Resumen de libros
El camino de la
servidumbre
Friedrich A.Hayek
Introducción a la edición sintetizada
El Camino de la Servidumbre fue un libro que no encontró difusión
ni popularidad en Occidente tras su aparición en 1944. El ambiente
ideológico imperante le era francamente hostil: era el mismo que
existía en Cuba en la época prerrevolucionaria. El mismo que no pudo
ofrecer prácticamente ninguna resistencia a que Fidel Castro llegara
al poder e instituyera el comunismo en Cuba. ¿Qué ambiente era ese?
¿Cuál se pensaba entonces que era el camino del progreso y el
desarrollo? Pero ¿qué decía la experiencia histórica sobre el mismo?
Ese es el tema de este libro.
Es un texto agudo, profético, uno de las grandes producciones
liberales del siglo XX. Estoy seguro de que si hubiera sido popular
entre nosotros antes del triunfo de la revolución, Fidel Castro no
hubiera haber podido hacer lo que hizo. No sólo eso. Si conseguimos
hacerlo popular entre nuestros intelectuales, aun ahora, pudiéramos
ahorrarnos grandes frustraciones en el futuro.
El Camino de la Servidumbre es un libro de poco más de 200
páginas. La síntesis de una obra tan densa, y tan rica, no es tarea
fácil. Hice una amplia utilización de las negritas para tratar de
compensar con ese énfasis la eliminación de ciertas reiteraciones.
Igualmente, en unos pocos casos, he simplificado un tanto la
redacción para ganar en claridad expositiva. No pude resistir la
tentación de hacerle algunos comentarios al texto, que aparecen
numerados al pie de cada capítulo y que, por supuesto, sólo
representan mis opiniones personales. Sólo espero que este trabajo
despierte en los lectores el interés por leer el insustituible
original, tan poco conocido entre nosotros.
Adolfo Rivero Caro
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RESUMEN DE EL CAMINO DE LA SERVIDUMBRE
Introducción
Los estudiantes de la historia de las ideas difícilmente puedan
dejar de apreciar algo más que una similitud superficial entre la
tendencia del pensamiento alemán después de la I Guerra Mundial y la
tendencia del pensamiento actual en las democracias occidentales.
Hasta hace muy poco tiempo, las políticas socialistas de los
gobiernos alemanes eran consideradas como un modelo para los
"progresistas", de la misma forma en que han sido consideradas las
de Suecia más recientemente. Pocos han tenido el coraje de reconocer
que el ascenso del fascismo y del nazismo no ha sido una reacción
contra el socialismo anterior sino precisamente su consecuencia, y
que los conflictos entre la "derecha" del nacionalsocialismo y la
"izquierda" comunista no han sido sino luchas entre fracciones
socialistas rivales.
Actualmente (1944) existe entre las democracias occidentales la
misma determinación, típica de Alemania después de la I Guerra
Mundial, de preservar el tipo de organización nacional en la paz que
había servido para los fines de la guerra. Hay el mismo menosprecio
por el liberalismo del siglo XIX, el mismo espurio "realismo" e
incluso el mismo cinismo y la misma aceptación fatalista de las
"tendencias inevitables" de la economía. Tal parece como si
existiera un rechazo a aprender de las lecciones de la historia.
A través de todo el libro utilizo el término "liberal" en el
sentido original del siglo XIX que todavía es habitual en
Inglaterra. Sin embargo, con frecuencia su uso habitual en Estados
Unidos viene a significar casi exactamente lo contrario. Ha sido
parte del camuflaje del movimiento izquierdista de ese país, ayudado
por la confusión de muchos que realmente creen en la libertad, que
"liberal" haya venido a significa la defensa de casi todo tipo de
control gubernamental. Todavía me resulta enigmático por qué los que
verdaderamente creen en la libertad en Estados Unidos no sólo
permitieron que se apoderara de este término, prácticamente
indispensable, sino que casi la ayudaron al comenzar ellos mismos a
utilizarlo como término de oprobio. Esto parece particularmente
lamentable dado la consiguiente tendencia de los verdaderos
liberales a describirse a si mismos como conservadores.
Es cierto, por supuesto, algunas veces, en la lucha contra los
que creen en el estado todopoderoso, los verdaderos liberales tienen
que hacer causa común con los conservadores y, en algunas
circunstancias, como en la Gran Bretaña contemporánea, difícilmente
tengan otra forma de trabajar activamente por sus ideales. Pero el
verdadero liberalismo sigue siendo muy distinto del conservadurismo,
y el conservadurismo, aunque un elemento necesario en cualquier
sociedad estable, no es un programa social; en sus tendencias
paternalistas, nacionalistas y adoradoras del poder frecuentemente
está más cerca del socialismo que el verdadero liberalismo; y con
sus propensiones tradicionalistas, anti-intelectuales y
frecuentemente místicas, nunca, excepto en cortos períodos de
desilusión, resultará atractivo para los jóvenes y para todos los
que creen que algunos cambios son deseables si este mundo ha de
convertirse en un lugar mejor. Un movimiento conservador, por su
propia naturaleza, está obligado a defender los privilegios
establecidos y apoyarse en el poder del gobierno para la protección
de esos privilegios. Sin embargo, lo esencial de la posición liberal
es la negación de todo privilegio, si por privilegio se entiende, en
su sentido propio y original, un estado que garantiza y protege
derechos disponibles para algunos y no para otros (1).
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(1) La sociedad norteamericana contemporánea se ha alejado
enormemente del ideal liberal. La izquierda americana, que se siguen
llamando "liberal" dentro del Partido Demócrata, está integrada por
los modernos herederos del utopismo comunista. Consideran al estado
como el instrumento idóneo para resolver todos los problemas de la
sociedad. Han construido un enorme estado de beneficencia social (welfare
state) y luchan por proteger privilegios, como la acción
afirmativa, para determinados grupos como negros y mujeres,
homosexuales, inválidos, viejos, veteranos y muchos otros. Y, a
través del llamado "multiculturalismo" están impulsando la
balcanización del país.
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Capítulo I
El Camino Abandonado
Desde por lo menos 25 años antes de que el espectro del
totalitarismo se convirtiera en una amenaza real, nos hemos estado
alejando de las ideas básicas que han servido de fundamento a la
civilización occidental. Hemos ido renunciando progresivamente a la
libertad en los asuntos económicos. Sin embargo, sin esa libertad en
los asuntos económicos, la libertad política y personal nunca ha
existido en el pasado. Aunque hemos sido advertidos por los más
grandes pensadores políticos del siglo XIX como De Tocqueville y
Lord Acton, de que el socialismo significa esclavitud, nos hemos
estado moviendo precisamente en la dirección del socialismo.
Nos hemos estado alejando rápidamente no sólo de las ideas de
Adam Smith y Hume, sino de las de Locke y Milton, y hasta de las
características básicas de la civilización occidental establecidas
por el cristianismo y la filosofía de los griegos y los romanos. Se
ha estado abandonando progresivamente el individualismo básico de
Erasmo y Montaigne, de Cicerón y Tácito, de Pericles y Tucídides. El
individualismo se ha convertido en una mala palabra, y se ha querido
hacer sinónimo de mezquindad y de egoísmo. Esto es completamente
erróneo. El individualismo es el opuesto del socialismo, el fascismo
y las demás formas de colectivismo. Los rasgos esenciales del
individualismo se han derivado de elementos cristianos y de la
filosofía de la antigüedad clásica que se cristalizaron por primera
vez en el Renacimiento, y que se siguieron desarrollando en lo que
conocemos hoy como la civilización occidental (2).
La progresiva transformación de un rígido sistema jerárquico en
otro sistema en donde los hombres pudieran intentar escoger su
propio camino y donde hubiera la posibilidad de escoger entre
diversas formas de vida, se encuentra íntimamente relacionado con el
desarrollo del comercio. Una nueva perspectiva de la vida fue
extendiéndose junto con el comercio desde las ciudades comerciales
del norte de Italia hacia el norte y el oeste, a través de Francia y
del suroeste de Alemania hasta Holanda y las islas británicas,
echando profundas raíces dondequiera que no hubiera algún despotismo
que pudiera asfixiarla.
Fue en Holanda y en Inglaterra donde el comercio pudo
desarrollarse mejor y convertirse en el fundamento de la vida
política y social de esos países. Y fue de ahí que, a fines de los
siglos XVII y XVIII comenzó de nuevo a extenderse, en una forma más
desarrollada, hacia el este y el oeste, hacia el Nuevo Mundo y el
centro de Europa, donde la opresión política y guerras devastadoras
habían asfixiado los tempranos inicios de un desarrollo similar.
Durante todo este período moderno de la historia de Europa, la
dirección general del desarrollo social había sido hacia la
liberación del individuo de las tradiciones culturales que lo
mantenían limitado en sus actividades ordinarias. La consciencia de
que los esfuerzos espontáneos de los individuos eran capaces de
producir un orden complejo de actividades económicas, como era el
mercado, sólo pudo producirse después que ese desarrollo hubo hecho
algún progreso. La subsiguiente elaboración de una argumentación
coherente a favor de la libertad económica fue el resultado del
libre crecimiento de esa actividad económica que, a su vez, había
sido el resultado, espontáneo e imprevisto, de la libertad política.
Quizás si el mayor resultado del desencadenamiento de las
energías individuales fue el maravilloso crecimiento de la ciencia
que siguió la marcha de la libertad individual de Italia a
Inglaterra, y más allá. Por supuesto que en otras épocas la
capacidad de invención no había sido menor. Sin embargo, en otras
épocas, los intentos de extender el uso de las invenciones mecánicas
había sido rápidamente suprimido y el anhelo de conocimiento había
sido sofocado. La concepción dominante en la mayoría se utilizaba
como justificación para rechazar al innovador individual. Sólo desde
que la libertad industrial abrió el camino para explorar nuevos
conocimientos, sólo cuando todo pudo ensayarse -si se podía
encontrar a alguien que lo respaldara a su propio riesgo- fue que la
ciencia comenzó a avanzar con pasos de gigante.
Lo que el siglo XIX añadió al individualismo del período
precedente fue la consciencia de la libertad, el desarrollo
sistemático de lo que había ido creciendo de manera espontánea, y
extender esas ideas de Inglaterra y Holanda al resto de Europa.
Los resultados de este crecimiento superaron todas las
expectativas. Dondequiera que se eliminaron las barreras al libre
ejercicio del ingenio humano, el hombre pudo satisfacer un diapasón
cada vez más amplio de sus necesidades (3). Y aunque el aumento del
nivel de vida llevó a descubrir rápidamente aspectos tenebrosos de
la sociedad, aspectos que la gente ya no estaba dispuesta a tolerar,
el progreso llegó a todos los estratos de la sociedad. Lógicamente,
el éxito desarrolló la ambición. Pronto, lo que había sido una
deslumbradora promesa dejó de parecer suficiente. Se percibió el
ritmo del progreso como muy lento, y los mismos principios que
habían hecho posible ese progreso comenzaron a percibirse como
obstáculos para un progreso todavía más rápido.
Los principios básicos del liberalismo no se oponen en lo más
mínimo al cambio. El principio fundamental del liberalismo: que para
el ordenamiento de nuestros asuntos debemos hacer tanto uso como sea
posible de las fuerzas espontáneas de la sociedad, y recurrir tan
poco como sea posible a la coerción, es capaz de infinitas
variaciones. Y, por supuesto, también ha progresado nuestra
comprensión de las fuerzas sociales y de las condiciones más
favorables para que esos principios funcionen de la mejor manera
posible.
En realidad, la pérdida de popularidad del liberalismo se
explica, en cierta medida, por su propio éxito. Ha venido a ser
considerado un credo "negativo" porque no puede ofrecerle a los
individuos otra cosa que una participación en el progreso general.
Sin embargo, ya no se reconoce que ese progreso ha sido precisamente
el resultado de la política liberal de libertad. Todo lo contrario,
los hombres se han acostumbrado tanto a su nueva prosperidad que
ahora las desigualdades les parecen insoportables e injustificadas.
Ahora, la gran pregunta no es por qué algunos llegan a la riqueza,
sino por qué no todos somos ricos.
En este cambio de perspectiva ha jugado un papel decisivo la
transferencia acrítica al terreno social de los hábitos
intelectuales engendrados por los hábitos del ingeniero. Desde hace
tiempo se pretende desplazar los anónimos e impersonales mecanismos
del mercado por la dirección "consciente" de todas las fuerza
sociales para poder alcanzar objetivos deliberadamente escogidos. En
este proceso, ha sido muy importante que Inglaterra haya perdido su
hegemonía cultural alrededor de 1870 y que ésta fuera pasando a
Alemania. Hegel, List, Marx, Sombart y Mannheim se convirtieron en
los pensadores más influyentes del mundo interpretando las ideas
liberales como simples racionalizaciones de intereses egoístas.
2) Actualmente, la arremetida contra la civilización occidental
en Estados Unidos es directa. Bajo las banderas del llamado
multiculturalismo, en numerosas universidades se han abandonado o
rebajado drásticamente los tradicionales estudios sobre civilización
occidental. Recientemente, la Universidad de Yale rechazó una
donación de $20 millones (!) simplemente porque el donante quería
que se invirtieran en el fortalecimiento de esos estudios
tradicionales. Los multiculturalistas consideran que esos estudios
son eurocéntricos (es decir, de interés sólo para descendientes de
europeos y no de los mexicanos, chinos, vietnamitas, etc., que viven
en Estados Unidos), racistas (de interés sólo para blancos)
machistas (de interés sólo para varones) y homófobos (saturados de
un temor patológico a los homosexuales). Y esto se ha convertido, en
el decursar de las últimas tres décadas, en la ideología dominante
en los medios académicos y de comunicación en Estados Unidos. No es
extraño que los disidentes cubanos hayan encontrado tan poco apoyo
en ellos. Quizás resida aquí una de las claves ocultas de la
supervivencia del régimen de Fidel Castro.
(3) Las consecuencias para la especie humana fueron
incalculables. La población de Europa, la más adelantada del
planeta, se había mantenido estática durante siglos. Pero, a partir
del siglo XVIII, su crecimiento comenzó a acelerarse. Creció de 140
millones en 1750 a 187 millones en 1800, a 266 millones en 1850.
Pero este crecimiento no se limitó a los países europeos sino que se
extendió al mundo entero. La población de Asia, por ejemplo, creció
en 300 millones en este mismo tiempo. La explosión demográfica, la
mejor demostración de la efectividad del capitalismo, ha seguido
incontenible hasta el día de hoy. Y, a pesar de todo, el crecimiento
de la productividad del trabajo siempre se ha mantenido siempre por
delante del crecimiento demográfico.
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Capítulo II
La Gran Utopía
Es extraordinario que el socialismo haya desplazado al
liberalismo como la doctrina "progresista" de nuestro tiempo. Es
extraordinario teniendo en cuenta que el socialismo fue reconocido
tempranamente como una peligrosa amenaza para la libertad. No sólo
eso. El socialismo comenzó como una reacción abierta contra el
liberalismo de la Revolución Francesa. Ahora casi nadie recuerda
que, en sus orígenes, el socialismo era francamente autoritario. Los
escritores franceses que pusieron las bases del socialismo moderno
no tenían la menor duda de que sus ideas sólo podían ser puestas en
práctica mediante un gobierno dictatorial.
Sólo bajo la influencia de las fuertes corrientes democráticas
que precedieron la revolución de 1848 comenzó el socialismo a
aliarse con las fuerzas de la libertad. Nadie vio esto más
claramente que Tocqueville.
"La democracia extiende la esfera de la libertad individual" dijo
Tocqueville en 1848, "el socialismo la restringe. La democracia le
da todo el valor posible a cada hombre; el socialismo hace de cada
hombre un simple agente, un número. La democracia y el socialismo no
tienen nada en común sino una palabra: igualdad. Pero observen la
diferencia: mientras la democracia busca la igualdad en la libertad,
el socialismo busca la igualdad en la restricción y la servidumbre".
Para acallar esas sospechas y convertir el poderoso anhelo de
libertad en un aliado, el socialismo comenzó a hacer, cada vez más,
promesas de una "nueva libertad". Era la libertad económica sin la
que, supuestamente, la libertad política "carecía de significado".
Sólo el socialismo era capaz de hacer culminar la vieja lucha por la
libertad humana, en la que la libertad política no era sino el
primer paso. Por supuesto, hubo que cambiar el significado de la
palabra "libertad" para hacer plausible este argumento. Para los
creadores del concepto de la libertad política, ésta había sido
siempre la libertad de la coerción, la libertad del poder arbitrario
de otros hombres. Pero la "nueva" libertad era la eliminación de las
circunstancias que limitan nuestras opciones. En este sentido, sólo
venía a ser un sinónimo de poder o riqueza.
La promesa era que las disparidades en las opciones de la gente
iban a desaparecer. La demanda de la nueva libertad no era sino otro
nombre para la vieja demanda de la distribución igualitaria de la
riqueza. Esta promesa llevó a muchos liberales por el camino
socialista, cegándolos al ineludible conflicto que existe entre
socialismo y liberalismo. Engañados, abrazaron al socialismo como si
fuera el legítimo heredero de la tradición liberal.
Resulta particularmente significativa, y digna de observar, la
relación entre fascismo y comunismo, y la facilidad con que se hace
el tránsito de una ideología a la otra. Es verdad que ambas
ideología compitieron en los años 30, pero ambas representan la
misma ideología colectivista y antiliberal y compitieron por el
mismo tipo de mentalidad (4). Sin embargo, ninguna de las dos podían
convencer a los liberales de viejo tipo. El socialismo democrático
ha sido la gran utopía de las últimas generaciones. Es una idea
inalcanzable, y luchar por ella provoca efectos tan radicalmente
opuestos a los que se persiguen que cuesta trabajo aceptar su
necesaria vinculación.
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(4) Son muy significativos los elementos fascistas en la
ideología multiculturalista de los liberales contemporáneos, con su
nihilismo básico.
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Capítulo III
Individualismo y Colectivismo
Es imprescindible tener en cuenta que el socialismo no sólo
significa un objetivo de mayor igualdad y seguridad sino también un
método: la abolición de la propiedad privada de los medios de
producción, y la creación de un sistema de "economía planificada" en
la que un organismo de planificación central sustituye a los
empresarios que trabajan por una ganancia (5).
Es necesario subrayar que la discusión sobre el socialismo no
puede limitarse a los fines sino que también tiene que comprender
los medios que hacen falta para conseguir esos fines. Porque el
problema es que los métodos para conseguir una distribución
igualitaria siempre son iguales, lo mismo sirvan para beneficiar a
una raza superior que a los miembros de una aristocracia.
La discusión entre los modernos planificadores y sus oponentes
gira en torno a cuál es la mejor forma de conseguir nuestros
objetivos. Lo que se discute es si una utilización racional de los
recursos exige una dirección centralizada o si es mejor limitarse a
crear las condiciones para que sean los individuos los que puedan
planificar de la mejor manera posible.
El pensamiento liberal no es defensor de ningún status quo.
Considera sencillamente que la mejor manera de coordinar los
esfuerzos humanos es mediante la competencia. Pero para que la
competencia pueda funcionar exitosamente hay que crear un marco
legal bien reflexionado. La competencia es el único método mediante
el que podemos coordinar nuestras actividades sin la intervención
arbitraria de alguna autoridad. Por supuesto, el mantenimiento de la
competencia es perfectamente compatible con la prohibición de usar
substancias tóxicas, la limitación de las horas de trabajo o la
exigencia de ciertas condiciones sanitarias. En ese sentido, el
único problema es determinar si las ventajas que se consiguen son
mayores que los costos sociales que imponen.
Obviamente, el funcionamiento de la competencia requiere, y
depende, de condiciones que nunca pueden ser totalmente garantizadas
por la empresa privada. La intervención estatal siempre es necesaria
pero la planificación y la competencia sólo pueden combinarse cuando
se planifica para la competencia, no en contra de ella.
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(5) En el mundo posterior a la Guerra Fría, habría que redefinir
la política económica colectivista. Fracasados sus dogmas
tradicionales básicos (su desprecio por el mercado, su pasión por la
estatización o nacionalización de las empresas) ahora parece
caracterizarse por la enorme cantidad de regulaciones burocráticas
con que el gobierno central abruma a la empresa privada (que en EEUU
incluyen la acción afirmativa) así como por la excesiva carga
tributaria necesaria para mantener su inmenso aparato burocrático de
beneficencia social.
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Capítulo IV
La "inevitabilidad" de la planificación
Se habla mucho de que la planificaciones es inevitable. Se dice
que los cambios tecnológicos han hecho imposible la competencia en
toda una serie de campos, y que la única opción que nos queda es el
control de la producción o bien por los monopolios privados o bien
por el gobierno. En gran medida, esta tesis se deriva de la doctrina
marxista de la "concentración de la industria".
La supuesta causa tecnológica del crecimiento de los monopolios
es la superioridad de la empresa grande sobre la pequeña, debido a
la superior eficiencia de los métodos modernos de producción en
masa. Sin embargo, la superioridad de la gran empresa no ha sido
demostrada nunca. Frecuentemente, los monopolios son producto de
otros factores como los acuerdos secretos o una deliberada política
gubernamental. No constituyen ninguna tendencia "necesaria" del
capitalismo. Si así fuera, hubieran aparecido primero en los países
de capitalismo más desarrollado. Pero no fue así. Los monopolios
aparecieron primero en Estados Unidos y Alemania, países de
capitalismo joven. El crecimiento de los monopolios y carteles en
Alemania desde 1878, fue una política deliberada del gobierno
alemán. Fue el primer gran experimento en "planificación científica"
y "organización consciente de la industria". El supuesto
"inevitable" desarrollo del capitalismo en "capitalismo monopolista"
fue simplemente una idea popularizada por teóricos alemanes,
particularmente Sombart. Cuando EEUU siguió una política altamente
proteccionista a principios del siglo XX, esto pareció confirmar sus
generalizaciones.
La afirmación de que la complejidad de la civilización industrial
moderna hace necesaria la planificación central revela una falta de
comprensión sobre la verdadera función de la competencia. Lejos de
sólo ser apropiada para condiciones relativamente simples, es la
misma complejidad de la división del trabajo en las condiciones
modernas es lo que hace de la competencia el único método eficiente
para poder conseguir esa coordinación. Es precisamente cuando los
factores a tomar en cuenta son tan numerosos que es imposible
conseguir una visión de conjunto sobre los mismos, cuando la
descentralización se hace verdaderamente imprescindible.
En efecto, el mercado en un sistema que registra automáticamente
todos los actos individuales relevantes y permite a los empresarios
ajustar sus actividades a las de los demás con sólo observar el
comportamiento de unos cuantos precios. Los esfuerzos individuales
se coordinan así mediante un mecanismo impersonal que trasmite la
información relevante.
Una de las razones que explican que haya tantos expertos que
apoyen la planificación centralizada estriba en que los ideales
técnicos que cada uno persigue pudieran ser alcanzados, si sólo cada
uno de ellos pudiera convertirse en el único objetivo único a
conseguir. Una de las razones que alimenta la rebelión de los
especialistas contra el sistema es, precisamente, que sus ideales
son inalcanzables. Lo que les resulta difícil de comprender a los
especialistas es que cada uno de esos objetivos sólo puede ser
alcanzado mediante el sacrificio de los demás (6). Lo que agrava la
dificultad de la tarea es que hay que balancear lo que nos importa
mucho con otros factores en los que estamos mucho menos interesados.
El movimiento a favor de la planificación deriva mucho de su
fuerza de reunir a todos los idealistas unidireccionales, a todos
los hombres y mujeres dedicados a la persecución de un solo ideal.
Pero su devoción a la planificación no es el resultado de una amplia
visión de la sociedad sino, todo lo contrario, de una exagerada
valoración de sus estrechos intereses. Probablemente sean los más
peligrosos para poner al frente de la sociedad porque del idealista
unidireccional al fanático no suele haber más que un paso.
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(6) Un caso que viene a la mente es el de los ambientalistas o
"verdes" contemporáneos, cuyos grupos extremistas aspiran a
eliminar... ¡el crecimiento económico!
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Capítulo V
Planificación y democracia
El rasgo común de todos los sistemas colectivistas es la
deliberada organización de toda la actividad de los individuos en
función de un objetivo social definido, rechazando cualquier área
donde los intereses individuales sean lo más importante. Ahora bien,
el bienestar de millones no puede ser medido en una sola escala,
depende de muchas cosas que sólo pueden conseguirse mediante una
infinita variedad de combinaciones. Es por eso que ese bienestar de
millones no puede ser expresado mediante un objetivo único sino
gracias a una gran jerarquía de objetivos en las que las necesidades
de cada persona ocupan un cierto lugar. Pretender dirigir nuestras
actividades mediante un plan único significaría poder darle a cada
una de nuestras necesidades un lugar en un orden de valores entre
los que el planificador tendría que poder escoger. Pero eso es
simplemente imposible. ¿Cómo decidir, por ejemplo, dónde ubicar
recursos necesariamente limitados? ¿En un nuevo hospital en el
campo? ¿En una máquina sofisticada para un centro de investigación?
¿En un aumento de salarios a los maestros? Por otra parte, esto
también requeriría un código ético completo porque sería la única
forma de poder establecer algún tipo de priorización.
Por supuesto, no estamos acostumbrados a pensar en códigos
morales completos. Constantemente estamos escogiendo entre
diferentes valores sin que haya un código social que nos señale qué
deberíamos escoger. En realidad, el desarrollo de la civilización ha
ido acompañado de la progresiva disminución de reglas de conducta
fijas para orientar la acción. El hombre primitivo rodeaba de un
elaborado ritual casi todas sus actividades cotidianas y estaba
limitado por una infinidad de tabúes. Ni siquiera hubiera soñado con
hacer las cosas de manera diferente a los demás miembros de la
tribu. Ha sido el desarrollo de la civilización, precisamente, el
que ha ido disminuyendo el número de esas reglas y haciéndolas más
generales.
La filosofía del individualismo no está basada en la idea de que
el hombre deba ser egoísta. En lo que está basada es en la
aceptación de la imposibilidad de incluir en nuestra escala de
valores algo más que un pequeño sector de las necesidades del
conjunto de la sociedad. De aquí, la imposibilidad de un plan social
único. Las únicas escalas de valores son las parciales, que son
diferentes entre un individuo y otro y que frecuentemente son
contradictorias. De esto, el liberalismo concluye que, dentro de
ciertos límites, se le debería permitir a los individuos perseguir
sus propios valores sin interferencia de los demás. Esto no excluye
el reconocimiento de la coincidencia de objetivos individuales que
hace posible y conveniente la asociación para conseguirlos. Pero esa
acción conjunta está limitada a los casos en que esos puntos de
vista individuales coinciden.
Es el precio de la democracia que las posibilidades de un control
consciente se encuentren restringidas a los campos en donde haya un
acuerdo real y que, en otras áreas, haya que dejar las cosas al
azar. La democracia es esencialmente un invento para salvaguardar la
paz interna y la libertad individual. No tiene nada de infalible ni
de seguro. La planificación y la democracia chocan porque la
planificación exige cierta supresión de la libertad.
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Capítulo VI
La planificación y el imperio de la ley
Nada distingue mejor a un país libre de un país bajo un gobierno
dictatorial que la observancia del llamado imperio de la ley o
estado de derecho (rule of law). Despojado de todo
tecnicismo, el imperio de la ley (o estado de derecho) significa que
todas las acciones del gobierno están limitadas por reglas
establecidas y anunciadas previamente, reglas que permiten preveer
con certeza la forma en que las autoridades utilizarán sus poderes
de coerción y que, de esa forma, permiten planificar la actividad
individual.
Toda ley restringe en alguna medida la libertad individual al
determinar los medios que pueden utilizarse para conseguir ciertos
fines. Sin embargo, bajo el estado de derecho el gobierno no puede
frustrar los esfuerzos individuales mediante medidas ad hoc,
o específicamente dirigidas a conseguirlo. Bajo el imperio de la
ley, el gobierno se limita a fijar las condiciones de utilización de
los recursos disponibles mediante reglas formales que no están
dirigidas a la solución de ningún problema en particular. Son,
simplemente, los medios establecidos para conseguir los fines
individuales. Están concebidas para un período de tiempo lo
suficientemente largo como para que sea imposible saber por
anticipado a quien van a beneficiar. Ayudan a la gente a predecir el
comportamiento de aquellos con quienes tienen que colaborar, mas
bien que a satisfacer necesidades particulares. Es, para poner un
ejemplo, como el sistema de señalización de las carreteras,
establece las reglas pero no le dice a nadie a dónde ir.
La planificación económica colectivista es justamente lo opuesto.
La autoridad planificadora no puede limitarse a proporcionar
oportunidades para que personas desconocidas hagan con ellas lo que
estimen conveniente. No puede amarrarse a reglas formales que
limiten su acción. Y esto es así porque los planificadores tienen
que resolver necesidades concretas en la medida en que éstas vayan
apareciendo. Constantemente tienen que resolver problemas que,
inevitablemente, dependen de las circunstancias y, al tomar esas
decisiones, están obligados a balancear unos intereses contra otros.
Al final, los puntos de vista de alguien tendrán que decidir cuáles
intereses son los más importantes, y esa decisión se convertirá en
una ley que habrá que imponer por la fuerza, independientemente de
cualquier reglamentación anterior y de cualquier "formalismo"
preestablecido. El mercado permite guiarse por leyes generales fijas
pero la dirección "consciente", por el contrario, necesita estarse
reorientando constantemente. Por consiguiente, no puede permitir que
una reglamentación anterior, cuyos resultados no habían sido
previstos, venga a estorbar o perjudicar los objetivos que ella
misma se ha fijado.
Esta distinción entre leyes formales (que establecen las
condiciones en que los individuos persiguen sus fines) y leyes
sustantivas (en las que el estado trata de conseguir directamente
ciertos fines) es muy importante aunque, al mismo tiempo, es difícil
de precisar en la práctica.
El estado debe limitarse a establecer reglas para situaciones
generales y debe permitir plena libertad a los individuos en todo lo
que tenga que ver con las condiciones concretas porque sólo ellos
pueden conocer plenamente las circunstancias de cada caso y adaptar
sus acciones a las mismas. Si los individuos han de poder hacer
planes efectivos, tienen que poder predecir las acciones
gubernamentales que puedan afectar esos planes. Y si esas acciones
han de ser predecibles, tendrán que estar determinadas por reglas
independientes de las condiciones concretas.
Por el contrario, si es el gobierno el que ha de dirigir las
acciones individuales para conseguir sus propios fines, esa
dirección tendrá que basarse en las cambiantes circunstancias del
momento y, por lo tanto, será necesariamente impredecible. Mientras
más planifique el estado, menos podrá planificar el individuo.
Una de dos. Si el estado tiene que poder prever los resultados de
sus acciones, no podrá dejar ninguna opción a los afectado por
ellas. Y si queremos dejar opciones a la gente, los resultados de la
acción gubernamental tendrán que ser imprevisibles. Las reglas
generales, a diferencia de las reglas específicas o sustantivas,
tienen que operar en circunstancias que no puedan ser previstas en
detalle. Ser imparcial significa no tener respuesta para ciertas
preguntas.
La planificación implica elegir entre las necesidades de
diferentes personas y permitirle a alguien lo que habrá que
prohibirse a otro. Tiene que hacer obligatorio lo que se le
permitirá, o no, a las personas. Para hacer posible una dirección
centralizada de la economía es necesario legalizar lo que, a ojos
vistas, son acciones arbitrarias. En realidad, esto significa una
inversión del movimiento histórico progresivo "del status al
contrato", es decir, de épocas donde lo único que podían hacer las
personas era lo que les era permitido por su posición social (status)
como había sido siempre en la historia de la humanidad hasta la
aparición del capitalismo, hasta esta otra época donde la actividad
de las personas no tiene otra limitación que lo que establezcan los
acuerdos entre las partes (contrato) (7).
Cualquier política dirigida directamente a un ideal de justicia
distributiva, es decir, a lo que alguien entienda como una
distribución "más justa", tiene necesariamente que conducir a la
destrucción del imperio de la ley porque, para poder producir el
mismo resultado en personas diferentes, sería necesario tratarlas de
forma diferente. Y ¿cómo podría haber entonces leyes generales?
No puede negarse que el imperio de la ley produce desigualdad
económica, lo único que puede alegarse es que esa desigualdad no
está concebida para afectar a nadie en particular. Es muy
significativo que socialistas (y nazis) siempre hayan protestado
contra la justicia "simplemente" formal, por su deseo de conseguir
ciertos resultados sociales a toda costa, y que siempre hayan
criticado la independencia de los jueces.
Para que el imperio de la ley sea efectivo es más importante que
haya una regla que se aplique sin excepción, que lo que la misma
regla sea. Lo importante en que la regla permita predecir el
comportamiento de los demás, y esto requiere que se aplique en todos
los casos, inclusive en los que nos parezca que es injusta.
El estado de derecho es la encarnación legal de la libertad. Como
dijo Voltaire: "El hombre es libre si sólo tiene que obedecer las
leyes".
La idea de que no debe haber límite para el poder de los
legisladores es, en parte, un resultado negativo de la soberanía
popular y el gobierno democrático. A veces se piensa que mientras
todas las aciones del gobierno estén debidamente autorizadas por los
legisladores, vivimos bajo un estado de derecho. No es así. El
estado de derecho no tiene nada que ver con que las acciones
gubernamentales sean legales. Decir que una sociedad no es un estado
de derecho no significa que no tenga leyes, lo que significa es que
el empleo de la coerción por parte del gobierno ya no está
determinado y limitado por reglas preestablecidas.
El conflicto es entre dos tipos de leyes, las leyes bajo un
estado de derecho, que le permiten a los individuos prever como va
ser utilizado el poder coercitivo del estado, y las leyes bajo una
dictadura, que simplemente le dan a las autoridades el poder para
hacer lo que estimen conveniente. En uno, el espíritu de la
legislación es proteger al individuo contra el poder del estado. En
el otro, el espíritu de la ley es impedir toda limitación a la
voluntad de las autoridades. El imperio de la ley no significa que
todo esté regulado por la ley sino, por el contrario, que el poder
estatal sólo puede ser usado en los casos definidos por la ley, y de
forma tal que pueda preverse cómo va a ser usado. El estado de
derecho implica el reconocimiento de los derechos inalienables de
los individuos, el reconocimiento de los derechos del hombre. En un
caso "no hay castigo sin ley", en el otro,"no hay delito sin
castigo".
(7) Curiosamente, el socialismo representa entonces un movimiento
de sentido inverso al desarrollo histórico y, por consiguiente,
verdaderamente reaccionario. Es interesante, en este sentido,
consultar a Popper (La Sociedad Abierta y sus Enemigos).
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Capítulo VII
Control económico y totalitarismo
La mayoría de los planificadores tienen pocas dudas de que una
economía dirigida tienen que ser administrada de manera más o menos
dictatorial. El consuelo que nos ofrecen es que esa dirección sólo
se aplicaría a problemas económicos. Sin embargo, los objetivos de
las personas racionales nunca son económicos. La motivación
económica sólo significa el deseo de poder alcanzar fines no
especificados. Si luchamos por el dinero es porque éste nos ofrece
el mayor rango de opciones al disfrute del producto de nuestro
trabajo.. Debido a que las limitaciones del dinero son las que nos
hacen sentir las limitaciones de nuestra relativa pobreza, el dinero
viene a simbolizar esas restricciones. Sin embargo, el dinero ha
sido el mayor instrumento de libertad que se haya inventado nunca.
El dinero le abre más posibilidades a los pobres que las que tenían
los ricos hasta hace poco.
Pensemos lo que significaría que las recompensas no se entregaran
en dinero. Significaría que uno no podría escoger, y que el que
diera la recompensa no sólo determinaría la magnitud de la misma
sino también la forma en que ésta habría de disfrutarse. Siempre que
podamos disponer libremente de nuestros ingresos y de nuestras
posesiones, la pérdida económica siempre nos privará de lo que
consideramos menos importante. Una pérdida económica es una cuyos
efectos podemos hacer recaer sobre las menos importantes de nuestras
necesidades, y lo mismo con la ganancia. Los cambios económicos sólo
nos afectan marginalmente.
Lo valores económicos son menos importantes para nosotros que
muchas otras cosas precisamente porque somos libres de decidir lo
que, para nosotros, es más o menos importante. La cuestión que
plantea la planificación económica es si somos nosotros los que
debemos decidir lo que es más o menos importante o sin son las
autoridades planificadoras. Una autoridad planificadora controlaría
la utilización de los recursos limitados para la satisfacción de
todos nuestros objetivos.
No sólo la planificación tendría que ver con nuestra capacidad
como consumidores sino también con nuestra capacidad como
productores.
Tendríamos que ajustarnos a los estándares que la autoridad
planificadora fijara para poder simplificar su tarea. Y para
simplificar su tarea tendría que reducir la diversidad de las
capacidades individuales a unas pocas categorías de unidades
intercambiables, y descartar deliberadamente las diferencias
personales menores.
Puede ser que el objetivo de la planificación sea que el hombre
deje de ser un medio. Pero, en la práctica -puesto que el plan no
puede tener en cuenta las preferencias y las repulsiones
individuales- el individuo se convierte más que nunca en un medio a
ser utilizado por las autoridades al servicio de esa abstracción que
es "el bien de la comunidad".
Hay gente que critica que en una sociedad competitiva casi todo
puede ser conseguido por cierto precio. Eso parecer muy espiritual y
muy moralista, pero lo que realmente quiere decir es que no
deberíamos poder sacrificar necesidades menores para salvarguardar
nuestros objetivos más importantes, y que alguien debería hacer esas
decisiones por nosotros. Porque o el precio de la satisfacción de
las necesidades está establecido por el mecanismo impersonal del
mercado, o está establecido por alguna autoridad. No podemos olvidar
que todos nuestros objetivos compiten por los mismos medios.
No es nada sorprendente que la gente quisiera ser aliviada de las
duras opciones que los hechos nos imponen. Y tampoco es extraño que
estén dispuestos a creer que esas opciones no son realmente
necesarias sino que les son impuestas por un cierto sistema
económico. En realidad, lamentan que haya un problema económico.
La creencia de que no hay realmente un problema económico es
confirmada por la cháchara absolutamente irresponsable sobre la
"riqueza potencial", y sobre "la escasez en medio de la abundancia"
(8). La realidad es que nadie, nunca, ni en Estados Unidos ni en
Europa Occidental, ha podido producir ningún plan para elevar la
producción lo suficiente como para poder eliminar la pobreza. No
hablemos ya del resto del mundo.
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(8) En Cuba nos hemos criado oyendo esa cháchara irresponsable de
que éramos un país rico, cuyo sentido ideológico ahora vemos claro.
¿Por qué entonces éramos pobres? ¡Porque nos robaban!, respondía la
demagogia imperante, porque nos robaban los gobiernos corrompidos,
porque nos robaban los imperialistas yanquis (que exportaban las
ganancias) y porque nos robaban los capitalistas cubanos con su
consumo suntuario. Se deducía, implícitamente, que la fórmula para
conseguir la riqueza era extremadamente sencilla: eliminar a los
ladrones.
Después hemos oído repetir que ¡también Angola y Zaire son
"ricos" porque tienen petróleo, uranio y otras materias primas! Ese
tipo de razonamiento sofístico apunta a culpabilizar de la pobreza
precisamente a las inversiones que están luchando por superarla. Su
objetivo es desprestigiar a los capitalistas para luego poder ocupar
su lugar, con las desastrosas consecuencias que conocemos.
La diferencia entre el "potencial" y la realidad es enorme.
Cualquier muchacho ágil y fuerte es, potencialmente, un jugador de
Grandes Ligas... Pero, para países completos, realizar sus
potencialidades es todavía infinitamente más difícil. El principal
capital de un país lo constituye su pueblo, su nivel de educación,
de instrucción, de espíritu de sacrificio y de hábitos de trabajo y
ahorro. Y, en segundo lugar, la organización social que ese pueblo
adopte para poder maximizar la energía creadora de sus ciudadanos.
No sus materias primas, como lo saben muy bien los japoneses.
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Capítulo VIII
¿Quién? ¿A quién?
Fue Lenin el que planteó en los primeros tiempos del poder
soviético, que el problema fundamental era quién iba a dirigir a
quién. En cuanto el estado se hace cargo de la tarea de planificar
toda la vida social, el único poder que merece la pena tener es el
de ejercer ese poder de dirección. Cuando se trata de planificar
toda una sociedad uno se encuentra con que ésta se halla compuesta
por una multitud de grupos que compiten por la asignación de
recursos limitados. ¿Qué recursos se van a asignar a qué problemas?
Pronto se hace evidente la necesidad de crear un punto de vista
común.
Los socialistas siempre han pensado resolver este problema
mediante la educación. Ha sido por esto que los socialistas se han
preocupado tanto por la creación de instrumentos de adoctrinamiento.
Fueron los socialistas los primeros en concebir la idea de un
partido político que abarcara todas las actividades del individuo
desde la cuna hasta la tumba, y que pretendiera orientar sus ideas
en relación a todas las cosas. Fueron los socialistas, no los
fascistas, los que organizaron los primeros movimientos políticos de
niños y de jóvenes. Fueron los socialistas los primeros en insistir
en que sus miembros debían distinguirse por la forma de saludar. Y
fueron ellos los que organizaron las primeras "células".
La opción que tenemos es entre un sistema en que cada quien
conseguirá lo que merece según cierto criterio universal y absoluto,
y otro sistema donde eso estará determinado en gran medida por el
azar. Pero es también la opción entre un sistema donde la voluntad
de unas cuantas personas es lo que decide y otro donde, al menos
parcialmente, dependerá de la habilidad y espíritu de empresa de la
gente. Por supuesto, se puede argumentar a favor de reducir las
diferencias de oportunidad entre las personas siempre que sea
posible hacerlo sin destruir el carácter impersonal del proceso.
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Capítulo IX
Seguridad y libertad
Frecuentemente se representa la seguridad económica como una
condición indispensable para la verdadera libertad. Por supuesto,
hay algo de verdad en eso. Sin embargo, habría que contrastar dos
tipos de seguridad: la limitada y la ilimitada. La limitada trata de
garantizar una protección mínima contra circunstancias adversas e
imprevisibles. Es bueno y conveniente organizar un sistema de
seguridad social así como tratar de combatir las fluctuaciones de la
actividad económica.
Pero tratar de garantizar contra las disminuciones de los
ingresos que constituyen las durezas implícitas en el mismo sistema
competitivo, tiene que conducir a una planificación que afecta la
libertad individual. Esta seguridad es una variante de la
"remuneración justa" del medioevo que buscaba un acuerdo no con los
requerimientos del mercado sino con los méritos subjetivos (9).
En un sistema donde sea libre la distribución de las personas en
las distintas ocupaciones, es necesario que la remuneración
corresponda a su utilidad a los demás miembros de la sociedad,
aunque ésta no tenga relación con los méritos subjetivos. Pero lo
que no se puede hacer es garantizarle a la gente sus ingresos y
protegerlos contras las vicisitudes del mercado. Si no es el mercado
el que determina, entonces tendría que ser un grupo de personas los
que determinaran la "utilidad" de la gente. ¿Y cómo podría medirse
ésta entonces objetivamente?
Habría que buscar limitación de producción para poder garantizar
precios artificialmente altos aunque esto redujera las oportunidades
de otras personas. Y esos otros no podrían participar en la
prosperidad de las industrias controladas. Toda restricción de la
libertad de entrar en un comercio reduce la seguridad de los que
están fuera del área protegida. Mientras mejor estén los asegurados,
mayor será la demanda de esa seguridad. Y, en la medida en que el
número de los protegidos vaya aumentando, se irá desarrollando todo
un nuevo sistema de valores sociales. Se desalentará toda actividad
que implique riesgo y se censurarán las ganancias que justifican
tomar esos riesgos. No sería la independencia sino la seguridad lo
que daría status social, y el prestigio no estaría
determinado por el ímpetu empresarial sino por la certidumbre de una
pensión.
Fue la extensión de los métodos de la guerra a otras esferas de
la vida civil después de la I Guerra Mundial (aunque los primeros
intentos se retrotraen a Bismarck), lo que le dio su carácter
peculiar a la estructura social de Alemania. Hay que volver a
aprender que la libertad exige un precio, y que hay que estar
dispuesto a sacrificios materiales para preservarla. Como dijo
Benjamín Franklin, "Los que están dispuestos a renunciar a la
libertad para comprar un poco de seguridad temporal, no merecen ni
la libertad ni la seguridad".
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(9) La concepción del "precio justo" era defendida
encarnizadamente por los gremios medievales. Fue una de las típicas
trabas al desarrollo de las fuerzas productivas que caracterizaba a
la sociedad feudal. La libertad de contratación reside precisamente
en dejar que el salario, como los demás factores de la producción,
sea establecido por la oferta y la demanda. Aunque, en cierta
medida, los sindicatos pueden imponer la violación de este principio
esto siempre tiene tendencias perversas sobre la economía. A la
Iglesia le ha costado mucho trabajo desembarazarse de ese concepto
arcaico. Sólo muy recientemente ha venido a reconciliarse con
algunas de las características del capitalismo.
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Capítulo X
Por qué suben los peores
Algunos piensan que los peores rasgos del socialismo se deben a
simples accidentes históricos, a que fueran individuos de baja
catadura moral los que organizaron el sistema (10). Pero hay razones
para creer que estos rasgos no son accidentales sino fenómenos que
un sistema totalitario tiene que producir tarde o temprano. Al igual
que un estadista que quiera planificar se verá confrontado con la
necesidad de adquirir poderes dictatoriales o renunciar a sus
planes, el dictador totalitario tendrá que optar entre la renuncia a
los valores morales ordinarios o el fracaso. Es por esta razón que
en una sociedad que tienda al totalitarismo tendrán más éxito los
inescrupulosos. Quien no comprenda esto, no comprenderá el abismo
que separa al totalitarismo del régimen liberal, la diferencia de
atmósfera moral entre el colectivismo y el carácter esencialmente
individualista de la civilización occidental.
En momentos de confusión, muchas veces se experimenta fatiga con
los procedimientos de la democracia, con el carácter lento e
intermitente de un progreso que tiene que conseguirse sobre la base
de múltiples transacciones entre diferentes contradictorios. Es en
esos momentos cuando se experimenta la necesidad de una dirección
fuerte, que arrastre y que consiga resultados.
Lo normal en una democracia, e inclusive dentro de los mismos
partidos, es la diversidad de opiniones. Esto es perfectamente
normal. Mientras más alto el nivel de educación y cultura, más
tienden a diferenciarse las opiniones. Es por esto, precisamente,
que en una democracia cualquier grupo puede ganar una fuerza
desproporcionada en relación con el número de sus militantes gracias
al apoyo total de sus seguidores. En una democracia esto es casi
imposible de conseguir y sus dirigentes tampoco lo pretenden. Pero
el que consiga esto habrá dado un paso importante en el camino hacia
la captura del poder, desde donde podrá, a su vez, extender el
imperio de su voluntad a todo el país.
Históricamente, ha habido momentos en que todos los partidos
democráticos (burgueses) han enfrentado grandes emergencias
nacionales que han debilitado las instituciones y en los que la
desmoralización y la desesperación llevan a las masas a pedir
cambios a toda costa. En esos momentos, la existencia de un grupo
que tenga una visión universal y que parezca tener respuesta para
todos los problemas, puede convertirse en una fuerza política
decisiva. En este momento, lo que hace falta para capturar el poder
es una organización política con un apoyo particularmente firme.
Apoyo que no sea tanto el de los votos de una masa, con el apoyo sin
reservas de un grupo más pequeño pero mejor organizado.
Originalmente, el espíritu democratista de los partidos
socialistas de Europa esperaba a que una mayoría estuviera de
acuerdo en su plan para reorganizar el conjunto de la sociedad. Pero
algunos comenzaron a sospechar que en una sociedad planificada, lo
importante no era en qué estaba de acuerdo la mayoría del pueblo,
sino cuál era el mayor grupo que estuviera lo suficientemente de
acuerdo para hacer posible una dirección centralizada, total,
efectiva o, si ese grupo no existiera, cómo podría crearse.
Pero ¿qué puntos de vista morales tenderá a producir una
organización colectivista de la sociedad? ¿Cuáles serán las
cualidades más a propósito para llevar a los individuos al éxito en
un sistema totalitario?
Hay varias razones por las que la tendencia será a que esos
grupos no estén formados por los mejores sino por los peores
elementos de la sociedad. En primer lugar, mientras mayor sea la
educación y la inteligencia de la gente, más diferenciados serán sus
gustos y sus puntos de vista, y menos probable que puedan estar de
acuerdo en una gama muy amplia de valores.
Por el contrario, para encontrar esa unanimidad, hay que
descender a los niveles más bajos, donde prevalecen los gustos e
instintos más primitivos. El mayor número de personas con valores
muy similares será el grupo de los niveles más bajos. Lo que une al
grupo es el mínimo común denominador. Los miembros del partido
totalitario serán los que menos convicciones tengan, los más
crédulos, los más dispuestos a aceptar un sistema de valores
preestablecidos con tal de que se le repita con la suficiente
frecuencia.
Y en tercer lugar, parece ser una ley de la naturaleza humana que
es más fácil para la gente estar de acuerdo en un programa negativo
que en uno positivo. El contraste entre ellos y nosotros, la lucha
entre los de adentro y los de afuera, parece ser un ingrediente
indispensable en cualquier credo que quiera unir sólidamente a un
cierto grupo.
En realidad, es cuestionable si puede concebirse un programa
colectivista que no esté al servicio de algún tipo de
particularismo, de nación, raza o clase. No es practicable la idea
de una comunidad de objetivos e intereses que abarque a todos los
hombres. La coherencia de ese programa le exigiría una proyección
internacional francamente filantrópica. El colectivismo no tiene
espacio para el amplio humanitarismo del liberalismo. Los
socialistas, por ejemplo, empezando por Marx y Engels, siempre
menospreciaron a las pequeñas nacionalidades.
Por otra parte, si la comunidad es anterior al individuo y si sus
fines son independientes y superiores a los de los individuos,
entonces sólo los individuos que trabajen para esos mismos fines
comunitarios podrán ser considerados como miembros de la comunidad.
Su valor se derivará de esta membresía y no de su calidad de ser
humano.
En realidad, entre los factores que tienden al colectivismo está
ese sentimiento de inferioridad que impulsa al individuo a
identificarse con un grupo y, por lo tanto, ese sentimiento sólo
será satisfecho si la membresía en ese grupo le da alguna
superioridad sobre los que no forman parte del mismo.
Como decía Reinhold Niebuhr: "Existe una creciente tendencia
entre los hombres modernos de imaginarse a sí mismo éticos porque
han delegado sus vicios en grupos cada vez más grandes". Actuar a
nombre de un grupo parece liberar a la gente de las restricciones
morales que controlan su comportamiento como individuos.
Mientras que los grandes filósofos sociales del individualismo
dentro de la gran tradición liberal han considerado siempre al poder
como un peligro para la libertad del hombre, los colectivistas lo
han considerado como un bien en si mismo. Esto se deriva de su deseo
de organizar a la sociedad de acuerdo a un plan unitario. Para poder
conseguir una reorganización radical de la sociedad, los
colectivistas necesitan disponer de un poder sin precedentes. En
contraste, el vilipendiado poder económico nunca llega a ser un
poder sobre toda la vida de la persona.
De la necesidad de un sistema de objetivos comúnmente aceptado, y
del deseo de darle el máximo de poder a un grupo para conseguir esos
objetivos, se desprende un sistema de valores que excluye una moral
universal, válida para todas las circunstancias. Es algo similar al
caso del imperio de la ley. Las reglas de la ética individual,
aunque imprecisas, son absolutas y prohiben cierto tipos de
acciones, independientemente de que las intenciones sean buenas o
malas. Estafar, torturar, traicionar la confianza son malas acciones
independientemente del objetivo que sirvan. Aunque a veces tengamos
que escoger entre distintos males, siempre los consideraremos como
males.
El fin justifica los medios, es un principio que en la ética
individualista significa la negación de la moral pero que en la
ética colectivista representa la ley suprema. El principio de la
raison d'etat en las relaciones entre los países, es aplicado
por el estado colectivista a las relaciones entre los individuos.
Eso no significa, por supuesto, que la ética colectivista no
considere conveniente cultivar ciertos hábitos útiles. Todo lo
contrario. Se tomará mayor interés en los hábitos individuales que
la comunidad individualista. Para ser un miembro útil de una
comunidad colectivista hacen falta "hábitos útiles" que hay que
fortalecer con una práctica constante. Sirven para llenar el vacío
entre las órdenes aunque nunca para justificar un desacuerdo con la
autoridad.
A los buenos alemanes se les tenía por ser industriosos,
disciplinados, conscientes, responsables, ordenados, con sentido del
deber, con respeto por la autoridad y disposición para el
sacrificio. Eran un excelente instrumento para ejecutar órdenes.
Pero de lo que el "alemán típico" carecía es de las virtudes
individualistas de la tolerancia, de la independencia de pensamiento
y de la disposición a defender las convicciones propias, de la
consideración por los débiles y de una cierta aversión por el poder
que sólo una vieja tradición de libertad personal ayuda a crear.
También es deficiente en cualidades menores pero importantes como
bondad, sentido del humor, modestia, respeto por la privacidad y
creencia en las buenas intenciones de los demás. Estas son virtudes
que facilitan los contactos sociales y que no sólo hace superfluo el
control externo sino que lo dificultan. Son virtudes que han
florecido siempre en una sociedad individualista o comercial, y que
son raras en la sociedad colectivistas o de tipo militar.
Una vez que se admite que el individuo es sólo un medio para
servir los fines de una entidad superior, llamada estado o nación,
la mayor parte de las características de una sociedad totalitaria se
derivan con inflexible necesidad. La intolerancia, la represión de
la disidencia y el menosprecio por la vida y la felicidad del
individuo, son consecuencias fatales e inevitables de esa premisa.
El colectivista proclamará la superioridad de un sistema sobre otro
que permite que los intereses "egoístas" estorben la realización de
los fines de comunidad.
Pero aunque la masa de los ciudadanos puede mostrar una devoción
altruista, no se puede decir lo mismo de los que dirigen ese
proceso. Para ser útil en la dirección de un estado totalitario, no
basta con que el individuo tenga que estar preparado para justificar
cualquier acción canallesca, él mismo tiene que estar dispuesto a
quebrantar toda regla moral para poder alcanzar los fines que se le
han asignado. Tiene que estar absolutamente comprometido con la
persona del líder pero, después de ese principio vital, tiene que
ser un hombre literalmente capaz de todo. En una sociedad
totalitaria, las posiciones en las que hay que deliberadamente
engañar, intimidar y ser cruel son numerosas.
Evidentemente, es muy probable que esas posiciones sean ejercidas
por individuos naturalmente afines a las mismas. El único gusto
personal que el funcionario de un sistema totalitario puede
satisfacer plenamente es el de ser obedecido, y el de formar parte
de una aparato enormemente poderoso al que todo el mundo tiene que
obedecer.
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(10) Así se oye hablar con demasiada frecuencia de los
antecedentes gangsteriles de Fidel Castro.
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Capítulo XI
El fin de la verdad
Por supuesto, la manera más efectiva de hacer que todo el mundo
sirva los fines de un plan social es que todo el mundo crea en esos
fines. Para conseguir que un sistema totalitario funcione
efectivamente no basta con que todo el mundo se vea obligado a
trabajar por esos fines, es necesario que la gente haga suyos esos
fines. En general, el control de todos los medios de comunicación le
permite a un gobierno totalitario influir en gran medida sobre la
gente.
Si el objetivo de la propaganda totalitaria sólo fuera instruir a
la gente en otro código moral, el problema se limitaría a si ese
código es bueno o es malo. Pero esa propaganda tiene un influencia
negativa aun más profunda, es destructiva porque socava el
fundamento de toda moral: el sentido y el respeto por la verdad
La propaganda totalitaria no puede limitarse a pincipios
abstractos. Tiene que llevar a la gente a creer no sólo en los fines
sino también en los medios. La autoridad no sólo tendrá que estar
tomando decisiones constantemente sobre temas sobre los que no hay
reglas morales definidas, sino que también tendrá que justificar sus
decisiones ante la gente. Tendrá que racionalizar los gustos y las
aversiones que, a falta de otros criterios, tienen que guiar a los
planificadores. Y tendrá que plantear esas "razones" de la manera
más atractiva posible, viéndose obligada a construir teorías que
luego se convierten en parte integral de la doctrina.
El proceso de creación de un "mito" para justificar sus acciones
no tiene que ser consciente. El líder totalitario puede simplemente
estar guiado por una aversión instintiva por el estado de cosas que
ha encontrado y por un deseo de crear un nuevo orden jerárquico que
se adapte mejor a su concepción del mérito. De esa forma, abrazará
teorías que parezcan proporcionarle una justificación racional para
lo que, en realidad, son simplemente los prejuicios que comparte con
muchos de sus asociados. Es de esa forma que una teoría pseudo
científica se convierte en parte del credo oficial que, en mayor o
menor medida, dirige las acciones de todos.
La necesidad de semejantes doctrinas oficiales como instrumento
de dirección y de unificación han sido previstas por varios teóricos
del sistema totalitario, empezando por las "nobles mentiras" de
Platón. Son puntos de vistas particulares sobre los hechos que se
elaboran como teorías pseudocientíficas para poder justificar
opiniones preconcebidas.
La mejor manera de hacer que la gente acepte la validez de los
valores que van a tener que servir es convenciéndola de que son los
mismos valores que ellos mismos habían apoyado siempre pero que no
habían sabido comprender o reconocer antes. Se logra que la gente
transfiera su lealtad de los viejos dioses a los nuevos con el
pretexto de que los nuevos son realmente los que su sano instinto
les había dicho siempre, aunque antes sólo lo habían percibido a
medias. Y la manera más eficiente de conseguir esta nueva lealtad es
usando las viejas palabras pero cambiando su significado. Pocos
rasgos de los regímenes totalitarios son, al mismo tiempo, tan
confusos para el observador superficial y tan característicos del
clima intelectual que impera en ellos como la completa perversión
del lenguaje, el cambio de significado de las palabras.
Por supuesto, la principal víctima en este sentido es la palabra
"libertad". Dondequiera que se ha destruido la libertad, se ha hecho
a nombre de alguna nueva libertad prometida. Lo mismo sucede con
"justicia", "ley", "derecho" e "igualdad", entre muchas otras.
Gradualmente, en lo que este proceso se desarrolla, todo el lenguaje
va perdiendo su sentido y las palabras se convierten en cascarones
huecos desprovistas de significado preciso, y tan capaces de
describir un fenómenos como su opuesto.
Por supuesto, no es difícil despojar a la mayoría de un
pensamiento independiente. Pero siempre existirá una minoría que
retendrá una inclinación a criticar y que tendrá que ser silenciada.
Hemos visto por qué la coerción no puede limitarse a una aceptación
pasiva del nuevo código ético. Y puesto que muchos elementos de ese
código no podrán ser explícitamente formulados ya que sólo existirán
implícitamente en las medidas del gobierno, esas medidas mismas
tendrán que estar exentas de toda crítica. Si la gente tiene que
apoyar el esfuerzo común sin vacilaciones, tiene que estar
convencida no sólo del fin a perseguir sino también de que los
medios son los mejores posibles. Por consiguiente, el credo oficial,
cuyo acatamiento tiene que ser impuesto, comprenderá también la
interpretación de los hechos sobre los que se basa el plan. La
crítica tendrá que ser suprimida porque debilitará el apoyo popular.
Como decían los Webbs hablando sobre la posición de cada empresa
soviética: "Mientras se esté desarrollando el trabajo, cualquier
expresión pública de duda, o incluso de que el plan no vaya a tener
éxito, es un acto de deslealtad e inclusive de traición debido a sus
posibles efectos sobre la voluntad y los esfuerzos del resto del
personal". Y, por supuesto, cuando esas dudas se refieren al
conjunto del plan social, tendrán que ser tratadas como sabotaje.
Todo el aparato de divulgación del conocimiento será utilizado
exclusivamente para difundir los puntos de vista que, verdaderos o
falsos, fortalezcan la creencia en la justeza de las decisiones del
gobierno; y cualquier información que puede arrojar dudas o
vacilaciones será suprimida. El probable efecto sobre la lealtad
popular se convierte así en el único criterio para decidir si una
información cualquiera será publicada o suprimida. Por consiguiente,
no hay ningún campo a donde no se extienda el control sistemático de
la información, y donde no se impongan puntos de vista uniformes.
El espíritu del totalitarismo condena cualquier actividad que no
tenga un propósito bien definido. Toda actividad tiene que derivar
su justificación de un propósito social deliberado. No puede haber
ninguna actividad espontánea puesto que pudiera generar
consecuencias imprevistas para el plan. Semejantes aberraciones son
producto del deseo de verlo todo dirigido por "una concepción
unitaria", de la creencia de que el conocimiento y las creencias de
todo un pueblo no son más que instrumentos al servicio de un
objetivo único. La misma palabra "verdad" pierde su sentido
original, se convierte en lo que decida el gobierno, en algo que
tiene que creerse en interés de determinados objetivos, y que podrá
ser alterado si ese objetivo lo exige. Esto genera un clima
intelectual de absoluto cinismo en relación con la verdad, la
pérdida del sentido e, inclusive, del significado de la verdad, la
desaparición del espíritu de investigación independiente y de la fe
en el poder de la razón (11).
La propaganda totalitaria afirma que en las sociedades de libre
mercado no hay verdadera libertad porque las opiniones y los gustos
de las masas son influidos por la propagada, por los anuncios, por
el ejemplo de las clases acomodadas y por otros factores
ambientales. De ello deducen que las ideas y los gustos de las masas
siempre son producto de circunstancias que pueden ser controladas, y
que debemos utilizar ese poder deliberadamente para encauzar los
pensamientos de la gente hacia lo que consideramos la dirección
correcta.
Probablemente sea cierto que, en cualquier sociedad, la libertad
de pensamiento sólo sea directamente importante para una pequeña
minoría. Pero esto no significa que nadie sea competente, o deba de
tener el poder para seleccionar quiénes son los que van a ser
libres. Y ciertamente no justifica la presunción de ningún grupo de
tener el derecho de determinar lo que la gente deba pensar o de
creer. El principal factor del progreso intelectual no es que todo
el mundo pueda pensar o escribir sino que cualquier causa o
cualquier idea pueda ser defendida por alguien. Mientras no se
suprima la disidencia, siempre habrá alguien que cuestione las ideas
dominantes entre sus contemporáneos y someta otras nuevas a la
prueba de la discusión y de la crítica.
Lo que constituye la vida del pensamiento es la interacción entre
diversos individuos con conocimientos y puntos de vista diferentes.
El desarrollo de la razón es un proceso social basado en la
existencia de esas diferencias. Está en su misma esencia que sus
resultados no puedan ser pronosticados, que no podamos saber cuáles
ideas ayudarán a este progreso y cuáles no. El desarrollo no puede
ser gobernado por los puntos de vista que tenemos actualmente sin
que, al mismo tiempo, lo estemos limitando. "Planificar" u
"organizar" el desarrollo del conocimiento es una contradición de
términos. Pensar que la mente humana puede controlar su propio
desarrollo es confundir la razón individual, (la única que puede
"controlar conscientemente" algo) con esos procesos impersonales que
generan su desarrollo. Al intentar controlar ese desarrollo,
simplemente lo estamos limitando. Tarde o temprano, esto conducirá
al estancamiento del pensamiento y a la decadencia de la razón.
La tragedia del pensamiento colectivista es que, aunque empieza
erigiendo a la razón en la fuerza suprema, termina destruyéndola
porque malinterpreta los procesos de los que depende su desarrollo.
El individualismo, por el contrario, representa una actitud de
modestia ante este gran proceso social, y de tolerancia por las
opiniones de los demás. El exacto opuesto del pensamiento
colectivista.
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(11) El criterio de verdad objetiva se encuentra bajo un terrible
ataque en los medios intelectuales de Estados Unidos. Para los
teóricos del postmodernismo la "verdad" es totalmente relativa al
grupo en que uno se encuentre. Este relativismo cultural, cuyo
objetivo básico es desvalorizar la civilización occidental y su
sistema de valores, es otra de las premisas ideológicas del fascismo
que circulan ampliamente entre los modernos "progresistas"
norteamericanos.
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Capítulo XII
Las raíces sociales del nazismo
Es un error considerar al Nacional Socialismo simplemente como un
movimiento irracional sin antecedentes ideológicos. Por el
contrario, el Nacional Socialismo culmina una larga evolución del
pensamiento, en el que no sólo pensadores alemanes tomaron parte.
Thomas Carlyle y Houston Chamberlain, Auguste Comte y George Sore
forman tanta parte de este desarrollo como los mismos pensadores
alemanes. No se puede, sin embargo, exagerar la importancia de estas
ideas antes de 1914.
Hay que decir que el apoyo que recibieron estas ideas no se debió
simplemente al auge del nacionalismo en la Alemania derrotada. Mucho
menos, en una supuesta reacción capitalista ante el avance del
socialismo. Por el contrario, el apoyo que llevó estas ideas al
poder vino, precisamente, de las filas socialistas. Durante la
generación anterior a la última guerra, no hubo realmente oposición
al elemento socialista dentro el marxismo sino a los elementos
liberales de su doctrina, como su internacionalismo y su
democratismo. Cuando se comprendió que esos elementos eran
obstáculos a la realización del socialismo, los socialistas de la
izquierda se fueron aproximando cada vez más a los de la derecha.
Fue la unión de las fuerzas anticapitalistas de la derecha y de la
izquierda, la fusión del socialismo radical y del socialismo
conservador (12) lo que barrió con todo lo que en Alemania había de
liberal.
La relación entre socialismo y nacionalismo en Alemania fue
estrecha desde el principio. Los principales antecesores del
Nacional Socialismo -Fichte, Rodbertus y Lasalle- fueron al mismo
tiempo los reconocidos padres del socialismo. Mientras el socialismo
marxista dirigió el movimiento obrero, los elementos nacionalistas y
autoritarios permanecieron en segundo lugar. Pero estaban implícitos
en el movimiento. Habría que recordar que en 1892 uno de los
principales líderes del movimiento obrero alemán, August Bebel, le
dijo a Bismarck que "el Canciller Imperial puede estar seguro de que
la Social Democracia alemana es una especie de escuela preparatoria
para el militarismo".
De 1914 en lo adelante comenzaron a surgir un maestro tras otro
orientando a los trabajadores y a los jóvenes idealistas hacia el
Nacional Socialismo. Pero no surgieron de las filas de los
conservadores y los reaccionarios sino de las filas socialistas. Fue
sólo posteriormente que el rápido crecimiento de la marea
nacionalista se transformó en la doctrina hitleriana. Quizás el
intelectual más representantivo de este período sea Werner Sombart,
cuyo famoso Mercaderes y héroes, apareció publicado en 1915.
Sombart había sido un socialista marxista y todavía en 1909 afirmaba
con orgullo haber pasado la mayor parte de su vida luchando por las
ideas de Marx. Hizo mucho por difundir el resentimiento
anticapitalista en Alemania. Si el pensamiento alemán se vio
permeado de elementos marxistas estos se debe, en gran medida, a la
labor de Sombart. Este era percibido como el principal representante
de una intelectualidad socialista perseguida, incapaz, de alcanzar
una cátedra universitaria debido a sus ideas.
En Mercaderes y héroes, Sombart le daba la bienvenida a la
"guerra alemana" como un conlficto inevitable entre la civilización
comercial de Inglaterra y la heroica cultura alemana. Su desprecio
por los puntos de vista "comerciales" del pueblo inglés no tenía
límites. Las ideas de Libertad, Igualdad y Fraternidad de 1789,
eran, según Sombart, ideales comerciales cuyo único objetivo era
asegurar ciertas ventajas a ciertos individuos. Considerar la guerra
como una actividad inhumana y sin sentido era un producto de puntos
de vista comerciales. Para Sombart, la guerra era la culminación de
una visión heroica de la vida, y la guerra contra Inglaterra era la
guerra contra el ideal comercial de la libertad y el comfort
individuales.
Otro teórico que tuvo gran importancia durante ese período, fue
Johann Plenge. Uno de sus libros más importantes durante la guerra
se titulaba 1789 y 1914 y estaba dedicado al conflicto entre
"las ideas de 1789", el ideal de la libertad, y "las ideas de 1914",
el ideal de la organización. Para Plenge la organización era la
esencia misma del socialismo. Exactamente lo mismo puede decirse de
todos los socialistas que derivan su socialismo de una cruda
aplicación de los criterios científicos a los problemas de la
sociedad.
Según Plenge la economía de guerra creada en Alemania en 1914 "es
la primera realización de una sociedad socialista... y su espíritu
la primera aparición del espíritu socialista. Las necesidades de la
guerra han establecido la idea socialista en la vida económica de
Alemania y, por consiguiente, la defensa de nuestra nación ha
producido para la humanidad la idea de 1914, la idea de la
organización alemana... El estado y la vida económica forman una
nueva unidad... El sentimiento de responsabilidad económica que
caracteriza al trabajo del empleado público se extiende a toda la
actividad privada".
Al principio Plenge todavía esperaba reconciliar el ideal de
libertad con el ideal de organización, aunque fundamentalmente
mediante la completa pero voluntaria sumisión del individuo al
colectivo, pero pronto esas trazas de liberalismo desaparecieron de
sus escritos. Para 1918, ya había establecido la necesidad de unir
el socialismo con una cruda política de poder. "Es hora de
reconocer", decía, "el hecho de que el socialismo ha de ser política
de poder, si ha de ser política de organización".
Y sigue Plenge: "Desde el punto de vista del socialismo, que es
organización, ¿acaso no es el derecho absoluto a la
autodeterminación de la gente el derecho a la anarquía económica
individualista? ¿Estamos dispuestos a concederle completa
autodeterminación al individuo en la vida económica? El socialismo
consecuente sólo puede darle a la gente los derechos que estén
acordes con la correlación de fuerzas históricamente determinadas".
Los ideales de los que Plenge fue portavoz eran particularmente
populares, y quizás inclusive se derivaban de ciertos círculos de
científicos e ingenieros alemanes que clamaban por la organización
central planificada de todos los aspectos de la vida - como lo hacen
ahora en Inglaterra y Estados Unidos.
Las ideas de Plenge fueron desarrolladas y difundidas, aun más,
por un parlamentario socialdemócrata, Paul Lensch, que decía en su
libro Tres años de revolución mundial: "El resultado de la
decisión de Bismarck de 1879 (la adopción del proteccionismo) fue
que Alemania tomó el papel del revolucionario; es decir, de un
estado cuya posición en relación con el resto del mundo es la de
representar un sistema económico superior y más avanzado... nuestras
concepciones de liberalismo, democracia y otras por el estilo, se
derivan de las de las ideas del individualismo inglés, según las que
un estado liberal es un estado con un gobierno débil, y donde toda
restricción de la libertad del individuo es concebida como un
producto de la autocracia y el militarismo". En Alemania, "a la
lucha por el socialismo ha sido extraordinariamente simplificada
puesto que todos sus prerrequisitos ya se han establecido". "Los
conceptos políticos de "libertad" y "derechos civiles", de
constitucionalismo y parlamentarismo se han derivado de la
concepción individualista del mundo, de la que el liberalismo inglés
en la encarnación clásica... Pero estos estándares han sido
destrozados por esta guerra. Lo que hay que hacer es desembarazarse
de estas ideas políticas heredadas y ayudar al crecimiento de una
nueva concepción del estado y la sociedad. También en esta esfera el
socialismo tiene que representar una oposición consciente y firme al
individualismo".
En su libro Prusianismo y socialismo, publicado en 1920,
Oswald Spengler decía: "El viejo espíritu prusiano y la convicción
socialista, que hoy se odian con el odio de hermanos, son uno y lo
mismo". "Los representantes de la civilización occidental en
Alemania, los liberales alemanes, son el invisible ejército inglés
que, tras la batalla de Jena, Napoleón dejá detrás en el suelo
alemán".
"La estructura de la nación inglesa está basada en la distinción
entre ricos y pobres, la del prusiano está basada entre mando y
obediencia. Por consiguiente, el significado de las diferencias de
clase es fundamentalmente diferente en los dos países".
La "idea prusiana" requería que todo el mundo fuera un
funcionario del estado, que todos los sueldos y salarios fueran
determinados por el estado. La administración de toda propiedad, en
particular, se convertía en una función asalariada.
Pero "la cuestión decisiva no sólo para Alemania sino para el
mundo, y que tiene que ser resuelta por Alemania para el mundo es:
En el futuro, ¿gobernará el comercio al estado, o gobernará el
estado al comercio?. Frente a esta cuestión, prusianismo y
socialismo son lo mismo... Prusianismo y socialismo combaten a
Inglaterra en nuestro medio..."
Fue así que la guerra misma llegó a definirse como una guerra
entre socialismo y liberalismo como, entre otros, dijera Van den
Bruck, un teórico nazi. El verdadero archienemigo siempre fue el
liberalismo. La lucha contra el liberalismo en todas sus formas, el
liberalismo que había derrotado a Alemania, era la idea común que
unía a socialistas y a conservadores en un solo frente. Al principio
fue fundamentalmente en el Movimiento de la Juventud Alemana, que
era casi completamente socialista en su inspiración y puntos de
vista, donde estas ideas fueron más rápidamente aceptadas y donde se
completó la fusión entre el socialismo y el nacionalismo.
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(12) Buscar la definición de "socialismo conservador" al final
del Manifiesto Comunista.
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Capítulo XIII
Los totalitarios en nuestro medio
Como he sugerido en estas páginas, la situación actual en las
democracias occidentales no se parece tanto a las condiciones
actuales de Alemania (1944) como a las condiciones de hace veinte o
treinta años. La creciente veneración por el estado, la admiración
por el poder y de la grandeza por la grandeza misma, el entusiasmo
por la "organización" de todo (que ahora se llama "planificación") y
la "incapacidad de dejar nada al simple crecimiento orgánico" son
tan notables hoy en Inglaterra como ayer lo eran en Alemania.
Hombres como Lord Morley o Henry Sidwick, como Lord Acton o Dicey
que eran admirados en todo el mundo como ejemplos sobresalientes de
la sabiduría política de Inglaterra son, para la presente
generación, obsoletos victorianos.
Ninguna descripción en términos generales puede dar una idea
adecuada de la similaridad que existe entre la actual literatura
política inglesa y los trabajos que destruyeron la creencia en la
civilización occidental en Alemania y crearon el estado de ánimo en
el que pudo triunfar el nazismo.
La impaciencia con el estilo del hombre común, tan característica
del experto, y el desprecio por todo lo que no haya sido
conscientemente organizado por mentes superiores según modelos
"científicos" eran fenómenos familiares en la vida pública alemana
generaciones antes de que se volvieran significativos en Inglaterra.
Como decía Julien Benda en la Trahison des Clercs (La
Traición de los intelectuales) "hay que observar que el dogma de que
la historia obedece a leyes científicas es predicado especialmente
por los partidarios de la autoridad arbitraria. Esto es natural
puesto que de esa forma se eliminan las dos realidades que más
odian: la libertad humana y la acción histórica del individuo".
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Capítulo XIV
Condiciones materiales y fines ideales
En el pasado, ha sido la sumisión a las fuerzas impersonales del
mercado lo que ha hecho posible el desarrollo de la civilización. Es
esta sumisión lo que nos permite a todos construir algo que es mayor
que lo que cada uno de nosotros pudiera construir. Se equivocan
terriblemente los que creen que podemos ayudar a dominar las fuerzas
de la sociedad de la misma forma que hemos aprendido a dominar las
fuerzas de la naturaleza. Esto no sólo es el camino hacia el
totalitarismo sino también el camino hacia la destrucción de nuestra
civilización y, ciertamente, la mejor manera de bloquear el
progreso.
La libertad individual no puede reconciliarse con la supremacía
de un objetivo único al que toda la sociedad tenga que estar entera
y permanentemente subordinada. La única excepción es la guerra u
otra situación impuesta por un desastre.
Los moralistas que enarbolan las banderas de la "justicia social"
deben recordar que la moral es necesariamente un fenómeno
individual. Sólo puede existir en la esfera en que el individuo es
libre de optar por si mismo, de decidir si sacrificar alguna ventaja
material a una regla moral. Fuera de la esfera de la responsabilidad
individual no existe ni bien ni mal, ni oportunidad de mérito moral.
No tenemos derecho a ser altruistas a costa de otros, ni hay ningún
mérito en el altruismo obligatorio.
Un movimiento cuya principal promesa sea la de aliviar la
responsabilidad individual no puede sino tener efectos antimorales.
La independencia, la confianza en si mismo, la disposición a correr
riesgos, la disposición a respaldar las convicciones personales
contra una mayoría, la disposición a la cooperación voluntaria, la
tolerancia frente al diferente y al extraño, el respeto por la
costumbre y la tradición, y una saludable suspicacia con el poder y
la autoridad son las virtudes sobre las que descansa una sociedad
individualista. El colectivismo no tiene nada con que sustituirlas
como no sea la obediencia.
En la sociedad moderna las orientaciones a respetar ya no son la
libertad del individuo, su libertad de movimiento o de expresión.
Son, por el contrario, los niveles protegidos de este grupo o aquel,
su "derecho" a excluir a otros de darle a sus conciudadanos lo que
les hace falta (13). La discriminación entre miembros y no miembros
de grupos cerrados es aceptada cada vez más como algo natural; las
injusticias contra los individuos en interés de ciertos grupos son
vistas con creciente indiferencia.
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(13) En este sentido hay que tener mucho cuidado con la
proliferación de supuestos "derechos" impulsada por la izquierda
contemporánea. Los verdaderos derechos sólo apuntan a protegen al
individuo frente a la arbitrariedad del poder. Pero la izquierda
contemporánea promueve muchos "derechos" que no son tales sino
simples aspiraciones cuya implementación llevaría a una "justicia
distributiva" y, por consiguiente, al resurgimiento de los problemas
discutidos en este libro. Cuando se habla del "derecho al trabajo",
por ejemplo, ¿quién va a tener el deber, o la obligación, de
emplear? Y ¿qué significa el derecho a una retribución "equitativa"
y "satisfactoria"? ¿Acaso los salarios no están determinados, como
cualquier otro factor de la producción, por las leyes de la oferta y
la demanda? Y, si no es el mercado, ¿quién determina entonces lo que
es "equitativo" y "satisfactorio"? La Declaración Universal de 1948
fue un documento de compromiso, elaborado bajo la presión de la
Unión Soviética y en medio del apogeo del New Deal. No hay que
olvidarlo. Creo que hay que reflexionar sobre estos temas para no
volver a ser víctimas de la misma demagogia de que hemos sido
víctimas en el pasado.
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Capítulo XV
Las perspectivas del orden internacional
Otro campo donde el mundo también ha pagado caro el abandono del
liberalismo del siglo XIX ha sido en el de las relaciones
internacionales. También en este terreno las actuales concepciones
sobre lo que es deseable y practicable pueden producir resultados
completamente opuestos a los perseguidos. Es una ilusión fatal creer
que sustituir la competencia de los mercados por las negociaciones
entre los estados tiende a reducir las fricciones internacionales.
Esto no es mas que trasladar la competencia entre empresas a la
competencia entre estados poderosos y armados.
No se puede creer que las limitaciones e inconvenientes de la
planificación a escala nacional pueden superarse llevando la misma a
una escala internacional. Mientras más aumenta la escala de la
planificación, más se va limitando la esfera de los acuerdos y más
aumenta la necesidad de la compulsión. Si se llegara a considerar
como la obligación de cualquier autoridad internacional el producir
una justicia distributiva entre diferentes pueblos, la lucha de
clases se covertiría en una lucha entre los trabajadores de
distintos países. Las consecuencias de planificar para igualar los
niveles de vida de distintos países tendrían que ser necesariamente
desastrosos.
Todos estamos de acuerdo en ayudar a elevar su nivel de vida a
los pueblos más pobres. Pero, en ese sentido, la mejor ayuda es
ayudar a mantener el orden y a crear las condiciones en las que la
gente misma pueda desarrollar su propia vida. Nunca, en ninguna
parte, ha funcionado bien la democracia sin una gran medida de
autogobierno que represente una escuela de entrenamiento político
para todos, y para los futuros líderes. Es sólo cuando la
responsabilidad en asuntos con los que la gente está familiarizada
puede aprenderse y practicarse, es sólo cuando la acción está
orientada por las necesidades de nuestros vecinos y no por algunos
principios abstractos, cuando la gente sencilla puede llegar a
participar efectivamente en los asuntos públicos.
Sin duda, una de las mejores salvaguardas de la paz sería una
autoridad internacional que limitara el poder del estado sobre los
individuos. Usado con sabiduría, el principio federal pudiera ser la
mejor solución para muchos de los problemas más difíciles del mundo.
Poder reducir el riego de fricciones que puedan llevar a la guerra
es probablemente todo lo que podamos y debamos esperar.
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Capítulo XVI
Conclusión
Si hemos fallado en nuestro intento por crear un mundo de hombres
libres, tenemos que tratar otra vez. Pero lo que no debemos olvidar
nunca es que una política de libertad para el individuo es la única
verdaderamente progresista, y que esto sigue siendo tan cierto hoy
como lo fue en el siglo XIX.
Fin
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