En
mi última
columna
del año no
voy a
referirme
a la
extraordinaria
lucha de
la
disidencia
cubana,
eterno
motivo de
admiración
y asombro,
ni al
estado de
salud del
viejo
caudillo
de un
pequeño
país del
tercer
mundo.
Prefiero
conversar
con mis
lectores
sobre un
importante
problema
americano:
la forma
en que
nuestros
medios de
comunicación
enfocan
algunos
problemas
internacionales.
Es
terrible,
pero hay
que
aceptarlo.
La prensa
liberal
estadounidense
ha dejado
de ser
patriota.
No es una
afirmación
gratuita.
¿Cuántos
actos de
heroísmo
no han
realizado
nuestros
soldados
en estos
años de
guerra? Y,
sin
embargo,
¿cuántos
de ellos
han visto
reportados
nuestros
lectores?
Las
historias
sobre el
progreso
en Irak
constituyen
una
fracción
insignificante
de las
noticias.
No sólo
esto, la
prensa
liberal se
opone a
toda la
guerra
contra el
terrorismo
y hace
todo lo
posible
por
dificultarla.
The New
York Times
publicó en
primera
plana que
el
presidente
Bush
estaba
permitiendo
monitorear,
sin
autorización
judicial
expresa,
las
llamadas
telefónicas
entre
terroristas
en
ultramar y
personas
en Estados
Unidos.
Esto se
denunciaba
como una
grave
intromisión
en la vida
privada de
los
ciudadanos
estadounidenses
y como un
incipiente
esfuerzo
por
instaurar
un régimen
totalitario
en nuestro
país.
Poco
después,
el New
York Times
reportó
que el FBI
tenía un
programa
ultrasecreto
que
monitoreaba
las
transacciones
bancarias
internacionales
dedicadas
a
financiar
a los
terroristas.
En otra
época,
esto se
hubiera
considerado
como un
acto de
traición
nacional.
¿Se
hubiera
podido
ganar la
Segunda
Guerra
Mundial si
hubiera
existido
entonces
una prensa
nacional
de esta
tipo?
Según
la prensa
liberal
estadounidense,
apoyar a
nuestras
tropas se
opone a la
objetividad
periodística.
El
patriotismo
las
convertiría
en simples
propagandistas.
Reflexionemos
un
momento.
¿Qué
queremos
decir con
''objetividad
periodística''
en
oposición
a la
propaganda?
Tradicionalmente,
ha
significado
que, en
cualquier
discusión,
el papel
de un
periódico
no es
tomar
partido,
sino
darles a
los
lectores
los
argumentos
de las
partes que
están
discutiendo
y dejar
que sean
ellos los
que
decidan
qué
posición
tomar. La
propaganda,
por su
parte, es
la
difusión
de ciertas
que se
aceptan
como
ciertas
sin
permitir
que se
cuestionen
o pongan
en
discusión.
No es por
gusto que
el origen
del
término
esté en la
Iglesia
católica.
Ahora
bien, esto
no
significa,
no puede
significar,
que el
periódico
no
comparta
los
principios
básicos de
la
sociedad
estadounidense.
Nuestra
sociedad,
por
ejemplo,
parte de
la
convicción
de que
todos los
hombres
tienen
ciertos
derechos
inalienables.
No debía
extrañar,
por
consiguiente,
que los
medios de
comunicación
compartan
ciertos
criterios
básicos
con el
gobierno
de Estados
Unidos. Ni
que estas
ideas
choquen
frontalmente
contra la
concepción
de que
ciertas
razas son
inferiores,
como
creían los
nazis, o
que
ciertos
grupos
sociales
tienen que
ser
aniquilados,
como creen
los
comunistas.
¿Qué ha
sucedido
entonces?
Veamos.
Lo que
caracteriza
las
sociedades
liberales,
democráticas,
es la
libertad
de
expresión.
Esta se
manifiesta
en una
constante
discusión.
Esto ha
sido una
de las
razones de
nuestro
incontenible
progreso.
Ahora
bien, la
sociedad
capitalista
ha sido
extraordinariamente
exitosa.
Paradójicamente,
sin
embargo,
en vez de
llenarnos
de
admiración
y aprecio
por la
sociedad
en que
vivimos,
el
resultado
ha sido
todo lo
contrario.
Muchos se
han hecho
más
hipersensibles
y, por
consiguiente,
más
ferozmente
críticos
de sus
deficiencias.
Son los
inmigrantes
de todo el
mundo los
que
mantienen
viva la
admiración
por la
sociedad
americana.
Son estos
hombres y
mujeres
pobres,
provenientes
de otras
sociedades
y de todas
las
nacionalidades,
los que
más
aprecian a
Estados
Unidos y
se juegan
la vida
por venir
a este
país. Son
los
intelectuales
estadounidenses,
nacidos y
criados
aquí, los
que no
soportan
Estados
Unidos.
Son ellos
los que
aspiran a
transformar
radicalmente
al país.
Ellos no
comparan a
Estados
Unidos con
ningún
otro país
del mundo
real. Lo
comparan
con el
modelo
ideal y
abstracto
de una
sociedad
igualitaria
y
perfecta.
Y, por
supuesto,
lo
encuentran
trágicamente
deficiente.
Y lo más
peligroso
es que
mientras
más
avanzamos,
más
imperfecta
e
insatisfactoria
les
parece.
La
intelectualidad
y la
prensa
estadounidenses
apoyaron a
su
gobierno
en la
primera y
segunda
guerra
mundiales.
Pero esta
creciente
insatisfacción
provocó
una
ruptura
cuando la
guerra de
Vietnam.
Desde
entonces,
las
universidades,
los medios
de
comunicación
y
Hollywood
se han
hecho
opositores
de nuestro
gobierno,
de sus
fuerzas
armadas y
de sus
órganos de
inteligencia.
La prensa
habla de
la
influencia
de
Hollywood
como si
fuera una
influencia
pronorteamericana.
Eso es
totalmente
falso. Es
al revés.
Hollywood
influye
mucho, es
cierto.
Pero no
influye a
favor de
Estados
Unidos.
Todo lo
contrario.
Basta
observar
el
contraste
de las
formas en
que
Hollywood
presentaba
las
fuerzas
armadas
antes de
la guerra
de Vietnam
y la forma
en que las
ha
presentado
desde
entonces.
O la forma
en que se
ha
presentado
la CIA
desde
Los tres
días del
Condor
(1975)
hasta
Syriana
(2006).
Hollywood
le ha
presentado
al mundo
una visión
profundamente
negativa
de la CIA
y la
política
exterior
de Estados
Unidos.
¿Es tan
extraño
entonces
que una
gran parte
del mundo
tenga una
visión
hostil de
Estados
Unidos?
Que
nadie se
equivoque:
las ideas
marxistas
de la
lucha de
clases han
penetrado
profundamente
en toda la
intelectualidad
occidental.
Esa
intelectualidad
está
cuestionando
todos
nuestros
valores
esenciales.
Es por eso
que
defender
nuestros
principios
frente al
totalitarismo
comunista
es
considerado
propaganda.
O por lo
que se
niegan a
tomar
partido en
la guerra
contra los
fundamentalistas
islámicos.
O por lo
que es
incorrecto
decir
felices
pascuas.
No sólo
vivimos
una guerra
contra el
terrorismo.
También
estamos en
medio de
una feroz
guerra
cultural.
Feliz año
nuevo.