En defensa del neoliberalismo
 

Lágrimas de cocodrilo

 

Adolfo Rivero


Desde la tragedia del 11 de septiembre, la prensa americana está planteando constantemente lo que se ha convertido en la gran interrogante nacional: ¿por qué hay tanto odio contra Estados Unidos en el mundo?

Realmente, no sé a qué viene esa pregunta. Que yo sepa, la gran prensa, Hollywood, las universidades y todo el establishment liberalfascista lleva muchos años insistiendo en que Estados Unidos es un país odioso. ¿Acaso, según ellos, no es el país que discrimina a los negros, humilla a las minorías étnicas y oprime a las mujeres? ¿No es el país que desató una cacería de brujas contra sus intelectuales (el maccarthysmo) comparable con el gulag y la represión de la KGB soviética e impuso una carrera armamentista que llevó el mundo al borde la guerra nuclear? ¿No es la nación que atacó cruelmente a la dulce sociedad campesina de Vietnam, como antes había atacado a los coreanos? ¿La que ha conspirado contra todos los gobiernos que han querido independizarse del control de sus transnacionales para construir una sociedad sin explotadores y explotados --como la Cuba de Castro, la Nicaragua sandinista y el Chile de Allende? ¿Acaso no han llegado a considerar como una gran tragedia histórica el descubrimiento de América por parte de los europeos? (Qué lástima que el continente no haya quedado bajo el dominio de los amables sioux y los cordiales aztecas --aunque hubiera habido que esperar por el invento de la rueda y resignarse a andar a pie, porque el caballo lo trajeron los europeos.) ¿Cómo extrañarse entonces de que haya tanta gente que quiera barrer de la faz de la tierra a este país tan racista, imperialista, machista, agresivo, violento y colonizador? En gran medida, el odio contra Estados Unidos no es más que el resultado de su trabajo.

Cuando uno se pregunta sobre el odio contra Estados Unidos, lo primero que salta a la vista es que para muchísimas personas la respuesta es obvia. Esas personas integran lo que, en términos muy amplios, calificamos como la "izquierda"'. Nadie discutirá que la izquierda se define esencialmente como antinorteamericana. (El libro a leer es Antiamericanism: Rational and Irrational de Paul Hollander.) No se puede ser de izquierda y simpatizar con Estados Unidos. ¿Por qué? Porque la izquierda es, esencialmente, anticapitalista y Estados Unidos es la primera potencia capitalista del mundo.

Esto del anticapitalismo no es nuevo. Los socialistas siempre han querido otro tipo de sociedad. Algunos querían transformar la sociedad de libre mercado mediante constantes reformas, como los fabianos en Gran Bretaña. Otros, como Lenin, pensaban que los revolucionarios tenían que arrancarles el poder político a los partidarios del capitalismo. Todavía otros, como Gramsci, planteaban que Lenin estaba equivocado y que era necesario cambiar la cultura popular antes de conquistar el poder político. De no hacerlo así, habría que gobernar mediante el terror.

El anticapitalismo cobró mucha fuerza como consecuencia de la I Guerra Mundial, y se reforzó como consecuencia de la gran depresión. Desde el New Deal, la izquierda consideró que el estado debía ser el principal motor de la economía y que el mercado --sinónimo de la "anarquía de la producción"', como decía Marx-- debía ser sustituido por la planificación. El ejemplo era la Unión Soviética, donde no había desempleo ni ciclos económicos.

Estas ideas se hicieron hegemónicas en el mundo entero. (Ver Los puestos de mando en www.neoliberalismo.com.) Eventualmente, arrastraron a todos los países desarrollados al estancamiento y a la inflación (stagflation). Esta crisis  condujo a un profundo cambio a principios de los años 80, reforzado posteriormente con el espectacular derrumbe del "campo socialista''. China se salvó del mismo destino por su audaz renuncia al tradicional modelo económico socialista.

Esta experiencia provocó un dramático viraje ideológico mundial y un regreso a las tradicionales ideas liberales enriquecidas por la experiencia: el neoliberalismo. Muchos, sin embargo, mantuvieron su anticapitalismo bajo otras formas. Se iba a insistir, por supuesto, en la necesidad de gravar y cargar de infinitas regulaciones la empresa privada, pero ahora la lucha anticapitalista iba a tomar formas netamente culturales. Esas nuevas formas eran el multiculturalismo (la civilización occidental, matriz del capitalismo moderno, es opresora), la lucha por destruir la herencia cristiana de la nación bajo el pretexto de la separación de la iglesia y el estado, la balcanización de Estados Unidos mediante el deliberado cultivo de los resentimientos raciales y la insistencia en la no asimilación de las minorías de inmigrantes, el ecologismo radical (la industrialización está destruyendo el planeta), el feminismo radical (la civilización occidental oprime y explota a las mujeres) y el ataque a a la familia tradicional (banalización del divorcio, apología de la promiscuidad, "matrimonios'' homosexuales, etc.). Que nadie se engañe: la forma ha cambiado pero el objetivo de transformar radicalmente nuestra sociedad permanece idéntico. Y si Lenin ha perdido, Gramsci parece estar ganando.

Por consiguiente, es hipócrita que los liberalfascistas americanos pretendan asombrarse de la intensidad del odio contra Estados Unidos. En gran medida, ellos mismos lo han creado. Y ni siquiera el zarpazo del 11 de septiembre consigue detenerlos. Ahí están su constante insistencia en las bajas civiles en Afganistán y la inminencia de otro Vietnam. Es repugnante. Sus lamentos son huecos y sus lágrimas, de cocodrilo.