En defensa del neoliberalismo
 

Las `fatwas' de Noam Chomsky

 

Adolfo Rivero


Los fundamentalistas islámicos odian a Occidente. Lo ven como un ácido que corroe todo su modo de vida. El respeto occidental por las libertades individuales significa, para ellos, la legalización de conductas blasfemas. Significa, en primer lugar, secularización, es decir, una radical separación de la iglesia y el estado. Pero si el Corán representa la voz de Dios, ¿cómo es posible que los gobiernos quieran ignorar la voz de Dios?

Para nosotros, occidentales, este problema no es nuevo. Nuestros lejanos bisabuelos lo vivieron y lo sintieron apasionadamente. Y no fue precisamente una discusión académica. La gran polémica sobre quién debía tener la máxima autoridad en la sociedad, si la iglesia o el estado, como decimos ahora, o si la iglesia o los reyes, tuvo su primer momento crítico en el siglo XI cuando el enfrentamiento entre el papa Gregorio el Grande y el emperador Enrique IV. Eventualmente, la rebelión contra el poder de la iglesia condujo a la Reforma protestante y a las sangrientas guerras religiosas de los siglos XVI y XVII.

La necesidad de buscar una coexistencia pacífica entre católicos y protestantes fue la razón fundamental para que los estados nacionales no adoptaran religiones oficiales. Esto, a su vez, condujo al desarrollo, lento y vacilante, de los estados nacionales seculares. La coexistencia que ahora nos parece tan ``natural'' ha sido el resultado de siglos de luchas encarnizadas. Ese es nuestro pasado y, aunque muchos no lo conozcan explícitamente, se encuentra incorporado a nuestra forma de ser, a nuestro modo de ver el mundo, a nuestra cultura.

Los países musulmanes no tienen esta historia y, por consiguiente, no tienen esta cultura. Viven en sociedades preindustriales, en la época en que los papas reclamaban la máxima autoridad sobre la sociedad. Es una época que nuestra civilización vivió hace 600 años. Estamos discutiendo con Savonarola y tratando de persuadir a Torquemada.

En el fondo, lo que los musulmanes consideran insoportable es la modernidad. Y la modernidad es la cultura de una sociedad industrializada, homogeneizada por el mercado y eminentemente urbana. Es el mundo de los negocios. Pero en el mundo de los negocios no se puede tratar a los extraños como si fueran familia. Hacerlo es una fórmula segura para la quiebra. Con los extraños, hay que desarrollar otros instrumentos de relación, el más importante de los cuales es el contrato. Las sociedades primitivas, tribales, extensiones de la familia, no comprenden las reglas de una sociedad extendida.

En una aldea todo el mundo se conoce. Nadie se siente solo ni ``alienado''. Pero la enorme extensión de las relaciones sociales que significa la vida urbana tiene obvias compensaciones. No merece la pena abundar en ellas. La migración del campo a la ciudad es un fenómeno universal e incontenible. Sin embargo, algunos se concentran en los dramáticos problemas que supone. No comprenden, o fingen no comprender, sus ventajas. Es posible que la primera generación no pueda disfrutar plenamente de sus beneficios. Casi seguramente, sus hijos lo conseguirán. En este sentido, la emigración de un país a otro, no se diferencia esencialmente de la emigración interna. En ambos casos, el progreso siempre es difícil y contradictorio, nunca sencillo e inmediato. Y es aquí donde podemos encontrar el vínculo esencial entre los fundamentalistas islámicos y la izquierda moderna porque la izquierda no es otra cosa que un grito de protesta contra la modernidad. Aspira al igualitarismo y la estabilidad de las tribus, o a que el gobierno lo controle y lo decida todo como hacían los faraones. Nuestra moderna sociedad abierta le parece cruel, egoísta y deshumanizada.

Un ejemplo es Noam Chomsky, el mentor político de la izquierda universitaria, de esas legiones de radicales de los años 60 que se han atrincherado en las universidades americanas. ¿Saben cuál fue su reacción a los ataques del 11 de septiembre? He aquí lo que dijo al otro día.

``Los ataques terroristas fueron atrocidades. Su escala, sin embargo, puede no llegar al nivel de muchas otras, de los bombardeos de Clinton sobre el Sudán, por ejemplo, realizados sin ningún pretexto creíble y que destruyeron la mitad de sus recursos farmacéuticos y mataron a un número desconocido de personas (nadie lo sabe porque EU bloqueó una investigación de la ONU y a nadie le interesa continuarla).''

La referencia al ataque del 11 de septiembre es puramente formal. Lo fundamental son los crímenes de Estados Unidos: la justificación de los terroristas islámicos. Noam Chomsky, apasionado defensor de Pol Pot, famoso profesor de MIT, ejemplifica ese antiamericanismo que no cede en acritud al de los fundamentalistas. En realidad, sus escritos dejan pálidas las más feroces fatwas que llaman a la guerra santa. Y, sin embargo, The New York Times lo considera ``posiblemente el intelectual vivo más importante del planeta''.

Los terroristas islámicos se forman en las madrassas (escuelas islámicas). Sus amigos y justificadores se forman en las universidades americanas. ¿Cómo es posible que esta quintacolumna intelectual siga recibiendo subvenciones millonarias, controlando el estudio de las humanidades y formando a nuestros periodistas y maestros?