Adolfo Rivero Caro Es verdad que hay un cierto parecido entre la guerra de Vietnam y la de Irak. El parecido, sin embargo, no está en lo que muchos insisten. Obviamente, en Irak estamos confrontando problemas. Sin embargo, lejos de ser un desastre, el reciente brote de insurgencia en Irak nos ha permitido identificar una serie de debilidades, no evidentes, en el trabajo de reconstrucción. Es comprensible la decisión de Paul Bremer de desmantelar el ejército de Saddam. Esto, sin embargo, ha dejado la defensa nacional sin cuadros iraquíes adecuadamente entrenados. Rápidos cursillos no pueden sustituir verdaderas academias militares y experiencia operativa. Por otra parte, una masa de soldados y jóvenes oficiales súbitamente desempleados en un país que todavía atraviesa una situación económica difícil ha creado, innecesariamente, una cantera de militares resentidos. No es demasiado tarde para rectificar esta situación y me sorprendería no ver un cambio en esta política. Todos los países necesitan fuerzas armadas y la mayoría de las mismas está formada por jóvenes que buscan en las mismas un camino de superación. En cualquier país, su ideología básica es la defensa nacional, lo que supone un patriotismo elemental. Si confiamos en la fuerza de las ideas de la libertad, como insiste el presidente Bush, no debemos considerar imposible traspasar la lealtad de estos soldados a un Irak libre, independiente y próspero. Queremos transformar Irak con la esperanza de que ese ejemplo influya positivamente en una de las regiones más violentas y desesperadas del planeta. Es, sin duda, una gran causa. Como todas ellas, no es propia de tímidos y espantadizos. A la hora de los tiros, para orgullo de los latinoamericanos, mientras las tropas búlgaras pedían protección, los salvadoreños peleaban como leones, ganándose la apreciación y el respeto de los jefes de la coalición. La insistencia en que nos encontramos ante un nuevo Vietnam exige precisar algunos puntos. Se suele argumentar que la rebelión estudiantil de los años 60 estuvo directamente vinculada con una legítima oposición a la guerra de Vietnam. Nadie puede dudar de la oposición, lo que sí es muy dudoso es su legitimidad. El esfuerzo por contener la expansión de la marea comunista era un objetivo noble y loable. Por aquella época se sabía que el triunfo de Ho Chi Minh en el norte había resultado en la matanza de unas 100,000 personas. Era razonable prever que su victoria en el sur tendría consecuencias no menos trágicas. El ulterior destino del pueblo de Vietnam del Sur y de todos los pueblos de Indochina debería convencer a todo el mundo que la guerra se debió haber luchado, y ganado. Ahora, por supuesto, sabemos de las torturas y asesinatos de los campos de reeducación, y del ''terror de posguerra que destruyó las vidas de cientos de miles de vietnamitas y produjo más de un millón de refugiados''. Todo esto era previsible. La total indiferencia de los radicales norteamericanos por el triste destino del pueblo de Vietnam del Sur tras la victoria comunista demuestra que las protestas contra la guerra no estuvieron motivadas por ninguna preocupación por el pueblo sudvietnamita, sino por el sentimiento de superioridad moral de los que protestaban, y por el odio contra su propio país. En Vietnam estuvimos perdiendo 22 soldados diariamente durante más de 5 años. Murieron defendiendo una causa justa. La guerra no era moralmente censurable. Lo moralmente censurable fueron los esfuerzos de la nueva izquierda por asegurar la derrota norteamericana en Vietnam del Sur. La nueva izquierda actuó como una verdadera quinta columna. Buin Tin, antiguo coronel del estado mayor del ejército de Vietnam del Norte, desertó después de la guerra cuando se desilusionó con la realidad del comunismo. En una entrevista publicada en The Wall Street Journal, afirmó que Hanoi pensaba derrotar a Estados Unidos mediante una guerra prolongada que quebrara la voluntad norteamericana: ``El movimiento contra la guerra en Estados Unidos era esencial para nuestra estrategia. El apoyo a la guerra en nuestra retaguardia era completamente seguro mientras que la retaguardia norteamericana era vulnerable. Todos los días nuestra dirección escuchaba las noticias mundiales por la radio a las 9 a.m. para seguir el crecimiento del movimiento contra la guerra en Estados Unidos. Las visitas a Hanoi de personajes como Jane Fonda, el antiguo secretario de Justicia Ramsey Clark y varios clérigos nos daba confianza de que podríamos mantenernos en el campo de batalla pese a las derrotas. Nos sentimos encantados cuando Jane Fonda, usando un uniforme vietnamita, dijo en una conferencia de prensa que estaba avergonzada de las acciones norteamericanas en la guerra y que ella lucharía junto con nosotros.'' Esto es lo único en que la situación actual en Irak se parece a la de Vietnam. En la actividad de una quintacolumna interna tratando de quebrantar la voluntad de lucha del pueblo americano. Al Sadr, el fanático clérigo chiita, afirma con ojos desorbitados que Irak va a ser otro Vietnam. Repite lo mismo que los liberales americanos. No dudo que muchos de ellos se consideren patriotas. Que lo crean no lo hace verdad. Los comunistas también se consideraban patriotas cuando trabajaban de espías, pasándole los secretos atómicos a la Unión Soviética. En Irak, las fuerzas armadas de EEUU y de la coalición han derrotado a una sangrienta tiranía con el único objetivo de establecer un gobierno iraquí libre e independiente, con plenas garantías para los individuos y las minorías. Una vez conseguido esto, el principal objetivo de EEUU es irse de Irak. No queremos ni su territorio ni su petróleo. Sólo aspiramos a cambiar la trágica situación del Medio Oriente. Es una pretensión audaz, pero sin duda extraordinariamente noble y sólo la mala fe y un patológico antiamericanismo pudiera hacerla merecedora de tanto odio.
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