Diálogo Roberto Álvarez Quiñones, ex periodista de Granma
Cuba, Autocensura y Desinformación
Jesus Hernández Cuellar
© Contacto Magazine 17 Febrero 2009
Roberto Alvarez Quiñones, veterano periodista y analista
económico que trabajó durante 27 años en Granma, órgano
oficial del Partido Comunista de Cuba. |
A sus 67 años, semiretirado en el sur de California, y con sus dos
hijos mayores ya fuera de Cuba, el veterano periodista cubano
Roberto Alvarez Quiñones ha decidido romper el silencio sobre sus 27
años de trabajo en el diario Granma, órgano oficial del
Partido Comunista de Cuba, y sus nueve años como comentarista de la
Televisión Cubana. Sus relatos sobre la autocensura genética
de los periodistas cubanos, el "lavado de cables" de las agencias
noticiosas que se hace en las redacciones de Prensa Latina,
Granma y otros medios, la cercanía de los oficiales de la
Contrainteligencia del Ministerio del Interior, y el diseño de la
propaganda oficial a cargo del Departamento Ideológico del Partido
Comunista, parecen sacados de libros de George Orwell y Franz Kafka.
En esta plática de fondo con Contacto Magazine, Alvarez
Quiñones narra también como Fidel Castro corregía sus propios
discursos antes de que salieran publicados, con el fin de eliminar
lo inconveniente y agregar puntos que no había dicho. Este es el
resultado de esa plática.
_ El gobierno cubano es propietario de todos los medios de
comunicación de Cuba desde principios de la década de los 60. ¿Cómo
afecta esta situación a la sociedad cubana en materia de
información?
_ La afectación es de tal magnitud que no creo que haya en todo el
hemisferio occidental una sociedad más desinformada que la cubana,
con la particularidad de que esa desinformación incluye a los
propios periodistas, con excepción de algunas decenas que laboran en
el diario Granma -donde yo trabajaba-, la agencia noticiosa
Prensa Latina y unos pocos en la TV nacional.
Jean-Jacques Rousseau en su monumental “Contrato Social”,
escribió: “El más fuerte no es nunca suficientemente fuerte para
ser el amo, si no transforma la fuerza en derecho y la obediencia en
deber". Muy lejos estaba el célebre filósofo franco-suizo de
imaginar que su obra, que elaboró para explicar la convivencia y la
conducta humanas en la sociedad y sus relaciones con el Estado en la
Francia del siglo XVIII, serviría para que un dictador en el Caribe
convirtiera la obediencia a su persona en un deber y para formular
un "Contrato de la Desinformación", sustentado en el axioma
de que la salud de todo régimen totalitario es directamente
proporcional al grado de desinformación de la población.
Lo curioso de este contrato castrista es que no se trata de falta de
información propiamente. A diferencia de los campesinos de Burundi,
Bostwana, Nepal, las estepas de Bulgán en Mongolia, o la isla de
Tonga, que en pleno siglo XXI parecieran vivir en la Edad de Piedra
y no reciben información de nada, ni tienen electricidad para
conectarse a la Internet, los cubanos reciben un torrente de
información que cubre todos los rincones de la isla y pueden tener
computadoras. El problema es que es toda oficial o manipulada, sobre
todo mucha propaganda política e ideológica, al tiempo que se les
prohíbe el libre acceso a la Internet.
Mira, a principio de los años 90 yo estuve dos semanas haciendo
trabajo “voluntario”, cortando papas para semilla, de pareja con
otro colega en el campamento de una granja estatal unos 30
kilómetros al suroeste de La Habana, mientras escuchábamos Radio
Rebelde –la radioemisora de mayor audiencia de Cuba-- , que
salía brutalmente por varios altavoces. Como eran horas cortando
papas en dos, mi compañero y yo percibimos como nunca antes el
colosal bombardeo de propaganda política e ideológica que lanzaba
aquella emisora nacional, junto a boberías sobre metas cumplidas, la
emulación socialista, y una distorsión grotesca de noticias
internacionales que tanto él como yo sabíamos eran de otra manera.
Con la excepción única de Corea del Norte –cuyo líder se hace llamar
el "Sol de la nación", en un país que en la práctica no pertenece al
planeta Tierra — no hay en el mundo nada igual. Semejante maremoto
propagandístico radial, junto al de la TV, la prensa escrita, el
cine, los afiches y letreros por la calle, inevitablemente genera
idiotización masiva. El individuo pierde la capacidad de captar la
realidad y de reflexionar. Deviene animalito obediente como los de
la granja de George Orwell.
En el caso de Cuba, la desconexión de la población con la realidad
nacional y mundial es aún mayor de lo que ya supone un régimen
comunista, porque a la propiedad sobre los medios se añade la
patológica obsesión de Fidel Castro de impedir cualquier opinión o
información que difiera un ápice de su discurso político y del
mejunje informativo que él y el Partido Comunista estiman es lo
único que pueden saber los cubanos. Es lo que los mexicanos
genialmente llaman “dar atole con el dedo”.
Yo le digo a mis amigos no cubanos: imagínense que en EE.UU. todos
los medios de comunicación y los servidores de Internet fuesen
propiedad del gobierno federal. ¿Habría algún antinorteamericano
tipo Eduardo Galeano en el mundo? ¿cómo podría alguien criticar a
Obama o al “imperio” sin saber nada de lo que aquí ocurre, sin tener
información veraz, independiente del gobierno, que obviamente sólo
daría una visión aséptica, celestial, de este país?
Si en América Latina es fácil criticar y atacar a EE.UU. es
precisamente porque no hay en Washington un régimen como el de Fidel
Castro. ¿Te imaginas en la portada de la revista Bohemia una
caricatura de Fidel en calzoncillos y acaramelado con una mujer,
como la que Time publicó del presidente Clinton con Monica
Lewinski?
Los periodistas están igualmente desinformados, porque con excepción
de los tres medios mencionados –no creo que se me olvide alguno--,
ningún otro tiene servicio de agencias de noticias occidentales.
Nuestros colegas allá se informan del acontecer nacional sólo por la
estatal Agencia de Informacion Nacional (AIN), y de lo que
ocurre en el mundo por la también estatal agencia Prensa Latina.
Son las únicas fuentes no locales que pueden usar.
Por otra parte, el acceso a Internet es tan controlado y perseguido
que los pocos que acceden a esa ventana pueden ver muy poco, salvo
los dirigentes. Lo cierto es que los periodistas cubanos no cuentan
con información confiable para trabajar, y si la obtienen, no la
pueden usar.
_ Desertores y opositores aseguran que los medios oficialistas
cubanos manipulan la información. ¿Es esto cierto?
_ Por supuesto que es cierto. Si lo sabré yo, que trabajé 27 años en
el diario Granma. Lo curioso es que omitir, calificar,
exagerar, agregar de tu cosecha, manipular, es algo cotidiano que ya
el periodista lo hace por reflejo condicionado. Ni cuenta se da de
que manipula. Es toda una cultura tan enrraizada en el cerebro de
cada periodista, que éste la metaboliza como lo correcto. Es más,
con tantos años ya de lo mismo, esa práctica pasó a los genes y
estamos en presencia de una Genética Social de la Manipulación, un
magnífico tema para un ensayo que me gustaría escribir.
Hay algo muy importante. José Martí, quien ejerció el periodismo en
Nueva York durante muchos años para ganarse la vida, sostenía: “La
palabra es para decir la verdad, no para encubrirla".
Para Martí era inadmisible maquillar la verdad, omitirla,
disfrazarla. Y aun más deleznable, mentir.
Castro, sin embargo, que se vende como el más martiano de los
cubanos, tiene como guía doctrinaria de la prensa en la isla, no los
principios del Apóstol sino los de uno de los fundadores del cinismo
y el pragmatismo norteamericanos: William James (1842-1910), quien
hizo descansar toda su filosofía en una sola y sórdida frase: “Solo
es verdad lo que me es útil”.
Para Fidel Castro, sólo lo útil, lo que le conviene, es verdad. Si
algo es verdad, pero no le es útil, es mentira, no existe. Y si algo
es mentira, pero conveniente, es verdad. Si ello pulveriza la moral
y la ética, eso no tiene mucha importancia.
Este cinismo a ultranza explica por qué Castro y los medios cubanos
siguen insistiendo, medio siglo después, que el barco La Coubre fue
saboteado por la CIA, cuando el sentido común y opiniones de
expertos independientes revelan la improbabilidad de que Washington
sabotease e hiciese volar en pedazos un barco que llevaba 35
tripulantes franceses, un reverendo también francés y un fotógrafo
norteamericano. A todas luces se trató de un accidente al manipular
la carga de las 1,492 cajas de explosivos –80 toneladas--, de las
cuales 525 cajas eran de potentes granadas de diferentes tipos y las
restantes eran de municiones, todas procedentes de Bélgica.
Pero en el funeral de las víctimas, el 5 de marzo de 1960, sin tener
una sola prueba –no se hallaron nunca--, el dictador acusó a la CIA
de sabotaje, porque le era útil para lanzar de una vez la consigna
de “Patria o Muerte, Venceremos”. Ni el mismo James pudo haber
imaginado tanto cinismo.
Recuerdo que cuando el desastre atómico de Chernobil -que yo conocí
bien porque unos días después viajé a Dinamarca y vi la TV danesa
—las imágenes transmitidas por la TV cubana fueron recortadas para
que no aparecieran los heridos y muertos contaminados por la
radiación. Tampoco los cubanos supieron nunca que el remolcador 13
de marzo fue embestido y hundido por los guardafronteras castristas,
con un saldo de 41 civiles muertos, incluyendo 10 niños; o que
Osmani Cienfuegos encerró en una rastra a más de 100 brigadistas de
Playa Girón y nueve de ellos llegaron muertos por asfixia a La
Habana.
_ ¿Cómo se lleva a cabo el proceso de manipular la información
dentro de los medios cubanos?
_ Una de las primeras cosas que aprendí cuando llegué a California
en 1995 y comencé a trabajar como editor en el diario La Opinión
fue algo que durante mis 27 años de ejercicio del periodismo en Cuba
nunca me preocupó demasiado: no se puede dar una noticia que refleje
una sola cara de la moneda.
Ni cuando era estudiante de Periodismo, ni cuando por varios años
fui profesor de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La
Habana, ni como reportero, redactor y columnista del diario
Granma, o como comentarista internacional de la Televisión
Cubana durante nueve años, recuerdo haber tocado siquiera el
tema.
Al principio me costó trabajo metabolizar esta regla de oro
universal del periodismo, tan obvia y natural para mis colegas
latinoamericanos, que nunca me atreví a comentárselo en privado a
ninguno para no hacer el ridículo. Descubri que el redactor sólo
puede dar su opinión en un espacio que el lector debe identificar
como eso: de opinion.
Antes de escribir columnas en La Opinión yo redactaba
reportajes grandes con fotos y mapas sobre temas internacionales. Un
día el colega Juanjo, editor de la primera página, me dijo con
franqueza –que mucho le agradecí--: “Roberto, me gustan tus
reportajes, pero estás editorializando un poco”. Es decir, sin
darme cuenta calificaba o incluso opinaba, pues lo había hecho
siempre.
En Cuba, el redactor de una nota puede opinar, omitir lo que no le
gusta al gobierno, calificar o agregar de su cosecha. Por ejemplo,
si tú lees las notas en Granma de Juan Varela Pérez sobre la
industria azucarera ves que más que notas informativas son
editoriales, orientaciones precisas que el reportero da, en este
caso por los conocimientos que él mismo tiene ya como experto debido
a su larga experiencia –desde 1970-- en esa rama, y porque tiene
información de primera mano que le brinda el propio ministro.
Esto que Varela hace, impensable en otro país, en Cuba es normal, y
se ve hasta bien allá. Pero esa patente de corso del redactor para
“meter la cuchareta” viola las normas de la objetividad periodistica
y conduce a la subjetividad.
En una ocasión el escritor y periodista argentino Gregorio Selser,
autor del libro “Sandino, general de hombres libres” y quien
dedicó la mayor parte de su vida a “demostrar” como los medios de
comunicación occidentales “ocultan y manipulan la información”, me
contó en La Habana que al visitar en París la redaccion central de
la Agencia Francesa de Prensa (AFP), sólo pidió que le dejaran ver
los cestos de basura de los redactores. “Con aquellas notas
desechadas, no transmitidas, demostré luego cómo la agencia
silenciaba los temas de veras importantes para el Tercer Mundo”,
me comentó.
De no haber sido un prisionero ideológico de la izquierda, Selser
debió mostrar con igual fervor lo que ocultaban los medios cubanos,
como la “dolce vita” de la nomenklatura, la crisis permanente
de la agricultura y la economía en general, la pobreza generalizada,
los fusilamientos de cientos de opositores en años anteriores, la
deseperanza social, las palizas y torturas a los presos políticos y
disidentes.
En cuanto a cómo se manipula, te pongo un ejemplo. Tú llegas a la
sala de redacción de Prensa Latina (PL) en La Rampa habanera
y es como si entraras en una gran lavandería. Allí te encuentras a
25 ó 30 redactores que subdivididos en las áreas geográficas del
planeta están “lavando” las impurezas ideológicas y políticas de las
notas cablegráficas que reciben de las agencias occidentales.
O sea, les suprimen lo que no le es útil a Castro –remember William
James-- y le agregan propaganda ideológica. Ya disfrazada, la
agencia le pone PL y lanza la nota a toda Cuba y el mundo
como si fuera propia. Imagínate que PL apenas tiene corresponsales y
distribuye notas fechadas lo mismo en Ruanda, Togo o Islandia, que
en Macao, Sri Lanka o las Islas Seychelles.
En Granma se hace lo mismo, pero en menor escala porque la
mayoría de los cables que se publican son de PL y ya vienen
lavados, “limpiecitos”. En cuanto a los cables occidentales, otro
ejemplo: si a mí me llegaba un cable de EFE reportando que el
presidente español Felipe Gonzalez criticaba el embargo de EE.UU.,
pero a la vez pedía a Castro elecciones pluripartidistas y una
mejoría en los derechos humanos, yo debía quitarle las siglas EFE,
destacar la crítica al “bloqueo” y eliminar lo de los derechos
humanos y las elecciones.
El colmo es que en la Facultad de Periodismo de la Universidad de La
Habana había –no sé si aún existe— una asignatura llamada “Cable
Internacional”, en la que se enseñaba a los alumnos a “lavar”. Mi
esposa me cuenta que la profesora suya de esa asignatura en los años
80, conocida como Maritín, en el exámen daba a cada alumno dos o
tres cables de EFE, AFP o AP, etc, y le decía
que lo redactara “correctamente”. En la medida en que el estudiante
lo limpiara mejor del “veneno capitalista” y le añadiera con más
ingenio la propaganda castrista, obtenía una mejor o peor
calificación.
_ Se dice que en sus buenos tiempos Fidel Castro visitaba los medios
cubanos a la hora del cierre, especialmente Granma, para decidir
cómo se publicaban las noticias, sobre todo sus discursos. ¿Es esto
cierto? ¿Alguna anécdota?
_ Sí, durante muchos años Castro estuvo visitando Granma con
frecuencia, tarde en la noche. Hubo un tiempo en que cada cada vez
que pronunciaba un discurso en La Habana iba al periódico y escogía
las frases suyas que iban en la primera página, etc. También cuando
había alguna noticia importante iba al periódico y “cocinaba” allí
la nota.
Recuerdo que cuando el éxodo masivo del Mariel fue todas las noches
y decidía incluso la caricatura que debía dibujar René de la Nuez
para publicar al otro día. Una vez la emprendió contra el presidente
de Costa Rica, Rodrigo Carazo, y lo tituló ¿Qué carazo se trae
Carazo? Esa noche lo vi decir oprobios del estadista tico, que
no era de derecha sino un socialdemócrata que apoyó a los
sandinistas cuando luchaban contra el régimen de Somoza.
Pero aquí lo interesante no eran sus visitas a Granma, sino
el maquillaje que daba a sus discursos antes de publicarlos.
A mí me tocó organizar la revisión de sus discursos, cuando fui por
un tiempo jefe de la Redaccion Editorial (llamado allá Departamento
Ideológico) en los años 80, proceso que el director, el capitán
Jorge Enrique Mendoza, había convertido en un rito religioso.
Mientras Fidel hablaba, el Equipo de Versiones Taquigráficas del
Consejo de Estado tomaba el discurso, en turnos no recuerdo si de 10
ó 15 minutos cada taquígrafo. Cuando el comandante terminaba en
pocos minutos estaba ya todo llevado a cuartillas de papel, que le
eran enviadas a su oficina.
Entonces, de su puño y letra, Castro tachaba sus exabruptos,
insultos a algún jefe de Estado, o datos que no quería que se
publicaran. Y agregaba a mano frases y párrafos enteros con cosas
que él no había dicho. Sobre todo añadía cifras y loas a su gobierno
y el socialismo.
Cuando un miembro de su escolta lo llevaba a Granma, Mendoza
–y luego los posteriores directores del periódico-- sacaba varias
copias y guardaba el original con llave, cual tesoro bíblico, en el
baño privado que tenía dentro de su despacho (que había sido de
Sergio Carbó, el dueño y director del diario Prensa Libre). A
veces no entendíamos los garabatos de Castro y Mendoza lo llamaba
por teléfono.
Entonces formábamos varios equipos de periodistas –en parejas— y
mientras uno leía la prueba de página el otro leía el original (la
copia). Ya corregidas las páginas, Mendoza llamaba a varios para
revisarlo todo otra vez. Y cuando ya el periódico salía de las
máquinas, Mendoza se lo volvía a leer y si detectaba un desliz
ordenaba detener las máquinas. Muchas veces nos íbamos del periódico
a las seis de la mañana. Cuando había discurso de Castro la tirada
era aumentada hasta un millón de ejemplares.
_ Se habla de organismos oficiales del Partido Comunista y del
gobierno, que están encargados de la censura y de programar las
campañas de propaganda. ¿Cuáles son? ¿Cómo funcionan?
_ Aunque suena raro, en Cuba no hay censores de cuerpo presente como
los había en la Alemania nazi, o la España de Franco, o más
veladamente en los ex países comunistas de Europa.
Sí hay oficiales visibles de la Contrainteligencia del MININT que
controlan los movimientos y cualquier actitud no “ortodoxa” de los
periodistas y de todo el personal en cada medio de prensa, sobre
todo en las relaciones con extranjeros –el que atendía a Granma
cuando yo vine se hacía llamar Denis y murió hace poco--, pero
la cúpula castrista no necesita censores porque cada periodista lo
lleva dentro como un chip insertado en su cerebro: la autocensura.
Todo comunicador cubano tiene trazada en el piso una raya
imaginaria que no puede pasar nunca si quiere seguir en la
profesión.
Lo que sí hay en abundancia son funcionarios del Partido que se
encargan de que esa autocensura funcione. El aparato a cargo de esta
tarea y de diseñar las alabanzas al régimen y al socialismo es el
Departamento Ideologico del Partido (DI), por mucho tiempo conocido
como DOR, siglas de Departamento de Orientación Revolucionaria. Allí
hay secciones de prensa escrita, radio y TV, etc, que vigilan que la
raya no sea cruzada. En el mundo normal, los directores son los
máximos responsables de lo que se publica. En Cuba no. Ninguno de
los 200 directores de medios del país tiene autoridad para tomar
decisiones importantes.
Hace años sí había censores directos. En un tiempo, cuando en
Granma yo escribía una columna sobre temas internacionales, ésta
era enviada al departamento partidista mencionado y allí un
funcionario la aprobaba, o no.
También las notas y reportajes de temas nacionales debían ser
enviados a los ministros o directores de ramas para que los
aprobasen. Una vez el periódico me envió a Camaguey a hacer un
reportaje grande sobre un nuevo método para aprovechar más
racionalmente el transporte en esa provincia y ahorrar combustible.
Al llegar a la ciudad de los tinajones resulta que yo conocía al
director provincial de Transporte, pues había estudiado la carrera
de ingeniería junto a la que era mi esposa entonces. Se llamaba
Julio y me acompañó a varios lugares. Regresé a La Habana y el
reportaje que escribí, con las fotos, le fue enviado a Faure Chomón,
por entonces ministro de Transporte. Como a los 10 ó 12 días me
llama Julio y me pregunta por qué no se había publicado el
reportaje. Le dije que la culpa era de Chomón, que al parecer tenía
engavetado el reportaje, e ingenuamente le comenté que eso de que
cada ministro debía aprobar lo que se publicaba en Granma era lo que
lo demoraba todo. Julio lo que hizo fue llamar a Chomón y decirle
que yo estaba "hablando mal del ministro". Mendoza me llamó a su
despacho y me dijo que Chomón acababa de decirle por teléfono que yo
estaba hablando mal de él (de Chomón). Mendoza me insultó y me dijo:
"Usted le ha faltado el respeto a un comandante de la revolución
y debe pedirle disculpas".
No me disculpé. Le expliqué a Mendoza que Julio lo que quería era
ganar puntos para llegar a viceministro y había mentido, y de paso
le recordé que ningún ministro se demoraba tanto como Chomón para
aprobar un reportaje, cosa con la que Mendoza milagrosamente estuvo
de acuerdo.
La moraleja en este episodio es la poca valía que tiene la labor de
un periodista y su fragilidad ante la nomenklatura, que lo ve como
un manso criado. Quien me faltó el respeto y debió pedirme
disculpas fue Chomón por engavetar mi reportaje, y también Mendoza
por habérselo enviado a este comandante que, pese a las
humillaciones que sufrió por parte de Castro desde enero de 1959, se
rindió a sus pies y echó por la borda toda la sangre derramada, la
gloria y el gran protagonismo que tuvo el Directorio Revolucionario
13 de Marzo en el derrocamiento de la dictadura batistiana.
_ ¿Cuál es el grado de militancia real de los periodistas
cubanos que trabajan dentro de los medios oficialistas? ¿Son todos
simpatizantes del gobierno?
_ Por supuesto que no todos los periodistas son simpatizantes del
gobierno. Ni siquiera todos los que son militantes del Partido
Comunista lo son. Eso me consta. Sin embargo, a decir verdad el
sector periodístico es uno de los que más lealtad sigue profesando
al régimen, particularmente en el interior del país. Los médicos y
enfermeras, o los profesores y maestros, por ejemplo, tienen un
porcentaje mucho menor de lealtad al régimen. No obstante, yo te
diría que son más los colegas que se dan cuenta de la estafa de la
Involución Cubana –que no revolución- , que los “creyentes”. Aunque
tú no lo creas, en La Habana los “ateos” constituyen posiblemente
más del 60%.
Lo que ocurre es que estamos ante una de las subculturas del
socialismo: la simulación. Quienes creen que no hay mejor simulador
que un camaleón que vayan a Cuba, donde para sobrevivir todos evocan
a Doctor Jekyll y Mr. Hyde: dan una cara en público, y otra en
privado. Y de este travestismo no escapan los periodistas.
Te decía que en el interior de Cuba todo es peor, porque los
periodistas de provincia son los más desinformados, y por tanto
están menos capacitados para cuestionar la “verdad absoluta” del
régimen, que es teológica y no filosófica –la Santa Inquisición
quemó en la hoguera a Giordano Bruno porque negaba la verdad
absoluta de la Iglesia de que el Sol giraba en torno a la Tierra--,
pues según casi todos los filósofos, empezando por Carlos Marxarx
con su materialismo dialéctico, la verdad nunca es absoluta, siempre
es relativa.
_ En el hipotético caso de que surgiera pronto una sociedad
democrática en Cuba, ¿están preparados los periodistas cubanos de
hoy para trabajar en una prensa libre, al estilo de la que existe en
España, México o Estados Unidos?
_ El nivel profesional y cultural de los periodistass cubanos es
alto, diría que superior al de la media en muchos países
latinoamericanos. Pero carecen del entrenamiento, la técnica y los
conocimientos necesarios para ejercer el tipo de periodismo que se
hace en el mundo real. No tienen idea. Lo digo por mi propia
experiencia.
Pero tal y como ocurrió en la Union Soviética y en Europa del Este,
cuando Cuba sea de nuevo un país normal muchos de los actuales
profesionales, en especial los “ateos” de hoy, aprenderán
rápidamente las nuevas reglas del juego del periodismo universal,
que no son difíciles.
Saldrán con ventaja los jóvenes y quienes no quedaron tarados por 50
años de "verdad absoluta" castrista. También muchos "creyentes" se
subirán al barco, y muchos universitarios con vocación. Claro, al
principio saldrán a la luz noticias no muy bien verificadas,
apologéticas del nuevo gobierno, mostrando una sola cara, notas
“cocinadas” por el reportero, opiniones poco fundamentadas. Ese
sería el precio a pagar, pero como ves no es demasiado alto.
O sea, a mí el periodismo en la nueva Cuba no me preocupa. Sé que
volverá a la senda que trazaron Felix Varela, José Martí, Juan
Gualberto Gómez, Manuel Márquez Sterling, Jorge Manach, Miguel
Coyula, Nicolás, Pepín y “Pepinillo Rivero, Ramón Vasconcelos,
Sergio Carbó, Manuel Valdés Rodríguez, Jess Losada, Eladio Secades,
Gastón Baquero, Miguel Angel Quevedo, Francisco Ichaso, Fausto
Miranda, José Pardo Llada, Guillermo Cabrera Infante, Carlos
Franqui, Carlos Alberto Montaner, Raúl Rivero, y tantísimos otros
brillantes periodistas criollos. Talento sobra.
_ Volviendo al punto de la sociedad cubana. ¿Cómo recibiría el
pueblo cubano una prensa libre, un aluvión informativo diario como
lo tienen las demás sociedades occidentales?
_ Pienso que será mucho más fácil para la población recibir un
aluvión de información veraz, equilibrada, objetiva, analítica, que
para los periodistas hacerlo eficazmente en los inicios. Para la
gente de a pie será leer o escuchar sin miedo las noticias
clandestinas y los rumores de “Radio Bemba” que hoy son susurrados
al oído.
Claro, posiblemente habrá un “destape” tan espectacular que al
principio será más difícil de digerir que el ocurrido en España. Ese
tsunami informativo disparará las ansias de más calidad en los
medios impresos, Internet, TV y radio, lo cual significará
inversiones millonarias para la creación de nuevos medios. A lo
mejor tú te embullas y fundas otra revista en La Habana. Si estoy
vivo y tengo salud, cuenta conmigo como columnista.
_ Se dice que aproximadamente sólo el 1% de los cubanos de la isla
tiene acceso a Internet. Por otra parte, hay dentro del país
periodistas independientes, que cuando pueden publican fuera de
Cuba. También hay una programación de Radio Martí y TV Martí
dirigidas hacia Cuba, y por lo menos en la costa norte se pueden
sintonizar señales de la radio y la televisión de Miami. ¿Cómo
digiere esto el pueblo cubano?
_ El ministro de Comunicaciones e Informática de Cuba, el comandante
Ramiro Valdés – creador de la GESTAPO cubana-- volvió a insistir el
11 de febrero de 2009 que la prohibición de acceder a la Internet en
la isla no tiene motivaciones políticas. Ahí tienes un resultado
palpable del Contrato de la Desinformación: Ramiro da por descontado
que los cubanos ya no tienen neuronas y se creen eso que él dice.
Sin duda al “coco” que más teme la dictadura no es al de una
invasión norteamericana, posibilidad ridícula, pues no ha existido
nunca desde la Crisis de los Misiles en 1962, ni tampoco al
levantamiento del embargo –dejaria sin discurso al régimen--, sino a
que los ciudadanos dejen de ser los cerditos de la granja orwelliana
y descubran que Cuba y el mundo son diferentes a lo que les dice el
Gran Hermano que todo lo ve.
Con respecto a TV Martí, es un esfuerzo inútil. Así como el
gobierno destruye las antenas que el ingenio popular crea para
captar señales de TV extranjera -- que en Haití o Lesotho la gente
tiene libremente--, con más celo interferirá a TV Marti,
porque técnicamente es relativamente fácil y barato hacerlo.
En cambio, Radio Marti sí es muy importante, pero es
interferida, sobre todo en La Habana. Antes de venir para EE.UU. yo
la escuchaba a diario, aunque con mucha dificultad. Me gustaban
muchos los comentarios de Adolfo Rivero Caro, cada viernes, y las
mesas redondas que moderaba Luis Aguilar León.
Un técnico en radiocomunicaciones amigo y vecino mío me dijo que el
gobierno invirtió varios millones de dólares para instalar una
enorme planta de radio, muy potente –si no recuerdo mal dijo que
estaba al oeste de La Habana- con el único propósito de interferir
Radio Martí.
Es muy lamentable que en Washington no haya voluntad política para
cuadruplicar al menos la potencia de Radio Martí, y así
impedir que sea interferida.
En fin, en la era de la tecnología, en la que la información es un
requisito sine qua non para el desarrollo, la prohibición de
acceder a Internet, y obligar a los ciudadanos a recibir sólo la
papilla informativa oficial, es fascismo, es un crimen de lesa
humanidad.