Síntesis:
-------------------------------- Parece una concesión, y casi un elogio, aceptar que un hombre de los antecedentes gangsteriles de Castro pueda tener una ideología. Paradójicamente, sin embargo, a mí me parece que los que piensan así no toman suficientemente en serio las ideas y, específicamente, las ideas del marxismo-leninismo. Es importante recordar que el marxismo niega la validez del derecho burgués. Lo niega porque no sólo acepta, el status quo de una sociedad dividida en clases, donde un grupo social minoritario explota a la mayoría, sino porque además el derecho burgués refuerza ese status quo. De aquí que el derecho, como toda la ``superestructura'', sea, en la práctica, un instrumento de la explotación de clase. Ahora bien, no aceptar el derecho, no aceptar el “imperio de la ley”, es lo mismo que hacen los gangsters, los delincuentes. Eso es, a mi juicio, es lo que muchas veces no se toma suficientemente en cuenta: la profunda afinidad entre las ideas marxistas y la delincuencia. Si se rechaza la llamada “moral burguesa,” todo está permitido. El único problema, por supuesto, es que no se avanza sino que se retrocede hacia la animalidad. Lo hemos visto en el fascismo, en el nazismo, en el comunismo. Ahora bien, ¿cómo es posible discutir con personas que están dispuestas a mentir, a engañar y a traicionar sin ningún tipo de vacilación porque su ideología se lo permite? Marx les dio una ideología a muchos hombres que, de otra forma, hubieran sido asaltantes de caminos. Una ideología, por cierto, que tienen raíces muy viejas y prácticamente indestructibles en la envidia humana. Marx nunca elaboró una ética. Se limitó a señalar el carácter histórico, y por tanto transitorio, de ciertas ideas morales. Lenin, que tuvo más que ver con la práctica revolucionaria, precisó un poco más. Los beneficios que iba a aparejar una revolución comunista, dijo muchas veces, eran casi inimaginables. Se iba a terminar la explotación del hombre por el hombre y, por lo tanto, con la raíz misma de la desigualdad y de la pobreza. Trotsky llegó a afirmar que el hombre corriente de la nueva sociedad comunista alcanzaría la estatura de un Aristóteles o un Miguel Ángel y que, sobre ese nuevo nivel, se levantarían nuevos titanes. Los beneficios de la nueva sociedad iban a ser tan maravillosos que sus costos se reducían a la insignificancia. ¿Acaso no merece la pena mentir, robar, torturar o matar en aras de una meta tan extraordinaria? ¿No es ése el tema de Les Mains Sales de Sartre? El objetivo, lo único importante, es salvar la revolución porque, a largo plazo, sólo la revolución podrá acabar con la pobreza y la injusticia. Los medios --las concesiones de la NEP o el período especial, la cesión de territorio en Brest-Litovsk o la dolarización, siempre son secundarios. Lo único permanente es la guerra de clases. ¿La dolarización? ¿Los cuentapropistas? ¿El respeto a las inversiones extranjeras? ¿La no intervención en los movimientos subversivos de otros países? Todo eso es secundario. Son medidas que puede ayudar a la revolución o perjudicarla, según las circunstancias concretas. Por lo tanto, exigen pragmatismo. Ese pragmatismo no es falta de principios cuando no se pierden de vista los objetivos estratégicos esenciales de la revolución. En Cuba, en las actuales circunstancias, ese objetivo esencial es sobrevivir, algo que, tras la caída del Muro de Berlín, se ha hecho extraordinariamente difícil. Es decir, Fidel Castro tiene una ideología, y esa ideología es el marxismo-leninismo. Si Fidel Castro fuera un oportunista porque no tiene ideología, como piensan algunos amigos, hubiera firmado una declaración condenando a la ETA en una cumbre hispanoamericana, que tuvo lugar después del 11 de septiembre del 2001 y donde participaba España. No lo hizo porque de esa forma enviaba un claro mensaje a los revolucionarios y terroristas de todo el mundo de que el gobierno cubano estaba con ellos. Y porque el apoyo de esos grupos, en las condiciones actuales, le parecía estratégicamente importante. Sus decisiones no están gobernadas por ningún principio moral abstracto. Lo único importante es la salvación de la revolución, indisolublemente unida a la salvación política del grupo dirigente que defiende su validez. Lenin nunca se hizo ilusiones democráticas. El mismo se ocupó de disolver la Asamblea Constituyente e instaurar una dictadura sangrienta. Está en la misma esencia del leninismo no hacer concesiones a las “confusiones” de las masas. Por consiguiente, Castro es irreprochablemente leninista al rechazar el más mínimo asomo de “reformismo democrático”. Sabe que cualquier concesión democrática como las que se hicieron en la Europa del Este llevaría, por las mismas razones, a los funerales del régimen. No sólo eso. Tras la caída del Muro de Berlín (1989), Castro se dio a la tarea de reunir las dispersas y desmoralizadas tropas del comunismo y la revolución anticapitalista en América Latina, y reorganizarlas en el Foro de Sao Paulo ¡en 1990! Automáticamente esto convierte la lucha por la liberación de Cuba en parte de una lucha mucho más amplia contra la subversión y el terrorismo a escala mundial. Y digo a escala mundial porque para nadie es un secreto que el odio a Estados Unidos unifica a los subversivos del más diverso pelaje. Es cierto que Fidel Castro es un oportunista. Pero no porque no sea un verdadero marxista-leninista, sino porque lo es. No porque no tenga ninguna ideología, sino porque la tiene. El problema estriba en que esa ideología ha demostrado estar terriblemente equivocada. Su oportunismo estriba en mantenerse fiel a una ideología que obviamente ha fracasado. No es oportunista porque cambie de posición cuando cambien las circunstancias. Es un oportunista porque dijo querer el poder para poder mejorar el nivel de vida del pueblo y, aunque lo ha envilecido y arruinado más allá de todo lo imaginable, sigue aferrado al mismo. Es inevitable llegar a la conclusión de que lo quería simplemente para aprovecharse personalmente, como tantos ladronzuelos del tercer mundo. Nada más vulgar. Ni más miserable porque, a diferencia de otros caudillos, ha visto hundirse en la miseria a un país relativamente próspero. Y no le importa. Lo único que le importa es aprovechar una oportunidad histórica para mantener sus privilegios. Calificarlo de miserable no sería un insulto, sino una definición técnica.Ahora bien, dicho todo esto, quisiera enfatizar que el fracaso práctico de las ideas del comunismo no ha significado su derrota cultural. Castro puede haber perdido prestigio y poder, y muchos los pueden considerar un dinosaurio pero, por favor, háganse estas preguntas: ¿Ha perdido fuerza la idea de que el capitalismo es malo, de que los empresarios privados son explotadores, egoístas y muy poco confiables? ¿Ha perdido fuerza la idea de que las empresas extrajeras se apropian de los recursos del país y que, por consiguiente, llegan a controlarlo políticamente, convirtiéndolo prácticamente en colonias y que, además, se llevan las ganancias…? ¿Ha perdido fuerza la idea de que el gobierno americano es el gran representante de todas estas grandes corporaciones que prácticamente quieren apoderarse de nuestros países, que quieren dominar América Latina y el mundo? ¿Ha perdido fuerza la idea de que estas corporaciones son racistas, machistas, agresivas y devastadoras del medio ambiente? ¿Ha perdido fuerza la idea de que el capitalismo se beneficia con la guerra, porque grandes corporaciones (petroleras, digamos) obtienen fabulosas ganancias con la guerra? Pues bien, estas son las ideas básicas del marxismo-leninismo. Y yo les pregunto a mis compañeros congresistas: ¿Son o no son populares estas ideas? Por supuesto que sí, desde las Filipinas hasta Bolivia pasando por Madagascar… Por supuesto que sí. Algunos participantes de este Congreso las comparten. No es que sean populares, es que son hegemónicas en las universidades occidentales, en la gran prensa, en los grandes medios de entretenimiento (Hollywood) incluyendo Estados Unidos. Y yo le pregunto a mis compañeros congresistas, ¿quién es la figura política más identificada con estas ideas en el mundo de hoy? ¿Acaso no es Fidel Castro? Hace unos días, mi amigo Emilio Ichikawa decía en una conferencia: “Del sur de la Florida para arriba, para el norte, Fidel Castro es popular.” Se refería específicamente a las universidades. Es cierto que Castro ha perdido mucho prestigio y popularidad, particularmente tras la represión del año pasado…Pero ¿¡el año pasado!? ¿A estas alturas del juego? ¿Tras 45 años de dictadura? La realidad es que a Castro lo ovacionan cuando asiste a los grandes eventos internacionales patrocinados por Naciones Unidas. Y ahora tiene amigos en el poder, y en que países: ¡Brasil, Venezuela, Argentina! Fidel Castro no es ningún viejillo decrépito. Muy por el contrario, es la figura más peligrosa da la subversión internacional. Es bueno recordar que Castro no viene de las filas del viejo Partido Comunista de Cuba. No sólo eso sino que criticó al PC, y a todos los PC de América Latina, como reformistas. Posteriormente, sin embargo, se convirtió en un favorito de Moscú. Esto le ha permitido heredar toda la vasta red del movimiento comunista internacional y, al mismo tiempo, tener excelentes relaciones con los movimientos revolucionarios no comunistas. Ningún dirigente político en el mundo tiene algo parecido a la enorme red de relaciones de que dispone Fidel Castro tras 45 años de poder absoluto dedicados al internacionalismo revolucionario. A su lado, Osama bin Laden es un joven advenedizo e infortunadamente extremista. Y se encuentra a la ofensiva en toda América Latina, basta examinar la situación actual. Si no es razonable esperar una verdadera transición a la democracia mediante discusiones políticas con Fidel Castro, la única alternativa inconmoviblemente pacífica es esperar su muerte. Esto es una terrible confesión de impotencia. Pero ¿por qué esta impotencia ante una dictadura brutalmente represiva que se prolonga desde hace casi medio siglo, que ha promovido la insurgencia y el terrorismo en todo el mundo y que ha hundido a Cuba en la miseria? Si hubiera un consenso sobre la necesidad de eliminar a la dictadura castrista, ¿acaso no aparecerían formas para conseguirlo? Acaso cuando el régimen sudafricano se hizo insoportable, ¿no aparecieron formas internacionales de presión que llevaron a su desaparición? No quiero que me consideren descortés si recuerdo que el gran instrumento de presión para acabar con el apartheid fue… un embargo comercial, encabezado por EEUU. El problema es que hubo voluntad política para acabar con el régimen del apartheid y no la ha habido para acabar con la dictadura cubana. En realidad, lo que es muy impopular y criticado en el mundo no es la dictadura comunista de Cuba sino ¡el embargo norteamericano contra la misma! El pensamiento socialista, con su relativismo moral, su desvalorización de nuestra civilización y su consiguiente odio a EEUU, corrompe a Europa y al mundo. Y se convierte en un cómplice de la dictadura cubana. Y, sin embargo, volviendo al embargo, ¿acaso hay algo más justificado? Las compañías americanas y europeas que hacen negocios con Castro ni benefician al pueblo cubano ni contribuyen a la creación de una economía de mercado. La mayoría de las actuales inversiones en Cuba ayudan a mantener una elite político-militarlo cuyos intereses son radicalmente opuestos a los del pueblo cubano. Las compañías que invierten en Cuba tienen que ser mixtas. El estado cubano siempre tiene que ser el accionista mayoritario. Actualmente hay más de 375 empresas mixtas funcionando en Cuba. 52% de las mimas vienen de las Unión Europea, 19 % de Canadá y 18% de América Latina. Más de 40 países tienen inversiones. Los principales inversionistas son España, Canadá e Italia. Las empresas extranjeras no pueden contratar a los empleados que quieran. A ninguna de las empresas que invierten en Cuba le ha pasado por la cabeza exigir derechos para los trabajadores cubanos. Y, justo es decirlo, al gobierno de Aznar tampoco se le ha ocurrido exigírselo. Aunque a los cubanos de la isla les resulte mejor ganar $10 mensuales que no ganar nada, la comunidad cubano americana ve con irritación la colaboración de las empresas españolas con el régimen. Y, de la misma forma, percibe con amargura la renuencia española en confrontar la dictadura castrista. Después de todo, no estamos hablando de medidas militares. Estamos hablando de una enérgica política de confrontación en contraposición a una política de apaciguamiento. Se puede discutir la renuencia a ejercer presiones militares sobre el régimen cubano pero ¿exigirle derechos sindicales universales? ¿Tampoco eso? Me parece imperativo subrayar que, en el caso cubano, la principal fuente de nuestra frustración y estancamiento político en la lucha por derrocar a la dictadura de Fidel Castro ha estado en la perenne vigencia del antiamericanismo. Si los americanos no pueden tener razón (ni siquiera en su oposición a una brutal dictadura comunista) entonces el embargo comercial no es un instrumento válido de lucha contra el régimen castrista y entonces no hay posibilidades de establecer una gran coalición internacional que acaba con la dictadura de Castro. ¿Qué queda entonces? La variante socialista: establecer relaciones diplomáticas, levantar el embargo, darle créditos y hasta organizarle un Plan Marshall con la esperanza de que esto ayude a cambiar, aunque sea lentamente, la naturaleza del régimen. Esto, por supuesto, también se decía en relación con la Unión Soviética. De nuevo, no quiero ser descortés, pero esta no fue la fórmula históricamente ganadora. Muy por el contrario, fue una inquebrantable hostilidad, cuya máxima expresión estuvo en la carrera armamentista, lo que provocó el colapso de la URSS y del campo socialista en Europa del Este. Y fueron los conservadores americanos, los “halcones” tipo Reagan, con aliados como Margaret Thatcher, los que lo consiguieron, no los socialistas con su distensión y sus intercambios culturales. Estar, en principio, contra todo lo que plantea el gobierno americano, por cierto, conduce automáticamente, por cierto, a una hostilidad de principios contra la comunidad cubano-americana de Miami. Es una comunidad profundamente querida y odiada en EEUU. Es querida por el movimiento conservador americano, que ve en ella un ejemplo de integración efectiva y triunfante. Por esas mismas razones, es profundamente odiada por los socialistas americanos (que en EEUU se llaman “liberales”) en cuyos esquemas ideológicos no cabe que una minoría ética triunfe y se siente americana y satisfecha en una sociedad que ellos consideran racista y discriminadora. Muchos españoles amigos del pueblo cubano creen que la experiencia española pudiera ser de gran utilidad en el caso de Cuba. Esto es un espejismo. Esto no significa que España no pueda ser muy importante. Por supuesto que pude serlo. Ningún otro país con mayores potencialidades para serlo pero… con la perspectiva correcta. De otra forma, todo el prestigio de España se va a consumir en iniciativas estériles o negativas. ¿Que quiere España? ¿Oportunidades de inversión? Cuidado. Eso lo puede dar Castro. El castrismo ha sido infinitamente más destructivo que el franquismo. Creer que se puede negociar con Castro es una ilusión o, quizás, un pretexto. Los diplomáticos europeos insisten en dialogar con un sordo, que los desprecia. Castro no vacila en insultar soezmente a los gobernantes europeos. Los conoce. Sabe que muchos reservan su rencor para Estados Unidos. El país que vino en su rescate en dos guerras mundiales, y les quitó de encima la amenaza del totalitarismo comunista. Fascismo y comunismo, por cierto, que nacieron en Europa. Para las dictaduras tercermundistas, sin embargo, la benevolencia europea es simplemente ilimitada. (Hay que sentirlo por los cubanos). Todo en aras del antiamericanismo. Los que queremos una verdadera transición cubana a una sociedad de mercado libre y democrática no podemos ser antiamericanos. En primer lugar, Estados Unidos es el modelo de sociedad hacia el que queremos movernos. Por otra parte, no puede haber concierto internacional para derrocar a la tiranía castrista sin la colaboración de Estados Unidos. Ha sido el gobierno americano el que le dio voz a la disidencia cubana con la creación de Radio y TV Martí. Y no ha hecho más porque no ha encontrado apoyo y simpatía para la causa de la libertad de Cuba. Los socialistas, los antiamericanos, en América Latina, en Europa e inclusive en Estados Unidos, por su parte no pueden concebir una movilización internacional enérgica (que no tiene necesariamente que llegar hasta medidas militares pero que tampoco debe descartarlas a priori) para derrocar la dictadura cubana. Es por eso que, para ellos, no hay transición posible sino simplemente una sucesión de los actuales dirigentes por otros más jóvenes y más flexibles. Es decir, esperar la muerte de Castro. Su única política es estrechar relaciones con los jóvenes cuadros de la dictadura. Encontrarse y colaborar con ellos. No les resulta difícil. Después de todo, comparten la mayor parte de sus ideas. Son los capitulacionistas. Los que pensaban que era posible negociar con Hitler se equivocaron. No sólo no pudieron impedir la guerra sino que la hicieron inevitable al hacer aparecer a Occidente más débil de lo que era en realidad. Tampoco era posible negociar seriamente con el imperialismo soviético. No fue la política de la detente, ni la promoción del turismo, ni las inversiones y los intercambios culturales los que llevaron al colapso del imperio soviético. Fue, muy por el contrario, la política de confrontación – el imperio del Mal - y la carrera armamentista de Reagan y Thatcher. Que, por cierto, no tuvo que llegar a ninguna confrontación militar precisamente porque no la descartaba. No debemos olvidar las lecciones de la historia. Me parece conveniente precisar aquí que la disidencia cubana siempre se ha pronunciado por una transición pacífica pero sería un error confundir esta posición táctica con un pacifismo de principios y la consiguiente obsesión negociadora propia del pensamiento socialista. Aunque esta posición existe entre algunos disidentes, no creo que sea mayoritaria. La dura experiencia cubana simplemente no la propicia. Si Fidel Castro es la figura más peligrosa da la subversión internacional entonces la disidencia cubana es la vanguardia mundial de la guerra contra el terrorismo. En condiciones increíblemente difíciles, ha conseguido la hazaña sin precedentes de haberse extendido a todo lo largo y ancho de un país comunista. Es a la luz de esas condiciones, repito, increíblemente difíciles, que el Proyecto Varela cobra toda su magnitud e importancia. La importancia del Proyecto Varela no está en su contenido sino en su forma. No está en su llamamiento a respetar una constitución que nadie respeta, sino en el hecho de haber salido a la calle para plantearlo. La oposición cubana es de masas pero la dictadura nunca no le ha permitido demostrarlo. Obviamente, sería su suicidio político, la pérdida de su espuria legitimidad. La brillante iniciativa de Payá y de su movimiento Cristiano de Liberación ha sido demostrar que hay miles de cubanos que quieren un cambio. ¿Cuántos miles? Si bajo una tremenda represión, son capaces de buscar 15,000 firmas, ¿cuántos no podrían conseguir si no hubiera temor a represalias? Payá ha demostrado que hay una oposición de masas en Cuba. A mi juicio, algunos amigos se pierden en el análisis del contenido de sus documentos que, por cierto, siempre subrayan su carácter de esquemas o borradores para ulteriores discusiones, y no valoran adecuadamente sus extraordinarios éxitos. . Documentos y declaraciones pueden ser útiles para disminuir el apoyo a Castro pero no van a ser suficientes para derrocar su dictadura. Es importante mermar su prestigio porque eso es mermar su poder pero no es suficiente. Hacen falta medidas mucho más enérgicas. El gobierno de Estados Unidos hubiera podido tomarlas desde hace mucho tiempo si no hubiera sido por la hostilidad de esa enorme masa influida por el pensamiento revolucionario, una de cuyas manifestaciones es el desastroso antiamericanismo, muy poderoso, inclusive, dentro de EEUU. Nosotros, los aliados de la oposición cubana en la isla debemos promover una política más activa y enérgica dirigida a la eliminación de la dictadura castrista: el centro neurálgico más importante de la subversión internacional. Adolfo Rivero Caro
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