Antídotos para errores generados
Cuando se aborda este tema sin las necesarias distinciones y los indispensables esclarecimientos, se producen algunas confusiones que han llevado a que algunos vean casi una antinomia entre ambos conceptos: DOCTRINA CATÓLICA y ECONOMÍA DE MERCADO. Esto sin contar con la intencional manipulación promovida por los deformadores profesionales de la doctrina católica en favor del socialo comunismo, fuente de mil otras confusiones y semillero de innumerables y perniciosos errores. La Doctrina Católica, como es sabido, comprende al hombre por entero y no apenas al homens economicus. La Moral, por ejemplo, aborda problemas individuales y colectivos; problemas de conciencia, problemas de justicia social y de caridad; las obligaciones del hombre para con Dios y para con su prójimo; etc. Abordar la economía, ciencia de lo real y concreto, como un asunto de caridad y de filantropía, y no de justicia, de libertad, de realidad, es desnaturalizarla, tomarla por otra cosa, por más noble, honesta y necesaria que sea, eso no es economía. Tomar lo que dice la Iglesia a la conciencia individual, como consejo evangélico u obligación ante Dios, como siendo directiva económica será fuente de malentendidos, causa de injusticias y de perjuicios irreparables, por mejores que sean las intenciones. Por otra parte, asimilar la libertad, ese don precioso con que Dios dotó a la creatura humana, con el liberalismo filosófico y específicamente con la actitud de quien destrona a Dios, se independiza de Él y se "libera" de su Ley, lleva similarmente a confusiones. Por eso es preferible hablar de "Economía de Mercado". Tanto más que, la moderna economía tiene su antecedente no en Adam Smith, David Ricardo, los fisiócratas franceses, el liberalismo filosófico, sino, para Occidente al menos, su origen lo encontramos en la Escolástica y en la economía medieval. De hecho, aunque no sea muy divulgado, San Alberto Magno y Santo Tomás fundaron una escuela de economía que sistematizó los conocimientos del orden natural económico y que más tarde tuvo un gran desarrollo con San Bernardino de Siena, para algunos el mayor economista de todos los tiempos, San Antonino de Florencia, la Escuela de Salamanca, con el Cardenal Cayetano y el famoso Domingo de Soto, los primeros jesuitas, con Vives y Mariana, entre otros... Es así como un destacado pensador del siglo XX en esta materia, el premio Nobel Friedrich A. Hayek, llegó a afirmar que "los principios teóricos de la economía de mercado... no fueron diseñados por los calvinistas y protestantes escoceses, sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español". En efecto, se podrían citar varios Doctores, ignacianos o salamantinos, que ya en el siglo XVI abordaron con extraordinaria lucidez la realidad natural contenida en las leyes de la oferta y la demanda, el influjo de la cantidad de dinero circulante en los precios, el comercio internacional... *** Una fuente inagotable de confusiones en nuestro tema radica en la simplificación con que muchas veces se considera -sacándola de contexto- la enseñanza contenida en las llamadas Enciclicas Sociales. Por ejemplo, no considerar con la debida atención la distinción dada por el Magisterio Pontificio al respecto del propietario y las obligaciones que le son inherentes. La Propiedad Privada es un pilar fundamental de la economía de mercado y es, a su vez, base no menos fundamental de la Moral y del Orden Católico. El Prof. Plinio Correa de Oliveira en su ensayo "La Libertad de la Iglesia en el Estado Comunista" muestra la ligazón íntima existente entre la vigencia de este principio y la santificación de los fieles (Mandamientos, noción de justicia, etc.) y concluye que la Iglesia no puede transigir en este punto sin traicionar gravemente su misión. Esta tesis fue elogiada por una de las más altas Congregaciones del Vaticano y considerada "eco fidelísimo del sagrado magisterio". El respeto a la propiedad conlleva el respeto a la libertad, así como su violación implica coartar la libertad. Ambos conceptos están íntimamente ligados. Tan sagrada es la propiedad que no solamente es objeto de dos mandamientos de la Ley de Dios, sino que el Divino Maestro, como relatan los Evangelios, nos explicó el Reino de los Cielos y nos dio a conocer a Dios usando repetidas veces la imagen de un gran propietario, de un señor de siervos a los que pide cuentas, que exige severamente que produzcan, que proclama el derecho de hacer con sus bienes lo que bien entienda: "El reino de los cielos - enseña- es semejante a: Un Rey que preparó el banquete de bodas de su hijo y manda a sus siervos lanzar amarrado de pies y manos a la tinieblas exteriores al que se presentó al banquete sin el vestido nupcial (Lc.22,1-14) Un padre de familia que planta una viña, construye una cerca para defenderla, construye un lagar, eleva una torre, la arrienda... (Mt 21, 33-41) Un propietario de una viña que sale a diferentes horas del día a contratar operarios para su viña y paga lo mismo al que trabajó todo el día que el que lo hizo solamente una hora (Mt 20, 1-16) Un Hombre que emprende un viaje y deja talentos a sus siervos y a la vuelta les pide cuenta según la capacidad de cada uno y al que enterró su único talento se lo quita y se lo da al que tiene diez, diciendo: "Porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene se le arrancará hasta lo que parece tener y al siervo inútil se lo lanzará a las tinieblas exteriores". (Mt.25,11-30). Si esas imágenes de propiedad y de señorío no fuesen esencialmente buenas, Dios no podría servirse de ellas para explicar y revelarnos aquello que hay de más alto, noble y justo, como es el Reino de los Cielos y como lo es Dios mismo. Es así que no extraña que los papas de las Encíclicas sociales sean tajantes en esta materia y asienten este derecho como cosa principal. Y no solamente porque sea un derecho legítimo, sino porque además es de justicia respetarlo y es algo esencial para el Bien Común y la prosperidad general. "Quede, pues, sentado que cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente y como fundamento de todo se ha de tener, es esto: que se debe guardar intacta la propiedad privada" Leon XIII. Rerum Novarum # 10. *** No obstante, si la propiedad, como lo dice la palabra, pertenece al propietario, y éste es señor y dueño, la Doctrina Católica recuerda también a los propietarios y, con insistencia no menor, las obligaciones de caridad que tienen con su prójimo, que pueden llegar a ser muy graves; elogia el desprendimiento, fomenta la caridad, instituye el voto de pobreza, etc. Inclusive predicadores, a veces llevados a las honras de los altares, llegan a apostrofar el egoísmo de los ricos,... Parece contradictorio pero lo es solo en apariencia. Basta prestar atención a qué se están refiriendo y en qué sentido lo están diciendo. En su divino equilibrio, la Iglesia enseña que hay inherentes a la propiedad -como también a los bienes de inteligencia, savoir faire, savoir plaire, habilidad manual, salud, condición social, etc., obligaciones de caridad -además de las de justicia- de las cuales tendrán que dar cuenta a Dios, pero que no corresponde a la autoridad civil exigirlas pues escapan a su alzada. Responsabilidades que no pueden ser exigidas por ley sin violentar la justicia, coartar la libertad y caer en el totalitarismo. Son obligaciones que pertenecen al ámbito de las relaciones del hombre con Dios porque a Dios, nuestro creador y providente sustentador, de todo deberemos dar cuenta, hasta de las palabras vanas, de las acciones y de las omisiones, por que Él es Dios y nosotros sus creaturas. Pero es a Dios... no al Estado, ni al juez terreno a quien debemos dar cuenta. Así, una cosa es el predicador hablando a las conciencias individuales a las cuales recuerda las obligaciones morales frente a Dios y otra es la Iglesia enseñando los principios del orden natural y los imperativos de la justicia social que han de regir la convivencia humana, éstos sí objeto de la ley civil y de la justicia terrenal. El hombre frente a Dios es administrador de sus bienes y de los talentos que posee, pero frente a los otros hombres y al estado, es señor y dueño verdadero. La Iglesia, representando a Dios, habla en ambas esferas. Al Estado cabe cuidar de una, la esfera pública, la esfera de la justicia conmutativa y de la justicia distributiva, bien entendidas, por cierto. Ir más allá y tratar al propietario como mero administrador es acabar con el carácter individual, privado, de la propiedad, transformándola en social; es intentar, vanamente, sustituir a Dios, con lo que se vuelve totalitario. La Iglesia cuando recuerda al propietario sus deberes morales con relación a los pobres y les dice que han de dar cuenta a Dios del uso que hagan de sus bienes, no está hablando de economía ni está proponiendo un principio de orden social y económico, está hablando a la conciencia individual, está tratando de obligaciones morales que no pueden ser exigidas por ley y justicia civiles. Pero la Iglesia proporciona también los principios del recto orden social: ahí habla de justicia. Para la recta convivencia social ambas son necesarias. Aquí se destaca el papel insustituible de la religión para la obtención de la paz verdadera, esto es la tranquilidad en el orden, y de la prosperidad auténtica y justa. *** Cuáles son, básicamente, los principios de Doctrina Católica a respecto de la economía · Necesidad y la legitimidad de la Propiedad Privada · Desigualdad armónica, concordia de clases y no lucha de clases "Sea, pues, el primer principio, y como base de todo que... en la sociedad civil no pueden ser todos iguales...porque ha puesto la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud, ni las fuerzas; y de la necesaria desigualdad de estas cosas síguese espontáneamente la desigualdad de fortunas. Lo cual es claramente conveniente a la utilidad, de los particulares como de la comunidad." Leon XIII,Rerum Novarum 12. "Segundo principio general: unión entre las clases sociales, no lucha. Hay en la cuestión que tratamos un mal capital, y es el figurarse y pensar que unas clases de la sociedad son por su naturaleza enemigas de otras, como si a los ricos y a los proletarios los hubiera hecho la naturaleza para estar peleando los unos con los otros en perpetua guerra. Lo cual es tan opuesto a la razón y a la verdad, que, por el contrario, es ciertísimo que la Naturaleza ha ordenado que se junten concordes entre sí y se adapten la una a la otra" Ibidem #13 Subsidiariedad y libre iniciativa "La economía -como cualquier otra rama de la actividad humana- no es por naturaleza una institución del Estado; ella es, por el contrario, el producto vivo de la libre iniciativa de los individuos y de sus grupos libremente constituidos" Pío XII, Discorssi e Radiomenssagi 7/V/49 La Justicia conmutativa debe presidir toda la actividad económica, pues la economía no se confunde con una sociedad de beneficencia, por más loable que éstas sean. Cabe, por otra parte, delante de la doctrina social católica, distinguir entre lo que se plantea como un ideal, una meta y lo que es la realidad, el aquí y ahora con sus limitaciones. Una cosa es la definición de lo que ha de ser, por ejemplo el salario justo en una situación de normalidad y de prosperidad; otra cosa es lo que en el aquí y ahora es posible, es decir lo que es. Una cosa es el "deber ser", otra es como alcanzarlo, como llegar hasta allá. Esos principios, como es fácil de ver, van al encuentro de los principios de la economía de mercado. Están en perfecta armonía en la medida que una y otra sean verdadera y rectamente interpretadas *** En verdad si leemos a Hayek, a Erhard u otros conocidos expositores de la economía de mercado, encontramos que su doctrina es realista, esto es, deducida de la observación atenta y perspicaz de la realidad, del agente económico. Ellos deducen principios y describen las leyes que rigen la economía. No sacan conclusiones de la nada, no hacen lucubraciones para tender a rehacer el mundo conforme a una teoría preconcebida sino que se limitan a entender y explicar la realidad. Deducen pacientemente la Economía de Mercado de la propia realidad, de la cuidadosa observación del hecho económico. Podría decirse que la economía de mercado es la economía del sentido común, la economía del buen sentido. Y, si el hecho económico está bien observado y correctamente analizado no es para sorprenderse que las conclusiones a que arriban sean el orden natural en la economía. De ahí su éxito. Pues bien, la Filosofía escolástica es también realista y ha sido llamada la Filosofía del sentido común o del buen sentido. Nada de extrañar, entonces, que los escolásticos, abocados a estudiar el hecho económico, que analizan desde el punto de vista de la justicia, llegasen a las mismas o similares consecuencias: el orden natural. Raimond de Roover, historiador belga, Ph D. en la Universidad de Chicago, uno de los mayores conocedores de la economía medieval tiene interesantes trabajos sobre este tema y ha destruido varios mitos. Al igual que el Profesor H.R. Trevor-Ropert de la Universidad de Oxford, cuyos estudios sobre la relación entre religión y economía han derribado las tesis de Weber y Sombarth, según las cuales la ética protestante o la ética judía serían las causantes del progreso económico. Ellos son exponentes de una corriente de historiadores de la economía que destacan la valiosa contribución al pensamiento económico actual hecha por los Escolásticos medievales y de los tiempos modernos. En ellos hay, entre otras, estas afirmaciones: Santo Tomás de Aquino (1226-1274) dio un lugar a la economía en su esquema universal: estaba reglamentada por la justicia y fundamentada en la propiedad privada y el intercambio. Tomás de Aquino, In X libros ethicorum ad Nocomachum I, Summa Theologica, II in quaest 61, artículos 1 y 2. Ib, II, ii, qu. 55, art. 6, y Summa contra gentiles, III, c. 30. Cf. Aristóteles, Etica Nicomaquea, I, 5 y 8. Los autores escolásticos que siguieron a Santo Tomás fueron continuadores de la línea aristotélico-tomista. Temas como las ganancias, los salarios y los intereses eran abordados como tópicos de justicia conmutativa. Los escolásticos llegaban a la conclusión de que no era función del gobierno determinar salarios, ganancias e intereses. El tema de los salarios era abordado por los autores escolásticos como un tema más de justicia conmutativa. Esta tradición de tratar los salarios como un tema de justicia conmutativa puede remontarse, al menos, hasta Santo Tomás de Aquino cuando señalaba que los salarios eran la remuneración natural del trabajo quasi quoddam pretium ipsius. John Buridan (1300-1358), rector de la Universidad de París. Insistió en que el valor se medía por los deseos humanos, no por los de un individuo en particular, sino que por los de la comunidad (rei venalis mensura est communis indigentia humana). Dejó en claro, también, que consideraba al precio de mercado como el precio justo. El análisis de Buridan, inclusive, anticipa el concepto moderno de una escala de preferencias del consumidor ya que establece que la persona que intercambia un caballo por dinero no lo hubiera hecho si es que no prefiriera el dinero al caballo. Después de Buridan, el próximo escritor de importancia fue el jurista y diplomático florentino Messer Lorenzo di Antonio Ridolfi (1360-1442), quien en 1403 escribió un tratado sobre la usura. Éste contiene la primera discusión detallada sobre divisas. Ridolfi fue seguido por el famoso predicador San Bernardino de Siena (1380-1444), a quien el profesor Edgar Salín considera uno de los más notables economistas de todos los tiempos. Como fuentes de valor, él nombra tres factores: utilidad (virtuositas), escasez (varitas) y la característica de aportar placer (complacibilitas). Menciona, también, que los bienes pueden ser más o menos gratificantes, según la intensidad de nuestro deseo de poseerlos y usarlos. Sin enfatizar mucho estas proposiciones, parece que, sin lugar a dudas, San Bernardino tenía una teoría sicológica del valor e incluso alguna idea vaga sobre variación en grados de utilidad. Según él, el precio justo se determina por "la estimación que se hace, en común, por los ciudadanos de una comunidad" (aestimatio a communitatibus civilibus facta communiter). Es claramente el precio competitivo de un mercado libre. Cuán correcta sea esta interpretación no está en cuestión, ya que Bernardino es claro en su condena a las prácticas monopólicas, es decir, a "los acuerdos fraudulentos y perniciosos" por medio de los cuales los mercaderes hacen subir los precios para obtener más utilidades. Finalmente, San Bernardino establece que la "dificultad" de producir un bien lo hace más escaso y valioso. Estas observaciones llevan a dos conclusiones: Primero, el uso persistente de la misma terminología indica una continuada tradición. Segundo, parece ser que esta parte del análisis del valor experimentó poco progreso, si alguno hubo, desde los tiempos de San Bernardino hasta John Stuart Mill. Por el contrario, se puede argumentar, inclusive, que el análisis de este último es inferior, Aún más: que los escolásticos medievales, los últimos Doctores, adoptaron la teoría de que la utilidad era la principal fuente de valor y que el justo precio, en ausencia de regulación pública, se determina por evaluación común, esto es, por la interacción de las fuerzas de la oferta y la demanda, sin fraudes, restricciones o conspiraciones. San Bernardino de Siena (1380- 1444) trató a los salarios de la misma forma que a los demás bienes. San Antonino de Florencia adoptó una actitud similar, ofreciendo un análisis detallado de los problemas específicos que surgían en distintas ocupaciones. Luis de Molina, en la misma línea que San Bernardino y San Antonino, remarca que el salario se determina al igual que los demás precios: si no consta más claro que la luz que el salario pactado, atendidas todas las circunstancias concurrentes, franquea los límites del precio justo ínfimo, y por consiguiente es abiertamente injusto, no ha de ser juzgado injusto y no sólo en el fuero externo, sino en el de la conciencia. Por ello tal sirviente no puede exigir como debido a él o bien, si no se le concede, tomar ocultamente de los bienes de su señor en recompensa de sus servicios. Y si toma algo que se presume contra la voluntad del dueño, o con duda de si es contra su voluntad, comete hurto y está obligado a restituirlo, sea que este sirviente se sustente a duras penas con este salario y viva míseramente, sin poder sustentar a sus hijos y a su familia; porque el dueño sólo está obligado a pagarle el justo salario de sus servicios, atendidas las circunstancias concurrentes, pero no cuanto le sea suficiente para su sustento y mucho menos para el mantenimiento de sus hijos o familia". La prueba de si este salario está o no dentro de los límites de la justicia no lo da el nivel de subsistencia sino el salario pagado por ocupaciones similares. La necesidad del trabajador no determina el salario así como la necesidad del propietario no determina el precio del alquiler o del arrendamiento. Domingo de Soto y Luis de Molina denuncian como "falacia" la regla formulada por Juan Duns Scotus (1274-1308), según la cual el precio justo debe igualar el costo de producción más una ganancia razonable. Tomás de Mercado hace la pertinente observación de que los precios son variables como el viento. Molina incluso introduce el concepto de competencia estableciendo que la "concurrencia" o rivalidad entre compradores hará aumentar los precios, pero que una demanda débil los reducirá. Dado que se encuentran proposiciones similares en otros autores, podemos concluir que los Doctores de la nueva escuela generalmente aceptaban la idea de que el precio justo, si es que no estaba fijado por la autoridad pública, correspondía al precio existente o de mercado. Las condiciones de oferta y demanda no son los únicos factores que afectan los precios. Influye también el volumen de dinero que circula con relación al nivel de precios. Los autores españoles dieron por sabida la teoría cuantitativa, ya que sus tratados, casi sin excepción, decían que los precios subían o bajaban según la abundancia o escasez del dinero. Los moralistas españoles dedicaron mucha más atención al intercambio internacional que la dedicada por los escolásticos medievales. Notaron que en el comercio con Flandes e Italia, el tipo de cambio era generalmente poco favorable para España, pero no podían explicar el fenómeno, ya que ignoraban la teoría de la balanza de pagos. Hay historiadores que creen encontrar la "prehistoria" de la economía entre las extravagancias de los panfleteros mercantilistas, ignorando completamente las contribuciones de los Doctores escolásticos. A diferencia del mercantilismo, la economía escolástica goza de la incuestionable superioridad que le da el ser parte integrante de un sistema filosófico coherente. Aunque la economía no era considerada aún una disciplina independiente, formaba un consistente cuerpo de doctrina, de acuerdo a la cual las relaciones económicas debían estar regidas por las leyes de la justicia distributiva y conmutativa. En contraste, el mercantilismo nunca fue más que un conglomerado de prescripciones no coordinadas, por medio de las cuales los autores de los opúsculos mercantilistas buscaron influir en la política económica, generalmente en dirección favorable a sus intereses privados. El Cardenal Cayetano, al comentar la Summa de Santo Tomás de Aquino, afirma que el monopolio ofende a la libertad al obligar al público a pagar un precio mayor al que hubiera prevalecido en el mercado, si no existiera tal monopolio (si huiusmodi monopolium non esset). El sentimiento tradicional en contra del monopolio era tan fuerte que ningún escritor mercantilista se atrevió a desafiar abiertamente a la opinión pública, aún cuando su propósito fuera justificar las prácticas monopólicas de una u otra compañía comercial. Los escolásticos diagnosticaron correctamente que el problema económico era la escasez. En su opinión, la economía era una rama de la ética que determinaba las reglas de justicia que deben gobernar la distribución y el intercambio de bienes escasos. Es obvio que no habría necesidad de distribución o intercambio, si los bienes pudieran obtenerse sin esfuerzo y en cantidades ilimitadas. Especialmente los miembros de la escuela de Salamanca, hicieron una de sus mayores contribuciones al desarrollar una teoría del valor basada en la utilidad y la escasez, lo que está más de acuerdo con el pensamiento moderno que con Adam Smith. Debido a su influencia y prestigio, Smith creó confusión en este tópico al dejar de lado la utilidad y enredarse en la antítesis del valor de uso y el valor de cambio. Los Escolásticos también tenían razón al enfatizar, desde el comienzo, el principio del beneficio recíproco de cualquier negociación o intercambio voluntario. En ausencia de fraude o confabulación, se consideraba que el precio de mercado era el precio justo, pero los Doctores nunca pusieron en duda el derecho de las autoridades públicas a intervenir, cuando debido a una hambruna u otra circunstancia excepcional los compradores o los vendedores podían ser seriamente perjudicados por la libre operación de la ley de oferta y demanda. Quizás en el siglo XIX los economistas podrían haber considerado errónea esta posición escolástica, pero hoy operamos de hecho en base al precio justo y el gobierno no trepida en regular los precios en tiempos de emergencia nacional. De acuerdo a las enseñanzas de los Doctores, el monopolio en casi todas partes se consideró una ofensa criminal. Incidentalmente, los Doctores mencionaron muy poco a los gremios y cuando lo hicieron fue sólo para reprobar sus prácticas monopólicas. En sus tratados no se encuentra evidencia de que hayan favorecido el sistema gremial, el cual es a menudo caracterizado como una organización ideal para la sociedad cristiana o es recomendado como panacea en contra de los males del industrialismo moderno. Entre otras contribuciones de los Doctores, no se debe dejar de mencionar su aceptación, en el siglo XVI, de la teoría cuantitativa del dinero y de sus especulaciones sobre la legalidad de la banca y los tratos en moneda extranjera. La teoría de Marx Weber concerniente al rol de la religión en el surgimiento del capitalismo es cuestionada porque los escritos de los Doctores demuestran que la Iglesia medieval ni favoreció ni obstaculizó el desarrollo del capitalismo). Huellas de la influencia escolástica se notan aún en el pensamiento económico del siglo VIII. La definición de precio de la Encyclopédie no difiere, en modo alguno, de la dada en los tratados escolásticos y lo mismo se aplica al tratamiento del monopolio y el intercambio seco.-
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