuerzos sólo servían para enriquecer a sus opresores. Los trabajos
duros y mal pagados eran trampas de la burguesía y "callejones sin
salida" (dead end jobs) que ningún rebelde debía aceptar. La
contracultura consideró el matrimonio como una cárcel, la castidad
como una coyunda machista y la familia monogámica como un centro de
abuso y corrupción. Inclusive el estudio fue desalentado como otra
"trampa de la burguesía". Uno de los lemas más populares de la
contracultura en los años 60 fue "turn on, tune in, drop out"
("excítense, póngase en onda, dejen la escuela"). Los efectos de la
contracultura sobre los negros fueron particularmente devastadores,
justo cuando las puertas de las oportundades se abrían para ellos.
El ejército, la policía, las
agencias de inteligencia - organismos sociales vitales para la
estabilidad social- fueron atacados con particular saña por los que
huían despavoridos del servicio militar. Se hizo habitual
describirlos como controlados por enloquecidos fascistas, y se puso
de moda llamar puercos ("pigs") a los policías. Mientras tanto, las
depredaciones de los delincuentes eran justificadas como un producto
de las opresivas condiciones sociales, como una demostración de
resentimientocontra el sistema y hasta presentadas como valientes
"rebeliones" contra el mismo. Y, por supuesto, se aclamó a cuanto
"héroe" de la lucha anticapitalista aparecía, desde Fidel Castro y "Ché"
Guevara hasta Ho Chi Minh y Mao Zedong.
¿Conquistó la contracultura la
hegemonía cultural en Estados Unidos? ¿Se convirtieron los
militantes de la contracultura en la mayoría de los profesores de
las universidades, y en los formadores de las jóvenes generaciones
de intelectuales y periodistas? En este sentido, resulta instructivo
revisar libros como 'Iliberal Education' de Denis de Souza, 'Inside
American Education' de Thomas Sowell o 'The Dream and The Nightmare'
de Myron Magnet. Hoy, más que nunca, resulta conveniente analizar,
con sentido crítico, las ideas que nos presentan la mayoría de los
medios de comunicación de masas en Estados Unidos.
Pero, ¿cómo es posible que un
acontecimiento de semejante magnitud pueda pasar inadvertido? Parte
de la explicación está en que al tener el control de los medios de
comunicación de masas y de la enseñanza, el principal interés de
esta nueva izquierda es cambiar nuestro sistema de valores y nuestra
manera de pensar sin que nos demos cuenta, mediante una lenta
e insensible imposición de sus puntos de vista. Le interesa pasar
inadvertida para poder seguir influyendo, particularmente sobre la
juventud, sin que nadie cuestiona su agenda. Y, en efecto, pueden
pretender representar "lo que todo el mundo piensa", porque
realmente toda la gran prensa y los medios académicos piensa así. Es
por eso que, aunque la inmensa mayoría del pueblo americano rechace
sus ideas, pueden seguir acusando de "fascistas", "fundamentalistas"
y "ultraderecha" a todos los que se opongan a sus ideas.
La nueva izquierda constituye una
facción extraordinariamente militante, y su policía del pensamiento
patrulla escuelas y universidades en busca de cualquier actitud que
no sea "políticamente correcta". Los hispanos mandan a sus
hijos a estudiar sin saber que, en esas escuelas y universidades, se
dedica más tiempo al adoctrinamiento político que a la formación
cultural. Bastaría, sin embargo, un somero análisis de los programas
vigentes para comprobarlo. De esa forma, y sin darse cuenta, van
perdiendo todo contacto espiritual con sus propios hijos. Están
viviendo la pesadilla de los "body snatchers" en su propia carne.
Les están robando el alma mientras duermen.
En una época, se decía que no
había nada más parecido a un republicano que un demócrata. Eso ha
dejado de ser cierto desde hace mucho tiempo. Dentro de cada uno de
los partidos tradicionales se atrinchera un grupo, con ideas muy
definidas, que constituye su núcleo central. Y esos grupos están en
guerra. En el lado republicano, se trata de los llamados
"conservadores", los defensores del sistema capitalista y de su
cultura, y en el lado demócrata, de los que aquí se llaman
"liberales", los "multiculturalistas", enemigos irreconciliables no
sólo de la cultura capitalista sino de la civilización occidental
misma(!). Y, por supuesto, de todo su sistema de valores.
Evidentemente, no todos los demócratas son liberales ni todos los
republicanos conservadores, pero ellos son los que definen los
términos de la lucha. Se trata, por consiguiente, de una lucha entre
la derecha y la izquierda, tal como se han definido estos términos
desde los tiempos de la revolución francesa.
Esta izquierda, que se ha
apropiado el nombre de "liberal", es básicamente hostil al
capitalismo, no quiere reformar el sistema sino destruirlo. Vive de
explotar constantemente los sentimientos humanitarios de la
población y, en particular, de los más jóvenes e inexpertos. Y, en
efecto, los jóvenes de hoy repiten los mismos errores de su padres y
abuelos, que también quisieron ser "progresistas", y disfrutan del
mismo sentimiento de superioridad moral que ellos sintieron. Sí, es
hermoso luchar contra la opresión. Los comunistas hablaban de cómo
la burguesía oprimía y explotaba al proletariado, y de cómo esa
opresión y esa explotación, trasladadas al ámbito internacional, se
convertían en imperialismo y colonialismo. Ahora la nueva izquierda
habla de como los hombres blancos (white males) oprimen y explotan a
las mujeres (feminismo), a los negros y demás minorías étnicas
(racismo), a los demás países, tanto económica como culturalmente
(imperialismo y colonialismo), a los homosexuales ("homofobia") e,
inclusive, a los animales y a la naturaleza en general (ecologismo
radical).
Los comunistas decían que que la
burguesía, al ser imperialista y colonialista, tenía que ser
necesariamente agresiva, militarista y guerrerista. La nueva
izquierda no puede criticar dierectamente al sistema económico,
porque mientras el socialismo ha demostrado ser un fracaso
catastrófico, el capitalismo genera más riquezas que nunca. Es más,
el mundo parece estar poseído por una nueva fiebre de capitalismo.
Los dragones asiáticos se transforman de países pobres en países
ricos, y América Latina emprende, por primera vez, el camino del
neoliberalismo económico. La izquierda liberal sufre amargamente.
¿Qué hacer si el anticapitalismo fracasa en todas partes? Existe una
alternativa: si no se puede criticar al sistema económico, se puede
criticar el sistema de valores que lo sustenta incluyendo su matriz,
la civilización occidental.
Para los comunistas, el enemigo
era la burguesía y su cultura, para la nueva izquierda, el enemigo
son los hombres blancos (aunque, por supuesto, también lo sean los
hombres o mujeres de cualquier color que discrepen de sus ideas) y
la civilización occidental. Como vemos, los viejos comunistas eran
tímidos y pacatos conservadores en comparación con la izquierda
multiculturalista contemporánea.
Los comunistas planteaban que para
conseguir la sociedad nueva, donde no hubiera explotación ni
dominación, era necesario hacer una revolución social. La nueva
izquierda anticapitalista no quiere asustar a nadie hablando de
revolución: prefiere inculcar odio y desprecio por todo el sistema
de valores de nuestra sociedad e ir cambiándolo poco a poco,
como recomendaba el teórico comunista Antonio Gramsci. Los
comunistas culpaban al capitalismo de todos los males de la
sociedad. La nueva izquierda multiculturalista culpa a la
civilización occidental. Pero su modelo social ya no son las
colapsadas "dictaduras del proletariado" sino una utopía
radicalmente igualitaria donde, teóricamente, nadie pueda aventajar
a nadie.
Debía llamar la atención de las
nuevas legiones de simpatizantes y "tontos útiles" que estos mismos
compasivos que se espantan constantemente de las imperfecciones del
capitalismo nunca percibieran los monstruosos crímenes que se
cometían en los países comunistas. La izquierda anticapitalista
defendió a Stalin, a Mao Tse tung, a Ho Chi Min, a Pol Pot, a Fidel
Castro, a Humberto Ortega e, inclusive hoy, no pueden contener su
entusiasmo por el "comandante Marcos" y los guerrilleros de Chiapas,
que se proclaman abiertamente marxistas-leninistas.
Los cubanos que viven en la isla
no tienen la menor idea de este fenómeno. Identifican el
mantenimiento del embargo económico por parte de sucesivos gobiernos
de Estados Unidos como una hostilidad generalizada contra
Fidel Castro y el comunismo. Pero esto es completamente falso. Todos
sabemos, por ejemplo, que Ted Turner, el dueño de CNN, es un amigo
personal del dictador cubano. Y Ted Turner no es ninguna rara
excepción. Fuera de Estados Unidos, e incluso aquí mismo, resulta
incomprensible que la gran prensa norteamericana -escrita, radial y
televisiva- se halle prácticamente dominada por la izquierda
"liberal" y multiculturalista. Entre los latinoamericanos Existe un
firme estereotipo de que la gran prensa, al igual que todas las
instituciones de la sociedad capitalista, tiene que ser "de derecha"
y estar al servicio del gran capital. Y, por supuesto, que esto
tiene que ser particularmente cierto de Estados Unidos. Nada más
erróneo.
El prejuicio de que la gran prensa
americana es conservadora nos viene haciendo mucho daño desde que
Herbert Mathews, aquel famoso periodista del New York Times, hiciera
popular a Fidel Castro a fines de los años 50. La realidad es
justamente lo opuesto. Un destacada intelectual norteamericano, R.
Emmet Tyrrell Jr., director de la revista American Spectator
señalaba recientemente que para poder informarse sobre lo que
realmente sucede en Estados Unidos sólo se puede acudir al New York
Post, The Washington Times, The California Orange County Register,
la página editorial del Wall Street Journal (¡sólo esa!) y a una
docena de periódicos menores en todo el país. Entre las revistas,
sólo National Review, American Spectator y The Weekly Standard,
ninguna de las cuales es una publicación de masas. Por lo demás,
sólo se puede recurrir a animadores de radio y televisión como Rush
Limbaugh y Gordon Liddy. Eso es todo. Hacer la lista de los medios
controlados por la izquierda liberal, empezando por The New York
Times, The Washington Post, Los Angeles Times, The Boston Globe;
revistas como Time, Newsweek o U.S.News and World Report; o cadenas
de televisión como ABC, CBS, NCC o CNN, sería tan agotador como
superfluo.
Esta gente nunca ocultó sus
simpatías por Fidel Castro, por los sandinistas, por el Frente
Farabundo Martí de El Salvador, por los comunistas chilenos, y los
guerrilleros argentinos, venezolanos e, ¡inclusive hoy! por los
guerrilleros marxistas-leninistas de Chiapas. Esta realidad
desmiente, mejor que ninguna elaboración teórica, la concepción
marxista sobre el carácter derivado de la superestructura. La
realidad es que dentro de la sociedad capitalista hay fuerzas muy
considerables que se lo deben todo al sistema y que, sin embargo,
trabajan incensamente para su propia destrucción. Tal parece como si
el alcoholismo y la adicción a las drogas tuvieran contrapartidas
sociales, como si, al igual que hay individuos que se autodestruyen,
hubiera sociedades que se enviciaran con ideologías tóxicas y
disolventes.
No cabe duda de que esta solidaridad entre la gran
prensa, los medios académicos norteamericanos y el régimen de Fidel
Castro, sustentada en la comunidad de ideas anticapitalistas, ha
sido uno de las claves que explican el misterio de su supervivencia.
El llamado liberalismo norteamericano ha sido cómplice de un régimen
que ha hundido al pueblo cubano en una miseria y opresión sin
precedentes en su historia. En próximos artículos seguiremos
conversando sobre estas ideas.
El multiculturalismo
Cuando los valores de la cultura norteamericana
emergen triunfantes de la Guerra Fría, y los ojos de todos los
pueblos oprimidos se vuelven hacia Estados Unidos, la izquierda
norteamericana recrudece su guerra contra esos valores. Uno de los
frentes de esa guerra es el llamado "multiculturalismo". Muchos
cubanos y latinoamericanos en general están profundamente
confundidos con este fenómeno. Piensan que el multiculturalismo es
una especie de generalizada simpatía por las particularidades de los
distintos grupos de inmigrantes. No es así. El multiculturalismo es
una de los principales instrumentos teóricos del pensamiento de la
Nueva Izquierda en su lucha por encontrar un sustituto al marxismo
leninismo tradicional.
Los liberales multiculturalistas afirman que Estados
Unidos no tiene una cultura sino muchas, y pretender que la cultura
anglosajona sea la dominante no es más que una demostración del
carácter imperialista, represivo, racista, machista y discriminador
de esa cultura anglosajona. En realidad, los liberales ni siquiera
aceptan la idea de un pueblo americano. En la guía para el
curriculum de las escuelas de Nueva York (1991) se plantea que
Estados Unidos es "una nación, mucho pueblos" y aunque "los pueblos"
de Estados Unidos son mencionados muchas veces, las palabras "el
pueblo americano" no se menciona nunca. Esto no es excepcional. Los
cursos de estudio de la Florida, Nueva York, California, Maine,
Pensilvania, Maryland, Ohio, Michigan, Kentucky y Colorado le
dedican más espacio al multiculturalismo que a ideas básicas de la
democracia americana como la soberanía popular y al gobierno de la
mayoría. La hegemonía cultural de la democracia americana está
siendo cuestionada, y socavada delante de nuestros ojos.
Que nadie se engañe: el objetivo real de la Nueva
Izquierda liberal no es la valoración de las demás culturas sino la
desvalorización de la tradicional cultura norteamericana. Es su odio
a esta cultura (burguesa) lo que los lleva a luchar por que los
inmigrantes no se integren a la misma. De aquí su esfuerzo por
exagerar las diferencias entre los norteamericanos y otros pueblos,
que la propia historia de este país desmiente. Los liberales
multiculturalistas fingen creer que la cultura de una persona está
rígidamente determinada por el color de su piel o por quienes fueron
sus antepasados. Suponen, por consiguiente, que un negro
norteamericano tiene más en común con un congolés o un zulú, porque
sean negros, que con sus compañeros de trabajo, porque son blancos.
Los liberales
convierten a la cultura en un entidad biológicamente hereditaria,
invariable y casi genética. En 1991, la Comisión de Revisión de
Estudios Sociales del estado de Nueva York emitió un informe
abrazando la noción de "educación multicultural" en las escuelas
públicas y rechazando "previos ideales de asimilación a un modelo
anglo-americano". Esta comisión aprobó todo un nuevo curso de
estudios, concebido por un profesor que calificaba el curriculum
tradicional de etnocéntrico y favorable al "nacionalismo blanco".
El famoso historiador Arthur Schesinger Jr,
-demócrata, por cierto- discrepó enérgicamente de ese informe
"multicultural" y advirtió:
"La filosofía subyacente en el informe, como yo la
entiendo, es que la etnicidad es la experiencia definitoria para la
mayoría de los americanos, que los vínculos étnicos son permanentes
e indelebles, que la división en grupos étnicos establece la
estructura básica de la sociedad americana y que el principal
objetivo de la educación pública debería ser la protección,
fortalecimiento, celebración y perpetuación de los orígenes e
identidades étnicas. En el informe esta implícita la clasificación
de todos los norteamericanos según criterios raciales y étnicos".
Por supuesto, Estados Unidos tiene una cultura
tradicional muy bien definida: la derivada de la cultura británica.
Como dice Schlesinger en su libro "La Desunión de Estados Unidos":
"El lenguaje de la nueva nación, sus instituciones, sus ideas
políticas, sus costumbres, sus preceptos y sus oraciones se
derivaron principalmente de Gran Bretaña". Los ingleses trasladaron
a Estados Unidos no sólo su espléndido idioma sino su multisecular
experiencia social: el estado de derecho, el gobierno representativo
y todo un rico legado de hábitos, costumbres y tradiciones que ha
formado la cultura norteamericana durante más de una docena de
generaciones.
La experiencia universal muestra que las diferencias
entre los grupos no significan que las culturas sean compartimientos
estancos. A través de la historia, la hibridación cultural o, como
decía el gran etnógrafo cubano Fernando Ortiz, la transculturación
ha sido una de las principales fuentes del mejoramiento de los
grupos, las naciones e, inclusive, de las civilizaciones. Toda
nacionalidad es un híbrido exitoso. Los ingleses, por ejemplo, son
un híbrido formado por celtas, romanos, anglos, sajones, daneses,
normandos y judíos del este de Europa, por sólo citar los
principales.
Nada más natural que la adquisición de rasgos de
otros grupos que son mejores que otros en determinados campos y en
determinadas épocas. Poca gente recuerda que durante mucho tiempo
Japón era conocido por copiar (y copiar mal) los productos europeos
y americanos. Pero los japoneses nunca insistieron en la
superioridad de su exquisita cultura, sino en su retraso científico
y tecnológico en relación con los países occidentales más
adelantados, y en la necesidad de trabajar muy duro y a largo plazo
para superarlo. Los japoneses no le daban a sus hijos clases de
"orgullo japonés", les daban clases de física, química,
matemáticas... y de inglés...xe
"ca :f" Los resultados
está a la vista. Y ¿acaso han perdido su cultura?
Uno de los grupos mejor tranculturados en Estados
Unidos son, sin duda, los irlandeses. Pero es bueno recordar que
durante todo el siglo XIX los irlandeses desplegaron patologías
sociales muy similares a las del gueto negro de hoy: enfermedad,
violencia, ruptura familiar, adicción a las drogas (que en aquella
época era alcoholismo) y práticamente ningun matrimonio fuera de su
grupo. Tuvieron que experimentar un largo y doloroso proceso de
ajuste a su nuevo país. Lentamente, Estados Unidos cambió a los
irlandeses, y ello se cambiaron a si mismos Actualmente, en términos
de educación o de afiliación política los irlandeses son
indistinguibles del resto de los norteameicanos.
Pero losliberales norteamericanos no quieren ninguna
integración a la cultura de este país porque son profundamente
hostiles a la misma y están luchando activamente pordestruirla. En
realidad, los liberales aspiran a la balcanización de Estados
Unidos. Quieren convertir a este país en un confederación de tribus
hostiles. Saben perfectamente, aunque afirmen lo contrario, que
impedir la integración a la cultura norteamericana requiere
esfuerzos excepcionales. Es por eso que insisten en esos funestos
programas para educar a los hijos de los inmigrantes en sus idiomas
natales. Esto, pese a que una encuesta del Houston Chronicle en 1990
reveló que el 87 por ciento de los latinoamericanos entrevitados
consideraba que "era su deber aprender inglés".
Como todos sabemos, los niños que asisten a una
escuela donde sólo se habla inglés se vuelven fácilmente bilingües,
lo que les facilita su éxito dentro de la sociedad norteamericana.
Pero, ¿acaso los liberales quieren eso? Por supuesto que no. Lo que
quieren es que los inmigrantes y sus hijos se mantengan pobres,
alienados en una sociedad que les resulte extraña y hostiles a la
mayoría de los norteamericanos (the mainstream) para poder canalizar
ese resentimiento hacia sus propios fines.
Actualmente, sólo en el Distrito Escolar Unificado de
Los Anngeles, se dan cursos en español, en armenio, en coreano, en
cantonés, en tangalog, en ruso y en japonés. Los contribuyentes
americanos invierten miles de millones en estos programas
contraproducentes. En el país hay 2.3 millones de niños que van a la
escuela pública y no pueden hablar bien el inglés, un aumento de un
millón en los últimos siete años. Pero los liberales no plantean que
se refuerce el estudio del inglés, como sería lógico sino, por el
contrario, que se eduque a los niños en sus idiomas natales (!). Por
supuesto, no se puede olvidar que el bilingüismo es un negocio de
$10,000 millones anuales y que los activistas étnicos quisieran que
sus grupos no aprendieran inglés nunca para poder seguir jugando el
papel de sus intermediarios y "representantes". En realidad, con
amigos como esos, los inmigrantes no necesitan enemigos.
Grupos que ya hablan el inglés, por ejemplo, que es
un idioma común a mil millones de personas y que comprende una vasta
litertura en ciencia, filosofía y todos los demás campos del saber
humano, son exhortados a abandonar ese lenguaje en favor de una
lengua ancestral que ya nadie habla y que tiene poca o ninguna
literatura. Ninguna de estas tendencias representa una corriente
popular. Todo lo contrario, son simplemente la moda cultural de un
grupo de intelectuales y académicos que está estimulando una
balcanización de consecuencias potencialmente trágicas para nuestros
pueblos, y que debe ser enérgicamente rechazada.
Exagerar la "identidad" cultural puede tener
consecuencias sumamente perniciosas, quizás la más negativa sea
frenar el progreso cultural de los grupos sociales más retrasados al
aislarlos de las ventajas culturales de la sociedad mayoritaria que
los rodea. A través de la historia, una de las grandes fuentes de
progreso cultural, tanto para los grupos como para las naciones e,
inclusive, las civilizaciones ha sido la adquisición de rasgos
culturales de otros que, en determinada época, estaban más
adelantados en ciertos campos. El multiculturalismo liberal es un
enemigo no sólo de la cultura norteamericana sino de todos nuestros
pueblos.
Los liberales multiculturalistas afirman que los
americanos anglosajones van a ser una minoría en 2050, que los
actuales inmigrantes latinoamericanos y asiáticos son menos
asimilables que las anteriores y que, supuestamente, no pueden
identificarse con los héroes y los mitos de Estados Unidos. Razón de
más para acabar con la hegemonía anglosajona. Es dentro del contexto
de la guerra cultural en Estados Unidos donde hay que ubicar la gran
discusión sobre política de inmigración que se está desarrollando
actualmente.
Un inmigrante puede ser descendiente de alemanes,
suecos, polacos, africanos, japoneses o cubanos pero hacerse
norteamericano significa convertirse en un heredero cultural de
Washington, Jefferson y Lincoln y, por extensión, de Shakespeare,
Milton y Locke. Y aunque esta herencia cultural haya sido
posteriormente modificada y enriquecida por muchas otras, ha seguido
siendo la tradición central de este país hasta el día de hoy. Esto
es completamente natural, no hay un solo pueblo que no tenga su
propia cultura y no aspire a mantenerla. Y los liberales están
profundamente equivocados si creen que el pueblo norteamericano va a
permitir que lo despojen de la suya por mucho que pretendan
intimidarlo con acusaciones de "xenofobia" y de racismo. ¿De qué
lado nos vamos a poner los cubanos que hemos venido a radicarnos en
este país? Que cada quien escoja libremente, pero que que nadie se
deje engañar. En este momento, se trata de definir nuestro papel
dentro de esta sociedad: si estamos por conservarla, somos
conservadores, si estamos por transformarla, somos revolucionarios
o, en la terminología política norteamericana, somos liberales.
La crítica a la civilización occidental.
En 1988, una multitud de estudiantes protestaban en
la Universidad de Stanford. El espectáculo, por supuesto, nos
resulta muy familiar a todos los latinoamericanos. Sin embargo, para
los cubanos, y para los latinoamericanos en general, el carácter de
esa protesta hubiera resultado absolutamente extraña y prácticamente
incomprensible. Al frente de la misma, el reverendo Jesse Jackson
dirigía alegremente el coro de estudiantes: "Hey, hey; ho, ho;
Western culture's got to go". Increíblemente, estaban protestando
¡contra la permanencia en el curriculum universitario del
tradicional curso sobre la civilización occidental! Pero ¿cómo es
posible? ¿Qué puede justificar semejante disparate? Pues aquellos
manifestantes consideraban que el estudio de la civilización
occidental sólo servía para trasmitir ideas opresoras, racistas e
imperialistas. Era necesario extirpar esos estudios porque, como
decía Charges Catharine Stimpson, decana de la escuela de graduados
de la Universidad de Rutgers esas ideas: "Bajo el disfraz de
defender la objetividad y el rigor intelectual, que en realidad no
significan nada, lo que están tratando es de preservar la supremacía
cultural y política de los varones blancos heterosexuales".
¿Se imaginan mis lectores lo que significa rechazar
la civilización occidental? Pero, ¿acaso esas no eran las mismas
exigencias de la Gran Revolución Cultural Proletaria en China
durante el terrible período de 1970-76? ¿Cómo es posible que hayan
reaparecido los "guardias rojos", los hunweipings, nada menos que en
las universidades americanas? ¿No saben estos nuevos bárbaros que
todo el objetivo de la Revolución Cultural china fue, precisamente,
barrer con la milenaria herencia cultural china porque supuestamente
era la expresión de una cultura imperialista, racista y explotadora?
¿No saben que esas, fueron, justamente, las tesis que inspiraron a
Pol Pot? ¿Las que lo llevaron a desalojar las ciudades y asesinar a
los que sabían leer y escribir? ¿Porqué lo hizo sino era porque eran
individuos contaminados por la cultura burguesa? ¿Cómo es posible
que se repitan esos argumentos entre nosotros?
¿Cómo es posible que en las universidades americanas
se plantee que no se debe estudiar a los griegos?¿Qué se puede pasar
por alto la historia de Roma? ¿El surgimiento del derecho romano?
¿Qué no es importante estudiar el surgimiento del cristianismo y la
Biblia? ¿Que la historia de la Edad Media es irrelevante?
¿Irrelevantes San Agustín y Santo Tomas de Aquino? ¿Dante? ¿Bocaccio?
¿Maquiavelo? Chaucer? ¿Irrelevante el Renacimiento? ¿Shakespeare y
Cervantes? ¿Irrelevante toda la historia del arte occidental?
¿Rafael, Rembrandt, Ticiano, Velázquez? ¿Vivaldi, Bach, Mozart,
Bethoven, Chopin, Tchaikovsky? ¿Toda la pintura europea, toda la
literatura, toda la música? ¿Superfluas para nosotros la historia de
España, de Inglaterra, de Francia, de Italia, de Alemania?
¿Qué idiotez es esta? ¿Qué pretenden estos nuevos bárbaros?
Y, sin embargo, ¿saben mis lectores que todos los gigantes del
pensamiento occidental, todos los que han forjado nuestra
civilización desde hace 2,500 años, son llamados despreciativamente
"dead, white, european males", DWEM, "blancos europeos muertos" por
los nuevos bárabaros? ¿Y qué ésta es la doctrina oficial del llamado
pensamiento "políticamente correcto", que ya es dominente en los
principales centro de estudio de Estados Unidos?
A quien no esté al tanto de la guerra ideológica en
Estados Unidos todas estas afirmaciones les tienen que parecer
francamente exageradas. No lo son. Todo lo contrario. Lo más
alarmante es que los cubanos, y los latinoamericanos, no estemos
conscientes de este fenómeno, no estemos conscientes de que un grupo
político de extrema izquierda se está encargando, a tiempo completo,
de la transformación ideológica de la sociedad americana y del
adoctrinamiento político y moral de nuestros hijos.
Obviamente, todo el mundo tiene perfecto derecho a
tener la ideología que le parezca pero lo que alarma e indigna, es
que nos quieran inculcar una ideología anticapitalista y
antioccidental subrepticiamente, de una manera furtiva y casi
subliminal. Porque nadie ha planteado discutir nada de esto. Nadie
ha sometido a nuestra consideración que en la educación que se le da
a nuestros hijos se trate a Estados Unidos como un país
esencialmente opresor, racista, sexista, discriminador e
imperialista. ¡Para eso los hubiéramos dejado estudiando en Cuba!
donde todo eso se enseña de gratis y donde, además, carece de
importancia porque el mejor maestro es la realidad de una sociedad
"liberada". En Cuba, al menos, nos era fácil mostrar el contraste
entre las promesas y las realidades. Pero aquí, en Estados Unidos,
es mucho más fácil estafar a los jóvenes con la vieja promesa
utópica: una sociedad que tenga todas las ventajas de la criticada
pero ninguno de sus inconvenientes. ¡Como si eso fuera posible!
Lo alarmante es que se pretende realizar esta
transformación de la sociedad, de nuestra manera de pensar, y de la
de nuestros hijos, a nuestras espaldas, sin nuestro conocimiento y
sin nuestra aprobación. Estamos siendo sometidos, día y noche, a un
verdadero lavado de cerebro. Es por eso que la imagen de los "body
snatchers", aparentemente irrisoria, resulta, sin embargo,
desgraciadamente pertinente y justificada. Y, al igual que en la
película, lo fundamental es que la gente no se de cuenta.
Esta no es una afirmación gratuita. Pregúnteses usted
mismo, ¿que películas o programas de televisión ve usted, lector,
que no critique despiadamente la historia de Estados Unidos o sus
instituciones? ¿Que película o que programa de televisión donde no
se presenten instituciones básicas como el
ejército o la CIA como integrada por fascistas? ¿Acaso Oliver Stone
no afirmaba en su película sobre John F. Kennedy que había habido
una enorme y monstruosa cooperación dentro del gobierno para
asesinar al presidente de Estados Unidos? ¿Cuántas películas
describen los crímenes del Vietcong en comparación con las que
presentan como monstruos a los soldados norteamericanos? ¿Cuántas
donde se presenta a los padres como sádicos abusadores de sus
propios hijos? Individualmente, ninguna tiene mayor trascendencia.
Es sólo una película o un programa de televisión pero, cuando esos
temas se repiten durante años, ¿acaso no influyen sobre nuestra
percepción de esas instituciones? Individualmente, ninguna tendrá
mayor significación pero, en su conjunto, constituyen toda una
operación de "lavado de cerebro."
En todas las grandes burocracias hay racistas o
antisemitas o machistas o enfermos mentales, pero ¿acaso se les
puede considerar como representativos? ¿Por qué se nos quiere
convencer de que es así? En una película apasionante como "Los Tres
Días del Cóndor" ese brillante actor que es Robert Redford nos
fascinaba con una historia de acción en que la CIA mandaba a
asesinar a un grupo de personas inocentes. Nosotros sabemos que
Redford es un izquierdista gran simpatizante de Fidel Castro. ¿Es
que no hay una relación entre el contenido ideológico de su trabajo
y sus convicciones personales? Pero, ¿que sucede cuando la gran
mayoría de los actores comparte la ideología de Robert Redford? El
pueblo norteamericano no comparte esta ideología izquierdista, una
película como "Forrest Gump", defensora de los valores
tradicionales, acaba de ser un enorme éxito de taquilla, pero la
enorme erosión de valores en la sociedad norteamericana no se ha
desarrollado espontánneamete
No sólo en Stanford sino en la mayoría de las
universidades de todo el país, la enseñanza de las humanidades se
han convertido en una serie de cursillos pseudorrevolucionarios
dirigidos a demostrar que la civilización occidental es la causante
de todos los males de la sociedad moderna. Como si todo el mundo
moderno, empezando por la ciencia, no hubiera sido, precisamente,
una creación de la civilización occidental. Se trata de una viraje,
asombrosamente negativo, que se ha producido delante de nuestros
ojos y que la mayoría de los latinoamericanos que viven en este país
ni siquiera sospechan.
Las universidades americanas han trasmitido un legado
de cultura occidental secular que ha cobrado particular importancia
en el siglo XX. En nuestro siglo, las certidumbres religiosas sobre
la autoridad divina ha dejado de ser la base fundamental de nuestro
sistema de valores. Hoy este sistema de valores se apoya
fundamentalmente en dos mil quinientos años de reflexión filosófica
sobre lo que constituye la naturaleza humana y lo que es el mejor
tipo de vida para el hombre, como individuo y como ser social; sobre
lo que constituye el deber, el honor, la amistad, el amor, la virtud
y la libertad. Nuestra cultura se apoya en las lecciones de la
historia, nos dice cómo los hombres han organizado su vida y sus
instituciones en distintas épocas, y qué tipo de vidas les
permitieron esas orgnaizaciones; como actuaron sus dirigentes, y que
consecuencias han tenido esas acciones sobre todos; se apoya en lo
que la ciencia ha sido capaz de descubrir sobre la naturaleza y en
la influencia que ha tenido sobre nuestras vidas.
En última instancia, lo que da autoridad a las ideas
que sustentan nuestras vidas es el legado acumulado de la
Civilización Occidental, con su mezcla de ética
judeo-cristiana, humanismo clásico y renacentisa, racionalidad
científica, y el individualismo liberal democrático que fue
concebido en Europa y, quizás, alcanzó su mayor expresión en Estados
Unidos. Es ese legado sobre la condición humana lo que la
universidad ha trasmitido a generación tras generacióón de
estudiantes americanos. Hasta nuestra época. El hecho de que los
intelectuales universitarios estén liquidando deliberadamente esa
herencia -que ellos, mas que ningún otro grupo social, ha sido
confiada en salvasguardar- no sólo constituye una tragedia sino un
inmenso peligro sobre el que debemos estar prevenidos.
Aunque los marxistas-leninistas criticaban la cultura
burguesa al menos no rebajaban su importancia. El hecho de que
Balzac fuera un monárquico políticamente reaccionario nunca entibió
la admiración que Marx sentía por su obra. Criticar la civilización
occidental siempre fue considerado por los comunistas como un
extremismo infantil. Tras el triunfo de la revolución de 1917,
cuando un grupo de intelectuales y artistas denominado Prolekult, se
dedicó a criticar la cultura burguesa, el mismo Lenin les recordó
agriamente que lo primero que tenía que hacer el proletariado era
apropiarse de la cultura burguesa antes de soñar con superarla. Y
esa siguió siendo la línea del movimiento comunista internacional
hasta el colapso de la Unión Soviética. Los comunistas del mundo
entero miraron con disgusto y repugnancia los fanáticos excesos de
la Revolución Cultural china. Esto no significa que tenga ninguna
simpatía por los comuistas sino simplemente para subrayar que los
liberales multiculturalistas consideran como reaccionarios ¡a Marx,
a Engels y a Lenin! ¡Ellos también son europeos blancos muertos! El
curriculum de las escuelas cubanas, bajo la dictadura comunista de
Fidel Castro, es más conservador y más respetuoso de los valores
tradicionales que el del sistema educacional de Estados Unidos. Y el
que lo dude sólo tiene que tomarse la molestia de comprobarlo por si
mismo.
Según los liberales multiculturalistas, Estados
Unidos está atravesando una revolución demográfica que ya ha
alterado, y seguirá alterando, la composición étnica y, por lo
tanto, cultural de la nación. En el centro del argumento está la
suposición de que la población de origen anglosajón (los únicos que
el absurdo censo americano considera como "blancos"...) está
disminuyendo rápidamente en relación con el resto de la población no
blanca. "Workforce 2000"", un estudio del Instituto Hudson publicado
en 1987, difundió esta concepción. El estudio planteaba que para el
año 2000, sólo el 15 por ciento de los nuevos trabajadores serían
hombres blancos. La cifra fue interpretada como queriendo decir que
los blancos estaban a punto de convertirse en una minoría en la
fuerza laboral, y en el país.
En primer lugar, hay que decir que los cambios
demográficos no son ninguna fatalidad. Están directamente vinculados
con una determinada política migratoria. Una política migratorio los
provocó y una política migratoria puede cambiarlos. Pero, aun en las
condiciones actuales, los anglosajones constituyen el 69 por ciento
de la población y una proporción todavía mayor de la fuerza de
trabajo. No una minoría precisamente.
Pero los liberales multiculturalistas quieren
hacernos creer que estamos en medio de un terremoto demográfico. Ha
surgido toda una nueva industria de "profesionales de la diversidad"
para ayudar a los administradores a copar con el tremebundo problema
(?) de los trabajadores de origen extranjero. Todas las grandes
empresas tienen responsables de "diversidad". Pero, ¿qué significa
"diversidad"? ¿Acaso no es sino la "protección, fortalecimiento,
celebración y perpetuación de los orígenes e identidades étnicas",
es decir, como decía Schlesinger "la clasificación de todos los
norteamericanos según criterios raciales y étnicos"?
Lo que es importante subrayar es que este culto a la
"diversidad" no responde a niguna necesidad demográfica ni del
mercado. Todo lo contrario. En Estados Unidos la tendencia a la
asimilación ha sido históricamente avasalladora. Los grupos que han
mantenido estrictas reglas en contra de los matrimonios con otros
grupos, como los judíos ortodoxos y los amish -todos de origen
religioso, por cierto, no étnico ni nacional-
son los únicos que han podido conseguir la preservación de culturas
independientes dentro de la sociedad norteamericana. En la tercera
generación, una tercera parte de los latinos se casan con naturales
de Estados Unidos, un patrón muy familiar al de los jóvenes
asiáticos. Este proceso completamente natural es el que ha formado a
esta gran nación. Sin embargo, los liberales están en contra de la
integración en un solo pueblo, y la califican de "colonialismo"
cultural.
El multiculturalismo es un movimiento carente de
base. No es popular dentro de ninguna minoría en Estados Unidos o,
en todo caso, sólo entre jóvenes de estas minorías influidos por
académicos de extrema izquierda. El multiculturalismo va contra el
proceso natural de integración a la cultura de un país. Ha surgido y
se ha desarrolado dentro de las elites intelectuales de este país, y
se ha expandido gracias a erróneas políticas gubernamentales. Sin
enormes subvenciones se marchitaría rápidamente. Pero los liberales
están tratando de exportar este virus a nuestros países. ¿Qué
hubiera sido de nuestros pueblos si los fundadores de nuestras
nacionalidades hubieran sido multiculturalistas? ¿Que sucedería
ahora si estas ideas consiguieran penetrar entre nosotros? Y, sin
embargo, este peligro existe.
La igualdad utópica
Los liberales tienen una forma muy sencilla de
"demostrar" la existencia de discriminación racial y sexual en
Estados Unidos: simplemente señalan las diferencias en cuanto a los
resultados obtenidos por los distintos grupos. Según los liberales
multiculturalistas sólo la discriminación puede explicar la
diferencia entre los resultados. Si hay resultados diferentes, como
es obvio que los hay, tiene que haber discriminación. De aquí que
que los liberales hayan convertido en un verdadero cliché cultural
que en Estados Unidos existe una discriminación racial y sexual
instituida. A tal punto, que es necesario recurrir a la compulsión
para eliminarla: el sistema de cuotas de contratación obligatorio,
la famosa "acción afirmativa" (afirmative action), esa
discriminación inversa, básicamente impopular, que los liberales
defienden tan desesperadamente .
Ahora bien, es obvio que los distintos grupos étnicos
y sexuales consiguen resultados muy diferentes. Pero, ¿acaso ese
fenómeno se explica por la discriminación racial o sexual? Por
supuesto que no. Los grupos étnicos, al igual que los sexos, tienen
sus sistemas de valores y capacidades particulares. Que todos los
grupos deban tener una representación proporcional en todas las
ocupaciones es una teoría desmentida por los hechos en todas partes
del mundo. A través de toda la historia, frecuentemente minorias
impotentes, y a menudo perseguidas, han predominado en ocupaciones
socialmente condiciadas.
Las disparidades estadísticas entre los grupos no son
la excepción sino la regla en todas las sociedades del mundo. Aunque
las diferencias no son estáticas, los grupos se diferencian en edad
del matrimonio, frecuencia de divorcio, estabilidad laboral, hábitos
de higiene, patrones de inmigración, éxitos deportivos, logros
académicos, consumo de alchol y muchos otros. El profesor Donald L.
Horowitz, de la Universidad de Duke, que publicó una obra monumental
sobre este tema: "Etnic Groups in Conflict" (Berkeley: University of
California Press, 1985) examinó la idea de una sociedad donde los
grupos estuvieran "proporcionalmente representados" y llegó a la
conclusión de que "hay pocas sociedades, si existe alguna, que se
hayan ni siquiera acercado a ese modelo".
Como señala Thomas Sowell en "Race and Culture",
según la ley islámica en el imperio otomano, los cristianos y los
judíos eran oficialmente ciudadanos de segunda clase. Sin embargo,
ambos predominaron siempre en la medicina, el comercio y la
industria. Los alemanes han jugado un papel importante en los
ejércitos desde que destacaron al frente de las legiones romanas. En
la Rusia de los zares, la minoría alemana, alrededor del uno por
ciento de la población, constituía alrededor del 40 por ciento del
Alto Mando del ejército ruso en los años 80 del siglo pasado. Y esa
historia se prolongó en el siglo XX hasta nuestros días. Esos mismos
alemanes, por cierto, fueron los pioneros en la construcción de
pianos en la norteamérica colonial, en la Rusia zarista, en Francia,
en Australia y en Inglaterra. Los italianos, por su parte, han sido
los reyes de la pesca no sólo en el Mediterráneo, desde Grecia hasta
España y el norte de Africa, sino también en San Fransisco,
Argentina y Australia. Y arquitectos italianos, por cierto, han
diseñado desde el Kremlin hasta sistemas del alcantarillado en
Argentina.
Un estudio a nivel mundial sobre la policía y los
militares realizado por la profesora Cynthia Enloe de la Universidad
de Clark concluye igualmente que "los militares nunca reflejan, ni
siquiera aproximadamente, las sociedades multiétnicas" de las que
provienen. De la misma forma, es casi imposible encontrar una
policía, un ejército o una burocracia que reflejen la pluralidad de
cualquier sociedad. Los diferentes grupos se apoyan en diferentes
instrumentos para lograr su ascenso social. Unos escogen las fuerzas
armadas, otros la burocracia y otros distintas áreas del sector
privado.
Nada más común que hallar minorías impotentes jugando
un papel determinante en industrias altamente competitivas en las
que no tienen ninguna forma de impedir el surgimiento de
competidores. Los judíos, por ejemplo, se destacan en la industria
de la ropa. No sólo en Estados Unidos sino también en Argentina,
Chile y Australia. Frecuentemente, miembros de grupos minoritarios
sin ningún poder tienen una fuerte representación en posiciones
socialmente codiciadas como los chinos en las universidades malayas,
los tamiles en las universidades de Sri Lanka o los asiáticos en las
universidades americanas. Pese a los desesperados esfuerzos del
estado cubano desde hace casi 40 años, los cubanos nunca han podido
destacarse en el futbol. ¿O será que Real Madrid discrimina a los
futbolistas cubanos?
Los liberales multiculturalistas no son comunistas,
pero son tan utopistas como los comunistas. Al igual que ellos, no
les gusta el mundo como es, ni la vida tal como es, y pretenden
cambiarlos a su antojo. Es por eso que pretenden cambiar hasta el
lenguaje, y lo están consiguiendo. No es por gusto que la imagen de
Frankenstein haya cautivado la imaginación popular. ¿Acaso no
resulta esa historia terriblemente familiar a todos los cubanos? ¿La
historia de una creación, hecha con las mejores intenciones, pero
que resulta ser monstruosa, contraria a la naturaleza humana y que
se vuelve contra sus creadores? Frankenstein es una metáfora sobre
los peligros de la utopía.
Las diferencias económicas entre los pueblos son
demostrables no sólo en términos de ingresos o de ocupaciones sino
también, en gran medida, en términos de diferencias de
productividad. Entre los trabajadores analfabetos y no calificados
de las plantaciones caucheras de Malasia, los chinos producían más
del doble que los malayos. Lógicamente, los chinos también ganaban
el doble. Estos ejemplos se pudieran multiplicar indefinidamente
pero, además, cada lector pude apelar a su experiencia personal. En
realidad, ha sido la movilización política de la envidia la que ha
llevado a las restricciones legales de determinados grupos altamente
productivos, la que ha llevado a políticas preferenciales para los
que, simplemente, no eran capaces de competir con ellos.
En en siglo XVIII, no había prácticamente diferencia
en el nivel de vida de los pueblos de América del Norte y de América
del Sur. Dos siglos después, el Norte se ha industrializado
completamente mientras el Sur todavía conserva estructuras
económicas fundamentalmente agrarias. El Norte tiene el nivel de
vida más alto del mundo mientras que el Sur está "subdesarrollado".
La diferencia en desarrollo hay que buscarla entonces en las
diferencias culturales. ¿No deberíamos entonces los latinoamericanos
estar copiando las características culturales que han hecho triunfar
a la sociedad norteamericana, tal como hicieron los japoneses?
No es por gusto que en América Latina casi ha habido
un predominio absoluto de inmigrante no hispanos y no portugueses
entre las principales figuras del comercio y la industria de varios
de nuestros países. No es exagerado decir que la industria y la
agricultura argentinas fueron creados por los inmigrantes. En 1873
los alemanes de Buenos Aires poseían 43 negocios de exportación e
importación, 45 tiendas de ventas al detalle y 100 talleres de
artesanía. Se dice que los italianos, que han sido los principales
inmigrantes a la Argentina, fueron los que convirtieron la Pampa en
tierra agrícola productiva, como granjeros y como obreros agrícolas.
En 1895, los extranjeros constituían las tres quintas partes de los
obreros industriales y las cuatro quitas de los dueños de las
empresas industriales. En 1914, los inmigrantes eran el 30 por
ciento del total de la población argentina.
Otro distinguido académico que ha estudiado las
sociedades multiétnicas en todo el mundo, Myron Weiner de MIT, se
refiere a "la universalidad de la desigualdad étnica" y añade: "En
todas las sociedades multiétnicas, los grupos étnicos muestran una
tendencia a trabajar en diferentes ocupaciones, a tener diferentes
niveles de educación, a recibir diferentes ingresos y a ocupar
diferentes lugares em la jerarquía social".
¿Cómo es posible entonces que lo que no existe en
ninguna parte sea considerado como la norma en Estados Unidos? Es,
sin duda, un ejemplo elocuente (y preocupante) de como un grupo
político, el ala liberal del Partido Demócrata, tiene la posibilidad
de imponer ideas falsas gracias a su abrumadora presencia en los
medios periodísticos y académicos. Sería muy interesante conocer la
proporción de periodistas demócratas y liberales que trabajan en
esos periódicos que siempre están hablando de la "diversidad".
¿Representará su composición política "el rostro (político) de
Estados Unidos"? ¿Cuántos de sus periodistas son demócratas y
liberales? ¿Cuántos republicanos y conservadores? ¿Serán los
liberales el 75 por ciento, el 80 o el 90 por ciento? Sería muy
interesante saberlo.
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