Capitalismo y
libertad
Milton Friedman
Este ensayo
trata de la relación entre la libertad que disfrutan los individuos
en una sociedad y la forma de organización económica adoptada por
esa sociedad. Su tesis es que la organización del grueso de la
actividad económica a través de empresas privadas en un mercado
libre -una forma de organización que llamaré capitalismo
competitivo- es una condición necesaria de la libertad individual.
Aunque necesario para la libertad, el capitalismo sólo no es
suficiente para garantizara. Tiene que estar acompañado por un
conjunto de valores y de instituciones políticas favorables a la
libertad; estas condiciones adicionales no serán consideradas en
este ensayo.
El sistema
económico juega un papel dual en la promoción de la libertad. En
primer lugar, la libertad económica en, en si misma, un
componente esencial de la libertad en general. El
capitalismo competitivo, como el sistema más favorable a la libertad
económica, es por esta razón un fin en sí mismo. En segundo lugar,
la libertad económica es un medio para la libertad civil o
política. Al permitir una efectiva separación entre el poder
económico y el político, reduce los costos de la idiosincrasia
política y proporciona numerosos centros independientes de potencial
oposición a la supresión de la libertad. La experiencia histórica y
el análisis lógico apoyan por igual esta tesis.
El crecimiento
y propagación de la libertad civil en Occidente coincidió claramente
con la difusión del capitalismo como el sistema dominante de
organización económica. No conozco ningún ejemplo de sociedad, en
ninguna época o lugar, definible como sociedad libre, que no usara
un sistema de mercado privado para organizar sus actividades
económicas. Es igualmente claro que el capitalismo por si solo no ha
sido suficiente para garantizar la libertad. El Japón, por lo menos
antes de la II Guerra Mundial, y Rusia antes de la I Guerra Mundial,
eran sociedades capitalistas y, sin embargo, esencialmente
autocráticas en su estructura política. La Italia fascista y la
España de Franco son ejemplos adicionales aunque un poco menos
claros; en ambos el estado ha jugado un papel tan amplio en el
control y desarrollo de los asuntos económicos que quizás fuera
mejor describirlos como sociedades socialistas o colectivistas que
como capitalistas. Y esto ciertamente es válido para la Alemania
Nacional Socialista.
Con todo,
merece la pena observar que inclusive en estos países- con la sola
excepción de la Alemania nazi- nunca la supresión de la libertad
individual ha llegado tan lejos como en los modernos estados
totalitarios de Rusia y China, donde el colectivismo económico se
combina con el autoritarismo político y donde apenas sobreviven
algunos vestigios del capitalismo. La razón parece clara. Por poco
que fuera el capitalismo existente, proporcionaba algunas fuentes de
poder parcialmente independiente de la autoridad política. Además,
por supuesto, el capitalismo significó alguna medida de libertad
económica y hasta los vasallos de la Rusia zarista podían cambiar de
trabajo sin permiso de ningún organismo estatal.
La relación
entre la libertad económica y la libertad política es compleja y en
ningún sentido unilateral. En la Inglaterra de principios del siglo
XIX, los radicales filosóficos y sus aliados consideraban la reforma
política fundamentalmente como un medio para la libertad económica.
Los seguidores de Adam Smith, Ricardo y Bentham, creían que una
reducción en la intervención estatal en la economía, una amplia
medida de laissez faire, era el principal requisito de
un rápido progreso económico así como de la amplia distribución de
sus frutos entre las masas. Dicho sea de paso, la experiencia
subsiguiente deja pocas dudas sobre lo correcto de esa opinión (ver
Indice de la libertad económica). Estos tempranos liberales veían
los intereses creados de los políticamente poderosos,
particularmente los terratenientes, como el principal obstáculo de
esa política. La reforma política le daría el poder al pueblo y el
pueblo, naturalmente, legislaría en su propio interés, es decir,
legislaría laissez faire.
Desde el fin
del siglo XIX hasta el día de hoy, los principales escritores
liberales –hombres como Dicey, Mises, Hayek y Simons, por sólo citar
unos pocos- subrayaron la relación inversa: la libertad económica
como medio para la libertad política. El triunfo del liberalismo
benthamita en la Inglaterra del siglo XIX fue seguido por la
intervención gubernamental en los asuntos económicos y esta
tendencia hacia el colectivismo se vio muy acelerada tanto en Gran
Bretaña como en el resto del mundo por dos guerras mundiales. En los
países democráticos, fue el bienestar social más bien que la
libertad lo que se convirtió en el factor determinante. Reconociendo
la implícita amenaza al individualismo, estos autores temían que un
continuo movimiento hacia el control centralizado de la actividad
económica demostrara ser El Camino de la Servidumbre, como tituló
Hayek su penetrante estudio sobre el proceso (ver
El Camino de la servidumbre).
Los
acontecimientos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial presentan
una relación de nuevo diferente entre la libertad económica y la
política. La planificación económica colectivista ha interferido con
la libertad individual. Sin embargo, por lo menos en algunos países,
el resultado no ha sido la supresión de la libertad sino el cambio
de la política económica. Nuevamente Inglaterra brinda el ejemplo
más llamativo. El punto de viraje es, quizás, la orden de “control
de compromisos” que, pese a muchas reservas, el Partido Laborista
encontró necesario imponer para poder realizar su política
económica. Plenamente ejecutada, la ley hubiera implicado la
asignación centralizada del empleo. Pero esto chocaba tan
abiertamente con la libertad personal que fue llevada a la práctica
en un número insignificante de casos y rescindida tras haber estado
en vigor por un breve período. Su cancelación introdujo un franco
cambio de política económica, una reducción del apoyo en los
“planes” y “programas” centralizados, el desmantelamiento de muchos
controles y un creciente énfasis en el mercado privado. Un cambio
similar de política ocurrió en la mayor parte de los demás países
democráticos (ver
Los Puestos de Mando).
La razón última
de estos cambios de política está en el limitado éxito o completo
fracaso de la planificación centralizada para conseguir sus
objetivos. Sin embargo, este fracaso debe atribuirse, por lo menos
en alguna medida, a las implicaciones políticas de la planificación
centralizada y a la falta de voluntad de seguir su lógica cuando
hacerlo requiere pisotear estimados derechos privados. Bien pudiera
ser que el cambio sólo sea una momentánea interrupción de la
tendencia colectivista de este siglo. Aun así, ilustra de manera
llamativa la estrecha relación entre la libertad política y las
disposiciones económicas.
Adam Smith vio
claramente que la utilización efectiva de los recursos económicos
requiere la coordinación de un gran número de personas. Como él
dijera, “la división del trabajo está limitada por la extensión del
mercado.” El aumento de la población y el progreso tecnológico desde
que escribiera han ampliado continuamente la escala en que se
requiere la coordinación para poder aprovechar al máximo la ciencia
moderna. Es obvio que literalmente millones de personas están
implicadas en brindarse mutuamente su pan cotidiano, por no hablar
de sus automóviles. El desafío para el creyente en la libertad es
reconciliar la creciente interdependencia con la libertad
individual.
Fundamentalmente, sólo hay dos formas de coordinar las actividades
económicas de millones de personas. Una es la dirección centralizada
que implica el uso de la coerción -la técnica del moderno estado
totalitario. La otra es la cooperación voluntaria de los individuos
-la técnica del mercado.
La posibilidad
de coordinación a través de la cooperación voluntaria se apoya en la
proposición elemental –y, sin embargo, frecuentemente negada- de que
ambas partes de una transacción económica se benefician siempre que
la transacción sea bilateralmente voluntaria e informada. Por
consiguiente, el intercambio puede significar coordinación sin
coerción. Un modelo de sociedad organizada a través del intercambio
voluntario es una economía de libre empresa privada, lo que hemos
llamado capitalismo competitivo.
Es su forma más
simple, semejante sociedad consiste en un número de familias
independientes- una colección de Robinson Crusoes, por decirlo así.
Cada familia usa los recursos que controla para producir bienes y
servicios que intercambia por bienes y servicios producidos por
otras familia en términos mutuamente aceptables para ambas partes.
Por consiguiente, cada familia está capacitada para satisfacer sus
necesidades indirectamente al producir bienes y servicios que
utilizarán otras casas, mas bien que produciendo bienes para su
propio consumo inmediato. El incentivo usado para adoptar la vía
indirecta es, por supuesto, el incremente de productividad que hacen
posible la división del trabajo y la especialización de funciones.
En consecuencia, ambas partes pueden beneficiarse de cada
intercambio.
Puesto que cada
familia siempre tiene la alternativa de producir directamente para
si misma, no tiene que entrar en ningún intercambio a no ser que
realmente se beneficie. De esa fomra, no ocurrirá ningún intercambio
a no ser que ambas partes se beneficien del mismo. De esa forma, se
consigue la cooperación sin coerción.
En una economía
de intercambio simple, en la que una familia es la mayor unidad
productiva y en la que los productos finales son intercambiados
contra productos finales, la división del trabajo y la
especialización de funciones no pueden ir más allá, Para ampliar la
magnitud de la división del trabajo, la unidad productiva en las
economías de mercado existentes se halla en gran medida separada de
la unidad de consumo. Toma la forma de una empresa que sirve como
intermediaria entre el uso de los recursos de algunas familias para
producir productos, y la adquisición de los productos por la misma u
otra familia. La introducción de semejante intermediario permite la
cooperación productiva en un área mucho más amplia y hace posibles
complejas cadenas de intercambio y formas indirectas de utilizar los
recursos. La elaboración de arreglos cooperativos se ve facilitada
todavía más por el uso de “dinero”, o medio generalizado de compra,
para hacer transacciones mas bien que intercambiando bienes o
servicios directamente.
Pese al
importante papel de la empresa y del dinero en nuestra economía
actual, y pese a los numerosos y complejos problemas que suscita, la
característica central de la técnica de mercado para conseguir
coordinación se ve plenamente desplegada en una simple economía de
intercambio aunque no tenga ni empresas ni dinero.
Como en el
modelo simple, también en la empresa compleja y la economía de
intercambio monetario, la cooperación es estrictamente individual y
voluntaria, siempre que (a) esas empresas sean privadas, para que
las partes contratantes en última instancia sean individuos y (b)
que los individuos sean efectivamente libres para entrar o no entrar
en cualquier intercambio particular, para que cualquier transacción
sea estrictamente voluntaria.
Es mucho más
fácil formular estas condiciones en términos generales que
especificarlas en detalle, o precisar los arreglos institucionales
más favorables a su mantenimiento. En realidad, gran parte de la
literatura económica técnica está justamente preocupada con estas
cuestiones. El requisito básico es el mantenimiento de la ley y el
orden para evitar la coerción y poner en vigor los contratos
voluntarios, dándole así contenido a “privado” (
ver La
evolución del estado de derecho). Aparte de esto, quizás el
problema más difícil se derive del “monopolio” –que inhibe la
libertad efectiva al negarle a los individuos las alternativas al
intercambio particular- y de los “efectos de vecindario”- efectos
sobre terceras personas para los que no resulta factible ni pagar ni
cobrar.
Aunque aquí no
es posible una discusión amplia, el espectro de los problemas
implicados queda sugerido por las diferentes significaciones
atribuidas a “libre” como un adjetivo que modifica a una empresa. Un
significado, el que se le ha dado generalmente en la Europa
continental, es que las “empresas” serán libres de hacer lo que
quieran, incluyendo fijar precios, dividir mercados y adoptar
cualquier otra técnica para dejar fuera a potenciales competidores.
Otra, inherente al pensamiento británico y a la ley y la tradición
norteamericana, es que cualquiera será “libre” para establecer una
empresa, lo que significa que las empresas existentes no son
“libres” para dejar fuera a los competidores a no ser vendiendo un
mejor producto al mismo precio o el mismo producto a un precio más
bajo. El concepto europeo es una derivación natural de una sociedad
de “status”; la norteamericana, de una sociedad democrática e
igualitaria. Y, a su vez, las diferentes concepciones reaccionan
sobre el carácter de la sociedad; la concepción europea promueve una
economía estructurada, “clases” económicas, y una aristocracia
industrial para complementar su aristocracia social; la concepción
norteamericana promueve la movilidad económica, la ausencia de
clases y la democracia económica para complementar su democracia
social.
Mientras se
mantenga la efectiva libertad de intercambio, el elemento central de
la organización de mercado de la actividad económica consiste en que
impide que una persona interfiera con la mayoría de las actividades
de otra. El consumidor está protegido de la coerción del vendedor
gracias a la presencia de otros vendedores con los que puede tratar.
El vendedor está protegido de la coerción de los consumidores
gracias a los otros consumidores a los que puede vender. El empleado
está protegido de la coerción del empleador gracias a los otros
empleadores para los que pudiera trabajar, y así sucesivamente. Y el
mercado hace esto impersonalmente y sin ninguna autoridad
centralizada.
En realidad,
una gran fuente de objeciones a una economía libre es precisamente
lo bien que hace su trabajo. Le da a la gente lo que quiere en vez
de lo que un grupo particular piensa que debería de querer.
Subyacente a la mayoría de los argumentos contra el mercado libre
está la falta de confianza en la libertad misma.
Las libertades
económicas que proporciona el mercado incluyen la libertad de
morirse de hambre, para usar una frase muy querida por los enemigos
del mercado. El mercado le garantiza al individuo la libertad de
aprovechar al máximo los recursos que están a su disposición,
siempre que no interfiera con la libertad de los demás de hacer lo
mismo. Pero no garantiza que tendrá los mismos recursos que otro.
Los recursos que pueda tener reflejan, en gran medida, los
accidentes de nacimiento, herencia y previa buena o mala fortuna. Y
no hay nada que pueda evitar que conduzcan a una gran disparidades
en riquezas e ingresos. Para muchas personas, estas disparidades
son moralmente repugnantes y plantean difíciles problemas éticos que
no pueden explorarse aquí. También sirven funciones muy reales, una
de las cuales mencionaremos más adelante.
En la medida en
que las disparidades se derivan de un monopolio y de otras
imperfecciones del mercado, se pudieran reducir acercándose más al
mercado libre ideal. Pero hay que reconocer que inclusive un mercado
libre ideal es perfectamente coherente con una gran desigualdad.
Fuera de la caridad individual, no hay forma de eliminar esas
desigualdades de riqueza que permanecerían inclusive en un mercado
libre ideal, excepto mediante la interferencia con la libertad de
los más afortunados. Es una observación banal, aunque
desagradable, que la libertad y el igualitarismo pueden ser
objetivos contradictorios. Afortunadamente, en la práctica, han
demostrado que no lo son. Históricamente, un mercado libre ha
producido menos desigualdad, una distribución de la riqueza más
amplia, y menos pobreza que cualquier otra forma de organización
económica. Hay menos desigualdad en los países
capitalistas avanzados, como Estados Unidos, que en países
subdesarrollados como la India.
Aunque la
escasez de la información hace difícil estar seguro, también parece
haber menos desigualdad en los países capitalistas en general que en
los colectivistas como Rusia y China. En principio, las sociedades
colectivistas pudieran conseguir una igualdad substancial, aunque
sacrificando la producción total. No lo han hecho. Ni siquiera lo
han intentado.
Por supuesto,
la existencia de un mercado libre no elimina la necesidad de un
gobierno. Por el contrario, como hemos dicho, el gobierno es
esencial como foro para determinar “las reglas del juego” y como
árbitro para aplicar las reglas que se decidan. Lo que el mercado
hace es reducir mucho el espectro de problemas que hay que decidir
políticamente y, por consiguiente, minimiza la medida en la que el
gobierno tiene que participar directamente en el juego. El rasgo
característico de la acción política es que tiende a requerir, o
poner en vigor, una sustancial conformidad. La gran ventaja del
mercado, por otra parte, consiste en que permite una gran
diversidad. En términos políticos es un sistema de
representación proporcional. Cada persona puede votar, por decirlo
así, por lo que quiere y conseguirlo. No necesita saber qué quiere
la mayoría y luego, si está en la minoría, someterse.
Es esta
característica del mercado a la que nos referimos cuando decimos que
el mercado proporciona libertad económica. Pero esta característica
también tiene implicaciones que van mucho más allá de lo
estrechamente económico. La libertad política significa la ausencia
de coerción de un hombre por otro. La amenaza fundamental a la
libertad es el poder de coaccionar, ya esté en manos de un monarca,
de un dictador, de un oligarca o de una momentánea mayoría. La
preservación de la libertad requiere la eliminación de esa
concentración de poder en la mayor medida posible y la dispersión y
distribución de cualquier poder que no pueda eliminarse –un sistema
de checks and balances. Al sustraer la organización de
la actividad económica del control de la autoridad política, el
mercado elimina esta fuente de poder coercitivo. Le permite al poder
económico ser un balance contra el poder político en vez de un
refuerzo.
El poder
económico puede ser ampliamente diseminado, porque no hay ninguna
necesidad de que el crecimiento de nuevos centros de poder económico
se produzca a costa de los ya existentes. Puede haber muchos
millonarios. El poder político, por otra parte, es mucho más difícil
de descentralizar. Su carácter personal impone algo más afín a una
ley de conservación del poder. Puede haber muchos pequeños gobiernos
independientes. Pero es mucho más difícil mantener numerosos
pequeños centros de poder político igualmente fuertes dentro un gran
gobierno que mantener numerosos centros de poderío económico dentro
de una gran economía. Por consiguiente, si la fuerza económica
se une a la fuerza política, la concentración parece casi
inevitable.
Quizás pueda
demostrarse mejor la fuerza de este argumento abstracto con un
ejemplo. Un rasgo de una sociedad libre es la libertad de los
individuos para defender y propagar abiertamente un cambio radical
en la estructura de la sociedad, mientras esa defensa esté limitada
a la persuasión y no incluya la fuerza u otras formas de coerción.
Es una característica de la libertad política en una sociedad
capitalista que los hombres pueden defender y trabajar abiertamente
a favor del socialismo. Igualmente, la libertad política en una
sociedad socialista requeriría que los hombres tuvieran la libertad
de defender la introducción del capitalismo. ¿Cómo puede preservarse
y protegerse la libertad para defender el capitalismo en una
sociedad socialista?
Para que los
hombres puedan defender algo en primer lugar tienen que poder
ganarse la vida. Esto ya plantea un problema en la sociedad
socialista, puesto que todos los empleos están bajo el control
directo de las autoridades políticas. Haría falta un acto de
autolimitación gubernamental cuya dificultad está subrayada por la
experiencia de Estados Unidos después de la II Guerra Mundial con el
problema de la “seguridad” entre los empleados federales. Para un
gobierno socialista permitirle a sus empleados defender políticas
directamente contrarias a la doctrina oficial.
Pero supongamos
que se consiga este acto de auto-negación. Para que la defensa del
capitalismo signifique algo, sus proponentes tienen que poder
financiar su causa, tienen que tener reuniones públicas, publicar
panfletos, comprar tiempo en la radio, editar periódicos y revistas,
y así sucesivamente. ¿Cómo podrán recaudar los fondos necesarios?
Pudiera haber hombres en la sociedad socialista con grandes
ingresos, quizás en forma de bonos del gobierno y cosas por el
estilo, pero tendrían que ser altos funcionarios. Es posible
concebir algunos funcionarios socialistas de menor rango manteniendo
su cargo pese a defender el capitalismo. Es prácticamente imposible
imaginar que algunos altos funcionarios socialistas vayan a
subvencionar semejantes “actividades subversivas’’.
El único
recurso para buscar fondos sería recaudar pequeñas cantidades de un
gran número de funcionarios menores. Pero esta no es una respuesta
realista. Para llegar a conseguir estos recursos, habría que
persuadir a mucha gente y nuestro problema consiste, precisamente,
en cómo iniciar y financiar una campaña para poder hacerlo. Los
movimientos radicales en una sociedad capitalista nunca se han
financiado de esa manera. Típicamente han sido subvencionados por
unos cuantos individuos ricos que han sido convencidos por un
Frederick Vanderbilt, una Anita Blaine McCormick o un Corliss Lamont,
por mencionar unos cuantos nombres recientemente destacados, o por
Federico Engels para ir más para atrás. Este es un papel de la
desigualdad de riqueza para preservar la libertad política que casi
nunca se subraya – el papel del patrón.
En una sociedad
capitalista, sólo hace falta persuadir a unos cuantos ricos para
lanzar cualquier idea, por extraña que sea, y hay muchas de esas
personas, muchas fuentes independientes de apoyo. Y, en realidad, ni
siquiera es necesario persuadir a nadie sobre la validez de la idea.
Sólo es necesario persuadirlos de que su propagación puede ser
financieramente exitosa; que el periódico o revista o libro o lo que
sea pude ser rentable. El editor competitivo, por ejemplo, no puede
permitirse publicar solamente los escritos con que esté
personalmente de acuerdo; le basta con la probabilidad de que el
mercado le dé un rendimiento satisfactorio a su inversión.
De esta forma,
el mercado rompe el círculo vicioso y hace posible financiar con
pequeñas cantidades de muchas personas sin tener que persuadirlas
primero. En una sociedad socialista no existe esa posibilidad. Sólo
existe el estado todopoderoso.
Hagamos un
esfuerzo de imaginación y supongamos que un gobierno socialista que
está consciente de este problema y compuesto por personas que
quieran preservar la libertad. ¿Pudiera suministrar los fondos?
Quizás, pero es difícil ver cómo. Pudiera establecer una oficina
para subsidiar la propaganda subversiva. Pero ¿cómo podría
seleccionar a quién apoyar? Si le diera a todos lo que piden, pronto
se vería sin fondos porque el socialismo no puede cancelar la
elemental ley económica de que un precio lo suficientemente alto
creará una gran oferta. Si usted hace la defensa de una causa
radical lo suficientemente remunerativa, el suministro de sus
partidarios será ilimitado.
Además, la
libertad para defender causas impopulares no requiere que esa
defensa sea gratuita. Por el contrario, ninguna sociedad podría ser
estable si la defensa de las causas radicales fuera gratuita, mucho
menos subsidiada. Es enteramente apropiado que los hombres hagan
sacrificios para defender causas en las que creen. En realidad, es
importante preservar la libertad sólo para gente desinteresada
porque de otra forma la libertad degeneraría en libertinaje e
irresponsabilidad. Lo que es esencial en que el costo de defender
causas impopulares sea tolerable y no prohibitivo.
Pero no hemos
terminado todavía. En una sociedad de libre mercado, basta con
tener fondos. Los proveedores de papel están tan dispuestos a
venderle al Daily Worker como al Wall Street Journal. En una
sociedad socialista, no sería suficiente tener los fondos.
Nuestro hipotético órgano capitalista tendría que persuadir a la
fábrica de papel del gobierno para que le vendiera, a la imprenta
del gobierno para que le imprimiera, etc.
Otro ejemplo del papel del mercado en la preservación
de la libertad política, y uno que más cercano de nosotros, se
reveló con el macarthysmo. Aparte de los temas de fondo, y de los
méritos de las acusaciones hechas, ¿qué protección tenían los
individuos y, en particular, los empleados del gobierno, contra
acusaciones irresponsables e investigaciones que iban contra su
consciencia revelar? Su recurso a la Quinta Enmienda hubiera sido
una burla sin una alternativa al empleo en el gobierno.
Su protección
fundamental era la existencia de una economía de mercado privada en
la que pudieran ganarse la vida. Aquí nuevamente, la protección no
era absoluta. Muchos empleados privados potenciales eran, correcta o
incorrectamente, renuentes a contratar a los criticados. Bien
pudiera ser que hubiera mucho menos justificación para los costos
impuestos en muchas de las personas implicadas que para los costos
generalmente impuestos en las personas que defienden causas
impopulares. Pero el punto importante es que los costos eran
limitados y no prohibitivos, como hubieran sido si el empleo en el
gobierno hubiera sido la única posibilidad.
Es de interés notar
que una fracción desproporcionadamente grande de las personas
implicadas aparentemente nunca entró en los sectores más
competitivos de la economía –pequeños negocios, comercio,
agricultura- donde el mercado se acerca más de cerca al ideal del
libre mercado. Nadie que compre pan sabe si el trigo del que está
hecho fue cultivado por un comunista o un republicano, por un
demócrata o un fascista, por un negro o un blanco. Esto ilustra cómo
un mercado impersonal separa las actividades económicas de los
puntos de vista políticos y protege a los hombres en sus actividades
económicas contra todo lo que no tenga que ver con su productividad.
Como
sugiere este ejemplo, los grupos que tienen más en juego en nuestra
sociedad en la preservación y fortalecimiento del capitalismo
competitivo son esos grupos minoritarios que más fácilmente pueden
convertirse en el objeto de la desconfianza o enemistad de la
mayoría –los judíos, los extranjeros, por solo mencionar los más
obvios. Con todo, paradójicamente, los enemigos del libre mercado
–los socialistas, los comunistas- han sido reclutados en un número
desproporcionadamente alto precisamente en estos grupos. En vez de
reconocer la protección que les brinda el mercado, le atribuyen
erróneamente cualquier discriminación residual.
Traducción y subrayados por AR.
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