En defensa del neoliberalismo

 

La economía de Obama
WSJ
Cómo billones de estímulo fiscal y monetario produjeron una recuperación del 1.6%

Dos meses antes de unas elecciones y 19 meses después de la madre de todos los programas de gastos, el presidente Obama dijo ayer que está preparando otro plan para estimular la economía.  Discutiremos los detalles cuando se den a conocer, pero el propósito mismo es una admisión tácita de que sus propuestas anteriores fracasaron.  A medida que el debate económico del otoño avanza, es importante entender cómo y por qué hemos llegado hasta aquí.

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La recesión se inició 13 meses antes de la toma de posesión de Obama según el Buró Nacional de Investigaciones Económicas, y en ese entonces surgieron también las ideas fiscales del Presidente.  George W. Bush fue el primero que lo hizo.  En febrero del 2008, él y la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, llegaron a un acuerdo sobre una combinación de gastos federales y rebajas temporales de impuestos ascendente a $168,000 millones que se suponía mantendrían el crecimiento en ese año electoral en medio de la declinación del mercado inmobiliario.

A finales del 2007, Larry Summmers, que más tarde se convertiría en el principal consejero económico de Obama, argumentó a favor de esa medida destinada a incrementar la “demanda” doméstica. Cualquier estímulo, dijo a la Brookings Institution, debe ser “oportuna, temporal y con un objetivo preciso”. Peter Orszag, que entonces se encontraba en la Oficina de Presupuestos del Congreso (CBO) antes de unirse a la Casa Blanca de Obama, propuso lo mismo.

La estadística oficial del producto interno bruto (PIB) mostró un ligero crecimiento del 0.6% en el segundo trimestre del 2008, pero el PIB del tercer trimestre cayó un 4%, y todos sabemos lo que ocurrió después del debacle financiero.  El Estímulo I falló.

Se implementa el Estímulo II, un plan de $814,000 millones que se suponía compensaría la pérdida de la demanda privada. Era también una medida, por una sola vez, que combinaba rebajas de impuestos y gastos, sobre todo en programas sociales como Medicaid, en lugar de estar destinada a  “proyectos listos para llevar a la práctica”.  Summers prometió que esto tendría un efecto “multiplicador” de 1.5 sobre el crecimiento del PIB, mientras que los economistas de la Casa Blanca, Christina Romer y Jared Bernstein, hicieron la famosa predicción de que el gasto mantendría la tasa de desempleo por debajo del 8%.    

Durante todo ese tiempo, la Reserva Federal también alimentaba la economía con un estímulo monetario sin precedentes, recortaba su tasa de interés hasta acercarla a cero y expandía su balance general en más de $2 millones de millones comprando valores garantizados por hipotecas y otros activos. 

También en esa época el Congreso aprobó otras leyes de estímulo a la industria: efectivo por autos viejos, $8,000 de crédito fiscal a los compradores de casas, alivio en el pago de hipotecas y retribución de hasta 99 semanas a los desempleados.  Sin embargo, todo esto no hizo más que robar al futuro compras de casas y autos; las ventas volvieron a disminuir una vez que expiraron los beneficios fiscales.  En particular, el mercado inmobiliario pudiera estar debilitándose de nuevo, a pesar de tipos de interés históricamente bajos.

La recuperación parece haber comenzado en el verano del 2009, ya que el PIB alcanzó un 5% el cuarto trimestre gracias a que  los inventarios crecieron y a una expansión en el extranjero.  Pero a partir de entonces el crecimiento de Estados Unidos perdió aceleración, y en el segundo trimestre fue de solo 1.6%, mientras que la tasa de desempleo es del 9.6% después de tres meses seguidos de pérdidas de empleo.  La economía está creciendo, pero con excesiva lentitud para que pueda restaurar una prosperidad de ancha base.

En resumen, nunca antes un gobierno gastó tanto ni intervino tan directamente en la distribución de créditos para espolear el crecimiento, pese a los cual los resultados, en el mejor de los casos, han sido mediocres.  Aunque se añadieron cerca de $3 millones de millones a la deuda federal en dos años, todavía tenemos 14.9 millones de desempleados.  ¿Qué ocurrió?

 

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Las explicaciones de la Casa Blanca y los economistas liberales se reducen a tres: el estímulo fue demasiado pequeño, los republicanos bloquearon las mejores políticas y la recesión es diferente porque comenzó en medio de una debacle financiera.  Sólo el tercer punto goza de algún mérito, aunque por razones diferentes a las que da la Casa Blanca.

Pero que el estímulo era pequeño no fue lo que los demócratas y la mayoría de los economistas keynesianos nos decían por ese entonces.  Incluso Paul Krugman, que ahora niega la paternidad intelectual a esta economía, escribió el 14 de noviembre del 2008: “Mis propios cálculos económicos a vuela pluma dicen que el paquete de estímulos debe ser inmenso, de unos $600,000 millones”.  La Casa Blanca lo incrementó dos meses más tarde en un 33%, pero ahora nos dicen que fue insuficiente.

Dado que el programa de estímulos estaba tan mal estructurado como excesivamente politizado, ¿cómo saber que, digamos, $500,000 millones más hubieran significado una diferencia incluso en términos keynesianos?  El dinero para gastos gubernamentales tiene que salir de algún lugar, lo que significa que sale de la economía privada.  Nuestra opinión es que al generar una deuda mayor, lo que implica impuestos más altos, un gasto más elevado en estímulos hubiera causado daños aún mayores.

Mark Zandi, padrino del estímulo, y la Oficina de Presupuestos del Congreso (CBO) presentaron estudios en los que proclamaban que el estímulo salvó millones de puestos de trabajo y gracias a ello impidió que se produjera una recesión más honda.  Pero estos no son más que modelos económicos que multiplican la cantidad de dólares gastados por el supuesto impacto en el empleo a partir de estudios previos, por lo que  la tasa de desempleo habría sido más alta sin esos gastos.  En el mundo real, la economía perdió 2.51 millones de empleos.

La explicación de que las recesiones basadas en el pánico financiero plantean problemas especiales es más verdadera.  Los excesos crediticios acumulados durante muchos años tienen que rebajarse, lo que toma tiempo, mientras que los bancos tienen que reducir sus activos malos.  Sin embargo, un aspecto positivo de esta recuperación es que los balances generales de las empresas mejoraron gracias a aumentos de la productividad, mientras los bancos han estado obteniendo buenas ganancias.  El problema estriba en que los bancos aún no están prestando y las empresas no están contratando personal o invirtiendo lo suficiente.

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Esto nos remite a otra importantísima causa de los problemas de Obama.  Cundo tomó posesión en el 2009, muchos de nosotros aconsejamos al Gobierno que se centrara primeramente en cuidar la recuperación y pospusiera las prioridades de la política social que no harían otra cosa que crear más incertidumbre económica.  Sobre todo debido a las inusuales raíces financieras de la recesión. 

En lugar de ello, los demócratas optaron por realizar la mayor expansión del gobierno desde los años sesenta creando un sistema de salud nacional, reescribiendo las leyes financieras de arriba abajo, intentando volver a regular la industria de las telecomunicaciones e imponiendo elevados costos adicionales a la energía, entre muchas otras propuestas.  Pero no se han detenido aquí, pues en enero se proponen incrementar considerablemente los nuevos impuestos a “los ricos”, lo que en la práctica significa aumentárselos a las pequeñas empresas más rentables.

En la estrategia política de Obama para aprobar estas prioridades ocupa un lugar central el acusar a empresarios y banqueros de especuladores codiciosos.  Su Gobierno denunció o convirtió en blancos políticos o jurídicos a los tenedores de bonos de Chrysler, las primas al personal de Wall Street y Goldman Sachs, las ganancias de las aseguradoras de las salud,  los inversionistas en la energía del carbono y a cualquier otra persona que se atreviera a oponerse a alguno de sus planes para “transformar” la sociedad estadounidense.  

Hace unos días, durante la conmemoración del Día del Trabajo en Milwaukee, Obama retomó estos temas y declaró que “cualquiera que piense que podemos hacer avanzar la economía gracias a que a algunos de arriba les va bien, con la esperanza de que esos beneficios se trasladen paulatinamente a los trabajadores que laboran más y más sólo para mantenerse, no han estudiado nuestra historia.  No nos convertimos en el país más próspero del mundo recompensando la avaricia y la temeridad”. 

Cualquier otra cosa que se pueda decir sobre semejante retórica, lo cierto es que no constituye un modo de restaurar la confianza de las empresas o de transformar una recuperación frágil en una expansión duradera.  Esto no hace más de difundir el miedo y una incertidumbre aún mayor.

En cuanto a culpar a los republicanos, con sólo 40 y después 41 senadores no era mucho lo que podían hacer.  Los republicanos ni siquiera pudieron bloquear el reciente rescate del sindicato de maestros con un costo de $10,000 millones. Las únicas prioridades principales de Obama que no han sido aprobadas —el comercio de emisiones de carbono y la tarjeta de pertenencia a un sindicato— fueron bloqueadas por un puñado de demócratas que por fin dijeron “no más”.  Ningún gobierno desde el de L. B. Johnson en 1965 aprobó tantas propuestas de su programa en un Congreso, que es precisamente lo que constituye el problema.

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 Dicho de otro modo, las auténticas raíces de los problemas económicos de Obama son de índole intelectual y política.  El Gobierno rechazó los recortes fiscales de la tasa marginal que funcionaron bien en los sesenta y los ochenta por el hecho de que ayudarían a los ricos y favoreció un despilfarrador gasto keynesiano que ha generado poco estímulo a no ser en el Gobierno.  En un sentido más amplio, los demócratas utilizaron la recesión como una apertura política para redistribuir el ingreso, dar marcha atrás a las reformas de libre mercado de la era Reagan y situar el Gobierno en los puestos de mando de la toma de decisiones económicas.

Obama y el Congreso demócrata han tenido éxito en lo que han hecho a pesar de la creciente oposición del pueblo norteamericano, que ahora sufre las consecuencias.  El único camino que nos devolvería a un crecimiento robusto y a la prosperidad es parar en seco  este programa y entonces, por etapas, suprimirlo.  Estas son las cuestiones económicas que estarán en juego en noviembre.

 

Artículo del Opinion Journal del WSJ.

 

 

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