En defensa del neoliberalismo |
El gran peligroAdolfo Rivero
Sorprendente porque es muy probable que la Iglesia misma rechace la
caracterización de fuerza opositora. A diferencia de la disidencia, no
arremete contra el gobierno, no critica su política ni denuncia sus
violaciones de los derechos humanos. O, por lo menos, evita hacerlo
frecuente y explícitamente. Y, sin embargo, la dirección del Partido
Comunista acaba de elaborar un minucioso plan de campaña precisamente
contra la Iglesia.
La siniestra amenaza que ha movilizado urgentemente las vastas
fuerzas del partido comunista es una modesta actividad que no parece
tener nada de oposicionista. Como dice el Análisis político acerca del
fenómeno religioso en la capital: ``Las iglesias cristianas han
incursionado en actividades de asistencia social --y participado en
proyectos sociales [...] para reforzar su labor proselitista, tratan de
ocupar un papel protagónico en la solución de determinadas necesidades
a individuos y grupos específicos''.
¿Dónde está aquí el enfrentamiento con la revolución? Sin duda,
en nada. Y, sin duda también, en todo. En nada porque la labor
fundamental de la Iglesia no es crítica ni negativa. Por el contrario,
hace todos los esfuerzos posibles por no criticar al gobierno. Su
objetivo esencial es positivo. Trata, simplemente, de ayudar a la gente
y se anota, en esta labor humanitaria, éxitos tan modestos como
importantes. Esto, sin embargo, desde el punto de vista
marxista-leninista es absolutamente intolerable. La razón de ser del
partido comunista es precisamente que una revolución socialista es la
forma, portentosa y quirúrgica, de resolver todos los problemas
sociales. Esto es así, porque todos esos problemas se derivan de la
existencia de una clase social, los empresarios (los ``burgueses'') que
viven de la explotación del hombre por el hombre. Ellos son la fuente básica
de la pobreza y de todos las calamidades asociadas, directa o
indirectamente, con la misma.
Esta declaración de fe, sin embargo, implica un compromiso tremendo.
Porque cuando triunfa la revolución y se aniquila a los burgueses,
cuando se acaba con la supuesta explotación del hombre por el hombre,
la teoría exige que la sociedad tenga un desarrollo formidable. Fue por
eso que Nikita Jruschov afirmó que, para 1980, la sociedad soviética
tendría un nivel de vida superior a Estados Unidos, y por lo que Mao
Zedong, el Che Guevara y Castro hicieron declaraciones absurdamente
similares. Pero cuando la práctica desmiente rotundamente estos pronósticos
(e, irónicamente, Marx dijo que ``la práctica es el criterio de la
verdad''), la teoría demuestra estar equivocada y todo el enorme costo
humano de la revolución pierde su justificación. El gobierno
revolucionario pierde toda legitimidad y queda, a la vista del mundo
entero, como lo que es: un régimen brutal, sin apoyo popular y que sólo
se mantiene en el poder por la fuerza.
La actividad social de la Iglesia es un testimonio cotidiano del
fracaso de la ideología revolucionaria. Más de 40 años después del
triunfo de la revolución, las necesidades materiales y, todavía en
mayor medida, las necesidades espirituales de las masas, son más
grandes. No sólo se trata de que el gobierno no puede resolver los
problemas porque la ineficiencia de su propia burocracia se lo impide,
sino, lo que todavía es más importante, porque no le importa, porque
su prioridad no es resolver los problemas del pueblo, sino mantener su
poder y sus privilegios. ¿Quién duda que es relativamente fácil
resolver la situación alimentaria del pueblo cubano dándoles libertad
a los campesinos privados para que produzcan y comercien libremente? ¿Por
qué no se resuelve entonces una situación tan artificial y tan
desesperante? ¿Podrá alguien creer que es por el bien del pueblo
cubano?
A mi juicio, la Iglesia cubana se queda muy corta en su desafío público
al régimen y esto merma lamentablemente su futura autoridad. Pero también
creo que la disidencia interna, que tan gallarda ha sido en su denuncia
del sistema, pudiera aprender del terror que le causan a la dictadura ésos
que ``tratan de ocupar un papel protagónico en la solución de
determinadas necesidades a individuos y grupos específicos''. Después
de todo, los comunistas siempre llamaron a luchar no por el comunismo,
sino por las demandas inmediatas de la gente.
Nadie cree en la ideología revolucionaria, lo único que sobrevive
es la ambición del poder. Hay, por consiguiente, todo un país del que
nadie se ocupa. Y, cuando la oposición toma conciencia de ese fenómeno
y empieza a ocupar ese vacío, el gobierno se va reduciendo a una
especie de cascarón y la nomenklatura al papel de una aristocracia
irritante y fútil. Y ése, sin duda, es el gran peligro que aterra a la
dictadura.
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