La guerra contra el terrorismo
Adolfo Rivero Caro
La idea de construir una gigantesca mezquita en Ground Zero, el área
donde los terroristas islámicos derribaron las torres del Trade
World Center, puede considerarse, en el mejor de los casos, como un
acto de insensibilidad o, en el peor, como una provocación. Lo que
se discute no es la posibilidad de construir una mezquita, en Nueva
York hay decenas de ellas, sino construirla en ese lugar específico.
Los activistas musulmanes insisten en que la mezquita en cuestión
pretende dejar un testimonio expreso de su oposición al crimen del
9-11. Obviamente, sería mucho más eficaz que un mayor número de
musulmanes americanos se manifestara activamente contra los
terroristas islámicos, algo que, infortunadamente, no ha sucedido.
Sea por temor a las represalias u otra razón cualquiera, ese repudio
ha brillado por su ausencia. Si los musulmanes americanos comparten
los sentimientos de sus compatriotas y se sienten como parte de su
pueblo, no deberían ser insensibles a la fuerte oposición de la
mayoría de los neoyorquinos a la construcción de esa mezquita.
Esto contrasta con un incidente ocurrido hace casi veinte años.
Justo frente al perímetro alambrado de Auschwitz, donde unos 1.5
millones de judíos habían sido asesinados en la II Guerra Mundial,
unas monjas carmelitas vivían en un convento ubicado en un edificio
usado por los nazis para almacenar el mortífero gas Zykon B. Muchos
judíos consideraban el convento católico como una afrenta a las
sensibilidades judías. El Congreso Nacional Judío había llamado
inclusive a boicotear las ceremonias para celebrar el 50 aniversario
del alzamiento del gueto de Varsovia a no ser que abandonaran el
lugar. Pocos días antes del aniversario, el Papa Juan Pablo II les
hizo una carta a las 14 monjas ordenándoles mudarse a otra ubicación.
¿Estaba convencido Juan Pablo II de la buena voluntad de las monjas?
Por supuesto que sí. Pero también comprendía la sensibilidad de los
judíos y, muy justamente, decidió priorizarla. En el caso de Nueva
York, la insensibilidad que muestran los musulmanes es preocupante.
Nunca debemos olvidar que el principal frente de lucha contra los
terroristas musulmanes no está en Afganistán, sino en los mismos
Estados Unidos. Recientemente, una norteamericana casada con un
árabe presentó una demanda en su contra porque éste la había
golpeado. El juez, sin embargo, consideró que, de acuerdo con la
sharia o ley islámica por la que se regía el marido, éste se
hallaba autorizado para hacerlo, por lo que desestimó la demanda de
la mujer. No es un caso único y se ha llegado a reclamar la
necesidad de que el Congreso haga una ley especificando que, en
Estados Unidos, las leyes norteamericanas tienen primacía sobre la
sharia o cualquier otra. Los musulmanes que quieran vivir
bajo la sharia siempre pueden mudarse para Somalia. La
sharia, por cierto, no es muy tolerante. En Arabia Saudita no
existe una sola iglesia cristiana. Están prohibidas.
En Irán, por ejemplo, tras la revolución islámica de 1979, las
relaciones sexuales extramatrimoniales son consideradas un crimen.
En ese país tan cortejado por Lula da Silva y Chávez, los solteros
culpables son condenados a 100 latigazos, pero los casados culpables
deben ser lapidados, es decir, muertos a pedradas (artículo 86 del
Código Penal.) Puesto que la ley iraní permite la poligamia, los
hombres pueden alegar que se trata de un matrimonio temporal pero
las mujeres no tienen ese recurso. Consciente del repudio
internacional a una práctica tan bárbara, el gobierno iraní no
permite que esas condenas se anuncien públicamente.
En estos días, unos francotiradores libaneses mataron a unos
soldados israelíes que estaban trabajando en su lado de la frontera.
El incidente se produjo exactamente a los cuatro años del inicio de
la guerra entre Israel y Hezbolá en el Líbano. Hezbolá, como es
sabido, es un instrumento de Irán. Israel se había comprometido con
castigar severamente cualquier ataque proveniente del Líbano pero,
al parecer, confirmó que el ataque había sido realizado por un
comandante de brigada chiita y simpatizante de Hezbolá, que había
actuado independientemente. Hezbolá había asesinado al primer
ministro Rafik al-Hariri, padre del actual primer ministro del
Líbano, Saad al-Hariri, y éste detesta a Hezbolá, pero está
consciente del apoyo que estos terroristas tienen en el Libano,
donde forman parte del gobierno.
En estos días se esperan las conclusiones de un panel de Naciones
Unidas sobre el asesinato de Rafik al-Hariri. Tanto Hezbolá como
Siria han amenazado con que habrá violencia en la región de ser
acusados por el panel. Es probable que Irán se encuentre preocupado
por la posibilidad de un ataque israelí (o, inclusive de Estados
Unidos) contra sus instalaciones nucleares y prefiera reservar las
acciones de Hezbolá para esa eventualidad.
Estados Unidos está en guerra contra los terroristas islámicos,
aunque Janet Napolitano, la secretaria de Seguridad Territorial
(Homeland Security), se niegue a utilizar el término. Es una guerra
que, gracias a Chávez y Lula, ha extendido sus ramificaciones a la
misma América Latina. Estados Unidos tiene que mantenerse a la
ofensiva en la misma o arriesgarse a perderla, lo que significaría
el fin de la civilización occidental.
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