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Editorial: Los indignados Cuando comenzó el movimiento autodenominado “los indignados” en Europa, se quiso mostrar como una reacción espontánea a varios incidentes sociales. En Inglaterra, por una supuesta excesiva represión policial y en España, por la crisis económica, principalmente por el desempleo. Sin embargo, más tarde se comenzó a visualizar otras intenciones, con el fenómeno Grecia. En Grecia, la supuesta indignación vino por los recortes en los servicios sociales. Unos beneficios provenientes de un sistema de corte socialista, por lo que desde el punto de vista ideológico, no se justifica un ataque o insubordinación contra un estado paternalista. Tampoco se justificaba, precisamente durante un gobierno socialista como el de José Luis Rodríguez Zapatero, en España. Aunque puede ser creando las condiciones ante la inminente llegada de un gobierno de derecha e igual situación se presenta en los Estados Unidos, ante la posible presidencia de un Gobierno Republicano. Como movimiento ideológico, el objetivo real de los “indignados” es entrar y minar las bases de la sociedad norteamericana. Por eso en neoliberalismo.com nos adelantamos con nuestro Editorial: EEUU con la barda en remojo. El movimiento de los indignados es una estrategia mundial antisistema. No se pudo eliminar al sistema capitalista mediante la competencia con otro sistema, el socialista, porque fue un fracaso. Ahora se comienza un emplazamiento desmedido de exigencias sociales, para satanizar el sistema capitalista. Lo grave de esta situación es que no hay un sistema de reemplazo, y las reservas económicas en declive, parecen agotarse, para enfrentar esas mismas demandas sociales. Lo que indica que estamos en un callejón sin salida, y que cada día debe ser peor. Solo se puede avizorar un cataclismo económico y social, que lleve a una anarquía política incontrolable, si no se logra contener esta cruzada ideológica. Sin embargo, como sistema, no hemos sabido fundamentar una ideología capitalista. Solo nos hemos preocupado como generar riquezas, mientras los socialistas utilizan nuestras bases económicas y recursos financieros para montar la base ideológica de su guerra cultural o antisistema contra el capitalismo empresarial y corporativo. Un problema tradicional de nuestra sociedad ha sido el menosprecio por las ideas. Y, sin embargo, el gran problema de Estados Unidos en el mundo es que ha perdido la batalla de las ideas. ¿Por qué la ha perdido? Muy sencillo: porque no la ha dado. El anticomunismo es una negación y, por consiguiente, aunque necesario, no es suficiente. Hay que salir a combatir activamente el antiamericanismo, defendiendo las ideas matrices de la nación americana. Hay que salir a cambiar la cultura. Esto no se puede dejar en manos del gobierno, esto tiene que ser una preocupación de nuestras elites empresariales. Hay que apoyar ideas como el movimiento educativo de la Alianza Democrática. Las iniciativas políticas son útiles, pero las ideológicas y formativas son indispensables. Si no estamos satisfechos con el statu quo, nosotros mismos tenemos que empujar el cambio, o al menos protegernos de los ataques ideológicos y estratégicos de los adversarios. Estados Unidos está en guerra. Es una guerra extraña, furtiva, cultural. En ella se enfrentan, de una parte, los liberales multiculturalitas que afirman que no existe un pueblo ni una cultura norteamericana, que este es un país de inmigrantes, con lo que lo desnaturalizan como nación. Que esta sociedad es esencialmente racista, discriminadora, machista, sexista, imperialista, represiva y que, por lo tanto, merece desaparecer. De otra parte están los que, pese a sus infinitos defectos, la consideran la sociedad más democrática y generosa del mundo, y luchan por conservarla. La afirmación puede parecer extravagante, pero analistas tan importantes como George F. Will, Thomas Sowell, Robert Novak, William Buckley, Samuel Francis, Cal Thomas, John Leo y Suzanne Fields, entre muchos, utilizan constantemente el concepto de guerra cultural. Y no es por gusto. En este país es muy difícil analizar un solo problema importante, desde el viraje de la política hacia Cuba hasta la delincuencia y desde la crisis del bienestar social hasta la inmigración, si se desvincula del contexto de este enfrentamiento. El concepto de guerra cultural, al que Samuel Francis dedicara un brillante ensayo en la revista Chronicles (diciembre 1993), tuvo su origen en Antonio Gramsci, uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano. Curiosamente, su mayor relevancia coincide con el final de su carrera política activa. Fue estando preso cuando redactó "Cartas desde la Cárcel", considerado como uno de los textos políticos más influyentes del siglo XX. El movimiento de los “indignados” tiene su fundamentación ideológica en la concepción socialista. Su intento actual es revivir las aspiraciones de la Internacional Socialista, que luego del derrumbe de la Unión soviética y el Campo Socialista, perdió su espacio e influencia mundial. Se reinventó con el Socialismo del Siglo XXI, pero es algo limitado, lento y funciona como mecanismo para llegar al poder, pero muy débil como corriente ideológica. No quiere decir que se descarte la estrategia política del Socialismo del Siglo XXI, pero se refuerza con movimientos desestabilizadores, que impongan la incapacidad de gestión, mediante el caos, de los gobiernos democráticos de libre empresa, o sea capitalistas. El método es mediante reclamos sociales imposibles de conseguir. En cada región o país se determinan las inquietudes sociales latentes, para capitalizar con ellas: en Chile y Colombia, se movilizan a los estudiantes y a ellos se les suman los elementos convocantes ya predeterminados, que funcionan bajo la cobija de la denominada izquierda política. En los Estados Unidos se sustentan con el triste conflicto de la inmigración ilegal y lucran con las vicisitudes de seres humanos vulnerables por sus naturales necesidades. Así, utilizan el desempleo, los conflictos étnicos, raciales y religiosos, según sus conveniencias. Estados Unidos es el gran objetivo por su poderío económico y militar. El movimiento de los indignados en Europa no se ha potenciado mucho, para no entrar en contradicción con su propia filosofía socialdemócrata y tener que atribuir un fracaso económico más a las políticas paternalistas estatales, que en nombre de la distribución equitativa de la riqueza, distribuyen más que lo que se produce. Pero además, no es interés crear un sentimiento contra Europa, sino reforzar la corriente de pensamiento del antiamericanismo mundial. En este análisis tenemos que tomar en cuenta algunos elementos importantes como los medios, que forman parte de todo este mecanismo de desmonte de los valores de la sociedad norteamericana y que por supuesto manejan muy bien. Uno es las medias verdades y otro, la nueva lengua. De lo cual, George Orwel ya nos había alertado. La prensa es la que se encarga de dar voz y rostro a este movimiento y magistralmente juega con las palabras y las escenas. Así aparecen conceptos como el 99%. Si el 99% de la población estuviera en contra del sistema social y económico actual, lo pudieran cambiar. Los mecanismos democráticos para elegir gobierno mediante elecciones a partir de la mayoría lo permiten. De ser verdad su aseveración, podrían elegir a uno de los suyos al frente del gobierno y ocuparían todos los puestos intermedios del Estado. Sin embargo, aquí estriba su mayor debilidad, que no tienen una propuesta alternativa. Solo se limitan a enunciar problemas, pero no tienen la capacidad de presentar soluciones reales. En Chille durante los gobiernos de izquierda comulgaron con las actuales leyes escolares. Tan pronto tomó el poder un gobierno de derecha, comenzaron los reclamos insaciables.
Lo triste de todo esto es que no hay una motivación ideológica por
la clase empresarial para defenderse y las instituciones de gobierno
solo visualizan como herramienta de contención el enfrentamiento
policial, algo que estos grupos antisociales les conviene y alimenta,
pues la violencia es su propia naturaleza. Además de la batalla de
ideas hay que confrontarlos con acciones legales: multas y
compensación económica por daños y perjuicios, tanto individual como
a organizaciones patrocinadoras de los disturbios sociales. Las
pérdidas económicas que estos movimientos generan, ellos mismos
tendrían que sufragarlas. Solo así, se acogerán a la disciplina
social y al respeto al derecho ajeno. Noviembre, 19 del 2011
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