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LOS VERDUGOS DE CUBA SIGUEN EN EL PODER A comienzos de la década de 1960, como de costumbre, mis padres me llevaban por las noches al Malecón. Para ser precisos, al Parque del Anfiteatro. Ya el Malecón, La Habana Vieja, toda Cuba iba perdiendo sus luces. Pero todavía quedaba el camión de los helados Siboney. Todavía alquilábamos bicicletas en Cuba 8. Todavía Acetolia vendía sus cucuruchos de maní. La gloria para un niño de barrio pobre.
Entonces, después del cañonazo de las nueve, ellos comenzaban a
llegar. Callados, distintos. Las esposas, los padres, los hermanos,
los hijos. “Ahí está la gente de los presos”, decía mi padre. Junto
al muro del Malecón esperaban y esperaban, con los ojos clavados en
la muralla de la Fortaleza de La Cabaña. Del muro a la muralla habrá
unos 200 metros. El modesto ancho del canal de la bahía, coronado en
su ribera este por el colosal Cristo de La Habana. De manera que a
uno y otro lado pueden escucharse las mutuas voces, los trajines, la
música. Dicen que al Che Guevara le gustaba contemplar los fusilamientos desde el tope de la muralla. El preso político y poeta Jorge Valls contaba que a la tropa le divertía quedarse para ver a las lechuzas comerse la carnaza incrustada en la muralla. Para el Che debió ser un visionario espectáculo. Sobre los cuerpos de la crema y nata de la juventud católica se estaba alzando la Cuba atea, mesiánica, mercenaria, que llevaría dolor, miseria y destrucción a todo el mundo. La Cuba que arrasó con Cuba. El santuario de los asesinos y ladrones de todas las banderas. El mismísimo taller del diablo.
Por sus fusilados, por sus presos, por los que sufrieron persecución
y ostracismo, la Iglesia de Cuba es mártir. Sus verdugos siguen en
el poder. Sin mostrar una pizca de arrepentimiento. Se entiende, por
supuesto, que esta Iglesia sea prudente. Se entiende, incluso, que
negocie con sus verdugos. Pero esta Iglesia no puede hacer misa por
Hugo Chávez. Ni adelantarse a dar pésame por Fidel. Ni congraciarse
con Raúl. Ni asegurar que en Cuba no hay una sucesión dinástica. Ni
permitir que el arzobispo de La Habana decrete su opción
preferencial por el socialismo. Ni ningunear a los opositores. Ni
lavarse las manos con las lágrimas de la Caridad del Cobre cuando el
papa Francisco dice que Cuba es la capital de la unidad. Porque la
gente de esta Iglesia todavía sufre y espera frente al Cristo.
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