Adolfo Rivero Caro
Es instructivo observar adonde conduce un antiamericanismo consecuente. Durante gran parte de su historia, la izquierda ha sido muy crítica de las creencias religiosas, a las que han considerado, dentro de la vieja tradición marxista, como ”el opio del pueblo”, como un sostén ideológico de las clases explotadoras. La izquierda ha librado, y sigue librando, una lucha implacable para eliminar todo vestigio religioso de la vida americana. Siempre ha visto estas manifestaciones religiosas como oscurantistas y reaccionarias.
Es por eso que, para mucha gente de izquierda, debería resultar extraña y ofensiva la militante simpatía de Fidel Castro, Hugo Chávez y Daniel Ortega con la ultrarreaccionaria teocracia iraní. Señores, estamos hablando de fanáticos que consideran a las mujeres como ciudadanos de segunda, que quieren que vivan cubiertas de la cabeza a los pies, que no quieren que estudien ni trabajen ni puedan escoger libremente a su esposo. Estamos hablando de los que simpatizan y ayudan a los talibanes. ¿Y ahora resulta que este régimen opresivo y repugnante, detestado por la juventud iraní, es el gran aliado de Hugo Chávez? ¿Cómo es posible?
Es posible porque así lo decidió Fidel Castro. El ha estado cultivando relaciones particulares con Irán desde hace más de una década. No es ningún capricho. Su objetivo central siempre ha sido muy simple: crearle a Estados Unidos los problemas más graves posibles, lo más lejos posible de Cuba. De esta manera maximiza el daño contra Estados Unidos minimizando, al mismo tiempo, el peligro de represalias directas contra la isla. Su estrategia ha funcionado brillantemente.
En el 2001, Fidel Castro visitó Teherán y dijo que entre ambos países podían ”poner de rodillas” a Estados Unidos. ¿Cómo es posible una afirmación de semejante magnitud? Quizás sea porque Fidel Castro ha hecho construir en Irán el mayor centro de ingeniería genética y biotecnología de toda la región. Nadie cree que sea para producir vacunas. Se trata de equipar a Irán con armas químicas y bacteriológicas. En definitiva, según Castro, si las usan contra Estados Unidos, excelente, y si Irán desaparece en el conflicto, la dictadura cubana denunciará la barbarie norteamericana. Y, mientras tanto, la dictadura podrá seguir explotando impunemente al pueblo de Cuba.
Ahora estamos viendo cómo funciona la política castrista de ayudar a extender la influencia del fundamentalismo islámico en América Latina. Venezuela ya tiene vuelos directos a Teherán. Y, recientemente, Daniel Ortega estuvo de visita en Irán, donde juró solidaridad con el régimen iraní. Increíblemente, la influencia del fundamentalismo islámico se está extendiendo por el Caribe gracias a los ”progresistas” latinoamericanos. Señores, por favor, ¿a qué gobierno están ayudando? ¿Con qué régimen están manifestando pública solidaridad? ¡Con unos antisemitas fanáticos que se están armando con armas químicas, bacteriológicas y atómicas y que amenazan públicamente con borrar del mapa a Israel! ¿Cómo es posible olvidar que el odio de los fundamentalistas no es sólo contra Estados Unidos, sino contra toda la civilización occidental? Estados Unidos es simplemente su principal representante. Si Estados Unidos desapareciera, los demás países occidentales serían aniquilados rápidamente.
El Departamento de Estado podrá ignorar estas amenazas, pero nuestros enemigos están conscientes de la situación. Hace pocos días, Castro declaró que seguiría comprando armas aunque no creciera el ”famoso producto interno bruto del capitalismo”. Castro, por supuesto, siempre ha utilizado la existencia de un enemigo externo para justificar la debacle económica de su gobierno. Chávez lo imita. No compra armas para defenderse, sino para sobornar y corromper al ejército venezolano. Durante la época de la Unión Soviética, el supuesto temor cubano a las represalias militares americanas era pura demagogia. La posibilidad de guerra, aunque real, nunca fue grande. Los soviéticos controlaban las armas atómicas y ciertamente que nunca contemplaron el suicidio como una alternativa real. Ahora, sin embargo, la situación ha cambiado.
Como dijera Bernard Lewis, la mayor autoridad mundial en el mundo islámico: “La destrucción mutuamente asegurada (MAD en inglés) funcionó durante la guerra fría. Ambos lados tenían armas nucleares. Ninguno la usó porque ambas partes sabían que la otra tomaría terribles represalias. Esto no funciona con un fanático religioso como Ahmadinejad. Para él la destrucción mutuamente asegurada no es un disuasivo, sino un estímulo. Ya sabemos que a los líderes iraníes no les importa que muera gran parte de su pueblo. Lo han dicho una y otra vez. En última instancia, le estarán haciendo un favor. Le estarán facilitando “un rápido acceso al paraíso y a todas sus delicias”.
Aunque el discurso castrista no haya cambiado, la realidad internacional es muy diferente. Ahora, el aliado de Castro, de Chávez y de Daniel Ortega no es la Unión Soviética, sino la teocracia iraní. Sus aliados son los fundamentalistas islámicos que no vacilaron en atacar Nueva York y Washington. Y, desgraciadamente, no está descartado que, en cualquier momento, puedan destruir una ciudad americana y provocar cientos de miles de muertes. No les importa el precio. Como afirmara el ayatolá Jomeini, que gobernó Irán entre 1979 y 1989: “Nosotros no adoramos Irán, adoramos a Alá. Patriotismo es otro nombre del paganismo. Dejen que esta tierra (Irán) arda. Dejen que se vuelva humo siempre que el islam emerja triunfante en el resto del mundo.”
Castro, Chávez y Ortega le están abriendo el Caribe, la ”tercera frontera de Estados Unidos”, a los fundamentalistas islámicos. Su odio a la democracia americana los está llevando a una alianza potencialmente suicida con fanáticos religiosos. Es un juego criminal y extraordinariamente peligroso para nuestros pueblos.
Irán en el Caribe