La democracia en choque
Por
Héctor Ricardo Leis
Héctor Ricardo Leis es
Analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América
Latina (CADAL) y Profesor de Ciencia Política de la Universidad
Federal de Santa Catarina, Brasil
En los años 70 y comienzos de los 80, la democracia en América
Latina era un bien escaso. En contraste con esto, los años 90
vinieron acompañados por una fuerte ola democrática que
involucró a casi todos los países de la región. Las tendencias
políticas que, en el pasado, tensionaron a la democracia por la
izquierda (vía revoluciones socialistas) y por derecha (vía
dictaduras militares) se habían agotado. La política de la
región se expresaba ahora a través de elecciones democráticas -aunque
con excepciones ejemplares, como el caso de Cuba-. La convicción
que guiaba los corazones y mentes de los ciudadanos en aquella
época era la de que el ejercicio de la democracia electoral se
traduciría automáticamente en democracias consolidadas en todos
los aspectos. Las velocidades de esta dinámica en cada país
podía ser diferente, pero no existían dudas con respecto a la
consolidación de la democracia como destino final.
La primera década del siglo
XXI no confirmó aquel optimismo. Lentamente, esa única tendencia
de los años 90 se fue desdoblando. Las amenazas a la democracia,
que en tiempos anteriores provenían de afuera de sus fronteras,
comenzaron a venir desde adentro. La democracia comenzó a
tensionarse nuevamente y dos tendencias políticas principales
tomaron cuerpo en su interior. Ambas tendencias se presentaron
retóricamente como mentoras de la democracia, pero una
estableciendo una relación subordinada de la política con la ley
y el Estado de Derecho, y la otra, apelando al papel del líder o
del grupo gobernante como instancia superior a los marcos
legales existentes. En rigor, tales tendencias expresan formas
intrínsecas del juego político y las democracias consolidadas
consiguen, sin mucho esfuerzo, mantener las dos dentro del mismo
"plato".
Pero no es esto lo que se
observa en América Latina. Los diversos países de la región
aceptan hoy sin restricciones la legitimidad de las elecciones
como base de la democracia, pero se observa un choque
estratégico entre dos culturas o visiones de la democracia que
poco a poco colonizan a los países en un sentido u otro. Aquí no
importa tanto la taxonomía que se utilice para distinguir dichas
tendencias, importa verificar que exista una ruta de conflicto
entre ellas.
En la región ya no tenemos
procesos convergentes de consolidación democrática, aunque sea
con diferentes velocidades. Si fuese así, el futuro democrático
estaría garantizado, ya que los países de consolidación más
rápida arrastrarían a los más lentos y, al final, todos
llegarían. En cierta forma fue eso lo que ocurrió en la Unión
Europea, en relación con los países de Europa del Este. En ese
contexto, no estaba en discusión la visión o dirección de la
democracia, sino los tiempos de su consolidación. Pero en
nuestro continente tenemos un conflicto entre dos tendencias que
se excluyen y van en direcciones opuestas. La democracia perdió
el significado unívoco que pareció tener en los años 90.
La experiencia y el
pensamiento político occidental muestran claramente que el
ejercicio electoral pierde legitimidad democrática si no está
firmemente vinculado al Estado de Derecho e inspirado en el
espíritu republicano. No existe democracia plena sin el debido
equilibrio y respeto mutuo entre los tres poderes (Ejecutivo,
Legislativo y Judicial), sin el control transparente de las
prácticas y cuentas del gobierno, sin un sistema político
partidario plural y representativo que vigorice el debate
público en torno de las principales cuestiones de la agenda, sin
libertad de expresión y, por último, sin una ciudadanía que
exija el cumplimiento de la ley y oriente su comportamiento
electoral por el bien común y no por el simple interés
particular o sectorial.
Observando, por ejemplo, la
democracia realmente existente en países como Costa Rica, Chile
o Uruguay, por un lado, y en países como Venezuela, la Argentina
o Ecuador, por el otro, se comprueba que, en la última década,
el continente se ha sumergido en un proceso de creciente
diferenciación, donde a pesar de que todos los países realicen
elecciones periódicas, algunos avanzan en la dirección del
Estado de Derecho, y otros, en el de la personalización de la
política y en la consiguiente apropiación de aparatos del Estado
por parte de grupos de apoyo del gobierno.
Y Brasil -que como potencia
emergente regional tendría el poder para desequilibrar
definitivamente la balanza de la democracia en la región- ¿está
consolidando su democracia? Esta es la pregunta más importante
que el último año del gobierno Lula y la reciente campaña
electoral pusieron en evidencia. La paradoja que vive hoy Brasil
es asombrosa. En la medida en la que el consenso interno actual
parece reducir al régimen democrático a un simple ejercicio
electoral, la mayoría del pueblo está siendo llevada a concluir
que vive en el mejor de los mundos posibles, al mismo tiempo que
pierde la capacidad para percibir y reprobar los reiterados
ataques al Estado de Derecho que ejecutan sus propios
gobernantes.
La tremenda personalización
de la política realizada por el Presidente Lula en los últimos
tiempos introdujo a Brasil en una tendencia cuyo resultado final
es imprevisible, pero que, ciertamente, implica una retirada en
relación con los anhelos de una democracia plena manifestados en
los años 80 y 90. La decadencia de la democracia ocurre
exactamente en el momento en que la ciudadanía empobrece su
espíritu republicano a tal punto que deja de percibir el
antirepublicanismo de sus elites políticas. O, en otras palabras,
cuando el Gobierno no respeta los derechos de la oposición y
pretende su perpetuación en el poder a cualquier costo, sin que
la sociedad civil consiga reaccionar.
Si hay algo que caracteriza
a la tendencia democrática republicana en el siglo
XXI es su
voluntad de evitar la tentación de reemplazar a las
instituciones por los hombres. La otra tendencia, inaugurada en
la región por países como Venezuela, la Argentina y Ecuador, y a
la cual Brasil puede sumarse en poco tiempo, trivializa esa
perpetuación como una consecuencia necesaria de su
personalización de la política.
http://america.infobae.com/notas/9264-La-democracia-en-choque
Este artículo es una
publicación del Programa de Análisis Político y Económico
Regional de CADAL.
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