En defensa del neoliberalismo

Un dinosaurio cambia

Adolfo Rivero

Me gustaría comentar las recomendaciones del estudio ''Revaluando las relaciones de Estados Unidos-América Latina'' preparado por la Comisión de Alianza de las Américas, afiliada a la Brookings Institution, una organización considerada de centroizquierda. No simpatizo con las opiniones políticas de muchos de sus integrantes y, precisamente por eso, me han sorprendido agradablemente muchas de sus recomendaciones. Me parece importante que subrayen, por ejemplo, que el Congreso de EEUU debe aprobar rápidamente el Tratado de Libre Comercio con Colombia y eliminar la tarifa de importación de etanol, de 54 centavos por galón. Hay otras medidas que apoyo pero quisiera referirme, particularmente, a las que se refieren a Cuba.

La comisión plantea el levantamiento de las restricciones a las remesas y las comunicaciones con Cuba, así como a los viajes de ciudadanos americanos a la isla. Estoy de acuerdo, aunque no por algunas de las razones que se aluden. El informe, por ejemplo, recomienda sacar a Cuba de la lista de países que patrocinan el terrorismo ''por cuanto no ha habido pruebas en la década pasada que justifiquen mantenerla en dicha clasificación''. Y uno se pregunta, ¿qué significa esto? ¿Que Cuba fue un país terrorista pero que, desde hace diez años, ha dejado de serlo? Esos diez años coincidirían aproximadamente con el colapso del campo socialista. ¿Significa eso que, tras el colapso del campo socialista, Fidel Castro cambió de posición? Pero, si mal no recuerdo, lo que hizo en aquel momento fue organizar el Foro de Sao Paulo para sostener el movimiento revolucionario mundial, evento al que concurrieron los guerrilleros de las FARC, el Frente Farabundo Martí y otras organizaciones terroristas. De ésas, abandonaron la lucha armada las que fueron decisivamente derrotadas militarmente. La única que ha sobrevivido es las FARC, que están agonizando gracias a Uribe y al formidable ejército colombiano. Y, si mal no recuerdo, Castro dijo que jamás les recomendaría deponer las armas. Por otra parte, lo que ha caracterizado la política exterior del gobierno de Hugo Chávez, estricto seguidor de las orientaciones de Fidel Castro, ha sido desarrollar relaciones especiales y privilegiadas con el gobierno de Irán, el principal sostén de las actividades terroristas en Irak. Cuba siempre ha tenido y sigue teniendo relaciones privilegiadas con la mayoría de los movimientos terroristas del mundo. Basta que sean antiamericanos para poder contar con su solidaridad. Si Cuba hubiera cambiado de política, ese cambio hubiera tenido que haber sido destacado por todos los medios de comunicación. Nunca lo ha sido porque nunca se ha producido.

Es por eso que utilizar la palabra ''reconciliación'' carece totalmente de sentido. Conciliar es ponerse de acuerdo los que estaban en desacuerdo. Reconciliar es volver a ponerse de acuerdo tras una discrepancia momentánea. Ahora bien, por definición, el exilio no puede ''ponerse de acuerdo'' con la dictadura. Se pueden poner de acuerdo un marido y una mujer o dos amigos tras una bronca. Es decir, los que tienen una sólida base de acuerdo mutuo. Eso no aplica ni ha aplicado nunca a las relaciones entre el exilio cubanoamericano y la dictadura castrista. Aquí no hay ninguna conciliación posible. Uno puede cambiar de posición en relación con los violadores de niños. Uno puede dejar de estar de acuerdo con la pena de muerte y pasar a apoyar la cadena perpetua. Pero eso no es reconciliarse con los violadores de niños. La utilización de ese término es totalmente impropia. Es en afirmaciones como éstas donde yo detecto el sesgo izquierdista de la Brookings Institution.

¿Más intercambios académicos con Cuba? Siempre me he opuesto. ¿Por qué? Muy sencillo. Porque nunca he tenido confianza en los medios académicos americanos. Están controlados por la izquierda desde hace muchos años. Nunca he tenido interés en llevar estudiantes a Cuba para que la dictadura los seduzca con su atractiva política populista y les oculte su enorme fracaso práctico. Y porque nunca he tenido confianza en que el objetivo de los dirigentes académicos sea mostrarles el desastre del comunismo. Quizás esté equivocado, pero no lo creo.

Ahora bien, dicho todo esto, estoy de acuerdo con levantar las restricciones a las remesas y a las comunicaciones con Cuba, así como con los viajes de los ciudadanos americanos a la isla. Nadie ha defendido esas restricciones más apasionadamente que yo. Pero, para mí, ha llegado la hora de cambiar de posición. Y lo hago por una razón triste, pero que me parece evidente. No es una política popular. No lo es en la isla y no lo está siendo, cada vez más, en el mismo exilio. Desde hace años, el exilio cubanoamericano ha estado recibiendo a miles de inmigrantes que se declaran a sí mismos inmigrantes económicos, que enfatizan que su emigración de Cuba no ha sido política, y que están ansiosos por regresar a la isla como turistas. No es un nuevo exilio, es una nueva inmigración.

Para muchos viejos cubanos podrá ser chocante, pero no es extraño. En su inmensa mayoría esos jóvenes no han conocido las cárceles cubanas ni tienen ningún resentimiento particular contra los órganos represivos. Cuando estaban en Cuba, miraban con envidia a los turistas extranjeros. Ahora, al año de estar aquí, ya pueden regresar a la isla con ese status privilegiado. Para los que están en Cuba, por su parte, son los que vienen con regalos. Estamos hablando de la gran mayoría. Los viejos cubanos, los de la línea dura, los dinosaurios, tenemos que reconocer que Fidel Castro lleva medio siglo en el poder, que varias generaciones han nacido y se han criado bajo el comunismo y que Cuba ha cambiado. ¿Va a ser mi posición, y no la de la dictadura cubana, la que los jóvenes consideren el gran obstáculo para su felicidad? No, no quiero jugar ese papel. Los dinosaurios tenemos derecho a cambiar de opinión.

Noviembre, 2008

 

 

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