La gallina hambrienta Adolfo Rivero Caro Entre los papeles desenterrados la semana pasada en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Irak había una carta clasificada como ''Confidencial y Personal'' y dirigida al Secretariado de la Oficina del Presidente. El tema de la carta era George Galloway, un miembro del Parlamento británico que había fundado una organización caritativa para supuestamente ayudar a los ''niños iraquíes que estaban sufriendo por las sanciones de Naciones Unidas''. La carta provenía del servicio de inteligencia iraquí y era una solicitud para enviarle dinero. Parte de la carta decía: ``Sus planes [de Galloway] para el beneficio [de Irak] necesitan de apoyo financiero para motivarlo a trabajar más. Y, debido a lo delicado de recibir dinero directamente de Irak, es necesario concederle contratos petroleros y oportunidades comerciales especiales para facilitarle ingresos bajo cobertura comercial sin estar directamente conectados con él''. A través de Tariq Aziz, Galloway consiguió tres millones de barriles de petróleo cada seis meses, gracias al programa de petróleo por alimentos. The Christian Science Monitor, que recurrió a otros documentos, reportaba que Galloway había recibido $3 millones anuales entre el 4 de abril del 2000 y el 14 de enero del 2003. La carta fue descubierta por David Blair, un reportero del London Daily Telegraph radicado en Bagdad y dada a la publicidad la semana pasada. No era nada nuevo. Antes de su invasión de Kuwait, Saddam Hussein le había regalado 100 Mercedes nuevos a los principales directores de los periódicos de Egipto y Jordania. Esto fue un procedimiento habitual durante toda la década de los años 90, pese al supuesto escrutinio financiero de Naciones Unidas. ''No era ningún secreto'', dijo Salama Nimat, un periodista jordano. ``En la mayoría de los casos se hacía abiertamente.'' Otras operaciones eran más sutiles, licencias de exportación para familiares de políticos, sobornos a través de terceras personas, complejos acuerdos para conceder ''becas'' o tratamientos médicos. Muchos periodistas occidentales, sin embargo, fingían ignorarlo. En un cable enviado desde Irak dos días antes de la toma del aeropuerto de Bagdad, Melissa Marr, corresponsal de Reuter, planteaba: 'Irak está ganando la batalla de la propaganda con una modesta estrategia de prensa, pese a una multimillonaria campaña norteamericana con conferencias de prensa cuidadosamente coreografiadas con fondos tipo Hollywood [...] Todos los días, los ministros iraquíes [...] echan abajo los informes de la prensa occcidental y sus últimos alegaciones de conquista. A diferencia de Estados Unidos y sus aliados, su mensaje es simple y directo: `Vamos a derrotar a los invasores infieles'. El ministro de Información iraquí Mohamed Saeed al-Sahaf se ha convertido en algo así como una estrella de la televisión mundial...'' (!) ¿Cómo es posible que una agencia de prensa transmitiera semejante bazofia para ser publicada por centenares de periódicos en el mundo entero? Fidel Castro lleva haciendo lo mismo que Saddam Hussein, quizás con menos recursos pero seguramente con más habilidad, desde hace mucho más tiempo. Ha influido, directa o indirectamente, sobre miles de periodistas, artistas e intelectuales. La mejor demostración es que tantos de ellos vengan a descubrir ahora, con 40 años de retraso, el carácter represivo del régimen. Algún día conoceremos los detalles de esta sórdida historia. Recientemente, cuando hasta la momia de Stalin, Noam Chomsky y el fantasma de Mao Tse-tung criticaban la represión en Cuba, la corresponsal de la AP en La Habana, Anita Snow, en un cable del 23 de abril, se mostraba profundamente impresionada por... ¡la lealtad que le mostraban a la dictadura los agentes de la Seguridad! (how deeply loyal his agents were). Una y otra vez vuelve sobre el tema. Uno se pregunta, ¿qué arriesgaban los agentes de la policía política? Nada. ¿Qué podían conseguir? Todo tipo de privilegios a costa del pueblo cubano. En esta lucha desigual, los únicos que tienen mérito son los opositores, que arriesgan vida, cárcel, aislamiento y maltratos en defensa de la libertad. Y que, como si fuera poco, tienen que sufrir el sádico acoso contra sus familiares. ¿Qué dinero puede pagar eso? Y, sin embargo, la corresponsal de la AP no parece darse cuenta. Es miserable tratar de presentar a los opositores como mercenarios porque reciban ayuda del exterior. En sus inicios, el movimiento cubano de derechos humanos no recibió ninguna ayuda. Todo lo contrario. Era visto, casi universalmente, con la más profunda desconfianza. Sólo empezó a recibir alguna ayuda después de muchos años. Los que pretenden que una oposición sin derechos se enfrente al ejército, la policía, los tribunales y los servicios de inteligencia sin ninguna ayuda exterior no son simples ingenuos, sino cómplices de la dictadura. Frente a los vastos recursos de un estado totalitario, toda ayuda, por definición, está justificada y es insuficiente. Mercenarios son los agentes de la Seguridad del Estado, expertos en espiar organizaciones abiertas, insultar a mujeres indefensas y aterrorizar a los hijos de los disidentes. ¿Qué arriesgan estos personajes sino el desprecio de nuestro pueblo? ¿Y desde cuándo eso puede ser una preocupación para gente sin honor, que traiciona el profundo sentido cubano de la amistad y se sabe condenada por la historia? Anita Snow no tuvo tiempo para entrevistar a Blanca Reyes, la esposa de Raúl Rivero, o a Gisela Campos, la de Héctor Palacios, por no hablar de los dirigentes opositores que están en libertad. Lo tuvo, sin embargo, para entrevistar a una confidente castrista de la que sólo puede decirse que es más atractiva en lo espiritual que en lo físico. ''La oposición está liquidada'', cloqueaba, ``ha terminado, nunca volverá a levantar la cabeza, ¡nunca!'' Infeliz. Dice un viejo refrán que la gallina hambrienta sueña con maíz.
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