Adolfo Rivero Caro Este fin de semana vi ''The Ladykillers'', lamentable reelaboración de un clásico filme de Alec Guiness. El argumento es muy simple: un sofisticado intento de robo frustrado por la estupidez de algunos de sus participantes. Por supuesto que hay criminales brillantes pero son la excepción. El delincuente habitual puede perder un test de inteligencia frente a cualquier gallina que se respete. Esto, a su vez, puede tener vastas implicaciones políticas. Yo, por ejemplo, estoy convencido de que un asesino amenaza la vida de Fidel Castro. Todo se está desenvolviendo a la luz pública y nadie puede hacer nada por evitarlo. Las personas más cercanas al dictador cubano se desesperan, pero no hay forma eficaz de protegerlo. Este peligro terrible se llama Hugo Chávez. Testigos imaginarios de la escena dicen que cuando el presidente de Venezuela declaró recientemente que podría dejar de venderle petróleo a Estados Unidos, Castro, que estaba viendo la intervención por televisión, se incorporó, gritando ''¡qué imbécil!'', se llevó la mano al pecho y perdió brevemente el conocimiento. Una escena similar tuvo lugar cuando Chávez insultó públicamente al presidente Bush y a la asesora nacional de seguridad Condoleezza Rice. Lívido y falto de aire, dicen que Castro balbuceó: ''Está provocando a los americanos. Nos va a j... a todos''. Aunque su equipo médico le ha prohibido ver Aló, presidente, Castro insiste en que tiene que hacerlo porque Chávez pudiera derrocarse a sí mismo en cualquier momento. Es el típico delincuente torpe que puede echarlo todo a perder. La realidad es que Marx les dio una ideología a los asaltantes de caminos. ¿No es el desprecio por las normas morales el rasgo distintivo de los delincuentes? Marx nunca elaboró una ética, pero enfatizó el carácter histórico, y por tanto transitorio, de las ideas morales. Fue suficiente para desvalorizarlas. Los intelectuales de todo el mundo empezaron a hablar de ''moral burguesa'' como si hubiera otra. Uno habla de cocina francesa porque hay cocina italiana o china. Pero cuando habla de moral burguesa, ¿con qué otra moral la está comparando? La moral proletaria es un chiste que los intelectuales se tomaron en serio. Lenin, que tuvo más que ver con la práctica revolucionaria, precisó un poco más. Los beneficios que iba a aparejar una revolución comunista, dijo muchas veces, eran casi inimaginables. Se iba a terminar la explotación del hombre por el hombre y, por lo tanto, con la raíz misma de la desigualdad y de la pobreza. Los beneficios de la nueva sociedad iban a ser tan maravillosos que sus costos estaban más que justificados. ¿Acaso no merecía la pena mentir, robar, torturar o matar en aras de una meta tan extraordinaria? Sobre todo si, además, les garantizaba a los revolucionarios un poder absoluto y eterno. Hasta el día de hoy, ésta sigue siendo la justificación teórica del terror comunista. Es por eso que, en última instancia, nada más importante que salvar la revolución porque, teóricamente, sólo la revolución podrá acabar con la pobreza y la injusticia social. Los medios --las concesiones de la NEP o el período especial, la cesión de territorio en Brest-Litovsk o la dolarización-- siempre son secundarios. Lo único permanente es la guerra de clases (que pone a una nueva clase en el poder). En Cuba, en las actuales circunstancias, el objetivo revolucionario esencial es mantener el gobierno, algo que tras la caída del muro de Berlín se volvió súbitamente difícil. Castro sólo está haciendo lo que hizo Lenin cuando la NEP. Es cierto que es un oportunista. Pero no porque no sea un verdadero marxista-leninista, sino precisamente porque lo es. Dijo querer el poder para mejorar el nivel de vida del pueblo cubano y, aunque lo ha envilecido y arruinado más allá de todo lo imaginable, sigue aferrado al mismo. Es a nombre de la revolución, pero lo único que le importa es mantener sus privilegios. Ahora bien, es necesario insistir una y otra vez, en que el fracaso práctico de las ideas del comunismo no ha significado su derrota cultural. Castro puede haber perdido prestigio y poder, y muchos lo pueden considerar un dinosaurio, pero, por favor, ¿ha perdido fuerza la idea de que el capitalismo es malo, de que los empresarios privados son explotadores, egoístas y poco confiables? ¿De que las corporaciones son racistas, agresivas y devastan el medio ambiente? ¿De que las empresas extranjeras se apropian de los recursos de los países llegando a controlarlos políticamente, convirtiéndolos de hecho en colonias? ¿De que el capitalismo se beneficia con la guerra, porque grandes corporaciones (petroleras, digamos) obtienen fabulosas ganancias con la misma? ¿De que el gobierno americano es imperialista? Pues bien, éstas no son sino viejas ideas recicladas del marxismo-leninismo. Y no es que sean simplemente populares, es que son hegemónicas en las universidades occidentales, en la gran prensa, en los grandes medios de entretenimiento, incluyendo Estados Unidos (Hollywood). Y yo me pregunto, en el mundo de hoy, ¿quién es el representante más conocido de estas ideas? ¿Acaso no es Fidel Castro? Por supuesto que sí. Es precisamente en la popularidad de estas ideas donde se esconde el fundamento de su tenaz supervivencia. Es una realidad desoladora. Sin embargo, a pesar de todo, me siento optimista. Las ideas serán intemporales pero los hombres son efímeros. Y Castro corre un grave peligro. Chávez puede matarlo en cualquier momento.
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