Una autopsia
del liberalismo norteamericano
Los
herederos del New Deal se redujeron al 20% del electorado
En
la tumultuosa historia del liberalismo norteamericano de la
postguerra se produjo una declinación lenta pero constante de la que
los liberales no han sido conscientes. Los herederos del New Deal
se redujeron hasta aproximadamente un 20% del electorado según
recientes encuestas Gallup. Los conservadores consiguen el 42% de
los votos y, en las últimas elecciones, los independientes, el
segundo grupo más numeroso de votantes, con un 29% de estos,
obstaculizaron la marcha de los conservadores. Los alarmaba el
déficit. Y durante mucho tiempo seguirá alarmándolos.
A
primera vista podría parecer que el declive del liberalismo comenzó
en 1961, con la toma de posesión del presidente John F. Kennedy,
cuando los historiadores descubrieron los primeros indicios de lo
que llegaría a ser el rasgo distintivo del liberalismo: ir más allá
de sus propias posibilidades. La oratoria extraordinaria de Kennedy
fue contagiosa y admirable, e incluso consiguió impresionar a una
posterior generación de conservadores. Pero era algo deshonesta.
Nunca existió una brecha de misiles con la Unión Soviética, como
declaró, ni ningún otro motivo de histrionismo. En lo nacional, la
oratoria puso en marcha la catastrófica Guerra contra la Pobreza del
presidente Lyndon Johnson.
El
lenguaje conmovedor de JFK constituyó una ruptura con la concepción
burkeana del presidente Eisenhower. Ike, dijéralo o no, deseaba
dejar atrás la Gran Depresión y las confrontaciones peligrosas del
período temprano de la Guerra Fría. Aspiraba a regresar a la
normalidad. Pero el discurso inaugural de Kennedy situó a Estados
Unidos en una vía diferente, la que condujo a la crisis de los
misiles en Cuba y, en última instancia, a Vietnam. Fijó la postura
estadounidense en el mundo, con la cual nos encaminamos hacia Irak y
Afganistán. En el país nos condujo a un Gobierno desmesurado.
No
obstante, al abordar el descenso del liberalismo no cabe ignorar un
acontecimiento más temprano: la guerra civil que se desató en el
período que siguió a la Segunda Guerra Mundial Este conflicto
enfrentó a los que pudiéramos llamar los radicales dirigidos por
Henry Wallace, contra los que abogaban por lo que Arthur M.
Schlesinger Jr. llamaría en su libro, The Vital Center, los
liberales más prácticos, como Hubert Humphrey, Joseph L. Rauh y
Walter Reuther. Estos eran realistas y patriotas, y sus
aspiraciones eran razonables si se comparaban con las ideas utópicas
de los liberales sobre la Unión Soviética.
Los liberales prácticos ganaron a finales de los años 40, pero en
1972 la guerra civil volvió a desatarse. En esta ocasión ganaron
los radicales. Entretanto, la Gran Sociedad de Lyndon B. Johnson
hizo que incluso más liberales alertaran contra las “consecuencias
no deliberadas” de los programas gubernamentales. Fueron estos los
primeros reclutamientos nuevos del conservadurismo moderno. Jeane
Kirkpatrick, Irving Kristol y, durante un tiempo, Daniel Patrick
Moynihan, según palabras de Kristol, se hicieron liberales
“asaltados por la realidad”. Los liberales se refugiaban de la
realidad mediante fantasías que se centraban en ellos mismos. Sólo
una crisis en el liderazgo del presidente Richard Nixon —Watergate—
les permitió ocultar sus vanas ilusiones al electorado
norteamericano.
Los conservadores tenían como guías a Edmund Burke y a los Padres
Fundadores. A veces ellos aportaban la disciplina; en otros casos
los conservadores siguieron su propia orientación. El problema de
los liberales es que se les negó un guía. Algunos dirigieron su
atención a los socialistas fabianos ingleses y otros a Carlos Marx
pero, desde finales de los años 40, los liberales desconfiaron de
sus mentores intelectuales.
Desde el Gobierno de Nixon, los números no han favorecido a los
liberales. En 1972, sólo en un estado triunfó el candidato
presidencial George McGovern, quien perdió incluso el voto juvenil.
En 1976, el liberalismo mejoró, pero Jimmy Carter realizó su campaña
política como moderado.
Llegó entonces el 1980. Ronald Reagan se benefició entonces de las
adhesiones electorales que el conservadurismo moderno atraía: los
neocons, los evangélicos (conocidos también como Derecha Cristiana),
los demócratas reaganianos. Los liberales no pudieron conseguir
nada nuevo.
Durante sus ocho años en la presidencia, Reagan cambió el centro
político, un desplazamiento que duró varios años. Cuando el viejo
cowboy regresó a California, el centro político era de centro
derecha: vigilancia del Gobierno grande, presupuestos equilibrados,
impuestos bajos y paz mediante la fuerza.
En 1992, después de que los conservadores ocuparan la Casa Blanca
durante 12 años, Bill Clinton venció a George Herbert Walker Bush.
Pero también Clinton se postuló como moderado. Una vez que tomó
posesión trató de realizar un programa de Gobierno grande, pero fue
derrotado en las elecciones a mitad de legislatura.
El resto de la presidencia de Clinton lo definió su declaración de
que “la época del Gobierno grande ha terminado”. La revolución de
Reagan quedaba asegurada. En el 2000, el vicepresidente de Clinton
perdió contra el gobernador de Texas a pesar de la prosperidad y la
paz. George W. Bush ganó también las elecciones a mitad de
legislatura. El 2006 y el 2008 fueron años de marginación de los
republicanos, pero no del conservadurismo. Los conservadores
siguieron siendo más populares que los liberales por un margen de 2
a 1.
El conservadurismo se difundió incesantemente por el país desde sus
días larvarios en los años 50, lo que se debió a que la gran mayoría
de los estadounidenses son partidarios de la libre empresa y la
libertad personal. Obsérvese el movimiento del tea party.
Los republicanos acaban de ganar la Cámara de Representantes por más
de 60 escaños, y obtuvieron 6 escaños más en el Senado. El
socialdemócrata de la Casa Blanca fue derrotado de forma aplastante.
Durante los dos últimos años, los demócratas mostraron sus
verdaderas intenciones. Enfrentados a una crisis de los beneficios
sociales, registraron déficits de millones de millones de dólares.
Ahora afrontamos una crisis de los beneficios sociales y una crisis
fiscal, y los liberales no pueden responder a ellas con medidas que
no sean aumentar los impuestos y el gasto. Aún gozan de apoyo en la
prensa, pero incluso aquí enfrentan la oposición de Fox News, de la
radio y de Internet.
En tanto que movimiento político el liberalismo está muerto. Los
liberales carecen de superioridad numérica y de políticas. Cuentan
con 23 escaños en el Senado que deben defender en el 2012 (contra
los 10 de los republicanos); además, los republicanos controlan las
Cámaras de los estados, y las legislaturas les otorgarán más escaños
en el futuro. Descanse en paz el liberalismo.
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R.
Emmett Tyrrell Jr., publica su columna en varios periódicos y es
jefe de redacción de
The
American Spectator.
Acaba de publicar el libro
After the Hangover: The Conservatives’ Road to Recovery.
Tomado del Opinion Journal del WSJ