Adolfo Rivero Caro Recientemente estamos oyendo hablar mucho de los vínculos de Arabia Saudita con el terrorismo. Es cierto que desde su fundación en 1932 por el rey Ibn Saud, el reino saudita ha estado económicamente alineado con Estados Unidos y que lo ha respaldado vigorosamente durante la guerra fría. Los sucesos del 11 de septiembre, sin embargo, obligan a una reevaluación de su papel. Youssef M. Ibrahim, comentarista de asuntos árabes para The New York Times, ha dicho: ``El dinero, fuente del poder de los wahabis en todo el mundo árabe, financió redes de escuelas fundamentalistas desde Sudán hasta el norte de Pakistán. En realidad, los líderes talibanes fueron un producto de estas academias islámicas, financiadas por los sauditas, conocidas como madrasas''. El ataque terrorista en Jakarta de hace unos meses fue realizado por una organización, JL, cuyos organizadores son veteranos de la guerra contra los soviéticos en Afganistán o fueron entrenados por Al Qaeda. Reclutan sus jóvenes cuadros entre los ex alumnos de las escuelas religiosas indonesias similares a las madrasas, conocidas como pesantren. En los cinco años desde la caída de Suharto, los sauditas han aumentado su presencia en Indonesia, tratando de repetir sus éxitos en radicalizar las poblaciones de Pakistán y Afganistán. Entre los sauditas, el radicalismo islámico no es nada nuevo. El fundador del wahabismo, Muhamed Abdul Wahab, nació a principios del siglo XVIII en la Arabia central. La expansión militar del islam se había estancado desde que los ejércitos otomanos habían sido detenidos a las puertas de Viena en 1683. En 1771, los otomanos estaban cediendo terreno al imperio ruso y los barcos holandeses y británicos viajaban regularmente por el Golfo Pérsico. La razón, por supuesto, era que el desarrollo cientificotécnico occidental promovía un impetuoso crecimiento del capitalismo mercantil, pero Abdul Wahab llegó a una conclusión diferente. En su opinión, los ejércitos del islam que habían vencido en todas partes habían asimilado influencias corruptoras de los extranjeros. ¿Por qué estaba decayendo el islam bajo el imperio otomano? Porque había dejado de ser fiel a las ideas originales del islam. Había que purgar las nuevas influencias, especialmente las que parecieran indicar algún tipo de politeísmo como, por ejemplo, la veneración de los santos. Wahab recordó que el Corán decía: ``Maten a todos los que le pongan socios a Dios, dondequiera que los encuentran''. En nombre de un monoteísmo absoluto, Wahab cometió lo que para muchos musulmanes era un horrible sacrilegio: destruyó las tumbas de los compañeros o primeros discípulos de Mahoma, que se habían convertido en objeto de veneración. Inclusive demolió la sagrada tumba del hermano del segundo califa. No es sólo historia antigua. Todo parece indicar que el reciente atentado terrorista contra la mezquita chiita de Najf, en el que murió el ayatolá Mohamed Bair Hakim junto con más de cien personas, fue obra de wahabitas. Con el tiempo, los excesos de Wahab llevaron a que fuera expulsado de todas las tribus. Fue entonces que Ibn Saud, jefe de Diriya, cerca de la actual Riad, le concedió abrigo. En 1744 llegaron a un convenio histórico: Wahab le dada la justificación teórico/religiosa para su jihad (permitida por primera vez) contra las otras tribus beduinas y, a cambio de eso, Ibn Saud se convertía al wahabismo. Mucho después, en el siglo XX, cuando se descubrió petróleo en Arabia, el reino saudita y su variantes del islamismo se hicieron súbitamente multimillonarios. Hoy, miles de madrasas difunden este credo de violencia y odio. De sus aulas salen decenas de miles de fanáticos dispuestos a convertirse en instrumentos de la jihad. Muchas de estas escuelas están financiadas por organizaciones caritativas sauditas que, durante años, han apoyado las actividades de grupos terroristas. Todas están directamentecontroladas y financiadas por el régimen saudita. Esto es importante porque el verdadero problema que enfrenta Occidente no es Al Qaeda ni ninguna otra organización terrorista específica, sino la difusión mundial de una especie de fascismo islámico. Es la guerra de las madrasas. Este fascismo glorifica la violencia y califica a los infieles cristianos y, en particular, a los judíos, como enemigos religiosos a los que hay que aniquilar. O la monarquía saudita se decide a limitar radicalmente la difusión del wahabismo o Estados Unidos tendrá que considerar como un objetivo no sólo el derrocamiento de los regímenes sirio e iraní, sino también el de la monarquía saudita. Es bueno recordar que el odio de los liberales fascistas americanos contra esta nación no tiene nada que envidiarle al que se cultiva en las madrasas y los pesantren. Entre las muchas conmemoraciones del aniversario del 11 de septiembre, por ejemplo, la de la universidad de Berkeley resultó singular. Prohibieron la bandera americana porque podía ofender a personas de otros países. Prohibieron el himno nacional por ser demasiado militarista, y no lo sustituyeron por Dios bendiga América (God Bless America) porque Dios es una palabra políticamente incorrecta en Berkeley. Esto no es un hecho aislado. La mayoría de nuestros estudiantes no recibe una instrucción adecuada sobre la historia e instituciones de este país mientras es constantemente bombardeada con virulentas críticas contra las mismas. Esto tampoco es nuevo aunque haya sido recientemente comprobado por un amplio estudio con apoyo bipartidista (wwww.shankerinstitute.org/ Downloads/gagnon/contents. html). En la larga guerra contra el terrorismo, donde posiblemente tengamos que sufrir e infligir terribles devastaciones, la unidad y la firmeza son factores decisivos para poder triunfar. Es de lamentar que nuestra guerra contra el terrorismo tenga que librarse en lucha contra una fuerte quintacolumna interna. Los liberales fascistas americanos se mantienen tan dispuestos a apuñalar al país por la espalda como lo estuvieron en Vietnam. Atención. La guerra de las madrasas también se libra en Estados Unidos.
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