La hora de las demandas
ADOLFO RIVERO CARO
Veamos qué va a significar la definitiva desaparición de Fidel Castro. En la práctica inmediata, muy poco. Va a significar, sin embargo, el principio del fin de la autoridad indiscutida. Nadie va a cuestionar la sucesión de Raúl ni va a pretender menoscabar su poder. Pero ni siquiera Raúl aspira al poder omnímodo que representaba su hermano. Aunque no haya cambios materiales, esto significa un importante cambio psicológico. Raúl va a tener la última palabra sobre todas las cuestiones, pero va a ser mucho más sensible a las opiniones de su nomenclatura. Y esa nomenclatura, aunque lo respeta, está consciente de que tiene 76 años, de que ha sido un alcohólico durante toda su vida y de que se puede morir en cualquier momento. Y eso la hace mucho más razonable.
Es obvio que lo que sostiene a la dictadura castrista son los petrodólares de Hugo Chávez. Por cierto, esto subraya la extraña realidad de que Fidel Castro no ha sido el heredero histórico de Ignacio Agramante ni de Antonio Maceo, sino de Alberto Yarini, el famoso chulo de principios de la república. Nada de qué sentirse muy orgulloso. En fin, dejemos esa reflexión para otro momento. Ahora bien, ¿puede razonablemente suponer la nomenclatura cubana que Chávez, ese anacrónico admirador del comunismo y de Fidel Castro, representa el futuro de América Latina? ¿Que la alianza con Irán y la promoción del fanatismo musulmán representan la solución de los problemas del continente? Por favor. La nomenclatura cubana, incluyendo al ejército, ve todo esto con mal disimulado desprecio. Hay que reírle los chistes a Chávez y hay que seguir ayudándolo a establecer su dictadura para mantener los subsidios, pero para todos está claro que es, simplemente, un imbécil y peligroso millonario.
Los niveles superiores de la nomenclatura cubana son muy educados, saben perfectamente que las tendencias globales son muy claras, que Asia está experimentando una inmensa revolución capitalista, encabezada por China y la India, que está reduciendo dramáticamente la pobreza en el mundo. Hoy sirven a Chávez como ayer tuvieron que servir a Brezhnev, porque necesitan que alguien mantenga a un país que Fidel Castro puso en bancarrota desde hace medio siglo. La realidad histórica es que Cuba sólo perdió totalmente su independencia bajo el comunismo. El gobierno de Carlos Prío, por ejemplo, nunca pudo mandar tropas cubanas a pelear en la guerra de Corea pese al interés de Estados Unidos y a que esa lucha tenía el apoyo de la ONU. Fidel Castro, sin embargo, mandó a miles de soldados cubanos a pelear, y a morir, en guerras que sólo le interesaban a la Unión Soviética. Y, sin embargo, para los intelectuales ''progresistas'' Cuba fue una semicolonia de EEUU, no de la URSS. Por favor. Es patético.
Perdonen la digresión. Lo que quisiera subrayar es que la desaparición de Fidel hace que miles de funcionarios en todos los pueblos del país se vuelvan, involuntariamente, más susceptibles a los argumentos. Hay que raspar el barniz de su ferocidad inducida. Esa gente está mucho más cerca de las masas y, por consiguiente, de la disidencia. En este sentido, me llegan noticias, sobre todo de Pinar del Río, Sancti Spíritus y Santiago, de que se les están planteando problemas locales a las autoridades. ¿Por qué no se arregla el bache, por qué no se repara la tubería, por qué no se distribuyó el arroz? Atención, esto pudiera ser un fenómeno importante. La desaparición de la autoridad indiscutida significa el renacimiento de la autoridad discutida, es decir, de la vieja práctica de exigirles a los dirigentes. Nada más normal. Teóricamente, se supone que los funcionarios son electos, es decir, que dependen de la aprobación popular. Eso es cierto en las democracias. En las dictaduras, por supuesto, es pura hipocresía. Pero el principio es universalmente aceptado y nadie se atreve a discutirlo. Y esto es muy importante. El movimiento de derechos humanos surgió en ese mínimo espacio que nadie había percibido y explotado lo suficiente.
Teóricamente, todos los funcionarios cubanos dependen de la aprobación popular y están sujetos a su crítica. Es importante aprovechar esto a nivel local. En definitiva, cualquier dirección nacional va a estar dispuesta a barrer con funcionarios locales impopulares. Les conviene tener chivos expiatorios. Por consiguiente, cualquier reclamación nacional podrá ser contrarrevolucionaria pero cualquier reclamación local es legítima. Es posible discutir con los funcionarios locales. Ahora bien, supongamos que damos con algún insólito esbirro. Y supongamos que éste nos mande a la cárcel porque exigimos que se repare un bache o una tubería rota o porque no se nos permita repartir juguetes llegados de EEUU. ¿Va a ser muy larga esa cárcel? No parece probable. Pero está claro que, para la gente de ese lugar, va a haber surgido un dirigente natural. Alguien con una autoridad conquistada, que no le regaló nadie. Esto requiere una actitud audaz y dispuesta a sacrificios. Pero no irracional ni suicida. ¿Qué va a pasar tras la muerte de Fidel? No lo sé, pero sospecho que se va a producir un aumento vertical de las reivindicaciones locales. Sería una forma para aumentar la presión sobre la nomenclatura y, más interesante todavía, para que surja una nueva generación de dirigentes en la base. Es una posibilidad a vigilar.