En defensa del neoliberalismo |
ADOLFO RIVERO CAROEl papa Benedicto XVI acaba de aceptar la renuncia del arzobispo Pedro Meurice. La noticia es desoladora. Se retira la única figura combativa y popular de la jerarquía eclesiástica. Por esa combatividad Meurice tuvo que pagar un alto precio. La dictadura cubana le puso mucho más obstáculos a su trabajo pastoral que a ningún otro dirigente. La dictadura aspira a una Iglesia mansa y domesticada. No aceptar esa situación apareja duras sanciones. La Iglesia tiene que optar entre acomodarse a la realidad social que la rodea o combatirla. Es una opción difícil. En general, se trata de buscar un compromiso, que no satisface a nadie. Al parecer, la dictadura no le pide mucho a la Iglesia. Esencialmente, que acepte el sistema y un par de sus dogmas fundamentales: la maldad esencial de la república y que los problemas de la sociedad cubana no han sido generados por el sistema comunista, sino que son una herencia del pasado o una consecuencia de la hostilidad de Estados Unidos. La dictadura es atea, pero no ha cerrado las iglesias y les permite un mínimo de actividad social. Más importante todavía, ¿no existe una profunda afinidad entre la crítica que hace la Iglesia de la sociedad capitalista, de su superficialidad y su hedonismo, y la crítica comunista del capitalismo? ¿No puede haber entonces un entendimiento entre una Iglesia preocupada por los desvalidos y una revolución ''proletaria'' que destruyó a los antiguos poseedores? ¿Por qué no establecer una alianza tácita, mutuamente beneficiosa? ¿O es que la Iglesia está contra el régimen simplemente porque formaba parte del aparato que sostenía la ''pseudorrepública'', porque sus intereses estaban íntimamente vinculados con los de las antiguas clases explotadoras? Graves cuestiones. Es falso que haya ninguna afinidad entre la crítica de la Iglesia a la sociedad capitalista y la crítica comunista. En primer lugar, toda la doctrina de la Iglesia se basa en el respeto al libre albedrío. Adán y Eva fueron libres para elegir. Tan libres, que eligieron mal. La esencia misma de la libertad es poder equivocarse. Por otra parte, a los comunistas no les interesan los pobres ni los desvalidos. Ese es sólo su pretexto político para conquistar el poder. Su modelo económico ha sido un rotundo fracaso y hasta la dictadura china lo ha abandonado. Al prohibir la propiedad privada de los medios de producción, violando un derecho natural, se convierten en los mayores creadores de pobreza. La dictadura trata de ocultar esa realidad presentando la incapacidad como designio y la pobreza como austeridad. Es un esfuerzo inútil. Si la vida carece de toda trascendencia espiritual, ¿qué queda fuera de los placeres sensuales? El comunismo no sólo condena a la pobreza material, sino a una desoladora miseria espiritual. La nomenklatura comunista disfruta de todos los privilegios imaginables. No podría ser de otra forma. La ''austeridad'' y el racionamiento son para las masas. Eso lo sabe el pueblo cubano. Y lo sabe la Iglesia. Lo que el gobierno le propone es una alianza de mentiras y de hipocresías. Cuidado con aceptar pactos con el diablo. La dictadura trata de presentarse como todopoderosa. Su poder, sin embargo, tiene serias limitaciones. No estamos en los años 60, cuando todos los sectores de la vasta izquierda mundial, desde los curas guerrilleros hasta Jean-Paul Sartre, desde Wright Mills hasta Noam Chomsky competían en su admiración por Fidel Castro y la revolución cubana. Hoy, casi medio siglo más tarde, sabemos que, a todos los efectos prácticos, la dictadura castrista nunca se diferenció de las peores dictaduras comunistas de la Europa del Este. En realidad, el régimen cubano se parece más al de Corea del Norte que a ningún otro. No es por gusto que en el Indice de la Libertad Económica, Corea del Norte esté en el último lugar (157) y Cuba esté en el penúltimo (156). Actualmente, la dictadura tiene muy poco apoyo externo y una masiva oposición interna que sólo espera ser organizada. Y encontrar una dirección. ¿Pudiera la Iglesia jugar ese papel? La Iglesia cubana arrastra una pesada herencia. Durante nuestras guerras de independencia, la mayoría del clero de la isla era español y partidario de la colonia. Hubo curas mambises, pero fueron pocos. Esto dejó una profunda cicatriz en la psique de la joven nación. No sólo eso. Durante la república, la Iglesia no se caracterizó por su trabajo en la base ni por su preocupación por los desvalidos. Ahora, la Iglesia tiene una segunda oportunidad histórica. Frente a una revolución comunista que se ha mantenido en el poder durante medio siglo, la reacción de la Iglesia determinará su futuro en la historia de Cuba. Hasta ahora, los indicios no son alentadores. Muchos disidentes cubanos han estado entrando y saliendo de las cárceles desde hace muchos años. Han cargado con la responsabilidad moral de nuestro pueblo. Nadie pude decir que el pueblo cubano no ha luchado. La Iglesia no es una organización política pero, en momentos de graves crisis sociales, la gente se vuelve hacia ella. Ahora bien, ¿qué camino le muestra la jerarquía cubana? ¿Pedirle al pueblo rezar por la salud de Fidel Castro? Eso ha sido francamente bochornoso. Los católicos cubanos son un rebaño de Dios, no de ningún tirano. Desgraciadamente ese es el rostro más visible de la Iglesia cubana. Hay otro rostro, decente y combativo, el del obispo Meurice, el del padre José Conrado. Pero son pocos. Y ahora perdemos a Meurice, el obispo del pueblo. |