La batalla de los economistas muertos: ¿Keynes o Friedman?
¿Debe EE.UU. pisar el acelerador o el freno en materia fiscal? Dos tratamientos opuestos para un paciente que todavía convalece
La discusión no es meramente académica. Está influyendo en las decisiones legislativas sobre si es mejor responder al angustiante pronóstico para la economía estadounidense con más gasto gubernamental o con iniciativas para reducir el déficit.
Un bando dice que el paquete de estímulo fiscal de Obama de US$862.000 millones impidió una recesión aún mayor. Una reducción del déficit en las actuales circunstancias, se insiste, haría que la economía cayera en picada.
La esquina contraria cuestiona los beneficios del estímulo fiscal y alega que es crucial abordar ahora los déficits a largo plazo para evitar un alza de las tasas de interés y problemas incluso más graves más adelante.
Por último, hay quienes se encuentran en el medio: defendieron el año pasado el paquete de estímulo, pero ahora exigen un plan para recortar el déficit fiscal.
La pugna está en el centro de muchas disputas en el Congreso. Los republicanos se opusieron a la propuesta de Obama para ampliar las prestaciones por desempleo hasta 99 semanas, insistiendo en recortar gastos en otras partidas para no elevar el déficit, pero perdieron la batalla. El mandatario sostiene que los beneficios son vitales para millones de desempleados y que ayudarán a reforzar el consumo.
La Casa Blanca dice que apoyará un alza de los impuestos a las familias con ingresos superiores a los US$250.000 al año. Los republicanos y unos pocos demócratas afirman que permitir la expiración a fin de año de los incentivos tributarios promulgados por el ex presidente George W. Bush asfixiaría a la economía. "Rechazo la falsa premisa de que sólo una intervención gubernamental enérgica y sostenida puede asegurar la renovada prosperidad de este país", dijo en julio Paul Ryan, representante republicano por Wisconsin quien es partidario de un plan de recorte fiscal a largo plazo.
La opinión pública parece estar del lado de los defensores de una reducción del déficit. Una encuesta realizada en junio por The Wall Street Journal/NBC News pidió a los participantes que dijeran con qué afirmación estaban más de acuerdo: (1) el presidente y el Congreso deberían preocuparse más de impulsar la economía aunque suponga déficits más altos; (2) el presidente y el Congreso deberían preocuparse más de mantener bajo el déficit aunque esto signifique que la economía tardará más en recuperarse. El 63% eligió la segunda opción.
La mayoría de los economistas coincide en algunos puntos. La economía de EE.UU. necesitaba algún tipo de ayuda fiscal en 2009 ante la inestabilidad del sistema financiero y la decisión de la Reserva Federal (Fed) de dejar las tasa de interés prácticamente en cero. En algún momento, se tendrá que controlar el déficit, en parte al limitar el crecimiento del gasto en salud y otras prestaciones. Y, en tercer lugar, el desarrollo en estos momentos de un plan a largo plazo para lograr este objetivo reducirá los riesgos de una futura calamidad financiera y ayudará a mantener bajas las tasas de interés.
En la actualidad, ningún bando puede afirmar con seguridad si el paquete de estímulo más reciente cumplió su cometido, ya que nadie sabe qué habría pasado en su ausencia.
El presidente de la Fed, Ben Bernanke, respaldó el paquete fiscal a principios de 2009. Ahora, indica que la economía aún lo necesita, pero que debe ir acompañado de un plan viable para reducir déficits futuros. Al igual que el gobierno de Obama, no cree que se debería implementar un ajuste fiscal hasta que la economía se estabilice.
A diferencia de EE.UU., Europa ha optado, al menos retóricamente, por la reducción del déficit. En algunos casos, como los de Grecia y España, ello se debe a la presión de los mercados y del Fondo Monetario Internacional (FMI). En otras instancias, como las de Gran Bretaña y Alemania, los factores internos han sido más preponderantes.
El argumento de que el gasto fiscal puede ser vital para contrarrestar los efectos de una recesión se remonta a John Maynard Keynes, el economista británico cuyas teorías dominaron las décadas posteriores a la Gran Depresión de los años 30.
Una contrarrevolución encabezada por Milton Friedman, de la Universidad de Chicago, desacreditó el papel del gobierno. Sus ideas se empezaron a poner en práctica con el ascenso a posiciones de influencia de los economistas conocidos como los Chicago Boys durante la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, a mediados de los 70, y los triunfos electorales de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y de Ronald Reagan en EE.UU. Keynes cayó en desgracia durante la estanflación de finales de los años 70 y principios de los 80. La manipulación de las tasas de interés por parte de los bancos centrales pasó a considerarse como la mejor herramienta para que los gobiernos combatieran los altibajos de la economía.
Un tema crucial: las lecciones sobre política fiscal en tiempos normales no son necesariamente aplicables hoy en día, cuando la Fed ha reducido las tasas de interés a cero y el desempleo se mantiene alto.
Ambos bandos hicieron hincapié en pasadas victorias. Los keynesianos citan el gasto deficitario como el remedio que puso fin a la Gran Depresión y advierten que el prematuro recorte del déficit fiscal en Japón en 1997 causó un regreso de la recesión.
La otra parte menciona a Margaret Thatcher, quien en 1981 hizo caso omiso de las protestas de cientos de economistas y subió los impuestos y ajustó el gasto para recortar el déficit presupuestario en medio de una recesión. Gran Bretaña emergió de la crisis con una menor inflación, tasas de interés más bajas y una economía pujante.
Los keynesianos dicen que el episodio no tiene relevancia para la situación actual porque EE.UU. no puede disminuir las tasas de interés, como hicieron los británicos. Otra diferencia: la libra esterlina perdió la mitad de su valor en los años 80, lo que impulsó las exportaciones. El dólar, en cambio, se fortaleció tras el inicio de la crisis financiera al ser considerado un refugio por los inversionistas.
Algunos funcionarios estadounidenses reconocen, en privado, que sus expectativas sobre la creación de empleo pecaron de un exceso de optimismo. La economía, sostienen, se encontraba en un estado más deplorable en 2009 de la que creía la mayoría. En el primer trimestre del año pasado, cuando se aprobó el plan de estímulo, EE.UU. se contrajo a una tasa anualizada de 6,4%. Desde entonces, ha crecido a un ritmo de 2,5%. Además, ha comenzado a añadir empleos, aunque de manera muy pausada.
Cuesta aislar el impacto del paquete fiscal del de otras medidas. Su aprobación, en febrero de 2009, coincidió con una mejora de la economía. Pero antes de su promulgación, la Fed redujo las tasas de interés a corto plazo a casi cero y comenzó a comprar valores hipotecarios para hacer bajar las tasas a largo plazo. Poco después de que el estímulo recibiera el visto bueno, la Fed expandió sus compras de valores.
Un repunte bursátil coincidió con los mayores esfuerzos de la Fed y con la realización de las "pruebas de resistencia" del banco central y del Departamento del Tesoro para apuntalar la confianza en los bancos.
Un estudio de 91 programas de estímulo fiscal en 21 países desarrollados entre 1970 y 2007 efectuado por el economista de la Universidad de Harvard, Alberto Alesina, mostró que los recortes de impuestos estimulan más la economía que el gasto fiscal. "Yo habría hecho más por el lado fiscal que por el lado del gasto", afirma Alesina.