Adolfo Rivero Caro La dramática situación de Venezuela nos obliga a repensar la sociedad internacional en que nos ha tocado vivir. Es increíble que se critique a Estados Unidos por haber derrocado las tiranías de Afganistán e Irak cuando el problema más grave que confronta el mundo de hoy es, precisamente, la supervivencia de tantas dictaduras que se eternizan en el poder, violando todos los derechos humanos. Esta situación alienta la proliferación de los que, como Hugo Chávez o Shafick Handal, aspiran públicamente a seguir el ejemplo de Fidel Castro. Lo razonable sería esperar un gran clamor popular exigiendo la intervención americana en Irán, en Siria (ambos firmaron recientemente un peligroso pacto militar), en Corea del Norte, en Zimbabwe, en Birmania, en Laos, en Cuba, en Colombia (para extirpar el cáncer de la narcoguerrilla) por sólo citar algunos ejemplos obvios. Después de todo, ¿cómo van a liberarse los pueblos sometidos a dictaduras sangrientas? ¿Qué mecanismos reales tienen para conseguirlo? ¿De qué sirven las organizaciones internacionales frente a la fuerza bruta? ¿Qué dictadura ha derrocado la OEA o, inclusive, las mismas Naciones Unidas, que no haya sido producto de la voluntad americana de ayudar a algún pueblo? Ahora mismo, estamos presenciando cómo Hugo Chávez y sus personeros en el Consejo Nacional Electoral se burlan de la masiva oposición venezolana y de la presencia de observadores internacionales. ¿Qué hacer si Chávez controla el ejército de Venezuela y se apoya en una masiva intervención de las fuerzas armadas y la inteligencia cubanas? ¿Qué va a hacer la OEA cuando Chávez intervenga Globovisión y los periódicos venezolanos? ¿Redactar una declaración de condena? La hostilidad de tantos intelectuales a la actitud de Estados Unidos en la guerra mundial contra el terrorismo, confirma que las fuerzas de la libertad, al menos por el momento, han perdido la guerra cultural. Un antiamericanismo irreflexivo y delirante se ha puesto de moda. Recientemente, la Unión Europea rechazó la solicitud de ayuda del presidente Uribe porque eso sería estar de acuerdo con Estados Unidos. Chávez agita el espantajo de una intervención americana porque sabe que está estimulando un reflejo a su favor. En el caso de Cuba, no se critica a Estados Unidos porque no haya depuesto a un dictador que, frente a sus mismas costas, aceptó la presencia de cohetes nucleares que apuntaban a las grandes ciudades americanas, aconsejó a los dirigentes soviéticos que atacaran a Estados Unidos con armas nucleares, arruinó, quizás irremisiblemente, a su país y ha conspirado incansablemente para difundir la subversión y el terrorismo en el mundo entero. Y, sin embargo, cualquier crítica a Fidel Castro tiene que estar precedida de una condena al embargo comercial que Estados Unidos ha establecido contra la dictadura más vieja del mundo. Todo en aras de una supuesta independencia cuando, en realidad, sólo se trata de un asustado vasallaje a las ideas impuestas por la izquierda desde hace décadas. Pese a todo, Fidel Castro le teme al gobierno de George W. Bush. Se sabe incluido en el eje del mal y esto irrita su hiperestésico sentido de supervivencia. Es por eso que recientemente ordenó emprender a sus plumíferos de la UNEAC un ruidoso cacareo de acusaciones contra la guerra preventiva y la guerra relámpago, métodos supuestamente ''fascistas'', propios del actual gobierno americano. Sólo una dictadura puede afirmar, sin temor al ridículo, que las guerras preventivas son ''fascistas''. Por favor. Ya Tucídides discutía sobre la guerra preventiva en el libro IV de su historia de la Guerra del Peloponeso. Su valoración ética depende de las circunstancias concretas. Los historiadores soviéticos criticaban duramente a las democracias occidentales por no haber atacado preventivamente a Hitler en 1936, afirmando, con toda razón, que, de haberlo hecho, éste no hubiera podido avasallar a Europa tres años después. En medio de esta ofensiva, la propaganda castrista ha inventado el concepto de ''fascismo mediático''. ¿Fascismo mediático en Estados Unidos? ¿En un país donde el respeto a la libertad de expresión forma parte indisoluble de la cultura nacional? ¿En un país donde la mayor parte de los medios de comunicación es hostil al Presidente, a su gobierno y a su partido? Fidel Castro lo sabe. Lo que le preocupa es que los argumentos del presidente Bush en defensa del derrocamiento de Saddam Hussein sean tan extraordinariamente populares dentro de Cuba. De ahí que pretenda explicarlo mediante un excepcional poderío mediático del gobierno de Estados Unidos, muy lejos de existir en la realidad. Le preocupa que la idea de derrocar dictadores por la fuerza sea tan popular en Cuba. Para el pueblo cubano, sin embargo, esto es natural. El derrocamiento de Saddam Hussein le confirma, al menos, que no todas las dictaduras son eternas. Sin embargo, más importante todavía es el obstáculo que está significando para Castro la prensa democrática de América Latina. Lo enfurece el papel que han jugado los medios de comunicación venezolanos, Globovisión en particular. De aquí el invento de ese ''fascismo mediático'' que permite describir la embestida fascista contra la libertad de prensa en Venezuela como una lucha contra el fascismo... ''mediático''. Chávez necesita aplastar la prensa libre para establecer su dictadura. Esto le permitiría atomizar a la oposición puesto que uno de los papeles claves de la prensa es unificar la opinión pública. ¿Cómo es posible crear grandes movimientos de opinión sin una prensa que los difunda y propague? En esta coyuntura realmente histórica, Chávez y Castro proclaman a voz en cuello su amistad mutua; la oposición venezolana no debe caer en la trampa de criticar irreflexivamente a Estados Unidos aislándose así de sus únicos verdaderos amigos.
|
|