Adofo Rviero Caro
El gobierno cubano ha
editado un libro que acusa a Elizardo Sánchez, el presidente de la
Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, de ser un
agente de la seguridad cubana. La noticia fue recibida con hilaridad por
la prensa extranjera acreditada en La Habana. El libro aparece después
de otro, sobre la disidencia, donde se acusa a Oswaldo Payá de ir a la
playa con su esposa. Todo esto parece destinado a la creación de una
nueva editorial dedicada a combatir a la oposición interna. Sospecho que
la noticia será recibida con beneplácito y esperanza por los millones de
cubanos que carecen de papel sanitario.
Conozco a Elizardo desde hace 40 años. Decir que siento una fuerte
simpatía personal por él sería exagerar. Dicho esto, debo agregar que en
mis más lejanos recuerdos ya era un opositor. Y un opositor desafiante y
testicular. En 1980 entramos juntos en el Combinado del Este. En la
misma redada habían caído Bofill, Edmigio López y Enrique Hernández.
Luego, a Bofill y a mí nos llevaron a Villa Marista. Elizardo y Enrique
también estaban allí. Recuerdo cuando lo esperamos a su salida del
Combinado, y la foto que nos tiramos en su casa. ¿Cómo puede pagar la
Seguridad un año en el Combinado del Este? ¿Cómo se puede pagar un mes
en Villa?
Nadie tiene más veteranía que Elizardo en la disidencia de la isla.
Tampoco creo que nadie tenga su cultura. Más de un vez, periodistas y
dirigentes políticos extranjeros han comentado el contraste que producen
hombres como Elizardo o Arcos Bergnes con los pedestres ministros y
diplomáticos del régimen. La edición de un libro dedicado en su contra
debe considerarse como un obvio reconocimiento a sus méritos como
opositor.
Sin duda, esto es una muestra de desesperación. Hace 15 años,
desconcertado ante un reto que no sabía cómo responder, el gobierno
dedicó varios números de Granma y un programa estelar de
televisión a denigrar a Ricardo Bofill. Me parece recordar que una tía
declaró que era muy feo de niño y que, siendo monaguillo, se había
robado las limosnas de una iglesia. Esto lo hizo conocido nacionalmente,
aunque también es cierto que, hasta el día de hoy, algunos quedaron
influidos por la campaña. En su balance, sin embargo, fue un error del
gobierno.
Este es otro. El gobierno tiene que sentirse muy molesto con Elizardo
para dedicarle tantos recursos. Carece totalmente de sentido que la
gestapo cubana quiera desenmascarar a quien, supuestamente, ella
misma había enmascarado; que se acumule tanta rabia y tanto
resentimiento contra quien, supuestamente, le ha rendido grandes
servicios. Tan importantes que lo han hecho acreedor, nada menos, que de
una medalla por ``servicios distinguidos''.
Esto no es nada nuevo. Es una copia de los viejos procedimientos de
la ''propaganda negra'' soviética: el aparato profesional de difamación
y calumnia. Pero no tiene que ver con aquel sofisticado esquema para
difundir la idea de que el virus del sida había sido elaborado en el
Pentágono. Se parece, más bien, al folleto La espiral de la traición
contra Alexander Solyenitzin. Según el mismo, el autor del
Archipiélago de Gulag había sido informante de los nazis, y de la
GPU. Le pegaba a su madre y, de niño, le sacaba los ojos a los gatos. O
aquel otro contra Sajarov, publicado en la revista Sputnik, donde
se decía que estaba dominado por su esposa, Elena Bonner, que había
asesinado a su primer esposo. Con cianuro. Hay que exasperar mucho a una
dictadura totalitaria para llevarla a esos paroxismos de furia.
Nadie puede acusar a Elizardo de neoliberal o de amigo y defensor de
Estados Unidos, o de simpatizar con la comunidad exiliada de Miami. Esas
mismas posiciones, sin embargo, le han dado credibilidad dentro de la
izquierda internacional. Elizardo ha jugado un papel extremadamente
importante en ayudar a separar a ese sector de la dictadura cubana. Esto
es particularmente irritante para Castro, más aislado que nunca en la
larga historia de su dictadura.
Cómo han cambiado las cosas.
Durante décadas, la línea oficial fue que la oposición cubana no existía,
que era un grupúsculo insignificante: ''cuatro gatos''. Es importante
comprender que esto no es una afirmación banal, sino un planteamiento
esencial y de principios. Desde el punto de vista de la ideología, un
régimen comunista no debe tener oposición. Ya estaba planteado, desde
Marx, que no podía haber oposición popular a una revolución proletaria.
¿Acaso no es la revolución de los humildes, por los humildes y para los
humildes? ¿Acaso no se habían expropiado las empresas extranjeras, los
explotadores foráneos? ¿Acaso no se había expropiado también a los
explotadores nacionales, a los empresarios cubanos? Entonces, si se
había eliminado la fuente de toda la explotación y de todos los abusos,
¿contra qué injusticias sociales podría protestar nadie?
Que nadie se equivoque: el régimen quería cumplir con sus
promesas, y creía poder conseguirlo. No pudo, para decepción (y
sorpresa) universal, porque la propiedad estatal y la planificación
gubernamental asfixian la creación de riqueza. Las características de
los gobernantes son secundarias. La oposición popular surgió en seguida,
pero ya el régimen había instaurado la dictadura. La oposición no tenía
forma de manifestarse. La tarea fundamental de la dictadura iba a ser,
precisamente, impedir que se manifestara. De no conseguirlo, perdería
toda legitimidad puesto que, por mínima que sea, se encuentra totalmente
basada en su supuesta popularidad. Es por eso que el objetivo básico de
la represión siempre ha sido impedir que una oposición organizada se
vuelva popular. Esta patraña contra Elizardo es reveladora. Reveladora
de la fuerza que representa la oposición cubana y del enorme potencial
de popularidad con que cuenta. Ya la dictadura no la desprecia, ahora
sólo aspira a descabezarla, a hacerle perder un poco de prestigio. Es
por eso que le dedica libros y la ataca con tanta saña.