ADOLFO RIVERO CARO
Los dirigentes
estudiantiles venezolanos están llamando a votar en contra de la
reforma constitucional de Hugo Chávez. Es la posición correcta. No
puedo enfatizarlo lo suficiente. En Venezuela todavía no existe una
dictadura totalitaria. Aunque bajo ataque constante, todavía sobrevive
una democracia. Chávez quiere destruirla apoyándose en la artificial
popularidad que le permite un boom petrolero sin precedentes.
Por favor. ¿Qué presidente venezolano no hubiera sido popular con el
barril de petróleo a $80 y $90? A ninguno, sin embargo, se le hubiera
ocurrido tratar de cambiar la Constitución para eternizarse en el
poder. Se supone que las constituciones no se cambien. Es por eso que
cualquier reforma necesita de una mayoría extraordinaria. Las
constituciones establecen las reglas de juego de la democracia. Se
supone que nadie quiera cambiarlas. Pero, cuidado, ese peligro siempre
existe. Sobre todo, entre nosotros.
En los países de capitalismo malo, de íntima alianza entre el
estado y unos pocos empresarios, donde no hay ninguna preocupación por
estimular nuevas empresas, donde una densa burocracia dificulta
extraordinariamente su formación, donde la única forma de superar esos
obstáculos es sobornando funcionarios y donde se obstaculiza la
inversión extranjera, el desarrollo económico es forzosamente mínimo.
Por consiguiente, grandes masas quedan condenadas a vivir en una
pobreza irremediable. Impera el status quo del estancamiento.
No es de extrañar que haya quienes quieran cambiarlo radicalmente.
Yo les pregunto a mis lectores: ¿qué explicación tiene que China
lleve décadas creciendo al 9 por ciento anual? ¿Cómo es posible que
los llamados tigres asiáticos hayan tenido ritmos similares y que esos
índices, que nosotros necesitamos desesperadamente en América Latina,
sean inalcanzables para nosotros? ¿Por qué? La explicación puede
encontrarse fácilmente leyendo el Indice de la Libertad Económica
(ver
www.neoliberalismo.com) pero, en todo caso, la realidad es que hay
grandes masas legítimamente resentidas en nuestro continente. No
participan en la política porque, en definitiva, ningún partido les
ofrece soluciones a sus problemas. Hasta que llega un líder populista
y las moviliza. Ese es el caso de Hugo Chávez.
La gran clase media venezolana está desconcertada. Durante muchos
años, era la única participante en la vida política. Y, desde hace
mucho tiempo, se ha puesto masivamente en contra de Chávez. ¿Cómo es
posible entonces que pierdan elecciones? No lo pueden comprender. Para
ella, es obvio que Chávez se las está robando. Sin embargo, hay otra
lectura. Ahora la clase media no es la única participante en el
proceso político. Y no lo es porque Chávez invierte vastos recursos en
movilizar a masas anteriormente marginalizadas. Que esas masas estén
poco politizadas y que se movilicen por estímulos muy sencillos carece
de importancia. Lo importante es que ahora participan, y que hay que
tener un discurso para ellas. El de Chávez es muy sencillo: nunca se
ocuparon de ustedes. Ahora yo me ocupo, ahora yo soy su representante.
La oposición está en una situación más difícil. Tiene que explicar por
qué una clase media tan rica no fue más sensible a la miseria de los
cerros.
A pesar de todo, la oposición tiene un discurso claro y
contundente: la solución de Chávez es un engaño. El modelo
comunista ha fracasado en el mundo entero. Pese a la subvención de
Chávez, Cuba vive en una crisis permanente. Todas las encuestas dicen
que los venezolanos no quieren vivir como los cubanos. Obviamente,
Chávez y sus adláteres quieren copiar la experiencia de Fidel Castro.
Por supuesto. Nada mejor que estar medio siglo en el poder. Para ellos
es una perspectiva magnífica. Para el pueblo venezolano, sin embargo,
la perspectiva es muy distinta. El pueblo venezolano intuye que es una
trampa. Si la burguesía cubana desapareció hace casi 50 años, ¿por qué
se juegan la vida decenas de miles de cubanos todos los años, desde
hace décadas, por escapar de su país? ¿Es ése el paraíso que les
propone Chávez? ¿Es ése el futuro que quieren los venezolanos?
Cuidado. La actual Constitución les garantiza toda una serie de
derechos. ¿Por qué renunciar a ellos? ¿Cómo los van a reconquistar
cuando los pierdan? Todos los países civilizados limitan estrictamente
el poder de sus gobernantes. Todos dividen el poder gubernamental en
ejecutivo, legislativo y judicial. Todos defienden el derecho de los
medios de comunicación a criticar despiadadamente al gobierno. Todos
prohíben la reelección indefinida. ¿Lo hacen por gusto o porque una
experiencia secular les dice que es estrictamente necesario?
Hace medio
siglo, Cuba era el tercer país más próspero de América Latina. No es
la opinión de los nostálgicos cubanos de Miami, era la evaluación de
Naciones Unidas. Hoy, sin embargo, Cuba y Haití son los países que
menos teléfonos tienen en el continente. ¿Ese es el futuro que quieren
los venezolanos? No ir a las elecciones parlamentarias fue un error
catastrófico. No ir a éstas o anular el voto es todavía peor. La
abstención no significa nada. En todos los países desarrollados, hay
grandes masas que no votan porque saben que el status quo no
está en peligro. De aquí que una gran abstención no sea significativa
en ninguna parte del mundo. Por otra parte, los votos anulados ni
siquiera se cuentan. No hay alternativas. Hay que votar contra la
reforma. Es la batalla por el no. Los líderes estudiantiles tienen
razón. Hay que seguirlos.
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