De aniversarios y fracasos Adolfo Rivero Caro Es un poco obligado que en mi primera columna del año me refiera al fatídico 45 aniversario. ¿Cómo se debe interpretar este aniversario? ¿Qué lecciones se derivan del mismo? Evidentemente, lo primero que salta a la vista es el enorme fracaso de la famosa revolución cubana. Nadie debe dejarse engañar por la retórica del régimen: desde el primer día, la revolución tuvo un gran objetivo a nombre del cual se le pidieron duros sacrificios al pueblo cubano. Ese gran objetivo, proclamado una y otra vez, fue el desarrollo económico de Cuba. ¿O es que nadie se acuerda de que en los primeros planes del gobierno revolucionario se suponía que el país iba a dar un enorme salto adelante para 1970? ¡Qué lejano parecía 1970 en 1962 y 1963! Ibamos a producir más leche que Holanda. Luego más carne que Argentina (las F1 y los F2 se iban a encargar de eso). Luego fue más café que Colombia. ¿No en balde el Che dijo en una reunión internacional que Cuba iba a superar muy pronto el nivel de vida de Estados Unidos. ¿Quién lo recuerda? Casi nadie. La historia es renuente a recordar estupideces. Ahora bien, lo que sí es importante recordar es la seriedad con que se tomaron todos estos disparates. La seriedad con que incontables economistas e intelectuales del mundo entero tomaron estas pretensiones delirantes. Esto sólo puede explicarse por la enorme popularidad que ciertas ideas tenían en la época. Sólo puede explicarse si se piensa que el desarrollo es una tarea relativamente sencilla y que su principal obstáculo está en los intereses que se oponen al mismo. Y que, una vez eliminados esos obstáculos, una vez eliminados ''los intereses creados'' que se le oponen, cualquier país pude enriquecerse de manera fulminante. Esta, por supuesto, era la concepción marxista-leninista. Como planteaba la Internacional Comunista en 1920, la ''penetración del capital extranjero'' se apropiaba de los países subdesarrollados y los convertía en eternas semicolonias de las potencias imperialistas. De ahí la necesidad de las nacionalizaciones de las empresas extranjeras, de la autarquía, de la ''sustitución de importaciones'' y otras medidas similares. Esas empresas extranjeras, por cierto, eran ''las venas abiertas de América Latina'' en la bella frase de Enrique Galeano. Así que lo que había que hacer era enfrentarse a los intereses creados y declararse antiimperialista. Claro, lo que a casi nadie se le ocurría pensar era que para poder barrer con todos esos ''intereses creados'' había que tener un poder absoluto. Y que ese tipo de poder tiende a concentrarse en un dictador. Todos los intelectuales, por supuesto, están seguros de que van a poder influir sobre ese gran jefe revolucionario. Están profundamente equivocados. Es fácil comprender, y burlarse, de los disparates económicos de Castro. Más difícil es recordar que contaba con el apoyo y las simpatías de buena parte de los economistas e intelectuales de América Latina, y del mundo entero. En realidad, tuvo ese apoyo y esa simpatía porque defendía ideas enormemente populares en la época. En definitiva, era la época del sputnik, de la Guerra de Vietnam y de lo que parecía el avance incontenible del comunismo en el mundo entero. Es por esto que rechazo la tendencia a criticar personalmente a Castro. No es que no lo merezca: todas las críticas se quedan cortas. Lo que me preocupa es que esas críticas hacen perder de vista lo fundamental: que lo que ha devastado a Cuba no es un cierto hombre, sino unas ciertas ideas. Ideas defendidas, insisto, por muchos de los más famosos intelectuales de la época. Me aterra pensar que cuando hablemos de gangsters y de la ''barbarie comunista'' creamos que lo único que hace falta es sustituir a esa nomenklatura por un grupo de personas irreprochables para que Cuba pueda volver a tener un futuro. Eso es seguir pensando como hace 45 años. Por aquel entonces se decía que lo único que le hacía falta a la vida política cubana eran hombres jóvenes sin compromisos con el pasado. ¿No se acuerdan? Tú lo quisiste Fraile Mostén. Es por eso que el balance de estos 45 años no es tan simple como parece. Es cierto que la revolución cubana ha sido un colosal fracaso. ¿Quiere esto decir, por consiguiente, que Fidel Castro ha fracasado totalmente? No, no es lo mismo. En primer lugar, Castro ha superado los sueños más audaces de su adolescencia: ha vivido como dictador perpetuo de todo un país. Ahora bien, él aspiraba a más que eso. Sabemos que no sólo aspiraba a un lugar en la historia --algo que, después de todo, han conseguido Atila, Gengis Khan y Jack el Destripador--, sino a un brillante lugar en la historia. Esto sólo puede conseguirse defendiendo una causa verdaderamente progresista. Castro, al igual que muchos otros, mucho más talentosos que él, creyó encontrar esa causa en el comunismo. Sí, es cierto que el comunismo ha sido barrido del poder en gran parte del mundo. Sí, es cierto que sus ideas están formalmente desprestigiadas. No hay que olvidar, sin embargo, que el comunismo era colectivismo, subordinación del individuo a la sociedad; que era, por consiguiente, enemistad a la libre empresa, al libre comercio, a los empresarios privados. Y que, en su anticapitalismo, el comunismo era profundamente antiamericano, acremente hostil al país emblemático del capitalismo mundial. Reflexionemos. Colectivismo y antiamericanismo. ¿Siguen siendo populares estas ideas en el mundo, a despecho de la experiencia histórica? Que se respondan mis lectores. La total derrota de Fidel Castro tiene que ser la total derrota de sus ideas. Mientras tanto, siempre habrá quienes crean que su fracaso económico ha sido un accidente desafortunado. Y lo seguirán admirando. Mientras sea así, su fracaso sólo habrá sido relativo. Y el único fracaso absoluto habrá sido el del pueblo cubano.
|
|