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Cuando llamar a las cosas por su nombre se convierte en deporte de alto riesgo Por: Carlos Raúl Macías López CUBA, 22 de Agosto - Los profetas del Antiguo Pacto, Jesús y los apóstoles tenían algo en común: su apego por la verdad como expresión de libertad. Ésta actitud le costó la vida a no pocos enviados, incluído nuestro Señor. Las palabras del Mesías dan fe de ésto en Mateo 23: 37: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!" Dios, en la íntima comunión de la Trinidad, quiso darse a conocer fuera de ese ámbito. Soberanamente, puso al alcance de nosotros, los pecadores, todos sus Atributos, desde el mismo instante en que salió a salvarnos. Que el Eterno haya tomado forma humana en la persona del Verbo Encarnado, Jesús, debería bastar para que entendamos el carácter inviolable y sagrado de los seres humanos. El Evangelio no se reduce a Dios y a mí, en relación de cerrada exclusividad. El Evangelio es Dios y yo, por medio de Cristo, pero en función de anunciar los estándares del Reino, a mi prójimo. Siempre que esos valores estén siendo vulnerados, ya sea por el poder religioso, o el poder político, nuestra función como iglesia es llamar a las cosas por su nombre. Al pan, pan, y al vino, vino. Es oportuno recordar aquí las palabras de advertencia del profeta Isaías, cuando dijo: "¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!" Isaías 5: 20. Siendo la iglesia la luz y la sal del mundo, tiene un mensaje que compartir, y una misión que asumir, en lo concerniente a los males sociales. Y si en el cumplimiento de esa sagrada encomienda, se nos cruza en el camino, el mal desempeño de los gobernantes, pues bienvenido sea. No por eso haremos excepciones, para no ser acusados de inmiscuirnos en política. Guardar silencio ante la represión y el abuso de poder, mientras el rey es aplaudido y lisonjeado por los que se atreven a hablar en nombre de los demás creyentes, pudiera ser interpretado erróneamente por los déspotas, como un "si" de aprobación, como el visto bueno del cielo, como una señal de luz verde, bajo el ropaje de la hipocresía y la falsa espiritualidad. Hacer mutis ante la opresión, las injusticias y la mentira, es ponerse del lado de los opresores, de los injustos y de los mentirosos, comprometiendo así la Libertad, la Justicia y la Verdad, aspectos que al Hijo de Dios le costaron muy caro comprar con su propia vida en la cruz del Calvario. Es terrible cuando alguien justifica lo malo. Pero es peor cuando "...la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad...", es la que vende con su silencio su primogenitura, y ésto por un plato de lentejas, dígase unas palmaditas en el hombro como recompensa por "portarse bien", un viaje al exterior, cuatro sacos de cemento, un permiso de construcción, el autorizo para adquirir un vehículo, una medalla de reconocimiento, o cualquier otra basura semejante. Y si bien la iglesia como institución, no ha sido llamada a militar en un partido X o a hacer campaña política, tampoco puede negarle a los individuos que la componen, el derecho y la libertad de elegir por tal o mascual propuesta o candidato, llegado el momento. El régimen cubano le ha cerrado las puertas al debate y a la crítica honesta. Se ha invocado al demonio de la violencia y el derramamiento de sangre, para procurar infundir miedo. Es ahí donde la iglesia, en su rol de acompañamiento espiritual y de brújula moral, debería aprovechar para aportar su granito de arena, como esa institución mediadora, que desde la tolerancia, el respeto a la diversidad, la imparcialidad, y sobretodo, en una postura pacificadora, contribuya al diálogo y la reconciliación, sin comprometer su doctrina. Si queremos ser instrumentos para que otros sean liberados, los primeros que tenemos que ser libres de estereotipos y prejuicios somos nosotros. Nadie puede dar de lo que no tiene, a menos que quiera convertirse en el bochorno del cielo, y en el hazmerreír del infierno. En medio de una terrible pandemia, y ante la escasez de alimentos, de medicamentos, de insumos, y también de esperanza, nuestra narrativa sigue siendo la misma: "No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda" Hechos 3: 6. A pesar de que hace 62 años nuestra nación le cerró el corazón a Dios, y le abrió las puertas a la idolatría y el culto a la personalidad, en la figura, el pensamiento y el mesianismo del líder histórico, y gracias a un sistema que locamente pretendió construir al hombre nuevo, quiero creer que todavía estamos a tiempo de revertir el profundo daño antropológico que una buena parte de los cubanos aqueja. La clave está en el amor. Para la víctima, amor restaurador. Para el victimario, amor confrontador. Sueño con una Cuba renacida, plural, en la cual Dios ocupe el lugar que solo a Él le pertenece. Donde se respete la dignidad plena del ser humano, donde no existan leyes absurdas que restrinjan o condicionen la libertad de pensamiento, de expresión, de asociación, y de manifestación, a los lineamientos de una ideología o credo religioso. Para que ese futuro sea posible, es imprescindible que desde ahora mismo comencemos a llamar a las cosas por su nombre. Al pan, pan, y al vino, vino.
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