No es casual que el régimen socialista sea fuente de una desenfrenada corrupción. Habría que empezar diciendo que la tendencia a la corrupción no es nada extraño. En la Carta 51 de El Federalista (1788), Madison decía: ``¿Pero qué es el gobierno sino la mayor reflexión sobre la naturaleza humana? Si los hombres fueran ángeles, ningún gobierno sería necesario. Si los ángeles fueran a gobernar a los hombres, no serían necesarios controles internos ni externos al gobierno [...] Primero se debe capacitar al gobierno para controlar a los gobernados; y seguidamente obligarlos a controlarse a sí mismos...'' Nada más claro. Los jefes de ese gobierno van a disponer de un enorme poder. Van a ser los jefes del ejército, de los servicios de inteligencia, de la policía, van a nombrar a los tribunales y controlar grandes empresas de servicios públicos. La tentación de utilizar esos inmensos recursos para beneficio personal es enorme. La gran preocupación de los padres fundadores de la república americana fue cómo impedirlo. A esos efectos utilizaron una estricta división de poderes. El poder ejecutivo gobierna, dirige toda la política del país, pero tiene que hacerlo cumpliendo con las leyes. Esas leyes, sin embargo, las hace otra rama independiente del gobierno: el poder legislativo. Ahora bien, en caso de dudas e incertidumbres sobre la aplicación de esas leyes, hay otra rama independiente del gobierno, el poder judicial, la que decide sobre su aplicación práctica. Hay que impedir la concentración del poder. Nuevamente Madison: ``En una sociedad donde la facción más fuerte se puede unir rápidamente y oprimir a la más débil, puede decirse que reina la anarquía tanto como en el estado de naturaleza donde el individuo más débil no está seguro frente a la violencia del más fuerte''. Como si fuera poco, en una sociedad democrática una prensa independiente --calificada como el cuarto poder-- vigila y critica constantemente la actividad gubernamental. De esta forma, el comportamiento de los gobernantes está fiscalizado por muchas instancias. Y no sólo esto, sino que está fiscalizado por sus opositores, por sus rivales, por los que están particularmente interesados en descubrir sus errores puesto que así podrán sacarlos del poder y sustituirlos en las próximas elecciones. Comparemos esto con la situación en un país totalitario. En primer lugar, los revolucionarios concentran todos los poderes. No se consideran ángeles, pero tampoco muy por debajo de ellos. A su modesto parecer, son individuos excepcionales y superiores. En el Segundo Congreso de los Sóviets de la URSS en 1924, Stalin decía: ''Nosotros comunistas somos gente de un molde especial. Estamos hechos de un temple especial''. No era por gusto. Entre otras cosas, los comunistas se creen en posesión de una teoría política científica (el materialismo histórico), que les permite conocer las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad. Ahora bien, la ciencia no es democrática. La verdad no se establece por mayoría. De aquí que la democracia política no sea realmente necesaria. Es por eso, precisamente, que la constitución socialista de Cuba afirma que el partido comunista es la fuerza superior dirigente de la sociedad y el Estado. ¿Quién le ha dado esa potestad al partido comunista? ¿Acaso la única fuente moderna del poder político no está en el consentimiento de los gobernados, expresado en elecciones libres y democráticas? Lo que les da esa superioridad a los revolucionarios marxistas es sentirse dueños de una teoría política científica, de una verdad indiscutida. (Con científicos como esos es preferible que a la sociedad la dirijan las pitonisas y los cartománticos.) Ahora sabemos que la desaparición del empresariado no abre camino a la desaparición de las clases, sino al surgimiento de una nueva, particularmente ávida y explotadora. Esta nueva clase administra la sociedad según un modelo burocrático y una planificación centralizada asombrosamente ineficaces. La reacción espontánea de las masas es una bajísima productividad del trabajo. Y sería bueno recordar que el mismo Marx decía que la superioridad de un régimen social se medía por su mayor productividad del trabajo. Por otra parte, un gobierno carente de todo control se convierte necesariamente en una sentina de corrupción. En estas condiciones, los nuevos explotadores no pueden dejar de generar su propia oposición social, totalmente independiente de la encontrada al inicio de la revolución. El surgimiento y desarrollo de la invencible disidencia cubana no ha hecho sino confirmar esa realidad.
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