Vivencias y realidades de una huelga de hambre:
Diosmel Rodríguez Vega
Período en huelga de hambre: Agosto 13, Septiembre 23 de 1994
¡Ay! De esos hombres con espíritu de rebaño,
Que no comprenden a los hombres de espíritu rebelde,
Que prefieren separar su cuerpo de su alma,
Con tal de verla marchar libre.
En honor y respeto a todos los hermanos de lucha que me acompañaron en tan
difíciles momentos, como fueron los vividos durante la huelga de
hambre que efectuamos entre el 13 de agosto y el 22-23 de septiembre
de 1994 en la Prisión de Boniato, Santiago de Cuba:
Manuel Benítez Hernández
Pedro Benito Rodríguez
Juan Carlos Castillo Pastó
José A. Frandín Cribe
Guillermo Sambra Ferrandiz
Ismael Sambra Haber
Preámbulo:
Una huelga de hambre no es un hecho que generalmente se produzca
por inspiración espontánea de un individuo o grupo de personas. En
la mayoría de los casos es el resultado de una única alternativa,
como reacción a una acción de fuerza mayor que conspira contra su
integridad física o moral.
Por tanto, los implicados deben haber acumulado una convicción tal,
que les permita sentirse poseídos de una fuerza interior capaz de
soportar los sacrificios, que imponen una huelga de hambre.
Uno de los principios elementales de una huelga de hambre es la
convicción del huelguista de morir en ella, si fuese preciso. Nunca
se puede utilizar una huelga de como una forma de amedrentar al
opresor.
Durante una huelga de hambre son más los detractores, que los que
aprueban semejante recurso. Por tanto, los participantes deben
apelar constantemente a la razón suprema que les asiste para tomar
tal decisión y conseguir que los que les rodean paulatinamente se
vayan solidarizando con la causa del huelguista, aunque sea de forma
silenciosa.
Toda huelga de hambre, que se realice para reivindicar un hecho
moral, sin pretender con ella modificar un acto legal, aunque sea
injusto, puede tener éxito.
Sus
antecedentes:
La generación de presos políticos que nos encontrábamos en la
prisión de Boniato a principios del año 1994, ciento tres en total,
fuimos conminados a cumplir con el Plan de Reeducación, que
consistía en realizar una serie de actividades, todas de carácter
ideológico, como gritar consignas: ¡Abajo
el yanqui!
¡Viva
el invencible Comandante en Jefe! ¡Viva Fidel!
y muchas más. Además, debíamos participar en Círculos de Estudios,
todos de carácter ideológicos.
El no cumplimiento de tales disposiciones conllevaba de forma
automática a la pérdida de todos los derechos penitenciarios como:
visitas familiares, recibo de alimentos y medicamentos suministrados
por nuestros familiares y otros beneficios como reducción de
condenas o cambios en la rigurosidad de las medidas carcelarias.
Muchos de los presos políticos coincidían en que también era nuestro
derecho permanecer juntos y no con presos comunes, que muchas veces
se tornaban peligrosos y muy vulnerables a ser utilizados por la
policía política y la dirección del penal, para hostigar a los
presos políticos.
El incumplimiento de las actividades antes mencionadas constituyen indisciplinas del régimen penitenciario,
quienes las violan son llevados a celdas de castigo. Esa fue la
estrategia o excusa que se utilizo para que nos reunieran a todos
los presos políticos en el lugar conocido como “Boniatico”. Un lugar
aislado, bajo un régimen de severo rigor, incluso donde están los
condenados a muerte, pero estaríamos juntos y libre de las
regulaciones del penal como los recuentos, inspecciones de limpieza
y los sometimientos ideológicos.
Además de todas las razones expuestas y las que aparecen en la
convocatoria, también seguíamos de cerca la visita que realizaría a
Cuba el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, el
ecuatoriano José Ayala-Lasso y queríamos llamar su atención sobre la
existencia y condiciones de los presos políticos en Cuba.
CONVOCATORIA PRO-LIBERTAD
El Comité de Unión de Presos Políticos de la Prisión de Boniato
convoca a todos los presos políticos de Cuba a incorporarse al
Movimiento Nacional de Presos Políticos Plantados. Este movimiento,
que no es más que una acción de protesta generalizada por la
libertad, plantea el rechazo del régimen penitenciario y el uniforme
del preso común en el presidio político. Es decir, que se usará una
ropa blanca con su significado de pureza, paz y libertad que nos
identifique como Presos Políticos Plantados (3P) en la decisión de
no aceptar las condiciones bochornosas del régimen carcelario con su
chantaje de reeducación política y doble moral.
Este movimiento tiene como objetivo fundamental el de hacer un
llamado a la conciencia nacional e internacional, en favor de los
presos políticos cubanos, que por expresar sus ideas políticas de
cambio o por demostrar de alguna forma su odio a la opresión y a la
tiranía, hemos sido condenados a privación de libertad. El mundo no
debe mirar esto con indiferencia, sino más bien atender y protestar
por la demagogia usada por Fidel Castro cuando dice que “este es el
país más democrático del planeta” y mantiene en sus cárceles a
muchos prisioneros por sólo expresar sus ideas políticas opositoras.
Este movimiento... reclama en su acción de la atención urgente de
los países democráticos y organizaciones mundiales para que ayuden a
resolver la situación de los presos políticos cubanos que no sólo
estamos condenados a privación de libertad, sino además a la
desintegración de nuestras familias, a sufrir humillaciones y
represiones y a morir de desnutrición y enfermedades por la falta de
atención médica, de alimentos y medicinas, lo que hace que éste sea
el presidio político más angustioso de nuestro tiempo.
Este movimiento de Presos Políticos Plantados, acción de sacrificio
y rebeldía, contará con el apoyo de familiares, de activistas de
derechos humanos, de partidos políticos de oposición, del exilio y
de todos los que de alguna forma luchen por las libertades
fundamentales del hombre o entiendan de lo injusto y arbitrario de
nuestro encarcelamiento.
Sabemos que esta acción de rebeldía nos impone nuevos sacrificios,
pues nuestros represores pudieran suspendernos las visitas de
nuestros familiares y la ayuda en medicamentos y alimentos que ellos
nos traen para garantizarnos un mínimo de subsistencia; pero no nos
queda otra alternativa que la protesta porque parece que existen
oídos sordos para atender nuestros reclamos. Esto nos afectaría por
ese lado, pero nos llenaría de decoro y de honra al saber que
exigiendo nuestra libertad nos hacemos dignos y merecedores de ella.
El Comité de Unión de Presos Políticos (CUPP) en su declaración No.
3 emitida el 30 de junio del corriente en la prisión de Boniato
expresa en sus párrafos finales.
Por tanto, la libertad no la podemos aceptar a retazos, ni como
migajas, a través de “Planes reeducativos” o “amañada libertad
condicional”. Nos la quitaron entera y tendrán que devolvérnosla
entera, sin condiciones. Porque aceptar lo contrario significa
claudicación, humillación y traicionar a las tres razones que nos
asisten en esta lucha: la razón histórica, la razón generacional y
la razón política.
Hacemos esta convocatoria seguros de que esta acción nos adelantará
en el camino hacia la libertad. Por ella convocamos sacrificio y
rebeldía y pedimos reconocimiento y libertad para los Presos
Políticos Cubanos. Ya Boniato está plantado.
CUPP Santiago de Cuba. Prisión de Boniato, a los 24 días del mes de
julio de 1994, 211 aniversarios del natalicio de Simón Bolívar, El
libertador.
CC. -Amnistía Internacional
-Roberto Cuellar, director Instituto Interamericano
de derechos humanos (Costa Rica).
-Prensa internacional.
-Demás prisiones del país con prisioneros políticos. (Sic.
Archivo personal de Ismael Sambra)
Al amanecer del día 24 de julio de 1994, durante el recorrido del
Oficial de Guardia pasando el recuento, en cada destacamento se le
entregaría un documento haciendo renuncia al plan de reeducación,
incluyendo la devolución del uniforme azul de preso común,
vistiéndonos de blanco, con ropas previamente hechas por nosotros
mismos, utilizando las sabanas que poseíamos y que eran de nuestra
propiedad.
Antes de finalizar el día, 22 de los treinta y siete firmantes de la
carta, fueron llevados para Boniatito. A mi se me había asignado la
tarea de esperar hasta el día 29 de julio que tenía visita familiar
el Destacamento11 y emitiera un parte de la situación que se estaba
produciendo en el penal.
Al llegar al destacamento de castigo, conocido por Boniatito, los
despojaron de sus pertenencias y de la ropa blanca que vestían,
quedándose en calzoncillos y pasando a celdas de dos personas, o
sea, un preso común y un preso político.
El día 30 de julio, al amanecer entregué mi carta y un uniforme de
preso común, que me habían regalado, pues el mío me ingenié para
dejárselo a mi familia durante la visita, para que lo entregaran en
el Santuario de la Virgen de la Cariad del Cobre.
Alrededor de las 10 de la mañana el llavero me llamó a la puerta y
un guardia me condujo hasta Boniatico con todas mis pertenencias,
al llegar al igual que a los demás me quitaron el traje blanco, algo
que me causó un sentimiento de frustración, pues hasta me sentía
orgulloso de mi obra, ya que lo había elaborado todo a manos y
cortado con una hoja de afeitar.
Alguien gritó, ahí traen a Diosmel y un aplauso deportivo me produjo
un sentimiento de emoción y alegría, al sentirme reunido con mis
compañeros. Me entraron en la celda 36 entre Armando Texidor (celda
34) y Andrés Avelino Alvarez Tassis (celda 38).
Los días en Boniatito me parecían de felicidad, me había incorporado
a las protestas con golpes en las tolas, leía algunos libros que
alguien me pasaba, escribía cartas, que nunca llegaron, pero tenía
la emoción necesaria para escribirlas, a mis hijos, familiares y
amigos. Precisamente concluía una para Francisco Moya Rengifo (alias
Pancho) Un Ingeniero de Vuelo de Cubana de Aviación, que a raíz de
caer preso, nunca más visitó mi casa ni a mis familiares. Por eso, en
la pos data le puse: “Hoy quien me quiera, lo hace de verdad, ya no
me queda nada que ofrecer, lo último que me quedaba eran los
calzoncillos y me los acaban de quitar”.
Otra cosa que me conmovió en Boniatito fue convivir con los
sentenciados a muerte, a pesar de la sentencia que pesaba sobre
ellos, uno le llega a tener cierta compasión, más cuando ninguno
reconocía su culpa y luchaba por demostrar su inocencia, eran en
cierta medida, como compañeros de nuestra propia tragedia y victimas
del mismo sistema judicial que nos culpaba por igual, que ironía de
la vida.
Así compartí espacio con Armandito “Leguá” y Reynaldo Pedroso, acusados de
sacrificar un niño como una ofrenda de santería. Sin embargo, a
pesar de estar condenados a muerte mantenían una actitud muy
sumisa, principalmente Armandito “Leguá”. Pedroso a veces asumía una
posición política más comprometedora, pero luego recalcaba:
“caballeros, ustedes me disculpan, pero yo tengo un tremendo
problema y con esta gente uno no se puede meter” A los dos lo
fusilaron a mediados de julio de 1995.
La Huelga:
El sábado día 13 de agosto de 1994, a las 6 de la tarde, un fuerte
operativo de la Guarnición entró al Destacamento “Boniatito” El 1er.
Tte. Reinaldo venía al frente, se comenzaron a abrir los candados de
las celdas, empezando por la celda mía, a pesar de que era una de
las últimas.
Me esposaron y llevaron por todo el pasillo, bajamos al segundo piso
y tomamos todo el pasillo exterior del penal, pasando ente al Bloque
5 y la cocina. Tenían preparado a los presos comunes para cuando
fuéramos pasando por los destacamentos nos gritaran ofensas y
obscenidades.
Luego entramos por el pasillo interior y llegamos y hasta el Bloque
C. Frente al Destacamento 10 fui conminado a ponerme el uniforme de
preso común o quitarme el calzoncillo, orden que no acaté y entonces
el Tte. Reinaldo ordenó al llavero que me aflojara el botón y el
calzoncillo cayó al suelo. El Tte. Mineto, que se encontraba
presente exclamó: ¡“Hasta dónde vamos a llegar caballeros”!
Al llavero del Destacamento 10 se le dio la orden que me llevara a
la celda 24, cama 3. Una litera de tres camas, la última de arriba,
sin colchón y con una tabla de bagazo de caña como única opción. De
inmediato se dio la orden que no podía brindárseme ningún tipo de
apoyo, ni nada con que cubrirme.
A pesar de las advertencias, los presos comunes se portaron muy
bien, en especial el Mayor del Destacamento conocido por “Titi”,
quien dijo que nadie se atreviera a meterse conmigo y quien lo
hiciera se las vería con él. En la noche puso una sabana (pareaban)
en la puerta de la celda y me consiguió un pedazo de espuma de goma
(esponja) de un colchón viejo, para que lo utilizara como almohada y
también lo utilicé para cubrirme en determinadas horas las partes
íntimas, teniendo en cuenta que el Destacamento 10 albergaba al
mayor número de homosexuales del penal.
Durante la noche del sábado y el domingo, activamos nuestros
contactos con los presos comunes para pasarnos comunicación interna
y fijar posiciones. Luego supimos que no a todos los que nos
encontrábamos en Boniatito los habían pasado para los destacamentos,
que los más conflictivos o recalcitrantes, según las autoridades del
penal, los habían dejado en Boniatito, pero los habían despojados de
sus calzoncillos. Entre ellos se encontraban Ismael Sambra Haber,
Pedro Benito Rodríguez, Juan Carlos Castillo Pastó, Marcelo Diosdado
Amelo Rodríguez, José Antonio Frandín Cribe y Guillermo Sambra
Ferrandy.
El sábado en la noche y en todo el día del domingo no me bajé de mi
cama en el tercer piso de una litera, pues pasar desnudo frente a
los presos comunes es una provocación y podría desencadenar un
conflicto o reyerta con ellos. El lunes en la mañana tocaba patio, o
sea, salir a coger sol, lo que aproveché al quedarse vacío el
destacamento para ir al baño.
Cuando el Destacamento 6 salió a patio, me paré
por la ventana para ver si conseguía información de lo que estaba sucediendo. Me asombré al
ver a Ramón Palmás
Rosell y a Luis Alberto Ferrandy Alfaro, cogiendo patio con su
uniforme de preso común. Cuando le pregunté qué había pasado, Palmás
en forma agresiva me conminó a ponerme el uniforme y hasta pidió al
guardia que le abriera la puerta, que él iba a resolver ese
problema. Ferrandi alegó que él no le iba a enseñar sus nalgas a
Fidel Castro y con 15 años que tenía echado, no se iba a buscar más
problemas.
Traté de convencerlos, de que realmente, no habíamos librado una
gran batalla, que al compararla con una batalla real, les dije:
todavía nos están tirando con corchos, no podemos darnos por
vencidos.
Durante todo el día ddestuve recibiendo noticias de los presos políticos
que habían llevado para los destacamentos, la posición de muchos de
ellos fue valiente. Me contaban como muchos se batieron con los
presos comunes que lo querían obligar por la fuerza a ponerse el
uniforme de preso común. Una de las broncas más relevantes fue la de
Francisco Herodes Díaz Echemendía.
El martes 16 de agosto, a las 2 de la tarde, pasó visita el Tte.
Coronel Israel Cobas Dusú, Jefe de la Prisión de Boniato, al pasar
frente a mi celda, se asomó pues yo no estaba junto a la puerta,
algo que tienen que hacer todos los presos, cuando pasan visita en
el penal. Al retirarse manifestó al sequito de presos que lo
acompañaba: “como han permitido que este descarado, esté así sin
ponerse la ropa, como es que no le han cogido las nalgas. Y así,
estos descarados son los que aspiran a gobernar el país”. Al oírlo,
me tiré de la cama y le contesté: “Si hace más de cuarenta años que
está siendo gobernada por una pila de descarados, que importa que la
gobiernen otros”.
Ante el inminente peligro, con una aprobación subliminal del Jefe de
la Prisión para cualquier agresión contra mí, decidí acelerar mi
deterioro físico y mantuve la huelga de hambre y de líquido.
Combatía la resequedad de la boca, pasándome cáscara de limón por
los labios.
A los 9 días de la huelga, alrededor del medio día del 21 de
agosto, me llamaron a la puerta, cuando me incorporé en la cama
sentí que todo se me ponía negro y vi en el vacío que un muchacho
llamado Osmel me trancaba en el aire, perdí momentáneamente el
conocimiento. Unos minutos después camino al hospital frente el
Destacamento 1 desperté ante el grito de los presos que gritaban:
¡Ahí llevan otro, resiste, resiste, no se dejen vencer y continuaban
aplaudiendo… volví a perder el conocimiento.
Alrededor de las 6 de la tarde desperté, tenía un pijama puesto y un
suero, dicen presos que estuvieron en la escena, que me trajeron con
un short de preso común, hasta en una posible urgencia de muerte y
aún con la conciencia perdida, no te perdonan tus victimarios.
Cuando reconocí el lugar, estaba en la sala nueva del hospital de la
prisión, una ampliación que le acaban de realizar. Me sentí más
protegido, pues ya estaba en otras condiciones, me entregaron un
pijama para enfermos y me bañé, que hacía nueve días que no lo
hacía. Una fuerte picazón en la cabeza me llamó la atención, una
enfermera me reviso y la Dra. Ivon me recetó lindano, tenía una
severa infección de piojos.
También ya estaban allí Manuel Benítez y Leonardo Couseaux Rizo,
algo que me hizo sentir mejor. Comenzamos a contarnos las
vicisitudes que habíamos pasado cada uno y lo que se sabía del
resto, incluyendo los que habían abandonado la huelga.
Tres días después, a los 12 días de huelga y tras ponerme algunos
sueros, me dijeron que me llevarían para la enfermería de Boniatito.
Nunca se consumó la medida, pero a Leonardo si se lo llevaron, luego
me enteré que había abandonado la huelga.
Poco a poco fueron llegando al hospital Pastó, Guillermito,
Frandín, Sambra y por último, a los 22 días Pedro Benito. El que
peor salió de todos nosotros, en cuanto a trato, en el área de
castigo. Benito y Marcelo fueron los últimos en permanecer en
Boniatico. La Seguridad del Estado presionó a Raiza, la esposa de
Marcelo para que lo persuadiera de que abandonara la huelga, incluso
la llevó hasta su celda, donde él se encontraba desnudo, para
humillarlo.
La estrategia dio resultado, a los 20 días Marcelo Amelo se
incorporaba a los que abandonaban la huelga y esa noche fue premiado
con una suculenta caldosa en el comedor de los oficiales.
A los 22 días ya estábamos preocupados por Pedro Benito, sabíamos
que estaba en Boniatico, que las celdas no tienen con que tapar las
ventanas cuando llueve y no tenía cama, pues tenía que dormir en el
piso de granito frió y mojado. Nos preparábamos para armar una
protesta, cuando sentimos gritos en el pasillo de la parte vieja del
hospital. Era Benito confrontando a los guardias que le habían
puesto un short de preso común a la fuerza y al entrar a la sala del
hospital se lo quitó y se quedó desnudo delante de todo el mundo.
Al pasar de los días la huelga se iba complicando, ya llevábamos
tres semanas y los sueros, las agujas sin filos y las venas
enquistadas hacían la situación insoportable. Y para empeorarla nos
ponían el suero alrededor de las 10 de la noche, lo que nos impedía
dormir, algo de vital importancia para un huelguista, pasarse la
mayor parte del tiempo posible durmiendo. Dijimos que no nos
pondríamos más suero, movilizaron a toda la guarnición, al frente
venía el Tte. Quiala, un energúmeno con grados de oficial, pero
cruel y represivo, fue mi “re educador” en el Destacamento 11. Todo
fue una escaramuza para llamar la atención, los sucesos siguientes
cambiaron el escenario, con la complicación del estado de salud de
muchos de nosotros.
A la hora del recuento de la 6 de la tarde, pasó revista el Jefe de
la Prisión, el Tte. Coronel Cobas. Cuando llegó a mi celda me
preguntó como me sentía, le dije que bien, entonces sentenció”
espero volver por aquí la semana que viene, ya para esa fecha
tendrán todos la ropa puesta, yo lo he visto pasar a todos, aquí
estuvo Eloy Gutiérrez Menoyo y toda esa gente siempre cumplió con la
disciplina del penal.”
Y continuó diciendo: “No se que importancia le dan ustedes al color
de una ropa, todas son iguales. Si te mueres, ya te vestiremos de
azul” A lo que le respondí: “Ya mi familia tiene instrucciones de
que si muero en la huelga, que me vistan de blanco para mi funeral”.
A los 25 de la huelga, sería el miércoles 7 de agosto, me pusieron
suero temprano en la mañana, algo que no hacían usualmente. Los
médicos y enfermeras me hablaban de un estado critico, una presión
arterial muy baja y se mostraban como muy preocupados. De pronto dos
guardias abren el candado de mi cubículo celda y me llevan cargado
para la Dirección del Hospital de Boniato, que se encontraba
relativamente cerca de mi, en el mismo recinto.
Cuando entro veo a mi mamá, lívida, casi sin palabras, me dice que
la habían mandado a buscar, que yo estaba muy grave y que si quería
que me salvara tenía que obligarme a comer. Era una situación muy
embarazosa, pues sabía la situación de salud de mi madre, pero no
podía claudicar.
Ella venía con termo de café con leche y un caldo de pollo. Me dijo
que por ella que comiera aunque sea un poquito, para ella irse
tranquila. Entonces tuve que recurrir a un recurso supremo y le
dije: “Mamá, acuérdate que cuando la revolución, tu iba a los
campamentos rebeldes a llevarle comida y medicina, a riesgo de que
te mataran, dejándonos, a nosotros chiquitos, muchas veces solos,
pero tú estabas dispuesta a morir por lo que tu creías, hoy yo estoy
dispuesto a morir por lo que yo creo. Sería una traición de mi
parte, tomar algún alimento, cuando seis de mis compañeros
prácticamente agonizan en esos camastros tirados”. Mi mamá se armó
de ese valor histórico que siempre la ha caracterizado y les dijo:
“Si él no quiere comer, yo no lo puedo obligar, él sabe lo que
hace”.
Se llevaron a mi mamá y me pasaron a un salón contiguo donde me
entrevistó un Capitán de Control Interno, una institución del
Ministerio del Interior que se había creado a raíz de los sucesos
de Ochoa y Abrahantes, para supervisar las actuaciones de los
miembros del Minint, me comentó. El objetivo, según él, era
verificar si se habían cometido excesos o arbitrariedades durante la
recogida de los uniformes.
Le conté todo lo sucedido, cuales eran nuestras demandas y la razón
de cada una ellas y luego teorizamos sobre política internacional,
el fracaso del socialismo, un poco de filosofía, el auge o
renacimiento de la religión en Cuba y de mi aparente trayectoria
revolucionaria. Al final me comentó que no sabía como después de 25
días sin comer, yo tenía ánimos para semejante charla, prometió
volver un día para conversar conmigo.
El jueves 8 de septiembre, como a las 10 de la mañana llegaron dos oficiales,
dicen que eran de la Sección de Archivos del Minint, que estaban
actualizando mis datos, porque viajaría de inmediato a España, por
gestiones de Fraga. Se fueron y nunca más oí hablar del asunto,
parece que fue una artimaña para motivarme con la salida y depusiera
la huelga.
El día 9 de septiembre mi estado físico y mi salud se fueron quebrantando,
como a las 7 de la noche me llevaron en una ambulancia al Cuerpo de
Guardia del Hospital Militar, vi muchas personas conocidas, pues un
tiempo atrás había trabajado como taxista en ese mismo lugar, pero
estaba tan deteriorado que pasé desapercibido. El médico que me
atendió, lo hizo de muy mala gana al saber la razón por la que
estaba así, me indicó una inyección y cuando me estabilicé un
poquito me llevaron de nuevo para la prisión.
El domingo 11 de septiembre llegó una visita de médicos especialistas
que nos iban a evaluar, según las autoridades del penal. Nos
revisaron uno por uno y luego nos enteramos que se había decido
trasladar a Ismael Sambra y a mí, para el Hospital Militar, Joaquín
Castillo Duany en la ciudad de Santiago de Cuba.
Ya eran como las 9 de la noche del día 11 de septiembre cuando llegamos
al sitio de ingreso, unos cubículos especiales que están detrás de
una sala de rehabilitación en una zona exterior a la entrada del
hospital. Iba con unas diarreas insoportables, recuerdo que la
enfermera llevó pijamas limpios y le dijo al guardia que me
cambiara, pues el que llevaba de la prisión estaba tremendamente
sucio.
Como apenas podía mantenerme en pie, el guardia como podía luchaba
por quitarme el pijama y así frente a mí tirado en el suelo,
limpiando todo el líquido que de mi cuerpo emanaba. El guardia era
Negret, el re educador del Destacamento 6, que tenía fama de buena
gente, pero de todas formas me alegré, al sentirlo inferior a mí, en
aquellas circunstancias, limpiando el piso que yo ensuciaba era un
sentimiento morboso.
La enfermera que me pusieron esa noche era Naida, no sé si por
casualidad o trabajaba para el “aparato”, pero nos conocíamos bien y
al verme como que se asombró, pero se mostró como que quería
ayudarme. Me dijo: “No se lo digas a nadie, pero te voy a traer un
vaso de caldo, tu sabes que yo soy tu hermana y no te voy a
embarcar”.
Me trajo el vaso de caldo, para mostrarme confidente con ella, le
dijo, pónmelo en el baño, que más tarde me lo tomo. Cuando se fue lo
eche por la tasa del baño, que por cierto no querría descargar bien,
pero el contenido se confundía, hasta se parecía a las persistentes
diarreas que no se me querían quitar. Mis sospechas no eran
infundadas, al día siguiente el Dr. Orestes me insinuó que ya había
empezado a comer, cuando le reclamé a Naida su actitud, me dijo que
había reflejado la salida del caldo en la hoja clínica, ingenue
justificación.
El lunes 12 de septiembre se presentó en la mañana la Jefa de Sala, me dijo
su responsabilidades e hizo mención de sus altas calificaciones como
enfermera, que cualquier cosa que necesitara se lo podía pedir.
Aproveché que al entrar había visto un estante con varios libros y
le dije que si me podía prestar algunos. Fue muy solicita conmigo,
me dijo que esa era la biblioteca de la sala que podía hacer uso de
ella sin problemas, me trajo varios libros y seleccioné dos, La
Vorágine, de José Eustacio Rivera y El mejor día de mi vida, sobre
el presidio político en la época colonial en Isla de Pinos.
Como a las 10 de la mañana pasó visita uno de los médicos que nos
visitó en la prisión de Boniato y que decidieron trasladarme al
Hospital Militar, era el Dr. José Arturo de Dios, Jefe del Servicio
Médico del Hospital Militar. Fue muy amable conmigo, me comunicó que
Sambra también estaba en el mismo local y que me tendría al tanto de
los acontecimientos, que cuando volviera me traería el periódico. Le
comenté, cuando oí tu nombre, no me equivoqué, pienso que tu ha sido
un enviado de Dios.
Antes de salir mandó a retirar la mesita donde se colocan los
alimentos, pues había poco espacio. Le dije:
-Médico, eso no se puede quitar, pues ahí tienen que poner la
comida. Asombrado exclamó:
-¿Ya vas a empezar a comer?
-No médico, cuando uno está en huelga de hambre, la Seguridad del
Estado exige que hay que servirle todos los días las tres comidas.
-No, conmigo no va eso, eso es una tortura.
Al día siguiente cuando vio el desayuno puesto, se le frunció el
ceño y entonces dijo: “si tú no te lo vas a comer, entonces me lo
comeré yo, pero ahí no debe estar”. Así sucedió varias veces durante
este largo calvario.
Algunas veces pasaba la visita el Dr. Orestes Rodríguez, que si era
todo lo opuesto al Dr. José Arturo De Dios, un día vino diciéndome
que Sambra estaba muy mal, que había sufrido un paro cardiaco y que
se estaba evaluando la posibilidad para trasladarlo a la Habana para
hacerle un trasplante de corazón. Aunque la posibilidad o veracidad
de la noticia eran pocas, solo atiné a decirle: “Que no le vayan a poner un
corazón comunista, porque cuando se entere, le va a dar otro
infarto”.
Transcurría el día 36 de la huelga, ya sentía que las fuerzas me
faltaban, una enfermera gritó, que yo no estaba en la cama. Me
destape la cabeza y le dije: ¡Aquí estoy! Entonces me dije, ya estoy
casi desaparecido.
Con las pocas fuerzas que me quedaban llegue hasta la ventana, al
silbido de mi hermano mayor que me alertaba de su presencia en la
parte exterior rumbo al Cuerpo de Guarida. Cuando me asomé por la
persiana me dijo: Ya no vale el esfuerzo, el Alto Comisionado ya no
viene” Era mi mayor esperanza y gran parte del valor de tanto
sacrificio.
Se hacia realidad ante mí un pasaje del libro que acababa de leer,
un relato de la visita de inspectores a las selvas gaucheras, que
nada ayudó a corregir los abusos que allí se cometían.
Al día siguiente me trajeron un suculento almuerzo y sin previo
aviso me dice el Dr. Orestes, “tus hijos están ahí con su mamá,
quieren verte”. Me extrañó tanta amabilidad y sin meditar mucho, le
digo: “Está bien, pero déjenme hablar con ellos a solas un minuto.
Los muchachos entraron que parecían aterrados de miedo. Contra el
tiempo le expliqué que a su papá le habían quitado toda la ropa y
que la única forma de recuperarla era haciendo una huelga de hambre.
Los muchachos comprendieron enseguida, yo le dije que comieran algo
para entretener a los guardias creyendo que estaba dando resultado
el plan y lo dejaran más tiempo conmigo.
Irónicamente el Dr. Orestes, cuando mis hijos se fueron, vino
diciéndome, “dicen que te diste tremendo atracón” A lo que le
contesté: “Usted bien sabe como médico, que después de 37 días sin
comer, el que se dé un atracón como dice usted, se muere”.
Los días 38 y 39 transcurrieron sin mayor relevancia, al pendiente
de la complicación cardiaca que Sambra venía presentando, rumores
que la huelga en Boniato había terminado, lo que el Dr. José Arturo
de Dios se encargó de aclararmearme, diciéndome que todo seguía igual,
que si algo pasaba él sería el primero en hacérmelo saber.
El 22 de septiembre, ya teníamos 39 días de huelga, empezaba a
entrar en una etapa peligrosa, se hablaba de encharcamiento
pulmonar, por el exceso de sueros. En su visita médica, el Dr. José
Arturo de Dios me comunicó que clínicamente mi estado se estaba
complicando, que en cualquier momento podía entrar en coma, que el
respetaba los motivos por lo que yo había tomado tal decisión, pero
que estuviera confiado, que mientras él estuviera al frente de mi
caso, él no me iba a dejar morir, aunque tuviera que pasarme
alimentos por sondas.
El día me lo pasé como en una somnolencia, tenía como una
premonición, que el día 40 sería el último día de la huelga. Así se
lo hice saber al Dr. José Arturo de Dios, quien leyó una y otra vez, mi
última sentencia:
“¡Ay! De esos hombres con espíritu de rebaño,
Que no comprenden a los hombres de espíritu rebelde,
Que prefieren separar su cuerpo de su alma,
Con tal de verla marchar libre.”
El día 40 lo pasé un poco desanimado, las noticias eran
contradictorias, parecía que mi auto profecía había fallado. Un
médico de Medicina General que pasaba una visita de rutina, me dijo:
“Como puedes controlar los impulsos del organismo ante la falta de
alimentos” Cuando se me hace muy difícil, me acuesto, cierro los
ojos y rezo un Padre Nuestro. No se si la respuesta lo convenció
pero salió raudo y veloz, sin comentarios.
A las 8:30 de la noche del 22 de septiembre llegó el Dr. Orestes
Rodríguez, que para todas las misiones negociadoras había sustituido
al Dr. José Arturo de Dios, desde el principio. Me dijo: “Ahí
trajeron a uno de tus compañeros de Boniato, viene muy mal, quiere
hablar contigo”.
Ya es muy tarde, no me siento con fuerzas para ir a verlo. Mejor lo
veo mañana.
No, tienes que ir ahora, ya tenía una silla de ruedas preparada
detrás de la puerta, la entró y con la ayuda del guardia que siempre
me custodiaba, me llevaron al cubículo del recién llegado.
Cuando entro, veo una figura como una silueta, una carabela
viviente. Sin embargo, un brillo en sus ojos le dio una expresión de
alegría, era lo que quedaba de Manuel Benítez. Sentí una emoción,
que una fuerza superior me embargó y parándome de la silla le di un
abrazo a aquello que apenas parecía un ser humano. Mis famélicos
brazos sobraban para abarcar todo su cuerpo. En ese abrazo, como en
un suspiro me dijo: “Ya se acabó la huelga”.
Una mezcla de alegría y confusión se apoderó de mí, después de todo,
un sentimiento de apego a la huelga se había apoderado de mí. Es
como cuando pasa un tiempo con alguien y llega el momento de
separarse. Transcurridos unos segundos de reflexión, me dio detalles
de las negociaciones y que todas nuestras demandas habían sido
aceptadas.
El Dr. Orestes, la enfermera de guardia y el custodio de turno
teorizaron si podía comer algo. El Dr. Orestes me preguntó: ¿“Qué
prefieres, té o café? Le dije, sería mejor un té, la enfermera salió
a buscarlo y hasta el día de hoy lo estoy esperando. Así que mi
huelga de hambre terminó a las 11 de la mañana del día 23 de
septiembre de 1994, cuando por problemas en la caldera no se pudo
brindar desayuno hasta esa hora.
El
desayuno que me trajeron fue revoltillo de huevos, café con leche y
pan. Sin recomendación previa, sólo tomé unos pequeños sorbos de
leche. Luego vino el Dr. José Arturo de Dios diciendo que aquello
era una locura, que tenía que tomar pequeñas cantidades
de caldo y se me estableció una dieta especial, hasta mi devolución
a la cárcel de Boniato el día 3 de Octubre de 1994. |