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Entre la reiteración del engaño y la oportunidad de oro Desde hace mucho tiempo los carteristas al ser pillados en plena acción rateril, han recurrido a la táctica de gritar ¡al ladrón! acusando a un inocente, para -aprovechando la confusión- evitar ser detenidos y castigados. Esa táctica ha sido explotada intensivamente por la izquierda hasta hoy. En los años treinta del siglo XX la izquierda convenció a Occidente de que la gran depresión era un producto natural del capitalismo y no -como en realidad fue- resultado del intervencionismo, es decir, de políticas de inspiración izquierdista. Desde la segunda guerra mundial y hasta bien entrados los ochenta, la izquierda tuvo la hegemonía ideológica en el mundo, al cual convenció de que los males de la vida eran obra del capitalismo y que su solución vendría de políticas izquierdistas, desde el totalitarismo más extremo hasta el intervencionismo estatal en la economía de corte keynesiano y socialdemócrata. Cuando en los años sesenta y setenta Occidente enfrentó la estanflación (combinación de estancamiento económico e inflación), la izquierda fue lo suficientemente hábil para culpar otra vez al capitalismo y ocultar que las verdaderas causas eran las políticas intervencionistas impulsadas por ella. Ante el colapso de la Unión Soviética y sus satélites la izquierda siguió la estrategia de “La gran mascarada”, que en el libro así titulado fue desconstruida magistralmente por Jean-Francois Revel. Así comienza esa gran obra: “La última década del siglo ha sido testigo de la poderosa contraofensiva desplegada por los políticos e intelectuales de la vieja izquierda con el fin de borrar e invertir las conclusiones que, en 1990, parecían desprenderse del hundimiento del comunismo y, más generalmente, de los fracasos del socialismo.” ¿Y qué conclusiones eran esas? Que la puesta en práctica de la ideología izquierdista había causado un daño inmenso a la humanidad. En su versión más extrema, el comunismo, significó los peores genocidios y las peores hambrunas de la historia. Las versiones menos extremas de la ideología izquierdista causaron otros males: en las naciones desarrolladas impedir mayor prosperidad de la que habría resultado sin el intervencionismo y haber institucionalizado el canibalismo social; en las naciones atrasadas, el no habar podido alcanzar el desarrollo por seguir políticas estatistas. La gran mascarada consistió en que la izquierda eludiera el examen sobre su ideología y su práctica, examen que de ser honesto sólo podía llegar a una conclusión posible: nos equivocamos en todo; no hay mejor sistema social que el capitalismo y mientras menos lo saboteemos con expropiaciones, propiedad estatal, regulaciones, proteccionismo e impuestos, más benéfico se revela. Para eludir la autocrítica, la izquierda se construyó un villano al cual culpar de los males del mundo: el neoliberalismo, entendido como todo retroceso por mínimo e inconsecuente que fuera del estatismo. Ante la crisis de 2008-2009 la izquierda culpó al mercado y a la supuesta falta de regulaciones estatales sobre el mismo, para, como otras veces, encubrir su responsabilidad, pues la verdadera causa de las crisis cíclicas es el intervencionismo estatal en la economía, inspirado en la ideología izquierdista. La nueva crisis que está cobrando forma en Europa y en Estados Unidos es singular e inquieta de manera muy especial a la izquierda. No se trata de una crisis cíclica, sino de la bancarrota del Estado de Bienestar, el principal reducto del izquierdismo tras la caída del Muro de Berlín. Y lo que preocupa a la izquierda es el mayor grado de dificultad de ocultar la responsabilidad propia culpando a chivos expiatorios: ¿acaso fue el mercado el que generó un gasto público bestial y contrató deudas públicas colosales? Pero aunque difícil no es imposible intentar, otra vez, el viejo truco de gritar ¡al ladrón! De eso se tratan los movimientos como los de los “indignados” en España e Israel, las huelgas generales en Grecia o el “occupy” en Wall Street y en Washington, a cuyos participantes el inquilino de la Casa Blanca les guiña el ojo. En este último caso el agotamiento del discurso izquierdista es evidente, cuando los socialistas estadounidenses no pudieron idear mejores chivos expiatorios del desastre causado por sus políticas que…los banqueros. Partidarios de la libertad han visto en esta singular crisis la oportunidad de oro para arrancar la venda de los ojos a la humanidad y ganarla a nuestra causa. Pero no hay que ilusionarnos demasiado. La mayoría de la gente no quiere ni la verdad ni la libertad y si no, baste ver a los griegos resistiendo ferozmente a la austeridad que dicta el más elemental sentido común o a los franceses tratando de llevar de vuelta al poder a los socialistas. Aunque claro, está el otro lado de la moneda. Por ejemplo, resulta alentador el movimiento del Tea Party, que expresa el rechazo militante de millones de estadounidenses al estatismo. El lograr ensanchar como nunca el contingente global de los partidarios de la libertad, dependerá de la habilidad didáctica y organizativa que por doquier desarrollemos en esta coyuntura que es, ciertamente, sui géneris, pues el “largo plazo” nos ha alcanzado.
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