Bolivia frente al abismo Adolfo Rivero Caro Bolivia está frente al abismo. Una de las coaliciones subversivas más reaccionarias que haya visto el continente ha conseguido paralizar el país. Tienen en huelga a los obreros del transporte y han bloqueado los caminos de acceso a la capital. Apedrean, vuelcan e incendian los vehículos que se atreven a moverse. Todo esto ha provocado una grave escasez de alimentos. Cuando el ejército ha intentado despejar las carreteras y restaurar el orden, ha habido que librar verdaderas batallas campales. Hay decenas de muertos. ¿Qué decisión política del gobierno ha desatado esta tormenta de protestas? Increíblemente, querer exportar gas natural. Bolivia tiene las segundas reservas de gas natural del continente. Hasta recientemente, exportaba fundamentalmente a Brasil, pero éste ha reducido sus compras. México y Estados Unidos, sin embargo, están interesados en comprar el gas boliviano. Se trata, sin duda, de una formidable oportunidad. Cualquier país, y particularmente un país subdesarrollado, la aprovecharía jubiloso. ¿Cuál es el problema? ¿Acaso es la oposición de ecologistas americanos angustiados porque el oleoducto pueda afectar el modo de vida de las llamas o los ñandúes? No, todavía peor. Bolivia no tiene salida al mar. Cualquier oleoducto que la vincule con los mercados mundiales tendría que cruzar por el territorio de otro país. Para llevar el gas al Pacífico, habría que transportarlo a través de Perú o de Chile. Chile sería el camino más corto. Pero Bolivia no tiene salida al mar precisamente porque tuvo que cederle su costa del Pacífico a Chile en 1883. Muchos bolivianos nunca han aceptado esta desagradable realidad. Y ahora una turba de demagogos la está manipulando. Presentan como una humillación nacional tener que conseguir la autorización de Chile para exportar el gas boliviano. No sólo eso. El Movimiento hacia el Socialismo (MAS), una asociación de cocaleros, viejos comunistas, trotskistas, fidelistas e indigenistas que añoran los tiempos precolombinos, se opone a toda exportación del gas. Según ellos, ¡sólo serviría para enriquecer a Estados Unidos y las corporaciones multinacionales! Esto pese a que un gasoducto a través de Bolivia representaría ingresos mínimos de unos $500 millones anuales. Pocas veces ha quedado tan claramente de manifiesto el carácter primitivo y reaccionario de los opositores del liberalismo. El MAS, como Evo Morales, es un abierto defensor de la producción de drogas, un delito según la ley boliviana e internacional. Como es lógico, el MAS también es un encarnizado enemigo de la globalización. Aspira a volver a estatizar todas las grandes empresas, recursos naturales y grandes fincas así como dejar de pagar la deuda externa. Evo Morales y sus cocaleros incitan a los indígenas a regresar al cultivo tradicional de la coca de hace 500 años en el presunto paraíso precolombino de los aymarás y los quechuas. Pura mitología, por supuesto. La coca nunca se cultivó comercialmente en Bolivia antes de la llegada de los europeos. Modernamente, su cultivo cobró fuerza en los años 80 aunque no gracias a los indígenas del altiplano, sino a los antiguos mineros del estaño que vinieron a las tierras bajas de Chaparé en busca de trabajo. Y que trajeron con ellos su ideología socialista y su organización sindical. Actualmente, los cocaleros han desarrollado fuertes vínculos con las redes internacionales de narcotraficantes. Las iniciativas americanas para acabar con los cultivos ilegales de coca no han podido encontrar buenos cultivos alternativos y han provocado el odio de las empresas criminales que aspiran a gobernar Bolivia. Estas han utilizado sus vastos recursos financieros para convertir a una organización criminal en un partido político. Es increíble que se plantee públicamente que exportar gas natural es humillante e inaceptable y al mismo tiempo, se declare, como hizo recientemente Evo Morales: ''Hace cinco o seis años me di cuenta de que algún día la coca sería la bandera de la unidad nacional en defensa de nuestra dignidad, y ahora mi predicción se está volviendo realidad''. Y esta organización criminal está amenazando con tomar el poder en Bolivia. Obviamente, en esta situación y frente a estos enemigos, es imperativo cerrar filas contra los subversivos y restaurar el orden a toda costa. Los que han escogido el camino de la violencia son los revolucionarios. El gobierno sólo está defendiendo la ley y el orden. No hay negociación con los terroristas. La renuncia de Sánchez de Lozada rompería la legalidad constitucional y haría posible el colapso institucional, la toma del poder por los revolucionarios y la instauración del terror. Sus primeras víctimas serían los irresponsables que hoy pretenden paralizar el gobierno. En una reunión extraordinaria, la OEA ha declarado ``de manera categórica, su rechazo a cualquier acción para quebrantar el sistema democrático''. Uno se pregunta cómo es posible que tantos de nuestros intelectuales se dediquen a combatir enemigos inexistentes e ignoren a los enemigos reales. Que quiebren tantas lanzas contra el neoliberalismo y el ''capitalismo salvaje'' sin querer ver que América Latina es un continente de capitalismo subdesarrollado, afligido por la vieja herencia estatista de la colonia española reforzada por el neoestatismo socialista. Que no es en ninguna falta de espíritu colectivo sino en la falta de respeto por las libertades individuales, frente a la prepotencia estatal, donde radica la debilidad de nuestros sistemas jurídicos y, por consiguiente, donde está la raíz de la corrupción latinoamericana. Y que esto es lo que nos están gritando las convulsiones que estremecen nuestro continente.
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