En defensa del neoliberalismo |
Antes que amanezca Adolfo Rivero
Los antecedentes de este movimiento se encuentran, como sabemos, en la
oposición al viraje comunista de la revolución a principio de los años
60. Aquel movimiento, que costó la vida de miles de combatientes y la
prisión de muchos miles más (el llamado ``presidio histórico''),
representó una primera oposición, de carácter armado, al
establecimiento de una dictadura totalitaria en Cuba. Sin embargo,
enfrentado a la masiva popularidad de Fidel Castro en la atmósfera
revolucionaria de los años 60, aquel movimiento fue prácticamente
aniquilado. Por aquella época, el mundo entero parecía estar avanzando
inexorablemente hacia el comunismo.
En realidad, desde hacía muchos años las ideas socialistas habían
ido ganando terreno. Infinidad de personas que se consideraban
anticomunistas creían, con la misma convicción, que el estado debía
de ser el encargado de resolver todos los problemas. Profundamente
influidas por las ideas marxistas, le echaban la culpa de todos los
problemas sociales al capitalismo y, en particular, a su máxima expresión:
los Estados Unidos de América. El liberalismo, la ideología de la
libertad individual surgida al calor de la revolución industrial y el
nacimiento del mundo moderno, se consideraba un anacronismo mientras que
las arcaicas concepciones estatistas y colectivistas, vigentes durante
milenios, se consideraban ``avanzadas'' y ``progresistas''. Esta derrota
en el terreno cultural iba a hacer posible la posterior derrota en el
terreno político, y el triunfo de una revolución comunista en Cuba.
¿Qué balance podemos hacer 25 años después? Un balance, sin duda,
paradójico. Hemos conseguido éxitos inesperados y asombrosos. La Unión
Soviética, la madre patria del comunismo, se desintegró. Todos los países
de la Europa del este, conquistados por los soviéticos en el epílogo
de la II Guerra Mundial, se liberaron. La China comunista prospera económicamente
en la medida en que ha adoptado el modelo de desarrollo capitalista. Los
pocos países comunistas que siguen aferrados al modelo anticapitalista
tradicional --Corea del Norte, Vietnam y Cuba-- vegetan en la miseria.
Increíblemente, sus principales ingresos son las remesas que envían
los que han escapado del país para impedir que los familiares y amigos
que se quedaron dentro se mueran de hambre. Sin embargo, a pesar de
todo, esas dictaduras se mantienen en el poder.
Esa es la gran paradoja que vivimos los cubanos: ganamos la guerra fría,
pero todavía estamos en el exilio. Al aplastar la libertad individual,
el comunismo y el socialismo no podían producir una sociedad mejor. A
pesar de las apariencias, la URSS y el campo socialista eran
infinitamente menos productivos que Estados Unidos y Europa occidental.
Y, en efecto, bajo el peso de la competencia, la URSS colapsó. Ese
colapso arrastró consigo buena parte de la arcaica ideología
colectivista y antiliberal. El modelo de la propiedad estatal y la
economía planificada entró en bancarrota. El liberalismo económico
tuvo un poderoso resurgimiento en el mundo entero.
Las ideas matrices del capitalismo, sin embargo, las ideas liberales
de la libertad individual, que incluye la libre empresa, de la
responsabilidad individual, que es su contrapartida, del estado de
derecho y la apreciación de su desarrollo a través de la historia de
la civilización occidental, siguen bajo ataques de una ferocidad sin
precedentes. Los socialistas se quieren desquitar, en la cultura, de la
batalla que perdieron en la economía. Pero el objetivo sigue siendo el
mismo: la deslegitimización de la sociedad de libre empresa.
De aquí, por cierto, la extraordinaria importancia de Antes que
anochezca, la gran película de Julián Schnabel sobre la vida de
Reinaldo Arenas. Es un síntoma de que el núcleo duro de la izquierda
americana está empezando a encontrar insoportable a Fidel Castro. Esto
es muy importante porque la dictadura cubana ha tenido su precaria
sustentación en las simpatías que todavía tienen las ideas
socialistas entre los intelectuales y artistas del mundo entero.
Nada de esto puede hacernos olvidar, sin embargo, el enorme
debilitamiento de Castro. No tiene ni la sombra del poder que tenía
hace sólo 5 años. Ni siquiera va a ser invitado a la próxima Cumbre
de las Américas en Québec, según ha dicho el primer ministro
canadiense Jean Chrétien. Es tan débil, que se obstina en mantener
preso e incomunicado a mi amigo, Vladimiro Roca. Tan débil, que tiene
miedo a que Víctor Arroyo reparta juguetes, a que Alfredo Femenías se
reúna con dos populares dirigentes checos en Ciego de Avila y a que
opositores pacíficos se reúnan para discutir el futuro de una patria
que es de todos.
La disidencia y nuestra comunidad cubanoamericana tienen mucho de qué
sentirse orgullosas. Castro ha perdido la guerra aunque, como Hitler en
su bunker, prefiera sacrificar a su pueblo antes que rendirse. Podemos
estar seguros de que falta poco, parafraseando a Reinaldo Arenas, antes
que amanezca. |