Una boda infortunada
Adolfo Rivero Caro
Hace
pocos días, unos populares actores de la TV cubana decidieron
casarse. Borrachos de popularidad y habituados a las candilejas,
decidieron transmitir su boda por televisión. Fue un gran evento.
Sus compañeros de la TV hicieron algunos breves
shows y les mandaron
a hacer un enorme cake.
Eso fue todo. Todo el mundo se divirtió y la boda se consideró un
gran éxito.
El evento, sin embargo, tuvo desastrosas repercusiones para la
pareja. El Partido Comunista lo criticó ácidamente y, de repente,
populares artistas se han convertido en personajes marginalizados.
¿Cómo es posible? ¿Acaso no son artistas revolucionarios? Eso no
importa.
Con el barril de petróleo a $130, el precio de todas las
importaciones cubanas se ha disparado. La población vive un
inesperado agravamiento de su perpetua escasez. Sobrevivir en Cuba
siempre ha sido una proeza, pero nunca más que ahora. Es por eso
que, en estas particulares circunstancias, la dirección del Partido
Comunista consideró la transmisión pública de esta boda como una
verdadera provocación política. Una simple ocurrencia, desprovista
de toda malicia, levantó brevemente la pesada cortina de la
propaganda y le mostró a todo el mundo que, en Cuba, la pobreza está
lejos de ser igualitaria. Ese fue el problema.
Si unos simples artistas pueden permitirse estos placeres, ¿qué
lujos y privilegios no se permitirán los verdaderos jefes y dueños
del país? Todo el mundo sabe que la
nomenklatura cubana
vive lujosamente. Por favor, ellos son los únicos dueños del país.
Son multimillonarios que no han creado ningún producto y que viven
literalmente, como vampiros, de la riqueza creada por los
trabajadores cubanos. No sólo eso. Su principal ocupación es
reprimir a la población con el expreso objetivo de mantenerla
igualitariamente pobre, aunque sea al precio de impedirle crear
productos y servicios desesperadamente necesarios.
En el interior del país, los indicios de sus privilegios son
relativamente fáciles de detectar. En la capital, sin embargo, viven
cuidadosamente segregados. Desde la calle nadie puede ver sus
piscinas, ni sus refrigeradores, ni sus barras, ni sus fiestas. No
importa. Están tan conscientes de sus privilegios que los aterra
mostrar públicamente la existencia de los de otros, por modestos que
sean en comparación. De aquí que provocar la simple posibilidad de
una reflexión sobre el tema ha enfurecido a la
nomenklatura. Ella
sabe que es un asunto políticamente explosivo porque tiene la
capacidad de suscitar la indignación popular. Es jugar con fuego, un
verdadero tabú político.
Inicialmente, muchos consideraron que la trasmisión representaba una
muestra más de la política de ''apertura'' de Raúl Castro. Esto
demuestra una profunda incomprensión sobre la verdadera naturaleza
de esa apertura.
Porque ¿hay una apertura en Cuba? Es decir, ¿hay cambios positivos
en la política de la dictadura? Depende de lo que estemos hablando.
Si estamos hablando de la eliminación de una serie de prohibiciones
caprichosas y absurdas, por supuesto que ha habido cambios. La
población los reconoce y los ha recibido con discreta aprobación.
Ahora bien, esos cambios son puramente cosméticos y no representan
el más mínimo relajamiento de la dictadura totalitaria. Por
consiguiente, si estamos hablando de cambios políticos
significativos, tienen toda la razón los que dicen que Raúl Castro
no ha significado ninguna apertura.
En realidad, lo que está haciendo Raúl Castro es ir eliminando, poco
a poco, numerosas prohibiciones y regulaciones que no eran sino
caprichos personales de Fidel Castro y que realmente no tienen que
ver con la esencia de la dictadura comunista, que reside en el
monopolio estatal de los medios de producción fundamentales y el
establecimiento de una dictadura política en la que se concentren
todos los poderes del estado.
La existencia de modestos cuentapropistas y pequeños productores
privados no cambia la naturaleza del régimen. En cierto sentido,
pudiera considerarse que lo fortalece porque permite aliviar
numerosas necesidades sociales que la ineficiente producción estatal
sólo agrava. Sin embargo, aunque esto fuera cierto, la simple
coexistencia de un sector privado eficiente y un sector estatal
improductivo condenaría el totalitarismo comunista a largo plazo. Y
eso es sin tomar en consideración el permanente disgusto que genera
una asfixiante dictadura política.
En
todo caso, hasta ahora, Raúl Castro ni siquiera se ha atrevido a
afrontar esas tímidas reformas económicas. Por el momento su mayor
audacia ha sido suspender, a instancias de su propia hija, las
represiones más visibles contra los homosexuales. Eso es positivo,
como también lo es darle permiso a la gente para comprar teléfonos
celulares, pero es realmente secundario.
En Cuba el problema fundamental es la carencia de libertades
individuales. La miseria en que vive la mayoría de la población no
más que su consecuencia. El pueblo cubano es pobre porque no se le
permite producir libremente. La propiedad estatal de los medios de
producción no significa que el pueblo sea propietario de los mismos.
El pueblo cubano no es propietario de nada, y ha podido comprobarlo
a través de su propia experiencia. La
nomenklatura y, en
particular su cúspide política, es la única dueña real del país. Y
la única que puede disfrutar de privilegios impunemente. Una simple
boda entre artistas ha permitido comprobarlo, una vez más.
Junio, 2008 |
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