En defensa del neoliberalismo
 

Antes que amanezca

 

Adolfo Rivero


El próximo domingo, 28 de enero, se cumplen 25 años de la fundación del Comité Cubano pro Derechos Humanos (CCPDH). Ha pasado un cuarto de siglo desde que Ricardo Bofill, junto con la Dra. Marta Frayde y unos pocos colegas, fundara la primera organización disidente --definida, por cierto desde su inicio, como anticomunista y neoliberal. Muchos otros, representando todo el espectro político, han seguido su ejemplo. Hoy, una disidencia de masas, aunque no lo parezca, se extiende a todo lo largo y ancho del país. No ha sido una división, como insiste Bofill, sino una multiplicación. Y el CCPDH sigue su trabajo dirigido, desde Cuba, por el inquebrantable Gustavo Arcos Bergnes.

Los antecedentes de este movimiento se encuentran, como sabemos, en la oposición al viraje comunista de la revolución a principio de los años 60. Aquel movimiento, que costó la vida de miles de combatientes y la prisión de muchos miles más (el llamado ``presidio histórico''), representó una primera oposición, de carácter armado, al establecimiento de una dictadura totalitaria en Cuba. Sin embargo, enfrentado a la masiva popularidad de Fidel Castro en la atmósfera revolucionaria de los años 60, aquel movimiento fue prácticamente aniquilado. Por aquella época, el mundo entero parecía estar avanzando inexorablemente hacia el comunismo.

En realidad, desde hacía muchos años las ideas socialistas habían ido ganando terreno. Infinidad de personas que se consideraban anticomunistas creían, con la misma convicción, que el estado debía de ser el encargado de resolver todos los problemas. Profundamente influidas por las ideas marxistas, le echaban la culpa de todos los problemas sociales al capitalismo y, en particular, a su máxima expresión: los Estados Unidos de América. El liberalismo, la ideología de la libertad individual surgida al calor de la revolución industrial y el nacimiento del mundo moderno, se consideraba un anacronismo mientras que las arcaicas concepciones estatistas y colectivistas, vigentes durante milenios, se consideraban ``avanzadas'' y ``progresistas''. Esta derrota en el terreno cultural iba a hacer posible la posterior derrota en el terreno político, y el triunfo de una revolución comunista en Cuba.

¿Qué balance podemos hacer 25 años después? Un balance, sin duda, paradójico. Hemos conseguido éxitos inesperados y asombrosos. La Unión Soviética, la madre patria del comunismo, se desintegró. Todos los países de la Europa del este, conquistados por los soviéticos en el epílogo de la II Guerra Mundial, se liberaron. La China comunista prospera económicamente en la medida en que ha adoptado el modelo de desarrollo capitalista. Los pocos países comunistas que siguen aferrados al modelo anticapitalista tradicional --Corea del Norte, Vietnam y Cuba-- vegetan en la miseria. Increíblemente, sus principales ingresos son las remesas que envían los que han escapado del país para impedir que los familiares y amigos que se quedaron dentro se mueran de hambre. Sin embargo, a pesar de todo, esas dictaduras se mantienen en el poder.

Esa es la gran paradoja que vivimos los cubanos: ganamos la guerra fría, pero todavía estamos en el exilio. Al aplastar la libertad individual, el comunismo y el socialismo no podían producir una sociedad mejor. A pesar de las apariencias, la URSS y el campo socialista eran infinitamente menos productivos que Estados Unidos y Europa occidental. Y, en efecto, bajo el peso de la competencia, la URSS colapsó. Ese colapso arrastró consigo buena parte de la arcaica ideología colectivista y antiliberal. El modelo de la propiedad estatal y la economía planificada entró en bancarrota. El liberalismo económico tuvo un poderoso resurgimiento en el mundo entero.

Las ideas matrices del capitalismo, sin embargo, las ideas liberales de la libertad individual, que incluye la libre empresa, de la responsabilidad individual, que es su contrapartida, del estado de derecho y la apreciación de su desarrollo a través de la historia de la civilización occidental, siguen bajo ataques de una ferocidad sin precedentes. Los socialistas se quieren desquitar, en la cultura, de la batalla que perdieron en la economía. Pero el objetivo sigue siendo el mismo: la deslegitimización de la sociedad de libre empresa.

De aquí, por cierto, la extraordinaria importancia de Antes que anochezca, la gran película de Julián Schnabel sobre la vida de Reinaldo Arenas. Es un síntoma de que el núcleo duro de la izquierda americana está empezando a encontrar insoportable a Fidel Castro. Esto es muy importante porque la dictadura cubana ha tenido su precaria sustentación en las simpatías que todavía tienen las ideas socialistas entre los intelectuales y artistas del mundo entero.

Nada de esto puede hacernos olvidar, sin embargo, el enorme debilitamiento de Castro. No tiene ni la sombra del poder que tenía hace sólo 5 años. Ni siquiera va a ser invitado a la próxima Cumbre de las Américas en Québec, según ha dicho el primer ministro canadiense Jean Chrétien. Es tan débil, que se obstina en mantener preso e incomunicado a mi amigo, Vladimiro Roca. Tan débil, que tiene miedo a que Víctor Arroyo reparta juguetes, a que Alfredo Femenías se reúna con dos populares dirigentes checos en Ciego de Avila y a que opositores pacíficos se reúnan para discutir el futuro de una patria que es de todos.

La disidencia y nuestra comunidad cubanoamericana tienen mucho de qué sentirse orgullosas. Castro ha perdido la guerra aunque, como Hitler en su bunker, prefiera sacrificar a su pueblo antes que rendirse. Podemos estar seguros de que falta poco, parafraseando a Reinaldo Arenas, antes que amanezca.

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Uno de los fundadores del Comité Cubano pro Derechos Humanos.
© El Nuevo Herald