Una contradicción inexcusable
Adolfo Rivero Caro
El bolchevismo y el nazismo son fenómenos relacionados: gemelos
fraternales, para usar la certera frase del historiador francés
Pierre Chaunu. Estas dos ideologías monstruosas, cada una de ellas
un bastardo retoño de la filosofía romántica alemana, llegaron al
poder en el siglo XX, y cada una de ella tomó como meta producir una
sociedad perfecta, desarraigando el elemento maligno que se
interpusiera en su camino. En el caso del comunismo, la malignidad
se definió como la propiedad de los medios de producción. Más tarde,
puesto que el mal habría de persistir aún después de la liquidación
de esta "clase", como cualquiera que hubiera sido corrompido por el
espíritu del "capitalismo", infiltrado en las mismas filas del
Partido Comunista. En el caso del nazismo, la malignidad se localizó
en las llamadas razas inferiores, sobre todo los judíos pero, puesto
que el mal persistiría tras su exterminio, también en otros,
inclusive en esos elementos de la "raza aria" cuya "pureza" se había
contaminado.
Al abordar el problema del mal como ellos lo veían, tanto el
comunismo como el nazismo derivaron su autoridad de la ciencia.
Ambos estaban creando un "hombre nuevo" y a este fin, proponían
reeducar toda la humanidad. Más aún: cada uno dijo estar movido por
impulsos filantrópicos. Era precisamente porque buscaba el bienestar
del pueblo alemán, y porque quería servir a la humanidad, que el
Nacional Socialismo estaba dispuesto a "cargar" con la tarea de
deshacer al mundo de los judíos. El leninismo estaba todavía más
desvelado por la humanidad y era, por definición, más universalista
en su misión que el nazismo, cuyo programa no era tan fácilmente
exportable. Pero ambas doctrinas sostenían elevados ideales,
calculados para despertar la entusiasta devoción y la acción heroica
en sus seguidores.
Fue, en última instancia, a nombre de esos mismos ideales que
nazismo y comunismo se arrogaron el derecho de asesinar a categorías
enteras de hombres, que es exactamente lo que procedieron a hacer al
asumir el poder, y en una escala previamente desconocida en la
historia. Y es por eso que es correcto juzgarlos como sistemas
intrínsecamente criminales. ¿Igualmente criminales? Cualquiera que
haya estudiado los expedientes de ambos sistemas homicidas –el nazi,
sin paralelo en su ferocidad, y el comunista, sin paralelo en su
extensión– o haya reflexionado sobre el destino de los millones y
millones de hombres cuyos espíritus fueron aplastados aunque sus
cuerpos hubieran logrado sobrevivir, tiene que responder simple y
firmemente que sí, que igualmente criminales.
Pero esto suscita otras preguntas: ¿Cómo es posible que la memoria
histórica trate hoy de manera tan diferente a los dos sistemas? ¿Cómo
es posible que uno de ellos, el comunismo, de tan reciente presencia
en el escenario mundial, se encuentre ya prácticamente olvidado?
No hay necesidad de revisar detalladamente los hechos. Tan temprano
como 1989, la misma oposición polaca instó que se perdonaran los
pecados del pasado régimen comunista. En la mayor parte de los
antiguos países satélites de la Europa del este no ha habido ninguna
enérgica campaña para castigar al responsable de haber privado a sus
conciudadanos de la libertad ni por corromperlos, maltratarlos y
asesinarlos durante dos o tres generaciones. Con excepción de
Alemania y la República Checa, a los comunistas se les ha permitido
permanecer en activo políticamente y, en efecto, han recobrado el
poder en varios lugares. En Rusia y otras repúblicas soviéticas
anteriores, los funcionarios comunistas han permanecido en sus
puestos, incluyendo la policía.
El régimen cubano durante el 6to. Congreso de Partido Comunista
estableció su proyección estratégica para mantenerse en el poder.
Muchos lo consideran más de lo mismo. Si se refieren a la intención
de mantenerse en el poder, nunca ha sido diferente su propósito. Lo
que sí están cambiando son los mecanismos para lograrlo, y de que lo
saben hacer bien, no hay dudas, lo han logrado exitosamente durante
52 años. La principal medida política sería la eliminación del
Artículo 5 de la Constitución, que define al Partido como el órgano
rector de la sociedad y el Estado. Ya Raúl Castro considera como un
error que el Partido esté por encima de la Administración, algo que
pone en perspectiva que se trabajaría por un sistema
presidencialista, donde uno de sus herederos sería el candidato
ganador, e instaurar una democracia a su medida que legitime su
patrimonio económico.
En Occidente, la amnistía de facto con el comunismo ha contado con
una general aprobación, pero también muchos en Occidente tienen su
propia historia de acomodamiento con el comunismo, que no parecen
muy ansiosos por confrontar. Y, sin embargo, el recuerdo maldito del
nazismo parece intensificarse todos los días. Una vasta literatura
crece todos los años. Los museos, las exhibiciones de la biblioteca,
las películas, las novelas, y las memorias se dedican a mantener
aquel horror fresco en el recuerdo, y el término mismo de nazi ha
llegado a ser una taquigrafía para el más atroz de los oprobios. Ser
vinculado con el mismo, por tenuemente que sea, basta para aparejar
una vergüenza total sobre cualquier artista o escritor. Es una
vergüenza que lo mismo no suceda con el comunismo.
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